jueves, 17 de julio de 2008

GENERAL MANUEL ROSENDO

A los venezolanos generalmente nos han visto con una lente un poco dura el resto de los países latinoamericanos. Siempre he pensado que se debe al petróleo y las posibilidades económicas que eso siempre nos brindó, aunque nos las ingeniamos para regarla y dejar la cosa peor. Jamás aprendimos qué hacer con los reales del petróleo. Se dice que somos flojos y superficiales. Es posible, pero debe entenderse que a cada venezolano desde que nace se le dice que pisa una tierra rica en petróleo y que el petróleo es de todos. Así que todos esperamos nuestros barriles, nuestra parte, de la que creemos tener derecho. ¿Para qué trabajar o esforzarse si se tiene real? El problema es que los reales no llegan, y ahora menos, que nos viven los gobiernos ‘amigos’ y nos chulean los cubanos, Evo Morales y Daniel Ortega. ¿Realmente seremos tan superficiales, tan simples, tan elementales? Veamos.

Durante los años 1999, 2000 y 2001 el país asistió al enfrentamiento de un grupo de valientes reporteros y periodistas de medios independientes (había que serlo para encarar a un Gobierno abusador y represivo, aplaudido por tanta gente fuera de sus fronteras), que habían denunciado la terrible corrupción que arropaba el ámbito militar con la operación que se llamó PLAN BOLÍVAR 2000, donde generales y oficiales manejaron de forma personal y a discreción, sin intermediarios o controles, colosales cantidades de dineros destinados a obras sociales directas, saltando sobre las autoridades civiles. Muchas voces se alzaron para prevenir al Gobierno sobre lo que vendría, la escandalosa corrupción del componente militar, la desaparición de esos dineros y las pocas obras o soluciones reales alcanzadas. Todos los dijeron, todos advirtieron, pero un Gobierno inepto, corrupto y corruptor permitió que el festín continuara. El Presidente se encontraba urgido de corromper con plata a los militares para que estos rompieran totalmente con la llamada institucionalidad, y le debieran a él hasta el modo de caminar, mientras se archivaban casos contados de excesos para futuras amenazas. Toda denuncia era tachada de subversiva, desestabilizadora y emanada de la CIA. Era algo grotesco de lo que muchos medios de comunicación fuera del país se hicieron eco.

De esos años, un hombre que estuvo en la picota aunque no se le acusara personalmente de nada, fue el general de división ejercito, ahora retirado, Manuel Rosendo, un voluminoso hombre con fama de serio, cabal e institucionalita hasta esos momentos. Pero las denuncias de corrupción de militares hechos por el señor Roche Lander, ex Contralor General, y aún del nuevo contralor, Clodosvaldo Russian, o Rufián como también se le conoce, amparados luego por el poder, acabaron con esa fama y estima. Los militares habían comenzado a resbalar por la pendiente por la que rodaban los políticos, los de antes y los que llegaban ahora. La gota que derramó el vaso contra el General fue con ocasión de un desfile militar, cuando todavía el Presidente se atrevía a hacerlos sin rodearse de incondicionales y cubanos, cuando la gente lo quería en verdad e iba a verlo y aplaudirlo. En ese desfile el general Rosendo, vestido de verde, metido en un tanque dijo unas palabras que sonaron algo más que adulancia al poder. Era halamecatismo puro. Haló mecate con fuerza, pero sin tensarlo, fue un trabajo experto, firme y sostenido.

Ah, ¡las cosas que se dijeron de Rosendo en todo el país! Gordo halabolas fue lo de menos. La gente decía que parecía un tapón metido en el tanque y otros añadieron que habían tenido que embaunarlo de grasa para que entrara y seguramente habían tenido que desarmar el tanque para sacarlo. La vida de la República continuó, los excesos, crímenes y vicios de una clase crapulenta se hizo demasiado evidente para todo un país, sus desmanes habían acabado con la paciencia de la gente, que poco a poco salió a protestar nuevamente. Los primeros que alzaron la voz fueron los padres, maestros y representantes cuando el Gobierno amenazó la patria potestad, diciendo que Cuba era la única que debía encargarse de la crianza de los muchachos y de su formación ideológica y política (ya se imaginarán). Luego protestaron los médicos, gerentes varios, políticos, religiosos, y finalmente la gente de los medios de comunicación y el ciudadano común. La tapa del frasco llegó cuando un grupo de militares de alta graduación se declararon el rebeldía cívica pacifica. Realmente el régimen no supo que hacer con ellos.

El año 2002 fue álgido y terrible para Venezuela, con una situación que fue desmejorando día a día, hasta culminar en la gran marcha del día 11 de marzo de 2002. Inicialmente la marcha debía partir desde Los Dos Caminos, en el Este capitalino, cerca de Petare, hasta la plaza Altamira donde pernotaban esos militares en rebeldía. Pero la marcha fue desbordada por su propio éxito, uno que ni lo organizadores esperaban. Asistió demasiada gente, y no se detuvieron en Altamira. La marcha continuó. El grito era: hacia Miraflores, hacia Miraflores. Y ¿qué mal había en ello? Eran personas marchando, gente que deseaba darse esa larga caminata y llegar al Palacio de Gobierno y gritar a una voz: vete ya. ¿Qué iban a tumbar el gobierno? ¿Sin aviones, sin tanques, sin armas? Muchos desean creer que si, que así se dan golpes de estados, no con tanquetas, avionetas lanzando bombas o con FAL o metrallas asesinando gente desde puentes y azoteas. Hay quienes deben creerlo, repetírselo y llegar a convencerse con el tiempo, porque la duda, la sospecha de que no fuera así, sería algo demasiado monstruoso.

