miércoles, 15 de octubre de 2008

LINA RON

En los comienzos de este largo y tormentoso Gobierno, dos de mis chavistas preferidas eran Lina Ron e Iris Valera, líder social una, diputada de la Asamblea Nacional la otra; pero eso no duró mucho. Uno podía admirar a la señora Ron por ser una mujer frontal, directa, que soñaba con un cambio de justicia social. Al parecer con lograr que ella llegara a los privilegios, bastó, la misión de su vida ya estaba cumplida, todo lo demás, sobraba. Esta pintoresca mujer, con estudios, preparación y cierta edad, con lo cual no puede excusarse diciendo que no sabía, proviene de una tendencia ideológica inesperada al ideal izquierdista, del Social Cristianismo. Al parecer, las mentalidades menos claras, menos sanas, salieron de allí, como prueba la larga militancia de los padres del mismo Presidente, los Chávez Frías, en el partido fundado por el viejo patriarca de la democracia venezolana, Rafael Caldera.

Lógicamente no puede acusársele, rechazársele o condenársele por militar con cierta idea política o postura ante la vida, pero esta misma postura es la que debe ser combatida. Ella no ve nada de malo en que un sector de la población se arme para defenderse del otro, que no cuenta con armas, por mucho que ella diga que sí, intentando engañarse para justificar sus excesos. Considera que apalear, aplastar y destruir al enemigo, es necesario para la sobrevivencia de la revolución que traerá paz, prosperidad y felicidad… así sea sobre los muertos y la miseria de un país destruido por una gerencia voraz e incompetente. No mide que habla de personas que simplemente dicen no estar de acuerdo con cierta forma de dirigir el país, donde un Estado todopoderoso, en manos de un sólo hombre, intenta ordenar al resto qué comer, qué vestir, qué marca de harina pan usar, qué leerán los hijos, qué aprenderá y qué deberán creer o pensar; como si dueño de vidas y destinos fuera y no un simple hombre que podría estar demente o ser un psicópata peligroso. No, ese sistema de imposición, de “tú harás lo que yo te diga, carajo, o te mueres”, es maravilloso, eso es perfecto, y todo el que se oponga debe ser apaleado. Es de este punto de donde proviene cierto desprecio ante la doñita, uno no sabe a estas alturas sí defiende una idea, un proceso de cambio donde ella sinceramente ve mejoras aunque no se pueda nombrar un sólo problema que se halla resuelto o simplemente aliviado, y que no halla empeorado; o si simplemente defiende con garras y colmillos el poder que ahora saborea.

Si es por el uso, disfrute y costumbre de gozar de este poder, ¿en qué se diferencia esta señora de Cecilia Matos, amante y barragana toda poderosa de Carlos Andrés Pérez, quien con su naturaleza rapiñezca hizo zozobrar su segundo gobierno; o de Blanca Ibáñez, secretaria y luego mujer de Jaime Lusinchi, quien era reverenciada, consultada y mandaba más que este, cuando gozaba manejando el poder tras bambalinas? Ninguna. Sin embargo falta la sinceridad para decir, “no lo suelto porque lo estoy gozando yo”. El problema, y lo que más arrecha, es que intentan convencer que lo hace todo por unos pobres a quienes no les asegura trabajo estable, beneficios y pensiones, en un Gobierno que va para diez años con mayoría siempre en la Asamblea y no le ha dado la gana de sancionar las leyes de seguridad social, ni vivienda, salud o educación; claro, no por culpa de ellos, como grita la señora Ron al enfrentársele con su incompetencia, sino de los otros, de los oligarcas, los escuálidos, de Bush, los marcianos o Dios.

