martes, 17 de febrero de 2009

LITUANIA Y LA RESISTENCIA

Me encanta leer sobre historia, creo que ha sido una pasión para mí desde siempre. De muchacho coleccionaba fascículos semanales sobre la Historia del Hombre y Armas de la Segunda Guerra Mundial; cuando contaba doce años seguí con avidez, por Venezolana de Televisión cuando era el canal del Estado, presentador de programas de calidad, EL MUNDO EN GUERRA. Uno de los periodos históricos que siempre me ha gustado más es ese, el de la Segunda Guerra Mundial. Una guerra no entre dos facciones humanas intentando demostrar la veracidad de sus argumentos mediante la derrota del otro; no, sino el exterminio sistemático, demente y calculado de poblaciones enteras, la desaparición en masa de seres humanos no como acción de una batalla sino de una política racial; lo que la convirtió en una verdadera guerra entre la luz y las sombras.

Ojeando reseña de libros, tratados de historias y cosas así, leí algo sobre Lituania y recordé otro hecho pasado. La reseña era sobre EL BOSQUE DE LOS DIOSES, que no he leído, y la reseña (en la revista ZETA) comentaba que durante la ocupación nazi de los países Bálticos, el ejército invasor exigió que los hombres jóvenes en edad para servir militarmente se unieran a las tropas de la tenebrosa SS. Pero los jóvenes lituanos se negaron al reclutamiento (qué valor hubo que tener para semejante acción), y las universidades entregaron apresuradamente certificados y títulos para que los estudiantes pudieran, papeles en mano, evadirse evitando las aulas de clases, saliendo del país algunos, ocultos en casas amigas otros. La retaliación del ejército alemán fue brutal: apresar a los profesores y enviarlos a los campos de exterminio. Así, como si los educadores hubieran cometido un acto horrible contra la humanidad. Uno de ellos, de los deportados, era Balys Sruoga, autor del libro reseñado en la revista. El hombre sobrevivió a los nazis para morir más tarde en una Lituania ocupada por los soviéticos, quienes censuraron el libro e impidieron su publicación. Unos y otros abrazaban el mismo credo, el autoritarismo de la fuerza para imponer sus ideas convirtiendo a otros en rehenes, prisionero. Esclavos. Ahí está Cuba todavía.

Lo que recordé de hace años fue una noticia en la prensa, leída apresuradamente por Marta Colomina en su espacio mañanero cuando enaltecía la pantalla ahora cobarde y entregada de TELEVEN. Cuando el régimen soviético comenzó a hacer agua, los países Bálticos fueron los primeros en exigir su independencia. Las iras de Moscú cayeron sobre Lituania y Estonia por ello. Hubo refriegas armadas, nuevamente los milicianos mostraban su rostro decidido. El caso fue que a un importante hospital de la capital lituana, llena de heridos combatientes, llegaron tropas soviéticas buscando detener a los rebeldes. Fue cuando médicos y personal de enfermería, tomando a los heridos, se lanzaron por sótanos y túneles, arrebatándoselos a los fascistas. Las retaliaciones del nuevo régimen de terror cayó sobre todo el personal asistencial, como debieron saber que ocurriría.

Cuesta imaginar un mundo así, ¿verdad? Antes y ahora, la historia siempre se repite cuando no queremos aprender la lección. Los lituanos la aprendieron, también los alemanes; unos enaltecen el pasado, otros lo cuidan en silencio, siempre temerosos de que sea sacado a relucir en medio de una conversación; cosa que explica por qué una joven moderadora de televisión fue censurada públicamente y despedida cuando en medio de una competencia animaba a los concursantes y soltó la frase “el trabajo los hará libres”, frase enmarcada en los campos de concentración. Hay quienes sostienen que fue una medida exagerada, pero repito, Alemania cuida el pasado porque la lección fue costosa. Por otro lado, los rusos no lo han aprendido, la guerra de Georgia lo demuestra. Y allí está Gaza todavía.

Julio César.

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