martes, 30 de septiembre de 2008

HOMERO SIMPSON QUIERE A SUS HIJOS

De los programas de la televisión que uno ve, mayoritariamente norteamericanos, hay varios seriales sobre familias horribles, como CASADO CON HIJOS; MI ESPOSA, MIS HIJOS; GUERRA HORAGEÑA y… (claro está) LOS SIMPSON. Qué dudas caben que hacen reír todas ellas presentando situaciones no ya disfuncionales sino enfermizas. Kelly Bondi casi prostituyéndose, sopesando sus posibilidades, frente a Al, su padre, era hilarante y terrible al mismo tiempo. Son ejemplos preocupantes de conductas enfermizas. Claro, no está en ellos educar a nadie, para eso están la familia y la escuela, pero todos somos asistentes a sus vidas con tan sólo oprimir un botón. Pero dentro de este cuadro debemos hacer una diferenciación: no todos son tan terribles, LOS SIMPSON no lo son. Y me confieso fanático de ellos. Es mi familia preferida, tal vez igual a LOS PICAPIEDRAS, quienes nunca cansan ni pasan de moda.

Bart, ese pequeño psicópata; Lisa, perfeccionista y obsesiva; y Marge intentando ver una familia que no existe, son personajes con problemas que palidecen frente a los conflictos del número uno de la serie: Homero. Para describir a Homero Simpson creo que se debe acudir a los argumentos de la trama; como por ejemplo a ese momento en que poda el césped y un patín se atasca en las hélices y le pide a Bart que meta su manita para librarlo y este casi lo hace en el momento que las cuchillas lanzan el objeto y continúan cortando. O cuando Bart le pregunta por el equipo para soldar y él le dice que en la cochera, sin interesarse en qué hará, o preocuparse de que ocurra algo malo. De hecho, cuando entra en la cochera encuentra a Bart soldando el ‘Rayito Simpson’ junto a un recipiente con combustible, y grita: Bart, sube la llama, no puedes soldar si está tan baja, niño tonto. Creo que él mismo resumen su ser con la frase muy dolida cuando reprueba en la universidad a donde debe acudir por un título de técnico físico para mantener su cargo en la planta nuclear: “Voy a perder mi empleo porque soy peligrosamente ignorante”. Y sin embargo, algo salva a este monstruo irresponsable, egoísta, flojo y negligente: el amor que siente por su mujer y sus hijos.

Recuerdo con especial afecto (me encantó) el episodio cuando se inauguró en Springfield un casino, y Marge, por primera vez falla, haciéndose adicta al juego. No salía del casino. La dualidad irresponsabilidad y amor paterno se presenta pronto cuando Homero, durmiendo a solas porque Marge no está, es despertado por Lisa, quien gimiente dice que sabe que es una tontería, pero que tuvo un sueño muy feo; algo indiferente él le pide que se lo cuente. Y ella exclama: “Soñé que venía el coco y…”. Y él grita, aterrado. Qué momento. Va y despierta a Bart, con temor, casi disculpándose: “Hijo, no te alarmes, pero existe la posibilidad de que el coco… el coco, esté en la casa”. Bart grita también. Y Marge regresa y los encuentra a los cuatro atrincherados tras una colchoneta en la sala, con un rifle, asustados, pero él con el arma dispuesto a enfrentar al coco. Dios, lo recuerdo y me río todavía.

El momento más representativo de su interés dual se desarrolla cuando Lisa le pide a Marge que la ayude a confeccionar un traje para una exposición escolar pero atrapada por el juego, ella lo olvida. Y Lisa le grita a Homero que necesita ayuda, y él farfulla algo que fue realmente hilarante y brillante: “Ay, siempre hay algo, ¿verdad? Primero fue llevar a tu madre al hospital para que nacieras y ahora esto”. La ayuda pero el resultado es un desastre estético; Lisa llora con su disfraz y gime que es un monstruo. Y ante su llanto, los ojos de Homero se humedecen, que no, que ella no es un monstruo, que su madre sí está atrapada en las garras de un monstruo… Hasta allí todo parecía serio y aleccionador, y es cuando suelta: “Un monstruo se llama Jugón”. Él va y le reclama a Marge, la encara al hecho de que le falló a Lisa, que la hizo llorar y que él también lloró y que Maggie rió, que fue una locura y todo porque ella no estaba allí para impedirlo. Sonaba egoísta, pero era una confesión y reconocimiento a esa mujer de que sólo ella traía equilibrio y estabilidad a sus vidas, que sin ella llegaría el caos, y nos habla de cuánto ama a sus hijos. Esos detalles siempre han distinguido a Homero Simpson, y al programa en general. Desde el principio. Los últimos capítulos han sido deficientes pero, esperemos, que recuperen el camino. Esos personajes feos, amarillos y grotescos aleccionan de forma oscura, y divierten, cosa que no resulta fácil de lograr.

Julio César.

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