viernes, 12 de septiembre de 2008

DICEN DEL AMOR Y LA AMISTAD

Temo que si te miro, leerás en mi corazón…

Hay quienes sostienen que la amistad puede ser más profunda y sincera que esa emoción poderosa y extraña que llaman amor, porque el que quiere se siente en el deber de cumplir, de mostrar que ama, de probarse, de llamar, visitar, besar, de decir ‘te amo’; pero el amigo no, la amistad nace porque se quiere, sin un propósito ulterior, simplemente por las ganas de estar. No lo sé, ¿puede algo sustituir el deseo de estar con alguien, de mirarla, tocarla y besarla? ¿Qué puede haber más grande que esa pasión que no nos deja hablar a veces, que nos impide mirar al objeto de nuestro deseo por temor a sucumbir al más terrible de los ridículos, exponiéndonos a un rechazo que, lo sabemos, nos matará? Pero que también nos impulsa y empuja a continuar.

Buda sostenía que el deseo engendraba sufrimiento, tal vez hablaba de los celos, del temor de no ser correspondido, de todo eso que llena de zozobras nuestro corazón cuando amamos y no sabemos si nos quieren, ¿qué padecimiento nos parece que puede ser peor que ese?; pero ¿acaso no pasa igual con las amistades? ¿Acaso no deseamos su felicidad, no esperamos ver sus sonrisas de alegría, saberlos satisfechos, cómodos, felices? ¿No los celamos y no nos angustia saber que pueden alejarse? ¿Acaso no queremos también a nuestros amigos?

¿Qué decir de quienes aman con todo su corazón a quien es también su mejor amigo? ¿Qué de aquel que durante toda su vida sólo tuvo un amor y conoció una única amistad y lo pierde todo en ‘un recodo del camino’, deseando morir en ese instante? ¡Qué desolación, ¿verdad?! Pero también… ¡qué amor más grande! El irreflexivo dice alegre, temeraria y tontamente: yo no tengo amigos, yo no quiero a nadie. Pobre, qué vacía debió ser toda su vida, que solitaria es su casa; tal vez tenga suerte y jamás se detenga una tarde, abrumado de pronto, preguntándose: “¿Cuándo y dónde fue que me equivoqué?”. Por suerte, hasta los más duros parecen capaces de querer, eso nos sirve de consuelo a todos los demás.

Julio César.

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