lunes, 8 de septiembre de 2008

UN DÍA, MUCHOS AÑOS DESPUES…

Hace tiempo, en uno de esos blogs a los que tanto me aficioné llevado por amigos, sobretodo por Fátima, a quien la película le pegó duro desde el primer momento (un día les contaré cosas sobre ella), leí una linda historia, escrita por no recuerdo quién, tal vez era EL PUTO JACK TWIST, o UN ANGEL, pero no estoy seguro. Los dos escriben muy bien y bonito. El relato era sobre la muerte de Ennis del Mar, de cómo él la imaginaba. Era algo desgarrador, hermoso y terriblemente triste. A mí me encantó, aunque me sumía más en ese aire de melancolía y tristeza, y también de enamoramiento, al que me arrastró la cinta, debo admitirlo. Creo que ya he dicho que soy incondicional de Jack Twist, quiero tanto a ese personaje que cuando veo a Jake Gyllenhaal en otras cintas, me parece que es más que bueno, una maravilla, uno de los mejores del cine, aunque no fue la gran cosa en El Día Después de Mañana. En Cielo de Octubre me parece que estuvo mucho mejor, aunque no transmitía tanto como ahora sabemos que puede hacer. Y no me acusen de hereje aquellos que lo aman y admiran igual que yo, como años atrás hacía yo con quienes criticaban El Imperio Contraataca. Es lo que pensaba antes. Ahora me parece que ese hombre es increíble, porque la luz de Jack Twist, el personaje que creó, ilumina todo su trabajo presente, pasado y seguramente futuro.

Bien, vuelvo a ese relato: como dije era hermoso, y la mayoría de los que hacían comentarios en esa página estaban de acuerdo. Muchos apuntaban que habían llorado al leerlo, lo que no me era difícil de creer. También yo lo hice un poco, bueno, no tan poco como me gusta admitir. El caso es que hubo un disidente, alguien que decía que no estaba de acuerdo, que había sido algo injusto y triste, que él prefería imaginar que Ennis del Mar vivió triste durante mucho tiempo, soñando con su joven amor de mirada azulada en lo alto de una montaña, hablándole de vez en cuando y pidiéndole que lo acompañara en los días y noches malas; que llevaba una vida de soledad, hermoso y rudo como era, cargando con una existencia aséptica, sin lujos ni gustos, hasta que un día repara en la mirada nerviosa y turbada de un joven peón que estaba prendado de él. Sería… bonito imaginar que eso pasó, que Ennis no terminó horriblemente sólo; pero por dos motivos, no le veo futuro a la idea. O tal vez no entendí tan bien la película como creí hacerlo.

Lo primero es que Ennis del Mar no parecía el homosexual típico. No hablo de que fuera cerrado, inaccesible, homofóbico y que temiera mostrarse al mundo como era en realidad. El caso es que Ennis del Mar era un hombre imposibilitado para mostrar afectos, o afecto a secas, y tal vez hasta para sentirlos. Eso impidió toda posibilidad con su mujer, Alma, o con aquella camarera, o con sus propias hijas. En una escena de la película, cuando está regando brea o algo así en una calle, se nota que un tipo intenta hablar con él, y él ni le para. No lo mira, no le habla. Así era ese carajo. El único que logró superar todas sus reticencias, sus barreras, prejuicios y hosquedades había sido Jack Twist (¿y cómo no iba a hacerlo un tipo tan bello y apasionado?). Y Ennis se enamoró de él, del tipo que le enseñó que estaba vivo. Toda su felicidad, y todo su tormento, vino de eso, de que por primera vez alguien lo hacía reír, hablar, amar, desear compañía, caricias y ternura, pero resultó que esa otra persona era un hombre. El drama para Ennis del Mar era que se había enamorado de un hombre, que su primer y único gran amor era ese, Jack Twist. Durante toda la trama Jack coquetea con la idea de estar con otros, aceptándolo digamos que como una necesidad biológica y hasta afectiva mientras iba envejeciendo y entendía que Ennis jamás cedería. Pero Ennis jamás lo hizo, nunca consideró posible el mirar a otro sujeto. Amó y sufrió, y ese sufrimiento debió asociarlo a su amor por un tipo, por lo que creo difícil, sobretodo en un ser como él, que lo intentara otra vez después de la muerte de Jack. A menos que fuera eso lo que le prometiera en la última escena, que juraba intentar vivir de nuevo. Y eso me lleva al segundo punto…

El cual es que no lo acepto. No puedo imaginar que después de Jack Twist, Ennis pudiera desear estar con alguien más. Más que eso, no me parece justo. Jack, el alegre, parlanchín, vivaracho, lleno de ternura, de amor y entrega le había ofrecido todo su amor, y él lo tomó, por sorbos, obligando a Jack a vivir solamente por ratos; y Jack había muerto en un estúpido accidente (es lógico que Lureen también estuviera mal, había perdido a Jack). No es justo que Ennis siga adelante, que encuentre a alguien más y ame, alegre y feliz, comiendo perdiz. No, me gusta más la imagen del eterno viudo que cada mañana lleva la cuenta de los días, meses y años que ha vivido separado de su gran amor. Sé que es algo duro y cruel, pero Ennis fue duro y cruel con Jack, a pesar de que también él sufrió mucho. Sencillamente me cuesta perdonarlo. Sin embargo, no me parece decente mostrar únicamente mi parecer, así que voy a reproducir aquí un cuento sobre Ennis del Mar que tomé de uno de esos blogs hace dos años y que archivé en Documentos, por lo que para ahorrar espacio me salté mucha información y ahora no sé quién lo escribió, ni siquiera el título original que llevaba. Si alguien lo reconoce, que no se moleste conmigo e intente transmitirnos la información para que todos sepan quién fue el poeta original. Lo reproduzco ahora en reconocimiento a sus méritos, aunque lo adapto un poquito a lo que pienso. También en memoria de Jack.


UN DÍA, MUCHOS AÑOS DEPUES DE BROKEBACK MOUNTAIN
Esa dicha debió indicarte que ahí estaba tu destino…

“Ya ha transcurrido demasiado tiempo desde el año de Jack”, pensó Ennis con una leve sonrisa de pesar y ternura al levantarse de la cama y verse cegado por la brillante luz del exterior de un día más, otro que había logrado sobrevivir sin saber exactamente cómo. Y su mente lo llevó, como cada mañana, a Brokeback Mountain, donde los inviernos solían ser duros y largos, con una nieve que no abandonaba el lugar hasta bien entrado el mes de abril. Eso decían todos; sin embargo, ese año, el año de Jack Twist, salvo pequeñas lluvias ocasionales, el cielo había resplandecido con un azul puro y helado, y continuó así hasta pasadas las fiestas de navidad. Un azul que a él se le antojaba hermoso, sin entender bien el por qué, hasta que una noche se miró a sí mismo en los ojos de Jack.

El hombre observó durante un largo rato el huidizo reflejo de su rostro en la ventana, fijándose en los ángulos y surcos que los años habían trazado en sus facciones, en su cabello cada vez menos dorado y más grisáceo, y en su expresión cansada. No era un hombre viejo, pero a veces sentía que había vivido demasiado tiempo (ha pasado demasiado tiempo, Jack). A pesar de todo ello, el vaquero volvió a sonreír levemente, con una dulzura, nostalgia y ternura que muy poca gente ha logrado ver, porque en días claros y hermosos como aquel, cuando el cielo parecía infinito, despejado de toda nube, creía detectar una sombra de espejismo en el firmamento, algo que se iniciaba en dos puntos particularmente celestes y que luego iban dibujando un rostro franco, de gran sonrisa, de sombrero negro y camisa igualmente azulada. Una ilusión de tal belleza que lo lastimaba a veces, empañándole la mirada. El hombre adivinaba la imagen de Jack Twist contra el firmamento, joven y alegre, vital y hermoso, de la misma manera en que podía detectar la forma del pez que se desliza bajo la superficie del agua.

Esos momentos eran los más maravillosos y duros en la vida de aquel hombre, porque el tiempo se detenía lentamente, casi sin notarlo, y luego comenzaba a retroceder. Diez, veinte, treinta años atrás, y se encontraba con él mismo, joven, lleno de fuerzas, de ganas de vivir, pero temeroso al mismo tiempo de hacerlo, de sentir, de desear lo que creía no estaba bien. Se veía ingresando otra vez, a cuatro patas, avergonzado y suplicante, dentro de una tienda donde se juró no entrar otra vez, pero necesitando ver nuevamente al carajo al que había ofendido horas antes. Y allí estaba él, recostado, esperándolo con una mezcla de esperanza y temor, con su torso joven desnudo y los ojos llenos de estrellas, infinitas, hermosas y brillantes, que lo arrastraban a otros cielos, unos donde deseaba perderse para siempre. Volvía a ver al atractivo joven mirándolo con muda suplica, con entrega, con generosidad y ternura; y revivía el calor, el deseo y el amor que él mismo llegó a sentir en ese momento. Y nuevamente se sumergía en él, en sus brazos, en sus labios, probando la vida, la dulzura, la ternura. Se sumergía en su amor, porque era amor, ahora podía reconocerlo como tal. No era carne, no eran sólo ganas, era el deseo de vivir, corresponder y pertenecer a algo, a alguien, a estar completo por una vez en la vida, acompañado, lejos de la soledad del alma; a pasar días, meses y años así, existiendo a plenitud.

“Basta, Ennis del Mar. Ya no hay tiempo para eso. Ya no hay tiempo para los recuerdos de un viejo”, se dice el hombre. “Ya deberías estar camino al pueblo para atender tus obligaciones”.

Se afeitó apresuradamente, cortándose en la barbilla, y anduvo por la vieja cabaña tropezando con todo lo que se encontró, mientras sujetaba un pañuelo de papel contra la herida y rebuscaba en los cajones la ropa del día. Logró vestirse sin alterar demasiado el orden a su alrededor. Se calzó el viejo sombrero y se medio inspeccionó en un pequeño espejo, sonriendo con cierta burla.

“Estás medio presentable, viejo”, se dijo con una leve sonrisa. “No hay nada peor que un viejo engreído, del Mar, recuérdalo siempre”.

Saliendo de la rústica vivienda escuchó a Ed trastear en el establo, con los caballos.

-Hey, Ed, bajo al pueblo por comida. ¿Necesitas algo?

-¿Qué tal un beso? –le respondieron.

Ennis del Mar se sorprendió, como siempre le ocurría, al verlo aparecer sonriente, mirándolo con ese afecto entre tímido y cargado de adoración. Al hombre le costaba comprender que después de tantos años juntos, Ed mantuviera esa misma mirada enamorada de la primera vez que se conocieron, esa noche en aquella taberna. Recuerda que en ese momento apenas se sostenía de pie frente a la barra y peleaba con el maldito cantinero que se negaba a servirle otra cerveza, tal vez al verlo tan tambaleante y sabiendo que vivía retirado. Y solo. Todos sabían que era el hombre que vivía solo, y aunque se comentara de tarde en tarde, nadie se metía en eso. Y mientras discutía por su trago, por su derecho constitucional a morir bebiendo, no reparó en Ed hasta que este le preguntó su nombre por tercera vez, con la misma sonrisa, los mismos ojos grises y el mismo cabello rubio de ahora, años después, aunque más ralo.

-Ennis. –había balbuceado él, respondiéndole esa noche, enfocando el rostro del otro a duras penas a través de los vapores del alcohol, su único viejo y leal amigo de años y años.- Ennis del mar. –y al decirlo la voz le tembló y su mirada se nubló, porque el recuerdo de una situación parecida vivida muchos años atrás fue como un latigazo en una herida abierta (Jack, Jack), tanto que lo hizo contraerse involuntariamente, jadeando leve, con tanta fuerza que tuvo que cubrirse el rostro con los dedos, quizás creyendo que la oscuridad sería su aliada y aliviaría un poco ese terrible dolor. El viejo dolor que nunca se iba.

-Ennis del mar. –oyó repetir entonces al desconocido, con voz grave y suave.- Parece el nombre de un personaje de leyenda, ¿no? –y el hombre, con la mirada desencajada, lo miró, largamente, y el atractivo joven comprendió que una batalla terrible se libraba dentro del otro.

Aquella noche Ennis no pudo responderle nada, como no fuera desviar la mirada y atrapar su botella de cerveza con fuerza, buscando equilibrio y apoyo para no caer bajo el peso del dolor. No le habló, ni ninguna de las muchas otras noches cuando ese joven parecía buscarlo. Él no deseaba la cercanía de nadie, no esperaba a nadie. Ya no esperaba nada de la vida. Un día tocó las puertas del Cielo con sus manos, ahora lo sabía, había tocado la eternidad y la felicidad, y lo había dejado ir todo; ya no tenía derecho a nada, lo que iba a dársele, se le entregó y él lo había jodido. No puede evitar sonreír con dolor, con una tristeza infinita al reconocer su falta, ¡todo había sido su culpa! y ahora sólo quedaba la penitencia. Ya no estaba Jack para darle la absolución, como un día, muchos años atrás cuando lo ofendió pero luego tuvo que ir a él, buscando sus brazos, su calor, su amor, encontrándolo todo. Ahora había tocado fondo y ya no podía hacer otra cosa sino estar, aleteando como un pez fuera del agua que se asfixia lentamente hasta morir (morir finalmente, como él). No, él no buscaba a ese joven de rostro franco, que le hablaba de su trabajo, de su familia, que le preguntaba qué hacía, dónde vivía, que deseaba saber cosas de él. Ennis no quería oír, no deseaba oír nada más, pero el joven lo miraba y sonreía, y le hablaba.

