miércoles, 8 de julio de 2009

EL GRAN DETECTIVE

Sabueso incansable tras su dulce presa…

El salón estaba lleno de agentes y de asomados que venían por los cachitos, y Germán Gutiérrez no podía disimular su orgullo. Todos estaban allí para agasajarlo a él, el gran detective joven que se había transformado en la gran revelación de la temporada. Sentado en el podio oye sobre su valor y su sangre fría a la hora de afrontar los hechos. Recuerda cuando entró en ese cuarto de motel barato, que era de lo último, las rameras, casi todas viejas y cansadas, parecían hombre mal disfrazados. Pero él, joven y con ganas de lucirse, era el primero en llegar a la escena del crimen. Dándose importancia le ordenó al encargado abrir la puerta del cuarto 69 (tan a propósito para esos fines, pensó creyéndose ingenioso). Una vez adentro todo fue un caos.

-Su temple y el dominio de sus emociones fue el detonante para llevar acabo una investigación exhaustiva y científica en medio del caos… -continuaba el comisario jefe describiéndolo.

En cuanto entró en el pequeño cuarto, oscuro y oliendo a moho, se desconcertó, se había quedado pegado al piso. Al bajar la vista notó que había pisado una gran mancha de sangre. Con un alarido, no tanto por pisar evidencia como por ensuciarse de sangre (qué asco), medio dio un salto, resbalando, llevándose con zapatos, pantalón, mano derecha y culo casi toda la sangre. Con un alarido quedo allí, sentado. Fue cuando reparó en el cadáver; un hombre mayor, calvo, cuya cabeza girada a la izquierda, lo miraba fijamente. Gritó poco varonilmente, llevándose la mano ensangrentada a la cara para cubrirse la boca. El olor a cobre lo hizo gemir más, pataleando sobre la sangre, poniéndose de pie, resbalando nuevamente y cayendo sobre el cadáver, derribando dos copas sobre la mesita y haciendo añico los cristales. Su pecho pega del sujeto, su mano desvía el rostro muerto. Cabellos, pestañas, uñas, sangre ajena, caspa y posibles lentes de contacto olvidados por el criminal, quedaron pegados a él, que comenzó a sacudirlos del cuerpo a manotazos y con gemidos ahogados.

-El asesinato cometido contra el concejal Rojas, ese pivote de la comunidad, mientras visitaba a los enfermos, no quedó sin castigo. Su asesino fue capturado por este hombre implacable, de sangre helada, de nervios de acero… -lo señala el comisario jefe, en medio de los aplausos.

Todo embarrado de sangre, como convulso, fue hacia el baño, pegando de las paredes, del espejo, del pomo de la puerta, contaminando las posibles huellas del homicida y dejando únicamente las suyas. Una vez en el baño, vomita copiosamente dentro, sobre y fuera del inodoro, jadeando sin fuerzas, halando la cadena, reparando, tardíamente, en que vio unos condones flotando en las aguas, con posible material genético capaz de llevar al criminal. Con un lloriqueo mira y mete la mano dentro de la revuelta agua, pero ya todo se ha ido. Queda ahí, laxo, indefenso, y es cuando oye como se acercan las sirenas policiales. Dios, ¿qué hacer?

-Hoy honramos a un gran detective…

Corrió hacia la ventana, pero esta estaba enrejada. Debía salir de ahí, y cubrir su rastro, por lo que tomando una toalla caída, previamente llena de sangre, tal vez del homicida, corre a la habitación e intenta borrar sus huellas, pero estaban en todas partes. Jadeando con miedo, ya imaginaba lo que dirían. Decide que lo mejor es huir, escapar al inframundo y vivir con los hombres topos. Con paso rápido llega a la puerta, abre y queda cegado por la luz del pasillo, pero aún así grita alarmado por una imagen aterradora al final del mismo, tal vez la Sayona. Cuando mira nuevamente repara en que se trata de una mujer semi desnuda, con rostro demacrado y pálido, cubierta de sangre.

-Algún día este modesto agente del orden nos dirá exactamente cómo llegó a la verdad, cómo supo quién era el culpable. -invita el comisario jefe, orgulloso, mirándolo.

-¡Fui yo! ¡Yo lo maté… yo lo maté…! -gritó esa mujer al final del pasillo.- Llame a la policía, señor. Yo maté a ese hombre. Fui yo. Yo lo maté con ese cuchillo que está allí…

Julio César.

No hay comentarios: