martes, 7 de abril de 2009

Hola, amigo, siempre hola…

Lo recuerdo bien. Sentí frío cuando escuché la noticia. Al principio intenté creer que no se trataba de él (era absurdo, alguien joven a quien se quiere no parte así), pero debí afrontarlo. Con la piel erizada me quedé quieto en el sillón frente a la computadora a donde acudí en busca de noticias sobre tan terrible tragedia. No sentí dolor, tan sólo desconcierto, no sabía qué pensar. Luego llegó la angustia y la pena. Por él, por mí. Todo era tan absurdo, tan imposible de creer. ¡Heath Ledger, ¿muerto?! Lo habían encontrado solo, a solas se había ido.

Llamé a una amiga, ella estaba mal. Y fue extraño oírlo en la voz de Alicia, como un reflejo de mis propios pensamientos, “¿Cómo estará Jake Gyllenhaal? Pobrecito, debe sentirse tan mal”. No quise decir nada más, un nudo me ahogaba. Ese día fue distinto a todos, trabajé, hablé, hice cosas y creo que nadie notó que no deseaba detenerme, que no quería estar a solas, que buscaba no pensar en nada. Para aquellos que un día fuimos en grupo a ese cine a ver la película de los vaqueros maricones, esperando reír con burla, y encontramos poesía, nos resultaba extraño dar entender aquel dolor, esa sensación de pérdida.

¡Sólo era un actor! Por Dios, ¡era una película! Oírlo costaba, lastimaba y molestaba, pero ¿qué saben los demás? Las cosas de los afectos no pueden describirse con palabras, jamás podremos mostrar en todo su alcance, tamaño y dimensión las cosas que importan al corazón. No a otros ojos. Sólo queda esperar que aquellos que también amaron y perdieron, nos entiendan.

Sigue durmiendo, vaquero amigo, descansa hasta que llegue el momento.

Julio César.

NOTA: La hermosa fotografía la tomé del espacio de Marga. Y alguien de aquel grupo que fue al cine, partió también. En enero. Qué extraño resulta todo.

Basta por ahora, nos leemos después de Semana Santa.

No hay comentarios: