jueves, 23 de abril de 2009

DE MIEDOS Y FOBIAS

Hace algunos domingos desperté tarde después de una noche de juerga por una cena en casa de amigos que terminó en fiesta. Fui acompañado y con ella regresé al apartamento. Al día siguiente despertamos casi a las nueve, lo que se sintió bien; y después del café (sin hambre todavía), regresamos a la cama y vimos algo de televisión para apartar la flojera. Sintonizamos el canal AXN donde transmitían uno de sus buenos seriales. Un grupo del FBI perseguí a un demente que mataba a sus víctimas prácticamente de miedo. Utilizaba sus temores para torturarlos y luego asesinarlos. Era realmente cruel, sádico, pero lo más inquietante era que, pensándolo en frío, algo así podría ocurrir en la vida real. El caso fue que en dos de los asesinatos, mi ‘novia’, quien trabaja en salud, dijo que era absurdo, que nadie podía ser asesinado de esa manera. Estuve de acuerdo, pero más tarde pensé que en nuestro análisis no tomamos algo en cuenta: el verdadero rostro del miedo.

Todos hemos sentido temor más de una vez. Un carro que se nos viene encima, un humo saliendo de una habitación, alguien que nos sigue por una calleja larga y solitaria (pregúntenle a cualquier caraqueño). ¿Qué puede haber más aterrador que un teléfono sonando a las dos o tres de la madrugada? Siempre se piensa lo mismo: un muerto, alguien murió, alguien cercano; y en el corto tiempo que cubrimos la distancia hasta el teléfono, nos imaginamos todas las combinaciones posible y no sabemos cuál es peor. Pero tener algo de miedo no está mal. El miedo es una alarma del cuerpo que nos advierte que estamos frente a una situación potencialmente dañina tirando a catastrófica; tal vez es ese remanente del instinto, atrofiado en nuestro caso, que les avisa a los animales del peligro. ¿Un carro casi te arrolla porque cruzas la avenida hablando por teléfono o pensando en qué comerás?, fíjate mejor la próxima vez. Y es cierto, el recuerdo queda. La lección se aprende.

Pero ese es el miedo, una sensación desagradable donde se disparan todas las alarmas para que nos pongamos en guardia; las fobias son distintas, es el miedo a la enésima potencia, el temor patológico e irracional a situaciones o eventos que otros consideran pueden afrontar fácilmente, pero donde el fóbico siente que se ahoga y cae inerme. El temor visceral a los espacios encerrados, el miedo al agua, a las alturas, son temores conocidos. En buena medida todos las compartimos, pero podemos afrontarlo con racionalidad. Personalmente les tengo un asco incurable a las cucarachas (a las grandes, no la las chiripitas), ir por un pasillo y que alguna venga volando quién sabe de dónde y me corte el paso, me paraliza por segundos. Me parece que si me muevo o algo, el animalejo se me arroja. Y pensar que me pueda tocar es algo que no puedo ni imaginar. Pero al momento uno sabe que, o le da un zapatazo o sí se está cerca de la cocina se va por un aerosol, y terminamos con esa fuente de inquietudes. Los que padecen fobias no, no pueden razonar, cuantificar. Se entregan totalmente al pánico y ya no pueden ver nada más. Atacados de miedo una persona puede enloquecer temporalmente y correr hacia la fuente de peligro, o caer en estado casi catatónico, doblado sobre sí, deseando confundirse con la tierra o el medio ambiente, incapaz de controlarse.

En la serie en cuestión, el demente induce a un joven a entrar a un lago profundo para ayudarlo a vencer su miedo al agua, enfrentando el objeto del temor (morir ahogado), pero el sujeto, una vez sumergido el otro, le quita el apoyo que tiene. La víctima pataleó y gritó, entregándose al pánico (cómo suplicó ayuda a su verdugo). Claro que se ahogó, porque no pudo vencer el miedo paralizante que no lo dejó razonar. Todo el que ha estado en una piscina profunda, o un mar en calma, sabe que basta acostarse de espadas, estirando totalmente el cuerpo, intentando que cabeza, hombros y pies sobresalgan, y se tiene una buena oportunidad de flotar durante mucho tiempo. En casos de peligro, hasta que alguien llegue y ayude. La posición ofrece una amplia zona de resistencia a la superpie del agua, a menos que se lleve pesas o rocas o algo así en los bolsillos. El asesino, en la serie, no intentó hundirlo, simplemente se dedicó a verlo sufrir y morir.

El otro asesinato trataba sobre una joven que temía ser enterrada viva; aquí el falso médico la arrojó a un pozo y comenzó a lanzarle tierra (como parte del tratamiento de curación); pero el hombre pensaba asesinarla sepultándola. Ella gritaba y suplicaba, pero dejaba que pasara. Estaba allí, metida en un hueco, quieta, mientras él vaciaba bolsitas de tierra sobre ella. Una persona normal sabe que si te arrojan tierra o arena, a menos que sea muy fina, es posible dejar que se vaya asentando en el fondo, intentando mover los pies como escalando para formar escalones o apoyos naturales que ayuden a ganar altura mientras esta cae. Claro, si a uno le arrojan una palada mecánica de tierra no hay caso, quedas sepultado de inmediato; pero este arrojaba tierra con lentitud. Por eso a mi amiga no la convenció nada de eso, sin embargo…

Pensar en flotar sobre las aguas, o escalar y moverse para ‘subir’ sobre la tierra que cae, es un acto de pensamiento racional en medio del peligro que una persona con fobias no puede ejecutar. En sus cabezas todo es rojo, todo es peligro. Una persona así ya no es dueña de sus actos; y repito, o cae postrada ante aquello que puede destruirlo, o atacará de forma descontrolada, como la rata en la ratonera. Debe ser extraño tener tanto miedo, ¿verdad? Todo aquello que te haga perder tus capacidades mentales, de raciocinio, de ser humano, debe ser una tortura. En cuanto a la tortuosidad de la gente en tal situación de peligro, una vez hablando un grupo de nosotros sobre qué haríamos para salvarnos en un tercer piso si hay un incendio, un amigo dijo: yo dejo que llevados por el pánico muchos se arrojen por un balcón, y después trato de caer de nalgas sobre algunos para que amortigüen. Eso es pensamiento racional… de algún tipo.

Julio César.

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