viernes, 11 de julio de 2008

COLOMBIA, UNA VERDAD QUE MOLESTA

El señor Álvaro Uribe Vélez nos resultó un demonio total. Ese hombre que prometió la pacificación de Colombia, algo que muchos habían ofrecido, y que todo el mundo dudaba fuera posible, está cumpliendo. La sociedad colombiana parece estar viendo una luz al final del túnel. La destrucción de estos grupos devenidos en hampones y terroristas (mira que mantener gente encadenada durante años, ¿qué diferencia hay con las prácticas nazi?), será sintomática, los paramilitares serán los siguientes. Esto ya se está vieno para angustia de los grupos financiados por el narcotráfico que lanzan desesperadas campañas para intentar enjuiciar y condenar a Uribe. Porque saben que una vez caída la guerrilla y neutralizados los paras, tocará el turno, en serio, de los carteles de las drogas, y estos sí que tienen dolientes. ¿Cómo carrizo podrían hacerle frente a un país en paz, unificado, con el claro objetivo de destruirlos? No hay manera. Por eso aún patalean; los lobbys sostenidos por este dinero (qué mira que han penetrado los sistemas financieros mundiales, al punto de que han logrado el colapso de la cartera crediticia), y los narco políticos, todavía dan la batalla, pero van quedándose solos.

Esto es algo que es difícil de apreciar en toda su dimensión fuera de ese país. Hace días, viajando en el horrible y atestado Metro, presencié una discusión feroz entre un señor que hablaba, con acento andino, pestes de nuestro presidente, Hugo Chávez. Dijo tales cosas que hasta yo que lo odio, me incomodé. El punto fue que llegó a comparar a Chávez con Uribe (y que no se moleste el colombiano aunque la comparación ofenda), alegando que “ese sí era un presidente que dejaba a su país en alto”, y lo completó con cosas sobre el nuestro, que de verdad eran duras. Casi en seguida le saltó una gente, eran dos señores y una dama, que no iban juntos. Cada uno alegó que Álvaro Uribe era un delincuente, un criminal que mandaba a matar gente, que controlaba y conspiraba con la oligarquía colombiana para asesinar gente como a Raúl Reyes (el de las computadoras), siendo repudiado por su pueblo. Y aquí tuve que meter cuchara, aunque en verdad tampoco me gustaba lo que decía el anti chavista, porque son este tipo de opiniones expresadas a la ligera una tendencia peligrosa que se ha venido imponiendo desde hace tiempo.

Les dije que hasta donde yo sabía, a la muerte de Raúl Reyes, o el asesinato, el brutal asesinato para cobrar la recompensa del otro jefe del Secretariado, Iván Ríos, los colombianos no habían salido a las calle a llorarlos, que no hubo gritos de dolor ni de indignación. Que hasta donde sabía nadie pedía el enjuiciamiento de Uribe por asesino. Rematé diciéndoles “claro, aquí en Caracas podemos decir: es que esos son colombianos, ellos no saben nada de lo que pasa en Colombia, nosotros aquí, y desde aquí, sí sabemos” (hablan como sí en verdad lo creyeran). Hubo gente de acuerdo conmigo, otros no, pero es lo normal. Pero es verdad. Aquí se habla de la guerrilla, de Uribe y de Colombia como sí nosotros tuviéramos la verdad de lo que allí ocurre, no los colombianos. Se habla de dolor en Colombia y de indignación en Colombia por el final de la guerrilla, pero hasta donde puede apreciarse viendo a los colombianos, eso no es verdad.

