martes, 5 de mayo de 2009

ISAÍAS RODRUÍGUEZ, CARA DE PAYASO…

Hay gente que es patética (aunque uno no quiera usar esa palabrita), y hay otros que llevan las cosas al extremo (uno gime: Dios mío, ¡no puede ser!). Uno de esos personajes es este señor, imagino que ya ex fiscal, Isaías Rodríguez. Intentando ser justos, o hasta decentes (se los juro, lo intenté), hay que concluir que hay personas que no tienen salvación. Van de torta en torta, y ya ni se quitan el traje fiestero con el que fueron al anterior. El Fiscal General de la República Bolivariana de Venezuela, Isaías Rodríguez (es decir, el fiscal de la república de quinta, ya estamos por detrás de Cuba y Zimbawe), es uno de esos especimenes muy… Dios, para hablar de él hay que inventar palabras, ninguna lo describe en nuestra lengua y yo no me sé la de los elfos, pero digamos que es: insólito. Para comenzar es un hombre que se autoproclama de la izquierda socialista (pobre socialistas, ya hasta pena dan). Es, por lo tanto, un sujeto que criticó toda la historia de los cuarenta años de la democracia representativa como un periodo cuando no se luchó contra la corrupción del poder, el clientelismo del Estado y las brutales desigualdades sociales. Claro, olvida convenientemente según su psicosis, que un Fiscal General de la República, Ramón Escobar Salom, solicitó y logró que se enjuiciara a Carlos Andrés Pérez por ladrón al embolsillarse 17 millones de dólares que intentó hacernos creer que fue para defender las democracias latinoamericanas (y el muy cínico esperaba que se lo creyéramos). Hugo Chávez, su entorno íntimo y su familia se patearon de lo lindo, en una sentada, dos mil millones de bolívares del FONDEN, sin que les temblara el pulso (no sé cuánto es en devaluados bolívares fuertes), pero ahí sí no había nada que investigar, ni siquiera una sospecha. Así lo dijo ese enemigo de la corrupción y del clientelismo, ese ‘justo hombre de la izquierda’.

Aunque hay que entenderlo, en una considerable medida, este hombre se desfasa mentalmente cuando matan al Fiscal Accidental Danilo Anderson, el gran gurú de la fiscalía, quien llevaba todos los casos políticos, desde el golpe del 11 de abril de 2002, con un ojo sobre la oposición, pero el otro montado en Lucas Rincón, general trisoleado que esa madrugada anunció que Chávez había renunciado al poder, así como el juicio contra el alcalde de Baruta, Enrique Capriles Radonsky. Según las malas lenguas de mujeres malévolas como la periodista Patricia Poleo, el fiscal Isaías Rodríguez solía encerrarse largas horas en su oficina con Anderson, para penetrar… en el pensamiento marxista (así lo dejó flotar esta fémina, se los aseguro). Él la acusó de difamadora (y de bruja, me imagino), pero en verdad, cuando a Danilo Anderson lo matan en aquel atentado, Isaías apareció llorando y desencajado en televisión, gimiendo que esa muerte si le había dolido en verdad, no como la de su mamá que le dolió menos (pobre señora). Bueno, bueno, tampoco fue así, estoy haciendo una interpretación libre, lo que dijo fue: “esta muerte me dolió más que la de mi madre”. Y desde ese momento, y como ya se la tenía jurada a Patricia Poleo, el fiscal encaminó una investigación judicial destinada a lograr que un grupo de venezolanos dignos se vieran involucrados en el asesinato del Fiscal Accidental. Una doble venganza, y hay quienes lo tienen por idota…

Policía o funcionario que dijera que las cosas no iban por ese lado, era separado de la investigación, suspendido y hasta pasado a tribunales para que respondiera por esto o aquello (nunca se había visto tanta democracia y legalidad; o como dicen Kirchner, Zapatero y Lula: así, así, así es que se gobierna), y todo culminó con una acusación formal contra Patricia Poleo, acuciosa e implacable periodista enemiga del régimen, como lo fue de los anteriores gobiernos, siempre crítica, ácida y dura; contra el abogado Salvador Romaní, hijo de un opositor a Fidel Castro de toda la vida, vinculado a un activo grupito de venezolanos que ayuda a escapar a médicos y entrenadores cubanos que vienen a las misiones; se acusó al general Jaime Escalante, chavista pero hombre decente, acantonado en el Occidente del país donde denuncia, y es enemigo jurado, los campamentos de la narcoguerrilla colombiana asentados en territorio nacional a quienes ahora no se podía tocar ni con un mal pensamiento, y denunciante del tráfico de drogas en el Oriente, de la gente del llamado Cartel del Sol; y finalmente, pero no menos importante o significativo, Nelson Mezerhanne, un accionista de GLOBOVISIÓN, con quien desearon dar un escarmiento a la planta televisiva.

