jueves, 30 de julio de 2009

TRINITARIAS… (6)

A veces basta con acercarse y decir “hola”.
……

Vaya, no debió tomar tanta agua, se dice sintiéndose indispuesto, enfrascado como estaba en un párrafo que debía dejar al tener que ir a vaciar la vejiga. Le agradaban los baños de ese piso, por razones particulares, por lo que al dejar el libro y dirigirse a ellos ya se había disipado parte del malestar. En los sanitarios también se podía leer. Como en todos los baños de hombres, había letreritos chistosos, ingeniosos, intrigantes o… eróticos. Por alguna razón los hombres se ponían poéticos, generalmente homoeróticos, en ellos. No sabe si es algo estudiado por sicólogos o no, pero así era. Todo el que entraba, y llevaba un bolígrafo o un marcador, no podía resistir la tentación de dejar una notita, un homenaje de su presencia en el lugar a la posteridad. Había uno que debió ser escrito hace más de veinte años atrás porque decía: soy bonito como un MENUDO (una olvidada banda juvenil), y quiero un macho que me de… Esa parte la habían tachado, pero podía imaginarlo. Justo al ir entrando el repicador de su teléfono celular le indica que recibe un mensaje, así que leyéndolo, abre la puerta que se cierra simplemente con dejarla caer, y entra en silencio. Era su amiga, la del nombre ridículo e imposible de Mortiana. Lo citaba para que tomaran algo en el cafetín de odontología. Una vez adentro, lo oyó…

Parecen ahogados bufidos, como gemidos muy apagados y quedos hechos por alguien que no desea llamar la atención pero que no podía controlar lo que hace. Siendo joven, Joaquín imagina algo deliciosamente escandaloso: vaya, ¡alguien se masturbaba allí! Y eso le provoca un escalofrió de divertido interés. Era lo suficientemente muchacho como para que todo eso le interesa de manera imperante, y no eran únicamente sus inclinaciones sexuales lo que lo llevó a imaginar mil vainas (un tipo con los pantalones en los tobillos y dándole mano al pilón), sino porque era… un hombre, tan simple como eso. Alguien la pasaba bien ahí, aunque… ¿hacerlo allí? Algo malo debía funcionarle en el cerebro (a estas alturas visualiza a alguien sentado y a otro de pie con el pantalón en…). Allí, de pie cerca de la puerta del aparentemente solitario baño, aseado, cromado, lo ve salir del último de los privados. Era Adrián Barbosa, pero ese nombre no lo conocía aún.

Adrián miraba al piso, mientras parece secarse un cachete con el dorso de la mano. Su pecho sube y baja, sofocado, intentando controlarse. Sorbe por la nariz, y es cuando mira hacia la puerta, paralizándose. Sus ojos se abren mucho. Tal vez se habrían visto por ahí alguna vez, pero no lo saben a ciencia cierta, no están seguros; pero algo les grita que sí se han visto (de hecho en una marcha, por alguna razón, colérico, Joaquín había casi atravesado la vaya de seguridad formada por muchos policías para gritarle a la cara, de forma personal, que era una basura). La franela roja y un pequeño logo con el martillo y la hoz, le dicen a Adrián todo lo que necesita; y a Joaquín su cabello, sus ropas, le dicen otro tanto.

Maldito chavista, piensa uno. Sifrino escuálido, piensa el otro. Pero lo que determina la situación, imponiendo un tenso silencio era que Adrián lloraba. A Joaquín le intriga algo que percibe, no los ojos cuajados de lágrimas o la nariz algo roja, era el aire de infinita desesperación del joven lo que dice que algo muy malo le pasaba. En otro momento tal vez habría alzado la barbilla desafiante en señal de saludo (era un tipito bonitico, se dice de forma maquinal) o un gesto desdeñoso para ponerlo en su sitio. Pero en ese momento no supo qué hacer.