El hombre nunca estuvo muy seguro del tiempo que transcurrió hasta el momento en que abrió los ojos en medio de la noche y encontró a Ed desnudo, de espaldas, y a él recostado del joven, bajo las mantas en la misma cama. Y fue un shock, ¿qué había hecho? Y se ahogaba, ¿qué había hecho? Para el hombre el mundo se derrumbaba, ¿qué había hecho? Estaba aterrado y quería gritar, agitándose en la cama. Sentir las manos del joven en sus cabellos, acariciándolo mientras le siseaba que tuviera calma, lo angustió todavía más.

-Está bien, Ennis. Todo está bien. No pasa nada malo. Sólo descansa. –le susurró suavemente, y nunca como en ese momento al hombre le pareció que el tiempo había virado, que no era Ed quien estaba ahí, que era otro quien lo calmaba, que lo consolaba por ceder a eso que su piel, su ser y todo él le pedía con desesperación; eran las caricias de otro hombre, la ternura de otro hombre, el amor de otro hombre que de alguna forma, tal vez invocado por la fuerza de sus recuerdos, de su dolor, de su deseo, se había materializado para él, al fin, para traerle paz y consuelo. No eran los brazos de Ed reteniéndolo, eran los del otro, era él, al fin, que se apiadaba de su dolor y volvía.

Ennis del Mar no recodaba nada de lo que había ocurrido hasta ese momento, pero sí recordó que se encogió, aferrándose a Ed y que lloró. Aunque decir llorar era poco. El hombre se derramó sobre el otro como nunca imaginó hacerlo antes (había llorado tres veces en forma terrible en su vida, pero nadie lo había presenciado). El hombre se deshizo en lágrimas. Era difícil que una persona pudiera volcar de una sola vez tanta pasión delirante y no saciada, tanto amor extraviado y extrañado en las noches de una soledad caliente y desesperante, tanta pérdida que vaciaba su alma, tanto dolor que lo marcaba como hierro al rojo vivo cada día de su vida, pero Ennis lo hizo. Se vació, quedo exhausto. Y en medio de las lágrimas llegaron los jadeos ahogados, entre hipos, de un nombre que Ed no entendió bien, de reclamos por una partida, dejándolo solo para siempre para que se muriera en vida, de arrepentimiento por todo lo que no dijo ni hizo. Ennis lloró y lloró por su vida larga, por su vida triste, por su cabaña solitaria donde el viento (traidor y cruel) entraba por la tardes melancólicas, susurrando por los rincones un nombre que le dolía (Jack, Jack). Lloró hasta que comenzó a dolerle respirar, por tantas despedidas sin sentido que él pudo evitar, al bajar de una montaña, al salir de un motel, al rechazarlo al divorciarse de Alma, por la discusión final, cuando se marchó sin volver la mirada. El hombre lloró hasta que le dolió no haberse muerto ya para ir tras él, a buscar en el más allá una sombra, un recuerdo (Dios lo perdonará, porque decían que era todo amor, y si no, que lo condenara junto a él, a su lado el infierno ya no sería infierno, no más que esta vida). El llanto duró hasta que dolió seguir llorando.

-Esta bien, Ennis del Mar, todo estará bien. –continuó diciéndole Ed, en voz baja, sin dejar de cobijarlo y sujetarlo entre sus brazos, sin comprender que esa misma ternura, entrega y preocupación lastimaba más al hombre, porque le recordaba al otro que tanto le había dado, aquel que tanto lo había amado y a quien él adoró de una forma que no entendió hasta mucho después.- Ya todo está bien, créeme. Y sí no, ya lo estará, te lo aseguro. –y la promesa asustaba a Ennis, porque le hacía entrever y albergar esperanzas, con un mundo donde se ilusionaba con dejar las sombras atrás; pero tampoco quería eso, porque le parecía una cobardía (“¡una traición, Ennis!, eso es lo que es, traicionas a Jack Twist”; le gritaba una parte de su mente), así que no quedaba otra que… llorar más, entre jadeos ahogados, mojando al otro con sus lágrimas, saliva y mocos.