Y por supuesto, como antes hizo Carlos Andrés Pérez, el fiscal pretendía que le creyéramos todo ese cuento mal elaborado. Recuerdo, con asombro, lo dicho por Isaías Rodríguez en esos días, que esos eran todos por el momento, pero que podía haber más involucrados y que todos serían montados en “el autobús de a justicia”, imagino que camino al salón de la justicia. Más tarde quiso involucrarse al cardenal Rosalio Castillo Lara, que en paz descanse, y a Oscar Pérez, líder del Grupo de la Resistencia, así como a militares retirados del Frente Militar Institucional. Siendo como somos, en seguida se dijo: coño, ¿y dónde conspiraba toda esa gente, en una sala de conciertos? Pero esa era la naturaleza de este sujeto, la de un hombre sin inteligencia o probidad, condenado a arrastrarse a pantanales indecibles para poder mantener un cargo público, un muy buen cargo, gana muy bien. O ganaba.

Pero Isaías Rodríguez no actuaba tan alocadamente como uno podría imaginarse hasta este momento: ¡tenía un testigo!, el testigo estrella, un hombre al que jamás se le careó con los involucrados o la prensa que no estuviera controlada por el Estado. Nadie que no fuera del Gobierno pudo hacerle una pregunta jamás. La única entrevista que dio fue con la gente de VENEZOLANA DE TELEVISIÓN, donde la todopoderosa fiscal Luisa Ortega, iba dictándole qué decir. Era terrible, ni siquiera intentaron que se aprendiera el guión, por eso les va como les va. Lamentablemente, para Isaías Rodríguez y Hugo Chávez, la prensa investigó y se supo que el carrizo era colombiano y que tenía un expediente criminal voluminoso levantado allá por… mitómano y estafador. Investigado nada más y nada menos que por mentiroso. Ay, Dios mío, ahora cabe preguntarse: ¿es justo que un régimen tan inescrupuloso pero con tantos recursos no pudiera encontrar a alguien mejor para echar el cuento? El caso fue que el sujeto, Giovanni Vásquez, dijo que él y esas cuatro personas estuvieron creo que en una selva de Nicaragua o Panamá, planeando esa muerte el día tal. Y el fiscal Isaías Rodríguez se lo creyó porque, confesado por él mismo a un periodista de VENEZOLANA DE TELEVISIÓN de apellido Villegas, había visto la sinceridad brillar en la mirada de Giovanni Vásquez cuando le contaba todo; argumentación que hizo revolver en su silla al entrevistador como si estuviera sentado, de pronto, sobre un hormiguero.

Que esas cuatro personas estuvieran en el país para la fecha en cuestión, según Inmigración y testigos oculares, o que sus pasaportes no registraran tal viaje, no lo disuadió. ¡Él tenía un testigo, caramba!, un hombre de mirada sincera y brillante, donde se adivinaba la tortura de un alma que confiesa cosas terribles (ah, no les he contado: el fiscal pretende ser poeta, creo que hasta libros ha escrito). No, este hombre magistralmente ofuscado (¡Danilo había muerto! Dios, ¡Danilo se había ido!) Salió con una nueva teoría, una que lo cubría, explicaba y unificaba todo (todavía no entiendo cómo no lo han llamado de la NASA para que teoricé sobre los campos unificados que tienen a los pobres físicos de cabeza). Todos los indiciados habían escapado por los caminos verdes, porque él sostiene que como nadie custodia las fronteras en este país de quinta (no te digo, atacaba a Chávez), todos salieron por donde entran los irregulares de las FARC; y remató diciendo que la gente que se vio por aquí, vistos por familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo eran… (ta ta ta tannn) ‘dobles’.

