viernes, 17 de abril de 2009

FUSILANDO A UN FUSILADOR

Por fusilar, en Venezuela, fuera de la connotación literal, también indicamos cuando alguien copia descaradamente a otra persona en un trabajo, y debo confesar (porque ya lo saben, de lo contrario ni abro la boca), que caigo mucho en eso. Como empleado público que lleva estadísticas sobre cuestiones sanitarias, cuando me pongo intenso, aburro a los conocidos con los problemas de las distintas zonas de la Gran Caracas, que si cáncer de cuello uterino en la zona de Petare, SIDA que juega garrote en Guatire y Guarenas, desnutrición en los Valles del Tuy. Cosa que pasa justo antes de emborracharme totalmente, y fue en uno de esos momentos de fastidiosa seriedad sobre los problemas del país cuando discutimos un grupo sobre la manera de afrontar dichos males. Fue el marido de una amiga, el de Fátima, quien nos habló sobre un trabajo que había presentado en la universidad, ya que a él le pasó como a mí, después de años de graduados nos obligaron a volver para resolver un problema de títulos. Y él odió eso más que yo. A su vez, el trabajo lo había basado en un reportaje de un distinguido periodista venezolano, Rafael poleo, por lo que digo el fusil del fusilado. He aquí lo que colegí de su trabajo, que se negó a presentar él mismo en mis páginas.

Cuando las universidades de los países serios hacen proyecciones anuales sobre las causas y formas de resolver los problemas en sus países en los años venideros (parece que planifican a futuro, ¡qué bárbaros!), o el rumbo político, económico y social que tomará el mundo en los próximos años (qué gente, Dios), muestran una capacidad de planeación que parece cosa de magia a otras naciones menos previsoras. Es así como en el orden de importancia de los problemas a resolver, los grandes han llegado a la conclusión de dar prioridad a la educación sobre la salud (suena a tontería politiquera, todos dicen lo mismo: lo nuestro es un problema de educación; y sin embargo no hay manera de que resolvamos nada). Cuando se hacen las previsiones de los problemas por atender en cualquier país, el primer reflejo es dar relevancia a la salud sobre la educación, ya que es necesario contar con gente viva y medianamente sana para enseñarles luego a hacer cosas, desde reparar un cohete, a operar un cerebro o a preparar Cuba Libres (no es tan fácil como se cree). Sin embargo, de los newyores nos llega la noticia de que eso ya no es así. ¡Cómo inventa esa gente!

Aparentemente, el hincapié ahora está en poner a la EDUCACIÓN por delante de la SALUD. Sostienen que enfrentar los problemas de salud en primer lugar es una batalla perdida, que la esperanza está en transformar a cada individuo en un guerrero de la salud, fortaleciendo la prevención sobre el tratamiento. Alegan, hasta con lógica, que la sociedad moderna está creando a un enjambre de enfermos en potencia que ni puta idea tienen de que lo son o lo serán. Están los hombres que fuman y exhalan más humo que un tubo de escape en carro viejo, sin haber iodo jamás hablar de los enfisemas o de la relación de la nicotina con los infartos; que toman aguardiente como cosacos después de una invasión (ah, la caña, que rica), sin hacer una relación directa con los accidentes viales, la violencia domestica contra la pareja y los hijos (de ahí nacen los Aníbal Lecter), o con el viejo y cansado hígado enfermo (y de este condenado sólo tenemos uno). Hombres que comen como caballos llevando una vida totalmente sedentaria, que miran con angustia, mientras tragan un pedazo de chicharrón grasiento que chorrea aceite por su brazo, como abultan sus estómagos, sin detenerse a pensar (no se les enseñó cómo) que todo eso va a las arterias, cubre el hígado de grasa y tapa el corazón.

Vivimos en un mundo donde una jovencita no puede llegar a los trece años, y que le crezcan un poco las teticas, sin que salga a la calle creyéndose sobrada, un mujerón que va a comerse el mundo y lo primero es sentir que atrae machos. Y eso pasa por la mente de la niña en la gran urbanización así como en el caserío más miserable, que sale a buscar quien le eche la primera vaina porque ‘ya es una mujer’, comenzando muchas veces un vida sexual activa sin tener noticia ni de lejos de la relación que hay entre una vida promiscua (¿cómo una palabrita tan exótica puede ser mala?) sin llevar un control de la salud de sus parejas, relacionándolo a vainas como el SIDA o los problema del Papiloma Humano. La relación de este con el cáncer de cuello uterino, es algo que ignora totalmente (Dios, ¡cáncer!, eso no se trata ni cura con aspirinas o antibióticos, pero tampoco lo sabe muchas veces). Estas muchachas que se levantan un día no pensando voy a estudiar, tener una carrera, visitar mundo y tener amantes en bellas ciudades internacionales porque soy autosuficiente y puedo encargarme de mí misma, sino diciéndose: “yo puedo levantarme al que quiera, ahí está el malandro ese que no sirve para nada; voy a probar”; no puede relacionar la paridera de muchachos sin control (nunca se les ocurre practicar sexo seguro; no, meten la pata hasta lo hondo) con el agotamiento del cuerpo, con distinta infecciones e incluso con el cáncer ya mencionado. Circunstancia que en muchos casos únicamente viene a acrecentar el círculo de la miseria en grupos donde no tienen ni con que alimentar bien a un muchacho, no hablemos ya de tres, cuatro o cinco. Muchas veces por el ejemplo en casa, lo que fue la vida de los suyos antes que ella, quedan marcadas sin llegar a saber que hay otros mundos.

