domingo, 19 de octubre de 2008

EL CÓDIGO DA VINCI

Cada vez que me reúno con un grupo de amigos la pregunta siempre sale a relucir a pesar de haber transcurrido ya cierto tiempo desde el éxito del libro: ¿qué opinas tú de El Código da Vinci? La verdad es que no me gusta mucho opinar sobre libros cuando estos le han gustado a tanta gente, ya que cuando uno discrepa, te caen encima. Nunca he entendido ese afán de las personas que preguntan algo, a veces con insistencia, pero que en verdad no quieren oír tu opinión real sino que esperan que coincidas con ellos. A estos siempre les digo que si no les gusta lo que otros piensan que no pregunten nada. Sin embargo, son mis amigos, y a las amistades como a la familia, uno puede decirle lo que realmente piensa sin mucho riesgo a una lesión física o mental. En dos platos, El Código da Vinci no me gustó.

Comencé a leerlo con muchas expectativas. Había oído sobre la dichosa polémica que encendía, pero en líneas generales me había resistido a saber mucho, así que cuando comencé a leer el libro tenía buenas perspectivas de distraerme mucho. Pero el libro, en mi modesta opinión, no tenía salvación. Creo que lo único que lo ayudó a no pasar sin pena ni gloria fue cierto ataque de la Iglesia, ¡que error cometieron! Aunque a decir verdad hay gente que cree cualquier cosa, por absurda o fantasiosa que pueda sonar, peor, sin que se les muestren pruebas reales; tal vez eso preocupó en El Vaticano, del resto no veo explicación.

Lo primero que me disgustó fue su planteamiento lineal, directo, sin recovecos de emoción, sin margen para la sorpresa, para lo inesperado. El libro era terriblemente predecible, antes de que terminara cada capitulo podía trazarse a grandes rasgos lo que ocurriría después. El personaje de el Maestro no pudo ser esbozado de peor manera, ni sus intensiones. Cuando en la trama aparece el erudito enemigo de la iglesia, ya uno sabe que se trata de él, ya que el autor ni siquiera introdujo una cantidad mínima de personajes que hicieran sospechar de este o aquel. Le habría bastado con hacer notar en uno que otro párrafo que el antiguo Papa, el polaco, no estaba aquí o allá en tal momento, desorientado por el parkinson, para que el lector imaginará: ¿será él el Maestro que ha enloquecido por la enfermedad? No, no se toma el trabajo de hacer nada de eso y la trama se vuelve predecible, lo peor que puede ocurrirle a un escritor. Los personajes no vienen de ninguna parte, sólo están allí de un momento a otro.

Lo segundo es que no se molesta en presentar ninguna prueba, aunque sea halada por los cabellos que apoyen sus teorías, aún oscuros textos que hablen sobre una posible relación entre Magdalena y Jesús de fuentes no seudo religiosas. De la figura histórica de Jesús, fuera de la Biblia, hay dos menciones que vienen claramente, una de un tal Josefo algo, historiador judío romano no partidario del Mesías aquel, que habla de “la muerte de Santiago, hermano de Jesús”. Otra es de un historiador romano que al hablar del incendio de Roma, acusa a los cristianos, “los seguidores de un tal ‘Cresto’, esclavo judío, muerto en tiempos de Tiberio”. ¿Muestra el autor algún texto que apoye su tesis, aún en la abundante bibliografía judía de los dos primeros siglos? No, no lo hace, porque, imagino yo, al principio sólo quería escribir una novela, no pensó que se vería envuelto en dudas universales movidas por personas poco reflexivas y dadas a creer cualquier cosa. Me parece que sin darse cuenta siquiera, el señor Dan Brown fue creyendo en su propio cuento, por lo que se le ve en programas de televisión defendiendo argumentaciones hechas por otros, incluso aquella de que la iglesia antigua falseó datos y destruyó el nombre de la Magdalena para no manchar el de Jesús, y, de paso, para echarles una vaina a las pobres mujeres.

En este punto hay que decir que la Biblia no se muestra especialmente despiadada con las mujeres, o no más que toda la antigua literatura del Medio Oriente, donde mujeres como Rut y Esther, toman estaturas casi sobrehumanas llevadas por su piedad y devoción. Por no hablar del gran amor que se le tiene a la virgen María, la gran madre de Dios. Pero volvamos a los datos falseados. El señor Brown quiere que creamos que el cristianismo fue una religión dominante desde el mismo momento de la muerte de Jesús, que sus jerarcas podían borrar y reescribir la historia toda sin que chocara con otras fuentes, la judía por ejemplo. Dos puntos conspiran contra eso. Los Rollos del Mar Muerto, que con pocas variables habla de una historia bíblica con pocos cambios en esencia, lo que dice mucho de la forma literal de transmitir sus recuerdos de esta nación; y el dominio de la jerarquía eclesiástica judía, el poderoso Sanedrín que se habría dado banquete gritando a los cuatro vientos: miren, el tal Jesús no era ningún Dios, o hijo de Dios, a menos que fuera del dios Zeus, ya que el tipo tenía una mujer y una hija que viven en tal sitio.