Adrián, parpadeando va a uno de los lavamanos, se moja la cara y sin secarse ni nada, pasa a su lado, como escapando. Joaquín sintió ganas, por un segundo, de interponerse en su camino, deteniéndolo, encarándolo (no sabía para qué), pero dio un paso a un lado y lo vio salir, cerrándose la puerta a sus espaldas. Qué raro… fue lo único que pudo pensar, paralizado por un segundo. ¿Qué le pasaría a ese mariquito llorón?, se preguntó; pero no conseguía llenarse de diversión. Recuerda que una vez en la escuela, pocos años atrás, un grupito encerró a un muchacho en los baños, le habían quitado su short de gimnasia y este lloraba, de rabia e impotencia. Sabía que estaba mal, ahora lo entendía, pero aquello le produjo risas. Muchas. Ahora no. Mientras va al orinal de pared se dice que ahora era un adulto. Sin embargo vuelve la mirada hacia el último de los privados. Había estado allí, llorando. ¿Por qué?

……

Una semana antes de enamorarse realmente, casi rayando en la demencia, Victoria León había pasado una de las peores temporadas de su protegida, afortunada y mimada vida. Y había comenzado, ella podía fecharlo sin necesidad del carbono catorce, en un día que fue muy esperado, y durante el cual fue muy feliz. Esa mañana, una semana antes de la llegada de su destino, había llegado a trabajar temprano, como siempre. Deseaba ser responsable, puntual y eficiente. Debía serlo para agradecer ese empleo, estaba nada más y nada menos que como asistente del arquitecto jefe de la firma (“¿De qué hablas?, eres una secretaria”, recuerda que dijo, desdeñosa, su mejor amiga). La muy perra, reconoció sonriendo. Llegó puntual, altiva y vital. Dentro del ascensor que la llevada a su piso podía sentir las miradas de los hombres. Se sabía hermosa, en ella había algo que hacía volver las miradas. Fuera de su blusa algo ajustada y su falda a medio muslo. Entaconada era un espectáculo, aunque Marina, su hermana, siempre decía:

-Cuando te pones esos zapatos pareces una licuadora toda menada. –y lo decía con llaneza, con esa leve sombra de envidia que le provocaba siempre su hermana menor.

Al salir al pasillo, sonríe al oír los comentarios bajos y uno que otro silbido de despedida. No se vuelve, no lo necesita, pero sabe que sobre su trasero continúan montadas todas esas miradas. No le ofendía. Era hermosa, era vistosa, y le gustaba. Para ella esas miradas eran el tributo que los hombres pagaban a lo que era: una chica en toda la extensión de la palabra. Y no sentía culpas, remordimientos o incomodidades. Era bonita, le gustaba ser bonita y le complacía que otros (los hombres) la encontraran bonita. Punto.

Llega a su pequeña oficina encendiendo todas las luces que encontró en el camino. Encendió radios y computadoras, así como la cafetera eléctrica. Revisó el buzón de voz, los correos y las últimas anotaciones hechas por ella la tarde anterior. Debía hacer algunas llamadas. Imprimir algunos acuerdos y rellenar formularios. Nada muy complejo, pero si importante. Toma el teléfono y se cita con Irene, su mejor amiga de todo el mundo para almorzar, prometiéndole noticias sensacionales. Cuelga y sonríe al imaginar la cara que pondrá Irene cuando le contara el paso que iba a dar con Lino Gómez. Casi imagina sus palabras:

-¿Estás loca? Si tan urgida estás, ve a una de esas tiendas de sexo y cómprate uno de esos enormes…

Sí, diría una pesadez horrible. Pero eso no la detendría. Con aire soñador, imaginando el paso que dará, y lo dichosa que será después de eso, la joven saborea su café. Recibe a su jefe, le tiende las citas y llamadas. No puede concentrarse mucho, pero funciona bien. Y se ve mejor. José Serrano, el hombre sesentón que era su jefe, la mirada entre divertido y algo estimulado. ¡Era tan bella esa muchacha!, por suerte él toda la vida fue un hombre sensato, muy bien casado, Claudia era una esposa maravillosa. Tanto que al saber de una nueva asistente, vino a conocerla dejándose caer por ahí, “como siempre hago”, dijo sonriendo, obviando que la última de esas ‘siempre’ había sido ocho años atrás. A Claudia le encantó Vicky. Sentadas tomando un café parecieron congeniar de mil amores. Y eso convenció a José de que la joven le convenía como asistente. Claudia conocía a la gente, tanto que al ir despidiéndose de él, besándolo en la frente, le dijo:

-Bonita muchacha. Se parece a Sofía, aunque tiene el aplomo y unas ganas de vivir que ni nuestra hija tiene con todo lo animosa que es. Me agrada.

