lunes, 2 de marzo de 2009

OSBTINANDO A TODOS

Sí, la quería… fue mi primer amor.

De mis correrías de niño con mi señor padre, acompañados de mi hermano Miguel, lo que recuerdo en cuestiones musicales, fuera del gusto de mi papá por la guitarra que jamás aprendió a tocar aunque él parece creer que sí, son las rocolas. A mis siete años me encantaban esas tascas y botiquines donde las había. Y todo tugurio que se respetara, debía tenerla. No piensen mal de mi papá, únicamente le gustaba tomar, mirar carreras de caballo o juegos de béisbol y gritarse tonterías con los compañeros de trabajo. Yo me divertía comiendo papitas, tomando refrescos y oyendo la música que me gustaba (como todo niño en esos lugares, me dejaban hacer lo que me diera la gana para que no molestara). A Miguel le encantaba comer que si parrillas y cosas así, yo me divertía tan sólo con la rocola.

Llegando le pedía dinero a papá, y eso era canción tras canción… con sólo dos o tres tonadas. Las repetía una y otra vez, hasta el cansancio, rayando en el fastidio, hasta que alguien, generalmente mi papá, me gritaba que dejara esa vaina en paz. Las tres que eran mis preferidas, y que aún me gustan, son: La Hija de Nadie, canción de botiquín por excelencia. Su dramatismo, su condena, su rabia y dolor me llegaban. La otra era (de nombre extraño) Luces de Nueva York, y esa voz poco armoniosa, así me lo parecía, exhalaba un resentimiento, un rencor nacido de la frustración que me encantaba; aquello de “vuelve al cabaret, cabaretera, vuelve a ser lo que antes eras en aquel triste burdel”, ¿acaso no suena a poesía?

Por último, esta canción, otro reclamo, otra denuncia. Otra rabia. En esa época, claro, no hacía relación entre un cantante tal, su voz y el resultado auditivo, ahora lo sé. Esta hermosa tonada, cuyo titulo no daré, es de Vitín Avilés… y no, no es aquello de “solo rodando por la vida”; esta es otra. Como saben, porque lo he dicho, no soy bueno con la tecnológica, tengo una amiga, Marga, quien acaba de iniciar su espacio y ya colgó videos. ¡Maravilla! Por mi parte sé (aprendí ahora; de hecho fue ella quien me enseñó a hacerlo) enviar cosas por correo como un pequeño archivo. Si alguien quiere saber qué canción de botiquín era mi tercera preferida, que escriba con su correo y la pida.

Aclaro, no deseo comentarios en el blog, más bien me avergüenza un poco tener que responder (excepto cuando me critican, entonces me da tibiera), tampoco deseo conocer gente, aunque es agradable de tarde en tarde, Marga fue un maravilloso encuentro, también Arquímedes y Galca, dos que siempre he lamentado no continuaran con sus espacios; pero en verdad, no busco amistades nuevas. Sonará extraño, tal vez exagerado u odioso, pero ya tengo muchas amistades. Demasiadas. No deseo saludos, comentarios sobre el clima, preguntas sobre mi salud ni nada de eso. Un simple: “envíame la canción para ver”, y ya. ¿Qué por qué lo hago así? Soy maniático obsesivo, cuando algo me gusta me siento obligado a compartirlo, eso me pasó con Brokeback Mountain, me gustó tanto que ‘debí’ decírselo a todo el mundo. Pero también porque no sé acomodar el espacio para videos o sonido; y por otro lado… bueno, eso lo sabrán después. Todo tiene un propósito en esta vida, la cosa es saber encontrarlo.

Seguramente ya conocen la canción (¡tienen que conocerla!), pero siempre es grato oírla. Aunque admito, que la fulana melodía tiene una versión mejor (la de Andy Montañez). Pero todas son buenas. Ah, y es música de cuando tenía siete años, ¿eh?, no es changa ni salsa erótica, nada nuevo o moderno. ¡Es música vieja, ¿okay?!

Julio César.

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