En Miraflores un hombrecillo ridículo y patético cayó en pánico y ordenó se implementara el Plan Ávila: que el ejército saliera y cargara contra todo el mundo. El Alto Mando se negó, pero desde puentes y azoteas de edificios públicos controlados por la Guardia Nacional al estar en el perímetro de seguridad del Palacio de Gobierno, se disparó contra la gente. ¿Quiénes eran o como llegaron allí cuando nadie que no fuera del Gobierno era revolcado a palos o alejado con bombas lacrimógenas de los uniformados si se acercaba? Nadie lo explicó jamás. El Alto Mando, en vista de los horrores, muertos y crímenes cometidos, le solicitó la renuncia al Presidente de la República, el responsable de la masacre. Renuncia que este aceptó, dicho por boca de un chavista conspicuo, el general en jefe, trisoleado, Lucas Rincón, un hombre tan ‘honesto y cabal’ que ni por decir aquello fue investigado después. Cuarenta y ocho horas después, el hombre volvía al poder y comenzó la persecución cabal contra todo el mundo. El país vivía una guerra sorda, soterrada y desesperada a pesar de los esfuerzos de Brasil, Argentina y la OEA por ocultarlo, hasta que en diciembre de ese año estalló el llamado PARO CÍVICO.

Para este momento, Manuel Rosendo, hombre que se había negado a lanzar el ejercito contra la gente, y a que salieran las tanquetas y tropas armadas para contener mediante el asesinato de civiles a la población, había sido dado de baja, y se le llamaba traidor e investigaba por si era agente de la CIA; lo real era que ahora colaboraba decididamente con la oposición, porque la cosa ya estaba clara, un régimen con tintes totalitario y continuista pretendía el poder total, jineteado desde Cuba, aunque muchos preferían no verlo así, por desear ver lo que querían ver, o por intereses económicos que amarraron al carretón autoritario a tantos gobiernos latinoamericanos. El régimen gastaba cantidades increíbles de dinero para comprar y atar conciencias. Durante el Paro Cívico, varios altos militares fueron detenidos para infundir temor. Una tarde, llegando a la urbanización donde vivía, Manuel Rosendo era seguido por la DISIP, la siniestra policía política, que intentó detenerlo y llevárselo por la fuerza, sin que mediaran órdenes de captura o se encontrara presente un fiscal del Ministerio Público. Pero no pudieron. Los vecinos y gente que pasaba por ahí, dándose cuenta de lo que pretendían, reaccionaron con determinación y rodearon a los policías al grito de: Rosendo no sale de aquí. Alguien llamó a la prensa y en seguida GLOBOVISION (por eso la odian tanto) llegó al lugar.

Fue extraño ver a ese hombre grande, con cara de luna, con aire como confuso, parecía aturdido, rodeado de gente que lo empujaron hacia un estacionamiento y cerraron una reja para protegerlo, y que no permitían que se lo llevaran entre gritos de apoyo y cacerolazos que perseguían y alejaban a la DISIP. En ese momento, la cosa había cambiado, de forma evidente, y tal vez por eso nos llaman frívolos. El general Manuel Rosendo había pasado de ser un villano odiado, ese gordito estrafalario y halamecate, ridículo y protector de corruptelas, a paladín en la lucha por la libertad. Ahora la gente lo encontraba sobrio, elegante, decente; era mesurado e inteligente, un estadista pues. Dicen que hasta algunas féminas lo llamaban gordito lindo.

La situación degeneró más, el Gobierno dio un golpe de mano con un referéndum presidencial mega fraudulento, avalado por medio mundo, y lo que quedaban de voces opositoras que gritaban no pude ser que un solo hombre nos embarque en negocios absurdos con satrapías mundiales, fueron silenciadas. Al ser encarcelado el general Francisco Usón por explicar en televisión cómo funcionaba un lanza llamas (a cinco años de cárcel, ah, pero en Venezuela todo está bien, según Inzulsa, Lula da Silva y Kirchner), el general retirado Manuel Rosendo hizo mutis, uno muy discreto. Se asegura que está fuera del país. Que le vaya bien, porque indistintamente de todo lo que pueda haber hecho durante toda su vida, cuando el momento de la verdad llegó y se le exigió el asesinato a mansalva de cientos y cientos para satisfacer los apetitos pedestres de poder de un enfermo manejado por el viejo dictador cubano, se negó de plano, como un hombre, como un militar de carrera de verdad, que sabe dónde y quiénes son los enemigos reales de Venezuela.

Sus manos no se mancharon de sangre inocente como hicieron y hacen otros con tanta facilidad. Dijo no; y no, fue no. Con hombría. Esté donde esté, repito, que le vaya bien; un día, cuando sea un anciano (mejore sus hábitos alimenticios, General) plagado de dolores y achaques, tal vez amargado por tantas limitaciones y malestares, podrá quedarse quieto y sonreír por un momento en algún sillón mirando a la nada, y recordar que ese día, muchos años atrás, salvó la vida de muchos, de personas que siguieron viviendo sin saber lo cerca que estuvieron esa tarde, un 11 de abril, de morir. Salud, General, una conciencia tranquila será lo único que lo acompañe, Dios quiera, dentro de muchos años, cuando la vida esté llegando a su final. Ese día no tendrá que mirar con espanto, rodeando su cama, los rostros de los que debieron ser sus víctimas esa tarde. No se crea, no es poco lo que ganó…

Julio César.

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