viernes, 12 de junio de 2009

ADIOS A TODOS LOS QUE SE FUERON

El inicio de este año fue dolorosamente movido, referido a gente conocida. No por mí, sé que jamás vi personalmente a ninguna de estas personas, pero sí significaron algo. Creo que el santoral de penas lo comenzó la artista Mari Trini, cantante de voz algo ronquita que siempre me pareció hermosa. Juraba yo que la mujer era italiana, pero no, era española, nacida en un lugar llamado Caravaca de la Cruz, Murcia, pasando luego a Madrid y finalmente a Francia. De ella era muy conocido “Escúchame” y “Yo no soy esa”; pero yo la recuerdo es por “Ayúdala”. Siendo yo un niño de unos seis años, era cuidado por una tía joven que me lleva diez años. Y yo la adoraba. Jugaba conmigo como una niña más, pero ella veía novelas. Recuerdo que por esa época transmitían una llamada “Elizabeth”, y en el capítulo final, mientras ella va muriéndose de una extraña enfermedad, su rival en la trama le canta esa canción al galán “Ayúdala, no le lleves la contraría, pon un sol en su ventana…”, y mi tía lloraba toda emocionada. Siempre asocié ese enamoramiento por mi tía, con Elizabeth y la canción de Mari Trini que era tema de la novela. Cada vez que la escucho, cualquier cosa de su repertorio, evoco aquello. Y me gusta.

Con la segunda pérdida puede aplicarse aquello que un hermano mío, Joseiño, dijo una vez de una conocida cuando le informé que había muerto: “¿Qué, todavía estaba viva? Yo creí que se había muerto hace tiempo”. Se trata de la muy viejita Betty Marion White, la eterna “Rose” de la serie “Los años dorados”. Me encantaban esas viejas solteras llevando sol en Miami. Ella era la despistada, la dulce, la buena. Recuerdo que cuando una hermana de la que era toda atacona apareció necesitando un riñón para un transplante, Rose, con rostro confuso preguntaba “¿Un riñón, para qué quiere un riñón?”, y la más seca le replicó: “Para su gato, Rose”. Así eran. Por mucho tiempo le perdí la pista, hasta verla como analista en Alli McBeal, encarando a una vieja desagradable… totalmente adorable. Hace poco apareció en la serie Mi Nombre es Earl, encarnando a una vieja malvada que quiere desquitarse de todos los que la llamaron el algún momento de su vida, bruja. Los sedaba, metía en un saco, los arrojaba por las escaleras y ataba a grilletes. Fue genial. Dígame cuando Eral le pregunta por qué los mete en el saco si los seda. “Porque es más dramático”. Estuvo increíble. Fue triste saber que se había ido.

Después partió un venezolano de vida dilatada, aguerrida y hasta polémica, José Ángel Ciliberto. De joven combativo adeco en los cuarenta, enfrentó la dictadura de Pérez Jiménez, siendo encarcelado desde 1952 al 55. Siempre ocupó altos cargos en los gobiernos de Acción Democrática, ya desde los tiempos de Rómulo Gallegos (quien fue adeco). Durante el gobierno de Jaime Lusinchi le tocó ser ministro del Interior, cuando estos no se dedicaban a gritar insultos por televisión y mucho menos a perseguir a sus enemigos personales. Sin embargo fue allí donde recibió el peor de los pagos: nuevamente la cárcel. Fue con el caso que se llamó los Jeeps de Ciliberto. Estando Acción Democrática en campaña electoral para que se eligiera Carlos Andrés Pérez la segunda vez, crimen histórico del que Acción Democrática y Venezuela todavía no se recuperan, el hombre puso unos Jeeps de la nación a favor de la campaña. Que es delito, por más que ahora el Presidente le envíe helicópteros y camiones a sus amiguitos fueras de la frontera sin que nadie se inmute. Más tarde Carlos Andrés lo hizo saber para perjudicar a Jaime Lusinchi (el Diablo siempre paga así), y Ciliberto cayó. Pagó su culpa y volvió a la vida pública, para, como el anciano cardenal Castillo Lara, combatir los viejos los demonios de su juventud: el autoritarismo y el militarismo abusador. Murió enfrentando a esta gente en todos los frentes. Se fue de forma sorpresiva, callada. Su voz hace falta.

El siguiente era un hombre, lo confieso, sin cara. Era tan sólo un nombre: Pedro Infante Jr., el hijo de Pedro Infante. Así lo conocía. ¡El hijo de Pedro Infante! El hombre murió de una neumonía que se complicó y no le dio paz. Como hijo de gato, también él cazó ratón. Era cantante y actor. ¿Era bueno en ello? A los hijos de los famosos, sobretodo los de figuras legendarias como su padre, les cuesta demostrarlo. A mí me dolió un poco por eso, porque se había muerto el hijo del recordado y eterno Pedro Infante, el Martín Corona de siempre. De niño vi muchas de sus películas, siendo mis favoritas “Los hijos de María Morales”, “Dos tipos de cuidado” y “Escuela de vagabundos”. Su “Quién será la que me quiere a mí”, es una de las versiones más hermosas que existe de esta canción. ¿Quién no lo oye al sentarse con las panas a tomar cervezas y hablar tonterías? Ese era Pedro Infante para uno, y por cariño y reconocimiento a él, se le apreciaba al hijo. Paz a sus restos.

Y apenas el año comenzaba.

Julio César.

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