domingo, 28 de junio de 2009

¿PAISES MACHISTAS O ATRASADOS?

Esto lo escribí hace ya dos años, y nada ha cambiado. Manuel zelaya la pone de moda otra vez. Qué deprimente.
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Luis Posadas Carriles es un anciano cubano que hace como cien años estuvo involucrado en la voladura de un avión. Pasó hace tanto que ni yo que tengo memoria de rencoroso recuerdo exactamente cuándo. Una acción horrible, reprobable e infame como lo es siempre el ataque mediante el terror o la violencia contra gente inocente; como los juicios sumarios y los fusilamientos que hay en regimenes tiránicos, o los asesinos que se cobijan bajo la defensa de una dizque revolución donde son elevados a la categoría de héroes cuando todos los vieron matar gente a mansalva, montados en un puente, desde las alturas, porque ni para dar la cara sirven. La violencia, el crimen y la monstruosidad es siempre igual, únicamente los que la ejercen le cambian el nombre, o ven lo malo de aquella acera y no lo que hay en esta. Después de todo la frase “cada quién habla de la feria según le va en ella”, es bien conocida por todos nuestros pueblos.

En fin, esa voladura ocurrió en un tiempo que nadie recuerda ya, excepto que la cosa había sido juzgada en Venezuela hace una pila de años y había quedado resuelta. Ah, pero a la llegada de un régimen títere de la dictadura cubana a Venezuela comenzó la persecución nuevamente, como una prueba de amor del Presidente de lo que antes era la República, hacia su viejo mentor, el siniestro emperador. Hasta este punto, todo sería hasta… normal: un amante inseguro quiere satisfacer los caprichos de su amor (¿de quién es esta boquita?), para que le agradezca, para que lo mire con cariño, para sentir que aún es ‘el amado’, merecedor de ese afecto (una cabuya de la que los cubanos ya tienen una madeja. A Venezuela le habría salido más barato un barraganato del presidente con una mujer, como en casos anteriores, a esta pasión insana). Todo se complicó cuando el viejo inepto de Posada Carriles se dejó atrapar entrando ilegalmente a Estados Unidos, a pesar de la edad como que aún se cree el Pingüino o algo así. Fue allí cuando saltaron el presidente de esto que antes era una República, y el viejo antillano asesino de su pueblo; cacareando a dúo como gallinas desesperadas que quieren poner un huevo, pero no pueden.

Ante el escándalo armado, Estados Unidos intentó salirse del paquete mandando a Posada Carriles a otro país, pero eso era casi imposible, ¿quién iba a querer caer en la boca del basilisco?, y México, por eso días iba a elecciones y una acción así habría favorecido al señor Obrador (¡de la que se salvaron los mexicanos!, casi me parece injusto). El resto de los países soberanos se lavó las manos con esa forma cobardona con la que ahora se hace política, con volteadas de caras para no ver a los que sufren. Sin poder hacer nada con Posada Carriles, e incapacitados para enviarlo a un país satélite de Cuba como es Venezuela, Inmigración envió al viejo tonto a los tribunales, para que lo juzgaran por entrada ilegal. Y allí comenzó un sainete, que en mi opinión, dolorosamente debo reconocer, retrata de cuerpo entero el cómo es mi país, y el por qué nos va como nos va. Y en buena parte a toda América Latina. Imagino que si alguien ha leído algo escrito antes por mí, y le agradaba, eso durará hasta ahora.

Mientras Estados Unidos lanzaba la llamada campaña contra el terrorismo internacional, los principales voceros del régimen venezolano: parlamentarios, jueces, ministros, y (Dios nos libre) intelectuales comenzaron a gritar que el señor Bush hijo era un hipócrita que decía luchar contra el terrorismo mientras defendía al viejo inepto; que él debía entregarlo ya. Y creo, en honor a estos señores, que lo decían en verdad, que no era simplemente hipocresía o competir por ver quién le halaba más mecate al presidente de la otrora República. De verdad creían en los argumentos que esgrimían. Pero eso sólo habla del nivel mental al que hemos descendido, o al que jamás hemos llegado en estas latitudes. Déjenme que les diga cómo lo veo (sólo una opinión, no soy el Ayatolá Jomeini, señor último de la verdad; que no se me confunda con el presidente Chávez).

