viernes, 20 de febrero de 2009

LA LOCURA DE LA ERA… (4)

Con una crisis de valores, rodeados de mil problemas causados por las desigualdades sociales, políticas y económicas, caímos en el año dos mil, el nuevo siglo, algo que parecía lejano y misterioso, como si nunca fuéramos a llegar. Al paso del noventa y nueve al cero cero, el mundo debió enfrentar nuevamente los miedos atávicos de todas las profecías habidas y por haber sobre el fin del mundo, desde el Apocalipsis, al Hercobolus y aún al virus de las computadoras que nos regresarían al mil novecientos causando un colapso tecnológico. Ninguna se cumplió, cosa que no desanimó a los místicos a pesar de verse de tanto en tanto en el apuro de tener que explicar por qué el mundo seguía aquí. Ah, pero son gente descarada, casi admirable, en seguida estaban escribiendo nuevos libros y ganando más plata profetizando el final para otro momento; por ahí ya se habla de un planeta rojo (dicen que no es Marte) que se acerca a la Tierra, con quién sabe qué intensiones.

¿Qué traería el futuro como regalo a la humanidad? ¿Las bases en la Luna y el Imperio Galáctico? ¿Las ciudades submarinas? ¿El fin del cáncer, la diabetes y el sida? ¿Un método para adelgazar mientras se mira televisión sin hacer nada más? ¿Una forma práctica de viajar astralmente? No, no nos dio tiempo para soñar con todas esas maravillas que se suponía ya tendríamos en esta época. ¿Qué ocurrió en verdad? El 11 de septiembre de 2001 tres aviones comerciales llenos de civiles inocentes fueron secuestrados y desviados, hasta que se estrellaron, dos en Nueva York derribando las Torres Gemelas, y uno en Washington sobre el Pentágono, y se inició una nueva era de temor, regresábamos a la pesadilla de la muerte súbita que podía llegar a manos de dementes violentos. El miedo al terrorismo talibán en este caso.

Siquitrillados los comunistas, ahora era el turno al bate de los enemigos del Islam y de Occidente, los fundamentalistas. Bastó tan sólo una mañana para que revivieran todos los temores a la guerra, a la muerte, a la violencia. Con la caída de las Torres Gemelas cayó la sensación de seguridad y poder de Estados Unidos y de Occidente todo; la violencia y la muerte podía llegar en gran escala a cualquier lugar. El espejismo de un mundo a salvo se había roto. Ahora la muerte podía estar moviéndose en cualquier terreno, en un avión que despegara de aquí o allá, de una bolsa abandonada cerca de los rieles de un tranvía. Recuerdo que ese día trabajaba y mi jefe venía con ojos espantados, más sorprendido que angustiado, a decir que un avión se había estrellado contra el edificio. No le creí y fui hacia el televisor, y aunque estaba allí, viéndolo, me resistía a aceptarlo.

Me pasó como cuando el secuestro en el Urológico San Román, aquí en Venezuela, cuando la policía terminó con el incidente matando a todo el mundo dentro del vehiculo donde escapaban secuestradores y raptados, atendiendo a la máxima de que muerto el perro se acabó la rabia. Yo no podía creerlo (ni lo del Urológico ni lo de las Torres). Después de eso vino la guerra, ¿qué otra respuesta cabía? Hasta los afganos, donde decían estaban los organizadores del atentado, lo esperaban. Siempre recuerdo la cara de un tipo barbudo y joven, que armaba una carreta a toda velocidad para llevarse a su familia y lo poco que tenía, diciendo con miedo y angustia que se iban porque sabía que los norteamericanos llegarían y quería huir antes de que cerraran las fronteras; era el drama del tipo común, que sólo quiere comer, hablar, reír, ver crecer a sus muchachos y acostarse con su mujer, en contrapartida de los ‘poderosos’. Vino una guerra, y luego otra, y la gente se fastidió. No era extraño, era la misma gente que vivió en medio de la fatuidad de los noventas y educó a sus hijos en esos valores, el mundo había olvidado lo que era el esfuerzo o la constancia. Eran las familias a quienes los hijos decían que querían ser militares y al parecer jamás se les ocurrió que podía haber una guerra, o que el enemigo se molestara y atacara también.

Es el mundo de los artistas que lloraban por los niños afganos e iraquíes pero que les tiene sin cuidado los niños que caen al mar y se los comen los tiburones mientras intentan escapar de la isla prisión, Cuba; o de los que se quedaban allí utilizados en el turismo sexual, esperando a los alegres viajeros tan preocupados por la revolución digna del pueblo cubano, defendiendo al viejo barbudo que regenta el burdel (al menos se lo agradecen con declaraciones anti imperialistas o contra el bloqueo). Y en este punto, el de tanto bobo en Hollywood que defiende sistemas aberrantes, debo hacer la salvedad de que no creo que lo hagan por complicidad con los que manejan el burdel caribeño o los pone bombas, o porque atacando la guerra y a su país hacen más propaganda para ganar centimetraje en la prensa. Creo que lo hacen porque son personas de mentalidad algo simples, no tontos, no me malentiendan. Pero al final de cuentas no se puede pedir más de los artistas, fuera de que se vean bien. No tienen porque ser realmente inteligentes o racionales