Si, si, sé que suena absurdo y da risa, yo mismo no puedo evitar sonreír aunque la cosa es realmente deprimente, alarmante y doloroso, recuerden que ese señor es el Fiscal General de la República, el que halla llegado ahí por ser sumiso a Chávez no le quita gravedad al asunto. Claro, ante la nueva teoría, todos esperábamos ver a los dobles identificados, desfilando esposados con las cabezas gachas, echando el cuento de cuándo descubrieron que se parecían tanto a fulanito o menganita. Pero por alguna extraña razón, nadie los buscó, ni la fiscalía ni la policía. Ni se dijo cómo hicieron los conjurados para verse fuera de Venezuela. Esos eran detalles nimios, sin importancia. Según Isaías Rodríguez, dicho por él, eran detallitos sin interés levantados como cortinas de humo por los medios de comunicación para salvarle el pellejo a los homicidas. ¡Él tenía un testigo presencial, carajo! Pero el golpe más devastador, uno que ni Kirchner, Zapatero, la Bachelet o Lula supieron como explicar o encubrir de aquel socio que tan generoso era, llegó cuando una reportera de GLOBOVISIÓN presentó una boleta de excarcelación donde constaba que Giovanni Vásquez estaba preso en Colombia el día en que aseguraba haberse reunido con los Cuatro Grandes, las mayores mentes criminales de nuestra era, en la selva. Y aquí, no queda más remedio, uno se lleva las manos a la cabeza y pela los ojos.

¿No es insólito? ¿Acaso creyeron que nadie investigaría, qué nadie se enteraría? ¿Qué les costaba elegir otro día, uno cualquiera, pero que el testigo estrella estuviera en libertad? ¿De dónde salió ese testigo? ¿Lo envióla CIA? ¿Bush? ¿El Diablo? A esta alturas pensaran que con eso terminaba el proceso contra esa gente, pues no; se inventaron una figura legal donde ni eran culpables ni eran inocentes, sí, es verdad, no hay pruebas, pero el proceso no se cierra y en cualquier momento, si aparece alguien más, así sea una imagen en una piedra, se les vuelve a encarcelar. Patricia poleo, quien en cuanto comenzó el zaperoco se fue al exilio, aún no puede regresar a Venezuela, porque no hay garantías de que no la encierren y que en una celda le hagan lo que los cubanos acostumbran a hacerle a sus víctimas en Cuba para destruirlas, esas cosas que gente como Sean Penn, el que fue marido de Madonna (su único logro real en la vida) nunca ve mientras se cree un chico terrible al hacerle la barba a Fidel o a Chávez.

Después de años de verlo desvariar y revolcarse públicamente en la inmundicia, la propia y la ajena, siempre con una sonrisita que daba escalofríos (algo realmente desagradable, créanme), Isaías Rodríguez deja el cargo, rogándole a Dios todos los días, desde ahora hasta su muerte, que el Gobierno nunca cambie y que Chávez pueda mandar hasta que se muera de viejo como Fidel así sea sosteniéndose sobre las armas y la represión, o sus crímenes, los que cometió, los que ayudó a encubrir desde la fiscalía, las persecuciones que personalmente desató contra gente decente que cometió el delito de alzar su voz de protesta ante tantos desmanes, lo alcanzarán. Como finalmente lo alcanzarán ya que es de todos sabidos, y consuelo da, que lo que en esta vida se hace, en esta vida se paga.

Ah, ya imagino al tragadólares (el avión a todo lujo donde el humilde Hugo Chávez sale a vivir la buena vida, a todo trapo, por esos mundos de Dios, alejándose de Caracas que está tan sucita y fea), escapando a toda prisa porLa Carlota, seguido de una multitud que grita y que, como los valientes bolivianos hace poco, llevan palos y piedras que le arrojan. Con lo intrépido que es el Presidente (oculto en el Museo Militar el 4 de febrero mientras otros echaban plomo parejo en su intentona de golpe, y bajo la sotana de los curas el 11 de abril, para que ‘no lo mataran esos muchachos’, como confesó al regresar al poder, pero que luego, convenientemente, olvidó mientras echaba el cuento una y otra vez), gritándole al piloto: más rápido, más rápido, métele chola. Y entre el avión y la multitud que grita, Isaías Rodríguez, corriendo torpemente, gordo y fofo por una vida de vicios y excesos, cargando con las pesadas maletas llenas de dólares, gritando que no lo dejen, que no lo dejen o lo joden, para luego, y cómo no, tropezar y caer, como Clim, aquel mapachito que corría tras el tren cuando se iba Candy Candy.

Ah, hay tanto que contar todavía del ex fiscal que creo que continuaré después…

Julio César.

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