sábado, 29 de noviembre de 2008

EL 2000

Así es más rica la vida…

Lamento parecer algo necio y maniático, pero siempre me ha parecido que cualquier actividad, sea leer, escribir, pasear, hablar, pensar, debe llevar consigo un fin, un propósito. Una meta, pues. Aunque no se me mal interprete, puedo ser bien vago cuando me lo propongo y hacer cosas simplemente por hacerlas… o no hacerlas. Sin embargo toda vida debe tener utilidad, como la de aquel que siembra una planta que luego será enorme, dará oxígeno y sombra bajo la que otros se cobijaran en un momento dado; o el que levanta a una familia donde existe el deseo de superación, de ser mejores, de visitar mundo, de conocer lo que fue antes que ellos, de vivir mejor de lo que se vivió antes. Creo que a eso le llaman transcender, y es un concepto bonito. Aquí, como una introducción, me voy con unos comentarios sobre cosas que me preocupan, que me afectan… y que me arrechan. A estas altura de la vida, toda persona mayor de veinte años debe saber, o sospechar, que los problemas de su comunidad, del mundo, no pueden ser dejadas en manos de los políticos, porque al parecer, y que Dios me perdone por ser tan mal pensado, estos muchas veces sólo piensan en su conveniencia… cuando no son personas rematadamente inútiles. Peor, hay locos que no lo parecen hasta que se sientan en una Silla con poder, y luego la riegan. Pero comencemos hablando del año dos mil…

El 2ooo, fue particularmente esperado por muchos, entre ilusiones y temores. Parecía un número grande, redondo… casi misterioso. Hacía pensar en casitas en la Luna, las que estaban debajo del mar o las colonias en Marte; pero también en desastres y desgracias. El fin del mundo, motivado por un sin fin de variantes, era algo que alarmaba a mucha gente, y no sólo en el Tercer Mundo, aún en la poderosa Norteamérica o la culta Europa. Eran miedos de las masas, los atávicos, los que cada uno guardaba en su cabeza o su corazón, y estos eran universales. El fin podía ser por una peste, una hecatombe nuclear, un desastre atmosférico que desencadenaría terremotos, maremotos y tornados. Incluso se hablaba de objetos que podían caer del cielo, al parece estamos cruzando una zona del espacio particularmente cargada con todo rastros de rocas, y la Tierra pasa por ahí como perro en cancha de bolas criollas, esperando en cualquier momento el perolazo en la cabeza. Hercobulus aterrorizó a muchas almas sencillas. Nada de eso se cumplió, pero ya anda un grupo por ahí con un libro que habla de un planeta rojo que se acerca a la Tierra, el cual hay que comprar si queremos saber cómo salvarnos. Dios, había prometido no burlarme más de los místicos…

Hay un aspecto de la llegada del dos mil que me inquietó como empleado publico destinado a llevar cifras, cuentas y estadísticas sanitarias, que ahora no se pueden, las cantidades que anuncia el Gobierno, no digamos que son inventadas, pero eso se le parece mucho; ahora debo trabajar únicamente con cifras pasadas. En los años previos al singular número, las Naciones Unidas todas se había abocado a la exitosa culminación de un programa de gran alcance en tiempo y lugares, destinados a combatir las enfermedades productos de la desnutrición, algo que se llamó LA CARTA DE OTTAWA, que debía mostrar todos sus triunfos en el dos mil. Pasado siete años ya es posible medir en todo su alcance el fracaso (¿fracasó un plan implementado por la ONU y sus líderes? ¡No puede ser!). No sólo no se redujeron dichas cifras, atacando sus causas, sino que no se ha tocado ninguno de los otros problemas que le van aparejados, obligación también de las Naciones Unidas, como era la reducción de armas, no solamente las de destrucción masiva, y una efectiva disminución de la contaminación ambiental.

¿No es curioso como fallamos siempre en cuestiones importantes? Por suerte al fracaso no se le dice así, no a nivel de la ONU al menos, y a nadie le interesa mucho tampoco el tema. ¡Es tan aburrido pensar en problemas! Claro, un tornado en Sumatra es un asunto feo, pobre gente, pero pasa a cada rato y ya nos acostumbramos. Un hermano mío comentó en estos días, ¿y por qué esa gente no se va de ahí? Este hermano mío, Miguel, es así, muy folclórico. Recuerdo una tarde que estábamos en casa de nuestra madre, sentados a la mesa él, mi hermana Luisa y yo, comiendo. Eran granos muy sabrosos con carne de cerdo, unos bistecs a la plancha, ensalada de pollo, mucho aguacate y jugo de naranja. Él repitió… y pidió un tercer plato. Yo le dije, ¡muchacho! Luisa le preguntó si no sabía que había mucha gente muriéndose de hambre en el mundo. ¿Saben qué contestó?: Hummmju, y por qué no se vienen para acá para que coman.