……

Caracas era un horno al medio día. Por alguna razón la temperatura parecía ir en aumento, y ni estar en uno de esos restaurantes al aire libre, en el boulevard de Sabana Grande, aligeraba el calor para las dos hermosas jóvenes sentadas a la mesa. Una era Vicky, reilona, mirando con afecto a la otra, menos llamativa, menos… viva. Irene Sotillo tenía el cabello largo recogido en un moño hecho como a desgana. De rostro alargado y bonito, pero de rasgos como muy marcados, lograba ser interesante pero simple. O tal vez iba mal maquilada, pensaba siempre Vicky, sabiendo que la otra no funcionaba así. Eran amigas desde los siete años cuando se conocieron en el primer grado de aquella escuela grande donde dos niñas dejadas por sus madres podían sentirse inquietas, asustadas o incómodas. Ellas no, congeniaron al primer instante y atormentaron a la maestra con tanta charla. Vicky la sabía cerebral, inteligente… calculadora, pero no pendiente de su apariencia. La creía muy por encima de esas trivialidades.

Y como siempre ocurre, se engañaba totalmente sobre los motivos de su amiga. Sí, Irene era más cerebral de lo que imaginaba, y desde los nueve años, había notado que su amiga era la hermosa y alegre mariposa que atraía todas las miradas. Ella era la… amiga de la bonita del salón. Al correr los años, Irene notó al aire coqueto de Vicky, siempre fiestera y amena. Reparaba en como los muchachos sólo tenían ojos para su amiga, y que pocos reparaban en ella un paso más atrás. Algunos, botados por la bonita, venían a ella por explicaciones, para saber por qué. Más de uno intentó conquistarla de rebote (los muy imbéciles, pensó siempre). Otros habían, como si ella fuera necia, intentado llegar a Vicky usándola de conducto. Amaba a Vicky, pero eso le incomodaba de tarde en tarde. Pero amigas al fin, y se habían aceptado como eran.

Vicky no sabía que ella no se tomaba el trabajo de ‘mejorar’ porque, ¿para qué si nadie lo notaría? A esa conclusión, Irene no llegó de forma inmediata, era algo que fue madurando, creciendo con el tiempo, con cada cosa cayendo en su sitio y lo tomó como otra realidad de la vida. Por eso no le molesta ya notar como los camareros, otros clientes, e incluso gente que pasaba cerca, la miraban de forma claramente admirada. Pero ahora no puede pensar en eso ya que en el momento cuando mordía el pedazo de yuca que acompañaba aquel pollo asado (era raro, siempre comían pollo), Vicky le había dicho lo que se proponía. Casi se ahoga, aunque logró controlarse sin bañarlo todo de saliva ni enrojecer totalmente.

-¿Que tú, qué? ¿Te volviste loca?

-Lo que oíste. Voy a pedirle a Lino que se mude conmigo, que vivamos juntos.

-¿Qué…? -parece no hallar palabras.- Por Dios, ¡estás totalmente demente! Lino Gómez no es más que un pobre imbécil a quien su mamá todavía le da dinero para que se compre la tarjeta del teléfono, y eso cuando ‘se porta bien’.

-¡No digas eso! Es un buen muchacho. Él y yo hemos salidos juntos por tres meses.

-Ay, tres meses enteros, qué bueno, chama, pensé que actuabas sin pensarlo bien. Tres meses ¿y ya quieres que vivan juntos?

-Hay gente que se casa con menos tiempo.

-Y otros que se arrepienten toda la vida con más, esperando que la muerte los libere algún día. –toma agua intentando entender todo aquello.- Mira, sabes que no me agrada Lino por… infantil, pero quien es de cuidado es esa perra que tiene por madre. Ya sabes cómo es. Si le tocas al bebito, a quien seguramente todavía baña y le pone talquito, vas a caer en una lengua viperina más róñica que el agua de El Guaire.

-Me gusta él, no ella.