Hace tiempo, no recuerdos si dos o tres años atrás, en Estados Unidos estaba en boga la controversia sobre una mujer que llevaba muchos años en estado vegetativo mantenida viva con aparatos, y el marido había iniciado un largo juicio para lograr que la Corte decretara que debía ser desconectada y que finalmente muriera. Eso dividió a ese país, y seguramente a muchas otras personas alrededor del mundo. Unos decían que era inhumano mantenerla así, otros sostenían que era un homicidio, sin justificativos o atenuantes el desconectarla. El señor George W. Bush, a través del departamento legal de la Casa Blanca intervino, ofreciéndose a cargar con todos los gastos de mantenimiento de la mujer para que continuara en ese estado bajo la protección del Ejecutivo. Pero el marido no quería eso (imagino que el calamar ya le pesaba demasiado, aunque suene feo decirlo), y al insistir la Casa Blanca, la Corte Suprema les paró el trote diciéndoles que no podían intervenir en una dedición tomada por un tribunal.

Y el señor George W. Bush, supuestamente el hombre más poderoso del mundo, tuvo que meterse la lengua en la cartera, resintiendo el regaño (uno puede imaginarlo mal encarado, bajando las orejas como burro regañado), y no se pudo hacer más. La mujer fue desconectada. Aquí debo acotar que yo estaba, y estoy, de parte del marido. ¡Tantos años así no es vida! Sin embargo (ah, malvados medios de comunicación) cuando en una toma televisiva vi a la mujer, con aire extraviado como una niña, sentí no sé que vaina por dentro. Pero la vida tiene que continuar. Y esto nos lleva nuevamente a Venezuela y al viejo tonto, digo Posada Carriles, y al por qué Estados Unidos, sus tribunales, jamás lo entregarán a un país que sabe lo condenará a muerte enviándolo a Cuba en una bandeja de plata para satisfacer los apetitos pedestres de un anciano senil.

En un país como el mío, la gente no entiende que un presidente de la República no pueda hacer lo que le da la gana, su real gana, así sea inmiscuirse en las actuaciones de otros poderes. Venezuela es un país donde el presidente llama plasta al Tribunal Supremo por una dedición que no le gusta, y los jueces se quedan calladitos y regañados (si’ñor), y muchos le aplauden ese gesto de machura. El presidente, arrecho todavía, le ordena a la Asamblea Nacional el reformar una ley de forma ilegal para que una cosa ya juzgada, pueda volver a ser juzgada, y no pasa nada (y el mundo continúa girando, y la OEA se pasea con cara grave de importancia y el señor Insulsa sonríe comprensivo). ¿Se queja algún alto parlamentario con aires de docto constitucionalista como don Carlos Escarrá? No, porque le aterra que le griten (poechito), lo humillen y lo echen de la teta del Estado, y a su edad y con su falta de ética, vergüenza y moral ¿para dónde iría? Un diputado comienza a investigar los negocios de una azucarera manejada por los cubanos que iban a resolver todos nuestros problemas, y el presidente grita ‘liquídenlo’ y todos salen corriendo a hacerlo, así fuera un antiguo compañero de bancada. Que el presidente se queje por televisión de un humorista que lo molesta es suficiente para que la Fiscalía se mueva y promueva un juicio, donde una juez que no dictamina lo que se espera, es separada de su cargo e investigada a su vez. ¿Que al presidente le gusta la finca tal pero esta tiene dueño? ¿Qué importa? ¡Que lo saquen con el ejército y que los tribunales lo despojen legalmente! Así vemos y entendemos el Estado y el Poder en republiquitas como estas.

