lunes, 15 de junio de 2009

BARCELONA CELEBRA, ZAMBRANO ENFURECE

El juego donde el FC Barcelona se coronó como el mejor club europeo, no pudo ser más emocionante. Ese triunfo sobre el Manchester United, en la final de la Liga de Campeones, dos goles por cero (¡a cero!, para más señas), le consiguió la trifecta: Copa del Rey, Liga Española y Champions League, consagrándose como el primer club español en lograrlo. Pobre del Real Madrid, no ven luz. Y, sin que se tome como nada prejuicioso, le ganaron al Manchester, lo que es mejor. Siempre he creído que los ingleses se lo toman demasiado en serio. No me gustan sus fanáticos.

El conjunto español jugó bien, animoso, en ningún momento bajó la guardia, apabullando a un conjunto inglés que se veía desorientado, totalmente perdido en la cancha a pesar de que los primeros minutos fueron controlados por ellos, hasta que el balde de agua fría les llegó del pie de Eto’o, quien batió a Van der Sar bajo la portería al empalmar un pase de Iniesta. Hasta allí duró la ofensiva de los llamados diablos rojos, lo que vino después fue la desesperación y la frustración. No encontraban cómo atacar. Cristiano Ronaldo no podía con la defensa, aunque atacaba una y otra vez con esa pasión, su cara era un poema de apuro, tan lusa que le pone (y que lo hace un tipo al que se le quiere ver ganando, aunque también perder, siempre pone ese toque de drama con el llanto que uno espera ver). Pero al pobre muchacho no lo ayudaba nadie; nadie parecía capaz de posicionarle un balón en la zona. De verdad, esta vez, les hizo falta un Beckham.

El Barcelona no aflojaba; en el segundo tiempo, y aunque Henry, quien tenía la oportunidad de clavar la banderilla dándole números finales al encuentro, no pudo por la banda izquierda, Xavi, sobre el minuto setenta, centró ese balonazo que consiguió dar en la cabeza de Messi, el argentino, quien sin ser cubierto por nadie, sentenció el final de las esperanzas del Manchester por voltear el resultado, esperanzas que nunca se pierden en el futbol, y menos con un “uno a cero”. Y de paso dándole un tropezón más al Ronaldo, ya que ese gol decisivo para enfriar el partido, casi lo asegura como el próximo balón de oro. Y es que ese es el problema con Ronaldo, al menos en los juegos que lo he visto, siempre escucho lo bueno que es, pero cuando estoy ahí (en mi casa, claro), no parece ser el jugador determinante para sentenciar un encuentro. Pero, fuera de eso, el Barcelona merecía ganar, jugó mucho mejor y toda su campaña durante la temporada fue muy buena.

Sólo cabe imaginar las celebraciones que llegaron después en toda España, porque este triunfo les da supremacía a los iberos en el torneo de copas de Campeones. Este es su triunfo número doce, por encima de Inglaterra con once, igual que Italia (a quienes ya no les voy desde el asunto aquel de Zidane), también con once. Ya me imagino a la amiga M, dichosa en medio de la multitud de seguidores del Barcelona, ronca de gritar, cansadas las manos de aplaudir, dolidas las rodillas de saltar, y con ardor de pecho de tantos abrazos.
……

Cosa curiosa, ese mismo día, aunque esto si no lo vi, lo supe luego por la prensa, el grande ligas venezolano, Carlos Zambrano, montó otro espectáculo. A este muchachón lo llaman “el Toro”, y de hecho la nota de prensa decía “Toro endemoniado”. No, es juego. Lo llaman así porque no solamente es un gran lanzador, sino que, para asegurarse de ganar sus juegos, batea bastante bien. El último juego que lanzó antes de este comentario, lo ganó dos a uno, siendo una de las carreras un home run que él mismo dio; es como si dijera “Mejor aseguro antes de que estos carajos me boten el juego”.

Pero el caso es que el 27 de mayo, Zambrano fue expulsado del juego tras un enfrentamiento con el arbitro Mark Carlson, después de una polémica y chiquitica jugada en el home (ahí siempre lo son, polémicas y chiquitas), pero sostenía la nota que no fue simplemente que el enorme hombre le gritó cosas al arbitro (seguramente preguntando cuánto le pagaba el otro equipo), sino que le dio un codazo. Mientras se retiraba, el Toro lanzó la pelota con rabia al jardín izquierdo, el guante contra el backstop y luego rompió a batazos un dispensador de agua que se encontraba dentro del dugout. Queda imaginar la impresión que causaba ese tipo grande dando de batazos, es de suponer que nadie se le acercó para decirle nada. Tan sólo faltó que dijeran que pateó a un perro, escupió pa'l cielo, habló en lenguas extrañas y batuqueó a la madrina del equipo. Ya el año pasado le había fracturado el brazo a uno de sus receptores.

Pero no, fuera de juego, tanta agresividad puede ser peligrosa, sobretodo cuando el portador de la rabia no sabe cómo controlarse. Hace algunos años el problema de un lanzador zuliano con mucho gancho, Julio Machado, quien después de una discusión sacó un arma de fuego y disparó contra un auto que se alejaba, no sólo destruyó lo que pudo ser un gran futuro en el Norte, sino que lo llevó a la cárcel por muchos años, desprestigiado totalmente. Después sólo queda el arrepentimiento (de las cosas perdidas, pero sobretodo de haber matado a alguien), el decirse “Ahora, no lo haría”, pero ¿de qué sirve ya?

Julio César.

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