miércoles, 27 de mayo de 2009

¿ACASO HAY CONSUELO PARA RAQUEL, LA QUE LLORA A SUS HIJOS MUERTOS?

Una mujer despierta en medio de la noche, una noche azarosa en medio de una vida azarosa. Ha criado a cinco hijos prácticamente sola. La noticia no puede entenderla por un segundo: le han matado a un hijo. A ella no le importa saber cómo, en dónde, quién o por qué; su mente llegó hasta el detalle: le mataron a su muchacho. Pasado el shock viene la realidad, cruda y salvaje, se le fue. Alguien a quien llevó dentro de sí, a quien parió, amamantó y cargó, sintiéndose increíblemente feliz cuando le sonreía con su carita de luna redonda, compensándole todo malestar en su existencia. Pero es la vida, es el país. Esas cosas pasan. Está en la morgue, hay que ir por él, preparar el funeral. Avisa a sus otros hijos, a sus familiares y conocidos. Una nuera la llama: nos vemos allá, voy con una plata que te envía el Negro, tu hijo.

Y se encuentran, pero la joven llega llorando y grita: mataron al Negro. En menos de un día la mujer los ha perdido a los dos. ¿Qué queda para ella? Esas cosas pasan, le dirán de nuevo. Pero ¿será cierto? ¿Está condenado un país pequeño nadando en petróleo, con ingresos en diez años de novecientos mil millones de dólares despilfarrados, a la miseria, la mendicidad, el hamponato y la inseguridad? ¿No hay un responsable, un culpable?

Frente a los dos ataúdes donde esa mujer se sentará a sufrir y consumirse como purgando una culpa tal vez no suya, ¿quién responderá ante ella?

Julio César.

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