Y en buena medida, esa forma caudillezca de ser conducidos, es muy común a toda la América Latina. Nuestra cultura se destaca por su fuerte tendencia y admiración al machismo. Pero no a la del tipo que tiene tres mujeres, o al que le pega a la que ya tiene (debe ser porque extraña a las otras dos), no. Es, y sé que me odiarán por decirlo y no estarán de acuerdo, que rendimos culto al gritón, somos (aunque no me incluyo) machistas porque amamos a un macho (qué horrible suena). El pueblo llano ama al que lo escupe mientras vocifera, que lo humilla, que lo vergajea, mientras piensa para sus adentros: que macho, este es mi macho. Estos países siempre caen seducidos ante el gritón, el grosero, el que atropella. Mientras más humilla un mandatario, con gritos, muchos más se le someten, porque ese es el macho que les pone preparo, sean industriales, militares o intelectuales (dígame estos, son pura pérdida, aquí y en Europa).

Estos pueblos creen, porque quieren engañarse, que quien grita que multiplicará los panes, sin decir cómo o cuándo, y eso aunque todo el mundo sabe que no es más que un charlatán, es al que hay seguir como salvador de la patria; generalmente estos nunca resuelven nada y al verse acogotado de problemas, hasta los vigilan mientras saquean los erarios públicos, terminan gritándole y golpeando al pueblo incauto (o pendejo). Esta gente se comporta como esas mujeres que mientras más les pega el marido, más lo quieren porque les demuestra que es muy macho, su macho, y los golpes le dicen que la ama. Y allí está la clave del abuso, del incumplimiento y la infelicidad de nuestros pueblos. Ese pueblo que no tiene vergüenza ni dignidad, que cae una y otra vez en manos de quien lo golpea y vergajea, sufre el mismo destino de esa mujer encerrada en la miseria, con ocho muchachos, cuando el tipo que se cansa de tenerla por mujer, al verla tan regalada, tan arrastrada, soportando engaños, golpizas y hasta encubriendo que el tipo abuse de los hijos. Gente así da tanto asco que a la larga el mismo abusador se siente enfermo y tiene que dejarla. O someterla a más y mayores humillaciones, porque siente que ella ‘se lo merece’.

Nuestros países están condenados a repetir una y otra vez los mismos errores que vienen desde las distintas independencias, caer en manos de enfermos de poder, no porque seamos incapaces de pensar o aprender, sino porque somos países machistas; en cada rincón, campo o ciudad de nuestros pueblos, hombres y mujeres (chóferes, estudiantes, campesinos, uniformados) sueñan con el macho que venga a darles palo (nada sexual) y los haga sentirse queridos, representados y satisfechos, y hasta vengados en sus celos o frustraciones. Y nunca se cumplen las expectativas porque el macho goza la juventud, la comida y los bienes de la tipa mientras la golpea, pero luego se va con otra que no sea tan… masoquista o barata. Eso está en la naturaleza humana.

¿Qué un presidente de la República no pueda condenar a un enemigo personal porque un fiscal o un juez se lo impiden? ¿Qué un presidente no pueda cerrar un canal de televisión opositor por que es ilegal? ¿Qué la Constitución de un país no se pueda reformar por un decreto (o capricho) presidencial porque es inconstitucional? ¡Qué mundo insensato es ese!, dirán sorprendidos y aterrados los adoradores del macho que les pega, que les grita que tienen que andar desnudos para que él y su camarilla vistan, que tienen que pasar hambre mientras ellos andas gordos como cochinos, o que tienen que pasar frío mientras ellos viajan, visten, comen y beben sabroso. Es algo que va más allá de cualquier razonamiento ordinario. Lo que hace falta son psiquiatras y drogas.