El dosmil llegó envuelto en fuego y humo, con rumores de guerra otra vez. Creo que, fuera de que el señor George W. Bush y su tren ejecutivo han demostrado hasta la saciedad que son gente incapaz hasta de tocarse la nariz frente a un espejo y usando las dos manos (y lo siento por la señorita Condolezza Rice, quien tiene una pinta de fábula), a Estados Unidos no les quedaba otro camino sino la batalla. Fueron atacados en su territorio, y gobierno que permita eso y no haga nada, está jodido. Además quien lanza un avión lleno de personas contra un edificio, ¿qué le impide hacer estallar un artefacto nuclear en la plaza de San Pedro, o en Madrid, o en California? ¿Su buen corazón? ¿La cordura? ¿La decencia? Quien quiera engañarse que meta la cabeza en la arena como hace Europa (con el peligro de que dejan el culo afuera), quienes ven como grupos fanáticos del poder para sí, gritan y amenazan con matar a todo el que no les deje hacer su real gana, y que ven como se arman, pero no hacen nada porque creyendo que dejándolos hacer, desviarán su odio irracional y su violencia y que así se protegerán. Es como la familia que ve que a su vecindario se muda gente agresiva y grosera, que gritan y golpean a los que están cerca y toman lo que les da la gana porque nadie puede reclamarles o serán victimas de su rabia, y piensa que con el recurso de no verlos, ignorándolos, ya el problema desaparece, que están a salvo.

Y la situación europea es dramática, rodeada de infortunios; primero, los viejos mercenarios que cobraban de la extinta Unión Soviética, la recua que se hacía llamar intelectuales que controlan medios de comunicación, continúan recibiendo dinero para atacar a todo el que enfrente o diga algo contra el terrorismo, los dueños del capital de las drogas y armas, o los nuevos déspotas en países del Tercer Mundo que pagan sus buenos dólares a costosos lobbys. Segundo, del lado de las voces sensatas y valientes se fueron Oriana Falacci y el papa Juan pablo II. Tercero, aparentemente la era de Tony Blair está por terminar y tal vez el Reino Unido caiga en las aberraciones que sacuden a la pobre Francia de Mitterrand, que no da pie con bola, o más cercano, a la del alcalde de Londres. Lo que viene puede ser la era tipo Rodríguez Zapatero. ¡Pobre Europa! Por suerte la canciller alemana, Ángela Merckel, parece tener tabaco en la vejiga. No todo podía ser tan malo como las corrientes de caudillismos del siglo dieciocho y diecinueve que amenazan barrer con toda Latinoamérica, mientras muchos aplauden.

Hay quienes dicen que el mundo afronta un enfrentamiento entre Oriente y Occidente, y puede ser verdad, esos choques siempre han existido. Pero en este caso en particular, no lo parece. Uno cree detectar sólo ambiciones demenciales de pequeños grupos que quieren una obediencia perruna, una sumisión total a sus caprichos, vicios o demencias, del resto de la población. En todas partes se sostiene que el señor Bin Laden, es uno de los hombres más rico del medio oriente, y tal vez del mundo, y que se ocultaba en Afganistán, un país increíblemente pobre. Nunca se oyó que utilizara esa fortuna para construir hospitales para combatir enfermedades, o plantas desalinizadoras para obtener agua dulce del mar, o proyectos para convertir el desierto en tierras fértiles. ¿Cuantas universidades creó que generaran un ejército de maestros contra la ignorancia, médicos, o arquitectos, o ingenieros? Que yo sepa, ninguna. Claro, hay más gloria, dignidad y belleza en comprar bombas y pegárselas a un pobre diablo al cuerpo y enviarlo a morir por su causa, para su gloria personal. De verdad todo eso suena justo y necesario. Y se supone que debemos admirar eso, verlo como un ejemplo de lucha y dignidad de un pueblo pobre contra la Gran Satán.

No construiremos una sola fábrica que de empleos, ni una carretera para transportar alimentos, muchos menos conseguir animales de cría para entregárselos a la población, compraremos ametralladoras y explosivos, para la gloria del Profeta; gritan, y se supone que hay que creerles, y respetarlos. Hay quienes sostienen que es algo cultural y que hay que dejarlos hacer, porque así son, que salgan y maten que ya se cansarán en algún momento. Entonces uno tiene que preguntarse porqué un hombre que viene de un hogar violento no tiene el derecho cultural de matar a palos a la mujer o a los hijos. Debe ser porque aún estamos en los años que van del dos mil al dos mil diez, pero aún no veo la cinta que describa este tiempo de gente que mata monjas a golpes para demostrar que ellos no son los grupos violentos que sostienen los malhablados; y que si los llaman violentos los ofenden

¿Será que el demente soy yo, o esta es simplemente otra manifestación más de la locura de la era?

Julio César.

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