De hecho la popularidad de Uribe, subió todavía más. Pero eso no parece importar, o no convence. Aparentemente la verdad no es la que allí se observa, es la que se desea ver, o creer. Y realmente una persona que confunde lo que imagina, espera o desea, con lo que ocurre, es un idiota; pero eso no es ningún problema. Vivimos (aún) en un mudo libre, uno puede decir las tonterías que quiera (yo lo hago) pero no se puede pretender pelear con los hechos, con la realidad, e intentar que otros crean lo que decimos como si fuera cierto. Que el pueblo colombiano aprueba lo que hace su presidente, o el Gobierno, es un hecho demostrable por el grado de aceptación, pero más aún por los índices de no desaprobación. O por la ausencia de marchas y protestas repudiándolo; pero eso no se quiere ver porque choca con lo que muchos suponen que es la verdad; que Colombia no aprueba lo que se le hace a la guerrilla o que Uribe no es querido porque es un criminal. Claro, la familia de los secuestrados, y el gobierno francés sirviéndole de tontos útiles, se quejan, pero es normal, su gente es cautiva, esclava de esos malditos desgraciados, pero un Gobierno no puede detenerse a pensar en una docena, una centena o aún mil presos, se debe a la seguridad del total de la población, y Colombia jamás será totalmente segura, libre y próspera hasta que la última alimaña sea cazada. Así de simple. Y así lo entienden los colombianos, en la gran casa y en la humilde vivienda.

Sin embargo… no estoy de acuerdo con una nueva reelección del señor Álvaro Uribe Vélez. Por muy exitoso que sea, por más sano mentalmente que parezca, por más sensato que de muestras de ser, el riesgo es grande. Fujimori, el hombre a quien el Perú le debe haber liquidado la plaga del Sendero Luminoso, cometió el pecado mortal de intentar mantenerse para siempre en el poder, que es lo que al final buscan todos aquellos que suponen que las constituciones pueden remendarse una y otra vez como colcha vieja. O será que lo creo así ya que en Venezuela nos ha ido bien mal con un Gobierno no solamente corrupto, sino inepto, donde no se detienen ante ninguna irregularidad o delito para intentar eso, gobernar hasta que les de la gana o el cuerpo aguante, como el difunto, y que en el Infierno esté, Fidel Castro.

Todo el que permanece mucho tiempo en el poder, siente esa tentación, se acostumbra a mandar, a gobernar sobre vidas y destinos, y mientras más tiempo pasa en ese puesto, peor se pone. Es como el pecado de la soberbia, mientras más se sufre más convencido se está de estar en lo correcto. Los ejemplos de Mugabe, Kadafi y Huseim bastarían para ilustrarlo, por ‘muy buenas intensiones’ que presentaran al inicio. Bueno, si hasta en España se llegó al momento cuando grupos clamaban como en oración: ‘renuncie, señor González, renuncie’. Realmente pocos tienen ese temperamento desprendido como el de José María Aznar, quien en el tope de su popularidad decidió no postularse para un tercer periodo; y sé que dirá el que desea ajustar los hechos a su parecer: ¿y cómo después del atentado del metro? (argumento tonto, con ir a las fuentes como diarios y noticieros se verifica el hecho); no, él declinó mucho antes.

Uribe Vélez lo ha hecho bien para su país, por eso muchos se ilusionan con la esperanza de que repita, de que mande hasta que termine con el último de los delincuentes armados que asolan el territorio neogranadino; pero el asunto es delicado, un mismo dedo no debe permanecer siempre sobre ‘el botón’. Hasta donde entiendo ha creado una organización política representativa, los éxitos generales, tal vez no en el detalle, de su gestión le garantizan representatividad y poder político ganado en las urnas; él y su gente, como partido, podría buscar el sucesor, alguien que le garantice a Colombia que no parará hasta lograr la pacificación final, y que si no cumple, se desvía o ‘cambia de parecer’, sea destituido electoralmente. Es simple: cumples o te vas, cambiar de parecer después no es una opción, no se le eligió para eso. Punto. La madurez política de nuestros vecinos les debe garantizar el transitar todo ese camino sin mayores sobresaltos.

Por cierto, ya no los llamo hermanos desde que nos dejaron solos frente a los desmanes del chavismo, sobretodo en los seis años pasados, cuando ya se sabía, denunciado por mujeres como Patricia Poleo, Marianella Salazar y Marta Colomina, de los nexos de grupos irregulares de su país con el gobierno de aquí. Pero no les importó mientras pensaron que podían sacar ganancias comerciales. Los únicos que siempre han estado a nuestro lado han sido los peruanos, pero ese parece ser el destino de el Perú; por ahí leí una vez que en la llamada guerra de las Malvinas, fueron los únicos (bueno, también Venezuela intervino) que se pusieron del lado de los argentinos. No apoyaron a Inglaterra, ni se hicieron los locos; gente extraña en el sub continente, ¿verdad?

Julio César.

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