Es realmente una pena que los problemas no puedan solucionarse así, tan fácilmente, con tan sólo cambiar de dirección, como piensan tantos que hacen un desastre de la zona donde viven y creyendo que mudándose dejarán lo que son y lo que provocaron atrás. Lamentablemente tampoco hay soluciones rápidas o sencillas a estos problemas (no, no se vayan todavía). Aunque la desnutrición, la pobreza extrema y la violencia sean problemas localizados, focales, estos son universales, aunque los grandes países quieren desentenderse del asunto. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que las diferentes ligas de países y presidentes no sirven sino para reunirse, firmar papeles huecos que dan una falsa sensación de que algo se hace, que se sacan fotos, discuten, chismean y se atacan por allí uno que otro para mostrarse más en plan de farándula que de estadista. ¡Y con el realero que gastan en esas cumbres!, la cosa es eso, cumbre. Las Naciones Unidas han ido quedando relegadas, como lo será finalmente la OEA en su triste papel de incapaz para sostener reglas claras, justas y equilibradas que protejan a los americanos como ciudadanos de los regimenes políticos. ¿Para que le sirve a un perseguido político, que languidece en una cárcel y su familia, amigos y conciudadanos, la existencia o no del Secretario General o toda la OEA? ¡Para arrecharse! Y este, el señor Insulza, es increíblemente inepto, casi criminal en su negligencia.

Aunque es posible encontrar gobiernos locales capaces y responsables que deseen afrontar cambios y dar soluciones, el político en sí está controlado por las urnas. Un político no puedo sencillamente mandar a la gente a bañarse y que dejen la pedidera y se pongan a trabajar, o “pierdo a mis electores y me jodo”. A un candidato a una gobernación en Venezuela, Enrique Mendoza, se le ocurrió como slogan de campaña: trabajo, trabajo y más trabajo… y así le fue. Por otro lado, un buen gobierno puede terminar y llegar otro que no sirva ni para limpiarse la nariz con un dedo frente a un espejo; en Latinoamérica el espectro está muy copados de esa fauna de oportunistas gritones de la internacional socialista, con su ya más que demostrada incompetencia, siempre cazando un descuido de los ciudadanos para echar la vaina. La solución, aunque más difícil que encontrar o elaborar una piedra filosofal, es que los ciudadanos tomen conciencia a nivel de su región, de su calle, de su urbanización, y adopten medidas sencillas para encarar los tres puntos básicos de problemas mayores, tres desequilibrios suficientemente conocidos:

-Los sanitarios.

-Los sociales.

-Los ambientales.

Tendrá que ser la gente común la que tome el control de la situación y diga: hasta aquí, esto hay que resolverlo. Y no es tan complicado, las soluciones ya están establecidas (educar y trabajar, producir y ahorrar), serían baratas económicamente hablando, y de simple sentido común, sin embargo eso oculta el principal problema. El sentido común no es tan común como muchos creen. Y encontrar a alguien que quiera reunirse con otro para discutir el futuro de su ciudad es casi tan complicado como encontrar a dos personas que hallan atestiguado un mismo hecho y lo cuenten de igual manera, como lo sabe todo el que haya pertenecido a una junta de condominio (Dios, qué infierno). Ah, las cosas que he hecho yo mismo escapando de ellos, aunque sé que a la larga el no hacer nada me perjudica en mi edificio. Por nuestro bien, esperemos que surja la gente responsable que quiera tomar sobre sí el peso de estos problemas, sin deseos de figuración, sin que necesiten llenar un vacío patológico de protagonismo.

En alguna parte leí hace tiempo que el noventa por cierto de todas las ideas que mueven al mundo proviene de un diez por ciento de la población, que el resto es relleno y se conforma con que la dejen en paz en su vida de cabeza metida en la arena. Supongo que en lo tocante a la responsabilidad de luchar, echarse un problema a los hombros y trabajar para resolverlo, así lleve años, también recae sobre un número igualmente reducido. Que lástima que no seamos para trabajar como lo somos para opinar sobre el cómo deben hacer las cosas los demás. Pero en algún momento la gente común, el ciudadano de a pie, el pela bolas como decimos aquí, tendrá que botar aire, enderezar los hombros, echar la cabeza hacia atrás como diciendo “por qué yo, Dios”, y tomar la responsabilidad de pensar en su futuro, el de sus hijos y sobrinos, el de sus amigos y su país, de forma local, sin pretensiones de salvar el mundo. Como gente normal, pues…

Julio César.

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