Sin ocultarlo, porque al menos eso hay que reconocérselo, la mujer plantea el uso del sistema cubano, donde cada sujeto es prisionero de su miedo, de sus carencias, temeroso de hablar con el vecino para exigir entre los dos, porque no sabe si es un sapo del régimen que lo delatará, siempre asustado que le retiren la poca comida al que un sistema brutal lo ha condenado al destruir toda fuente de producción. Temeroso del sapo llamado Comisario de la Revolución, de que no vaya a encaprichase con su rancho porque lo pintó, o de la hija que está echando tetas porque puede intentar abusar, y si es repelido puede denunciarlo ante un comité donde una mujer como ella, Lina, diría quién vive y quien muere, jamás yendo contra un camarada, no vaya a ser que el Déspota la desautorice desde Miraflores y quite el poder, uno sin el que ya no sabe cómo vivir. Ella no ve nada malo en las ciudades y poblados cercados con gente con tubos, palos y armas, conteniendo y encarcelando a todo un país, porque ella está segura de que será una de las carceleras, en su mesa no faltará jamás nada, nadie entrará en lo que es de ella para invadirlo, argumentando un derecho de uso, necesidad o pobreza, en medio de un país donde hay gente que hace lo que sea para no trabajar de sol a sol, pero que sí es muy conciente de que tiene ‘derechos’.

Secuestros y asesinatos se suceden a lo largo y ancho de esta pobre república de quinta, siendo los ‘pobres’ los más amenazados, pero eso no impresiona a esta luchadora social, ya que jueces, fiscales y policías deben estar para detener a los ‘conspiradores’ que intentan acabar con una revolución maravillosa declarando en televisión. Que no aparezcan el aceite, leche o azúcar, que deba comerse lo poco que son capaces de traer o presentar después de casi diez años, cuando hasta el peor gobierno de la llamada cuarta república podía cubrir esas necesidades, no le quitan el sueño a esta doña quijota. Todo se debe a ‘ellos’, la culpa es de ‘los otros’, personalmente ella no tiene culpa ni responsabilidad en nada. Ella está muy ocupada, pregonando las bondades de un régimen que le asegura a ella una buena cuota de beneficios personales.

Esta defensora de la nación, de su soberanía y su gente, no siente que deba explicar, tal vez ni ante ella misma, cómo es que el Gobierno tiene que regular las clínicas privadas para que los pobres no mueran por falta de atención, si Venezuela lleva nueve años mandándole chorros y chorros de dólares a ese viejo vividor, Fidel Castro, porque este iba a enviar médicos y cada dispensario iba a convertirse e una mini clínica donde no faltaría nada. Seguramente cuando oye que no hay azúcar, se arrecha y grita que es por culpa de los productores, sin sentirse obligada a responder cómo si hace seis años se invadieron tierras productivas y los cubanos llevan seis años manejando centrales azucareras. No, seguramente no se cuestiona, no se pregunta nada a sí misma, porque es incómodo, es mejor gritar y repetir lo que el Déspota anuncia como excusas a todas sus necedades. Pero también porque no se puede, no es prudente pensar con cabeza propia si se quiere vivir de la teta del Estado, fingir que se es orate es preferible.

Hace tiempo, en unas elecciones pasadas, un grupo apoyado por ella, los TUPAMAROS, un grupo patético de gente que vive en sus mentes, o finge creerlo, cambios que no se dan en ningún lado, o por lo menos ninguno que se pueda decir: sí, esto estaba mal, pero mira, mejoró, pero que manejan armas e intimidación, denunciaron un fraude en esas elecciones. Gritaron que protestarían y exigirían y que se cuidaran de ellos, y esto y aquello, pero cuando el Déspota habló, temblaron, estafados quedaron, y no les quedó más remedio que decir que ellos no habían amenazado nada, sino que eran inventos de los medios. Ese día se tuvo el cuadro completo de quiénes eran los TUPAMAROS y la señora Lina Ron, puros habladores de paja; lo que ahora viven, es sólo el tiempo que el dinero de todos los venezolanos que miran impotentes como se despilfarra, les compra.

Hubo un día cuando Lina Ron pareció una mujer clara, diáfana, honesta; muy pronto se le vieron las costuras… Hay quienes todavía sostienen, como Rafael Poleo, una voz autorizada en este país, (él sabrá por qué lo dice), que Lina es una mujer honesta; de ser así, los crímenes, excesos y sangre que ha debido asumir como un deber para con el proceso, serán su castigo. Es posible que una mujer semejante se vea sometida a raros ataques de conciencia; y es muy posible que espere que realmente, no exista algo como un Dios. Y no es poca cosa semejante carga, pero fue una que ella montó, complacientemente, sobre sus hombros: ver morir cada día más y más gente de la clase social que juraba defender. La medida de su fracaso es tan grande que eso debería bastar para que pague sus culpas, pero la sangre también debe ser cobrada ante las leyes.

Julio César.

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