Hay que recordar que la esencia del Dios judío, inmaterial, todo poderoso, era diametralmente distinto al Zeus o su otro yo, Júpiter, quienes se encaprichaban con muchachitas y bajaban a copular y tener sus semidioses. Para acabar con la divinidad de Jesús, al Sanedrín le habría bastado simplemente presentar en sociedad a la mujer e hija. ¿Conspiró el Sanedrín para elevar a Jesús a la categoría de Dios? ¿Eran tan astuto los seguidores de Cristo que lograron ocultarla para que nada estorbara al nombre del Hijo, pero tan envidiosos que la destruyeron moralmente para que no compitiera con ellos? ¿Qué papel jugó María en todo eso, era la abuela perversa de Cuna de Lobos, la vieja del parche en el ojo capaz de todo para proteger a su hijito? Y esto me lleva al punto tres…

El autor lo dibuja de lado, lo trata como sin querer, sin atreverse en ningún momento a entrar en honduras, cuando ataca la divinidad de Jesús y del mismo Dios. La cuestión tiene que abordarse en un libro como este si vas a especular que Jesús y la Magdalena tenían su apartamentico en Hebrón, calle Herodes, piso dos. Un libro como este debe responder al final sólo una de dos maneras: si era el cuerpo de la Magdalena lo que protegían todos esos tontos en lugar de hacerlo saber al mundo, ¿significa eso que es real todo lo que se especuló? Sí es así, entonces Jesús de Nazareth no era el Mesías, aquel que fue profetizado a Abrahán por una Voz desde los cielos que no necesitaba un cuerpo para respirar, sentir hambre o acostarse con alguien. Y si Jesús no era el Mesías sino un hábil charlatán, ¿aún estamos esperando se cumpla la Promesa? ¿O la Promesa de la Descendencia no se cumplirá porque no hay Dios realmente?

Por el contrario, si no era la Magdalena, la controversia termina, como en la película El Cuerpo, argumentalmente muy superior a este panfleto aguado, cuando te mantienen en una duda dolorosa, inquietante, ¿era ese cuerpo con señas de cruxifición encontrado en una tumba anónima el de Jesús de Nazareth? ¡Vaya trama!, aunque a lo último se salen por la tangente con un final clásico. Pero el señor Dan Brown no hace ni una cosa ni otra, no dice es la Magdalena, el Jesús divino es puro cuento, o no es ella y el dichoso Código no existe. Y así como no se molesta en debatir, en presentar argumentos que puedan tomarse como algo tangible a lo que asirse para investigar (como diciéndose: ya, con esto tendrán los muy tontos), deja todo en el aire. Lo sorprendente es que hay personas para las que tales especulaciones, tibias y desabridas, les bastan para ‘dudar’.

Por último están los errores tontos de argumentación. Primero lo del monje del Opus Deis, organización semifascista y hasta nazi en su concepción, es verdad, pero que no sostiene monasterios ni conventos, por lo que no cuenta con monjes. Lo del anciano curador en el museo, a pesar de estar herido de muerte, ¡sabe que morirá!, le da tiempo de montar toda una elaborada escenografía, con claves secretas y todo, pero no se le ocurre decir me mató Teodoro. Lo otro son detalles como la fuga del museo, o cuando en Inglaterra bajan del avión aunque las autoridades tenían expresas ordenes de detener a todos en ese aparato, máxime si llevaban un prisionero.

De verdad no ataco este libro por prejuicioso, por religioso (válgame), ni por envidioso como dicen algunos. Lo que pasa es que el libro me pareció… aburrido. Era lineal, predecible, falto de credibilidad y mal dibujado. Hace ya como veinte años leí una novela de Robert Ludlum, una novela, él no tenía pretensiones de historiador, o de ‘conocedor de la verdad’: El Enigma de Parsifal. Ese libro era increíble, absorbente, sorprendente, casi desconcertante. Mientras uno leía de los ataques, violencia o crímenes de grupos como la CIA o la KGB en Atenas, Roma, Paris, la cosa parecía verosímil. Los personajes estaban dolorosamente demarcados. Todo el libro era bueno, sin pretensiones de ‘verdad’, y sin embargo resultaba creíble. Un libro debe ser así para ser ‘bueno’.

En fin, imagino que a cada punto que rebatí, habrá quince que opinen y hasta puedan argumentar lo contrario, no soy docto en religión ni en documentos secretos; como a muchos me gusta especular sobre sí existe Nessie, o los hombres de las nieves, o los vampiros, pero lo dudo. Sin embargo habrá quienes lo crean a pie juntillas. Pero esto es lo que pienso y, en fin, quienes tienen más de treinta ya deben tener la capacidad mental suficiente para ‘saber’ qué les gusta, o en qué creerán. Sólo a los quince o dieciocho se permite que un joven crea hoy al ver luces sobre un río en marcianos aterrizando, y mañana en viajes astrales a otras dimensiones que se abren allí, para creer luego que son trucos de superpotencias que quieren dominar al mundo y tienen una base en el río. O creer en todo. Es sólo un joven y puede creer muchas cosas.

Con el paso del tiempo me gusta pensar que llega algo de cordura, aunque viendo un canal retro del cable, disfruté en estos días de la película Las Siete Caras del Doctor Lao (una visión realmente ofensiva de los chinos, pero eso es cosa aparte). En la escena de la feria, cuando la mujer entra con el adivino, este sólo le dice cosas deprimentes, y no olvido cuando ella le pregunta si volverá a casarse. Con voz ausente le respondió: no, el amor ya no llegará a su vida, morirá y nadie la recordará, envejecerá sola, cada vez más vieja pero no más sabia… más viejo pero no más listo. ¿Verdad que suena horrible?

Julio César.

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