-¿Y si tus padres se enteran? A tu papá y a tu hermano no les hizo gracia que te mudaras así como así, tú sola. Creo que suponen que… -se atora. Vicky la mira resuelta, tomando de un refresco.

-Puedes decirlo, no es difícil de imaginar. Supongo que creen que ando puteando por ahí con media Caracas, y la otra mitad está esperando turno. –bota aire, no dolida, ni lastimada, sino exasperada.- ¿Cómo pueden creer esas cosa de mí? Digo, son mi familia…

-¿Será porque tu papa te sorprendió en el cuarto de lavado con…?

-Ay, Irene, esa es historia vieja. Pasó esa vez y ya.

-No te volvieron a pillar, querrás decir, porque eso de que fue esa vez y ya, no es así. Yo sé que tú y…

-Basta, mijita, ¿me estás llevando la cuenta? No quiero oír un balance de mi vida. –mira el vaso, buscando las palabras.- Sabes que amo a mi gente. Papá es increíble, mi hermano también, aunque es algo necio. Pero esta es mi vida. –la mira.- Hasta hace dos meses vivía con ellos, me mantenían, me daban lo que necesitaba. Estaba bajo su techo y obedecí sus reglas, porque los quiero y era su casa. Ahora estoy en lo mío. Irme fue duro porque… Dios, cómo extraño encontrar a mamá cada mañana en la cocina, y que hablemos e intercambiemos cuentos de todo el mundo. Extraño no ver llegar a papá por las tarde, no oírlo discutirle a mamá algo insensato. Pero necesitaba mi espacio, hacer mi vida. Quiero vivir bajo mis reglas, hacer lo que quiero.

-¡Y quieres a Lino! –suena a quien oye una locura. La estudia.- Dios, lo quieres para…

-Para no dormir sola. Para no estar sola en mi apartamento. Quiero tenerlo allí, sin ropas, mirándome con adoración, diciéndome que soy bella. Quiero verlo ansioso por mí, esperándome. Y que me toque, me tome y me haga gritar y saltar en la cama. –habla de forma clara, y repara tarde en el camarero, un muchacho, de pie allí, mirándola con la boca abierta.

-No se refería a ti. Y cierra la boca. –le aclara mordaz Irene, dándole un leve manoteo como quien espanta moscas. El chico se aleja y se vuelve a la otra.- Vicky…

-No me digas nada, chama. Respeta mis deseos. Soy una mujer con empleo, gano lo que necesito; con su propio techo, mi vivienda, donde no estorbo y puedo hacer lo que me de la gana sin molestar, ofender o lastimar a nadie. No voy a salir de loca a acostarme con cada sujeto que vea, como parece temer mi papá. No voy a embarazarme del primero en la primera noche. No soy tan idiota, ¿qué mujer queda preñada así? Quiero salir a fiestas, a cines, a restaurantes, a discotecas. A Mérida, a Margarita… sin sentir que dejo mis obligaciones a otros. No voy a empatarme con un vendedor de drogas, un ladrón o un malandro. Eso es cosa de retrasadas mentales. Quien haga eso merece que le estudien el cerebro. Me gusta Lino porque lo conozco, es gentil y amable, y lindo. Sé que no va a golpearme, a gritarme o agredirme… y si lo hiciera lo echaría de mi casa a patadas. Nadie va hacerme eso nunca. Soy la dueña de mi vida.

-Te oyes tan segura de ti, Vicky; tan soberbia y orgullosamente segura. Ten cuidado, manita; no escupas hacia arriba. –advierte, entre molesta y preocupada.

-Por Dios, no pienso casarme todavía, o tener familia. Sólo quiero… -y desvía la mirada, sonriendo soñadora.- …compañía, mimos, caricias, besos, ternura, una mirada de amor y entrega. Quiero, como dice la canción, vivir la primavera que no se queda mucho aquí. Quiero vivirla mientras dura. Ser loca, apasionada, querer y que me quieran. Deseo ilusionarme, enamorarme y soñar como una colegiala cada día hasta que se acaben esos años de beberías como dice mi papá. Quiero vivirlo con Lino. Siento que lo quiero, ¿no puedes entenderlo? Creo que él es el indicado. Qué se yo, tal vez sea mi único y gran amor.

CONTINUARÁ…

Julio César.

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