Asistimos a la cultura de las drogas, ¡las muy malditas!, desde las ilegales a los estimulantes o sedantes médicos, y los esteroides anabólicos con los que tantos muchachos bolsas creen que pueden desarrollar cuerpo y músculos, lamentablemente no más cerebro. Es una cultura donde se les inculca que la marihuana no es tan mala, que las clases chic pueden darse su piquito de coca como una inofensiva diversión en fiestas, vainas controladas de gente sofisticadas (qué tonterías se inventan estos enfermos para ocultar una falla mental y de personalidad). Son jóvenes que crecen al garete, sin una guía, tomando el camino que mejor les parece, creyéndose sobrados, muchas veces cayendo en la franca manipulación de otros que los azuzan a hacer tonterías, o que se aprovechan de ellos incentivándolos a consumir, desde productos de marcas y basura, hasta drogas para fines ilícitos o para que brillen como atletas. Muchacho no es gente, decía siempre mi abuelo, y tanto que lo odiábamos en esa época cuando lo gruñía entre dientes. Pero ahí están, muchos de ellos careciendo de una segura figura de autoridad que sirva de faro cuando tengan problemas, porque hasta el rol de ‘padre, responsable y representante’ ha sido abandonado por una generación necia y no preparada que cree que esos roles deben ser ‘negociados’, vacío familiar este que posibilita la entrada de otras influencias en la vida de los muchachos. En su conjunto es preocupante la psicopatía que va manifestándose dentro de una población joven aparentemente privilegiada como la norteamericana, ¿qué queda en estos lares donde un grupo criminal cree que puede robarse unos muchachos, darle drogas y convertirlos en guerrilla, o carne a la venta para turismos extraños?

Toda esta enorme masa humana que toma por donde más fácil parece, que piensa que le va bien hasta que el cuerpo le echa la vaina con dolores, disminución de facultades o el colapso total, van a conformar un ejercito igualmente enorme de enfermos, de gente que atestará clínicas y hospitales, obligando a que buena parte de los presupuestos de los países, al menos en los países serios donde los lideres no toman la plata para hacer lo que les da la gana como obras en otros países mientras su pueblo muere de enfermedades o hambre, o lo roban mientras el pueblo resiste como puede otro día. Pero los países serios ven como se incrementan los gastos sanitarios, de gastos médicos, los gastos de la seguridad social porque a toda esa gente que sufre, se queja y le duele hay que atenderlos. Lamentablemente para este enjambre de enfermos jamás alcanzaran ni las plazas médicas, los recursos sanitarios ni habrá médicos suficiente; ni alcanzará el dinero para mantener a tantos. Así de simple. Si dentro de un país cualquiera doce millones de personas se preparan para posiblemente estallar más o menos a mismo tiempo, ¿cómo se hace? Siempre la demanda será muy superior a los recursos necesitados. Es aquí donde parece obvia la indicación de las grandes universidades: cortar la cadena donde se forman los enfermos metiendo entre los engranajes la palanca de la educación sanitaria.

Suena fácil, ¿verdad? Hasta lógico, pero no lo es. En muchas partes hay un deprecio increíble por el sentido común, por las cosas que están de anteojito. Siempre se busca la salida extraña, la mágica, la que no da trabajo ni preocupaciones, muchas veces irreal como dejar que todo se resuelva por sí mismo; o por alguna necesidad pedestre se necesita ensayar algo ‘nuevo’ para ser distinto. Y eso cuando no hay desinterés total, algo como: bueno, que se mueran, esos reales lo vamos a enviar en una maleta para que fulano sea presidente de tal sitio (por decir cualquier locura, sin nadie en mente). El problema de este tipo de soluciones, sentase y discutir entre todos qué hacer para romper la cadena, obliga al angustiado a buscar a otros, a pensar, a hablar, tomar notar, discutir y luego implementar, y vigilar que se cumplan ciertas máximas o normativas… y es ahí dónde está el problema para enfrentar las cosas, es ahí dónde mueren las iniciativas.

Vamos a estar claro, es más cómodo, fácil y rico estar sentado en su casa, tomando cerveza, viendo un juego de béisbol, comiendo cerdo, a hacer todo esto, reunirse con los maestros de las escuelas de la zona y expresar que se desea que se tomen cierta medidas en el programa escolar, y exigir que se haga y cumpla. Mientras tanto crece el número de enfermos, de gente que padece y exige atención que no le llega, con barriadas que se llenan de muchachos que sólo conocen el ejemplo de la carajita que es su mamá, y que muchas veces está obstinada de ellos, porque como son cuatro ya no consigue otro marido que cargue con todos; pero lo peor es que muchas veces ya se preparan para repetir el ciclo nada más llegan a los doce. ¿Qué se le hace? ¿Nada? Suena irresponsable, ¿verdad? Es como sentarse y dejar que todo siga como va en el mundo hasta que ocurra un desastre natural real, como un deslave en Vargas o un tornado en Nueva Orleáns, y chilar que se debió hacer algo para detener el deterioro ambiental. Y sin embargo, eso hacemos, es decir: nada. Nunca es nuestro problema, eso tiene que resolverlo 'otro’; para eso están los dirigentes y los políticos (sí, cómo no).

Bueno, si nos sentamos sin hacer ruido ni llamar la atención, otros se alarmarán y algo harán. O esperamos que lo hagan; pero silencio, que no nos vean o nos llaman y nos obligan a tomar la responsabilidad de nuestras vida. Qué fastidio…

Julio César.

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