Al cuento le falta un pedazo. Eso viene después.
……….

Como dije, no soy particularmente afecto a este cuento, por muy bonito que sea (tal vez mi versión no tanto, pero la otra lo era). Pero, no lo sé, tal vez sea lo justo. No se puede (o no se debería) sufrir toda la vida por un error, una falta, un momento de duda, indecisión o cobardía (aunque rechazar a alguien como Jack Twist es la madre de todos los errores). Se supone que aprendemos de los desatinos, es lo humano, lo digno; creo que a eso le llaman redención. Pero, por mi parte, nada de eso me importa. Considero, firmemente que Ennis del Mar no tiene ningún derecho a olvidar a Jack Twist el personaje más maravilloso que haya visto yo en una película (junto al trío de La Guerra de las Galaxias: Hank, Luke y Leia), ni a buscarle un sustituto.

Sin embargo, Ennis también había amado y sufrido, y el suyo había sido un padecer peor, porque era él quien se negaba a ser feliz, a aceptar el amor, mientras el otro lo brindaba de forma decidida. Y lo decente sería permitirle el derecho a sentir otra vez, dejarle que viva al fin fuera de su cárcel, de cara al sol, a la gente y la vida, el permitirse amar y dejarse amar. La vida sería terrible si no se tuviera esa oportunidad después de una caída. Aunque por su forma de ser, por sus propias limitaciones, miedos y prejuicios, así como el medio ambiente donde le tocó vivir, imagino que le sería difícil. Nunca es fácil decir ciertas cosas, adoptar ciertas posturas ante la vida y perseverar en ello, por muy simple que lo pinten en películas, libros o en series televisivas. Para un hombre como Ennis, o para cualquier muchacho u hombre en algún pequeño poblado cercado por los que le conocen, y a su familia, jamás le será sencillo acercarse a los suyos, a los hermanos y padres, a los amigos e incluso a los hijos y decirles: soy homosexual. Por ello tantos viven reprimidos, escondidos, escapando de tarde en tarde, ocultándose en la distancia, en las sombras o en otros países. No viviendo en realidad, a la larga.

Leyendo una entrevista de la autora del relato, Annie Proulx, la mujer comentaba una experiencia personal que la impresionó al estar en una de esas cantinas típicas del Wyoming rural. Se fijo en un ranchero de edad madura, con su camisa llamativa, sus botas y sombrero, solitario en la barra, lanzando miradas furtivas, no a las bellas señoritas que mostraban desparpajo y encanto, sino a un grupo de vaqueros jóvenes que reían, hablaban y bebían. Ella suponía que tal vez recordaba con nostalgias del pasado cuando él mismo era así, o simplemente dejaba escapar en un momento de terrible debilidad, en una vida donde no podía permitírselo nunca, el admirar a esos jóvenes bien parecidos, fornidos y alegres; tal vez recordando un furtivo momento que duró minutos hace muchos años, lo único a lo que un vaquero de edad madura en un ambiente así podía aferrarse para vivir otro día.

Tal vez con mujer e hijos, pero sintiendo que algo muy adentro de él se moría, se amargaba, dejando de sentir, insomne, contemplando el paso de las horas y de su vida, sintiendo pena de él mismo. Y eso me aterra. Por Ennis del Mar, que viviera tanto tiempo, saliendo de vez en cuando a tomar algo, viviendo solo, sin nadie que lo mirara con afecto, que le tocara el hombro, que le sonriera, que le dijera con miradas que lo amaba, compartiendo su cama. Nadie debería pasar por eso. La soledad de Ennis se me hizo más real leyendo esa entrevista, y más dolorosa; porque no podía imaginarlo (y al mismo tiempo sí, cosa más lamentable) admirando a lo lejos a un joven de cabellos negros, gran sonrisa, sintiéndose estremecido ante otra mirada azulada; espiándolo desde una barra sintiéndose idiota, o sucio, soñando entre pasado y presente, y sin que ese tipo lo notara siquiera, o sí, ridiculizándolo. No, tal vez Ennis si merece algo de felicidad. Jack lo entendería…

Julio César.

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