Lamentablemente esa puede ser la explicación, o una de ellas, de por qué un país como Estados Unidos funciona y les va bien, con todo y sus grandes problemas internos, y a nosotros nos va mal. El presidente de Estados Unidos no puede contravenir la decisión de un tribunal ordinario, no digamos ya de la Corte Suprema. Aquí, cualquier mamarracho se permite sacar de un Congreso a diputados elegidos como él mismo, en elecciones libres, y meter a los que le da la gana, bendecido todo por un organismo electoral sumiso y una Corte entregada. George Washington, el considerado padre de la patria del Norte, al terminar su presidencia se retiró a su granja, donde murió de una afección respiratoria contraída por hacer mejoras en el rancho donde siempre vivió en invierno. En nuestras latitudes, los mandatarios quieren estar para siempre y sólo la muerte nos salva a veces de ellos. Y amenazan una y otra vez con volver, y cuando se van, porque se cansan de joder, hay que darle gracias a Dios de que al menos dejaron el cascaron del país y no se lo llevaron en una maleta. O lo regalaron a un viejo amor.

En Latinoamérica se ven pocos ejemplos totales de democracias, salvo tal vez Costa Rica, antaño refugio de venezolanos que escapaban de las garras de la intolerancia política, ahora coto cerrado gracias a los grandes chorros de petrodólares que de aquí salen. Y Colombia: ¡ah, la odiada Colombia! Aunque su presidente actual parece la copia en negativo del nuestro, por lo menos es un hombre sensato, no creído tocado por el rayo que transformó a Saulo camino a Damasco. La diferencia con otros países es que Colombia tiene la suerte de contar con una clase media y oligarca responsable y perseverante, que sabe que lo que es bueno para ellos, lo es para Colombia, y lo que es bueno para Colombia lo es para ellos; grupo social que en otras partes no fue capaz ni de educar a sus hijos en el cuidado de sus libertades, y su destino es estar condenada a padecer y posiblemente desaparecer. Sin embargo, no todo podía ser bueno para los hermanos del vecino país (ja, ja, ja); intentan no darse por enterados de qué clase de vecino tienen y en qué puede terminar todo, como no quisieron enfrentar y ver en todo su horror y en su en su momento a la narcoguerrilla, o como los vascos cuando no quisieron ver en qué terminaría la ETA años atrás.

Para serles totalmente sincero, cuando el señor Morales ganó en Bolivia, Correa en Ecuador y Noriega en Nicaragua, a mí me entró un fresquito. Me alegró, de una forma despreciable y ruin, a decir verdad. Aquí en Venezuela mucha gente andaba preocupada y angustiada por la suerte de esos países, pero ellos eligieron solitos sus destinos a pesar de todo lo que veían en Venezuela. Sé que es malo, pero en el fondo pienso que si mi país se jodió, bienhecho que a ellos también les pasará. Es justo. Es de Dios, por estar tan necesitados de un macho. Por ser tan machistas. Perú se salvó porque ya venían de pasar el horror de Fujimori. A México lo salvó que sé yo, la Guadalupe. Queda Brasil, quien piensa que pueden convivir con un chacal enloquecido en su patio; y Chile de quien tanto se esperaba, pero la señora Bachelett (quien resultó como muchas mujeres la mayor admiradora del machista) parece sentir debilidad por los regímenes que atropellan, encarcelan y persiguen, tal vez extrañando al señor Pinochet. También es la tierra del señor Insulsa y su desvergüenza, la tierra de la que dicen algo que me suena feo: cuídate del pago de Santiago. Quienes lo dicen sabrán por qué; pero en general, los chilenos parecen gente culta y responsable, ojala un día se apiaden de los que sufren y padecen bajo estas tiranías disfrazadas.

A veces yo también odio a Norteamérica, pero es inútil entregarse a esos vicios que no llevan a nada. Hay que recordar todos los días ese letrero que hay en tantos carritos por puestos: si quieres lo que yo tengo, no envidies, trabaja. Al menos también ellos cargan con sus escaparates de errores y problemas, del que Posadas Carriles es sólo una partecita.

Julio César.

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