sábado, 17 de mayo de 2008

REGRESO A BROKEBACK MOUNTAIN

¿Puede dudarse que sea amor?

Digo REGRESO, pero en verdad temo que nunca hemos dejado del todo tan árido lugar. Y lo de árido viene dado por los dolores del alma como dirían personas más sensibles, o cursis, que yo. Ya ha pasado tiempo, demasiado rápido diría yo, desde que Brokeback Mountain (El Secreto de la Montaña) se exhibió como un estreno polémico, pero es hasta ahora que nosotros podemos hablar, así que se la van a tener que calar, ¿okay?

Cuando fui a verla con un grupo de colegas de trabajo (de vez en cuando salimos a comer o tomar algo para pasar un buen rato, cosa que no es extraña, a veces se pasa más tiempo con ellos que con la misma familia), me resistí a ir. Me hacía el duro sobre el ir a ver a los dos maricones esos, como creo que hizo y dijo todo hombre venezolano de la boca para afuera, aunque deseara mucho ver la película. No estamos tan lejos en el tiempo del Wyoming del sesenta y tres, y cada uno tiene que guardar ciertas apariencias, sobretodo con las amigas. Pero a decir verdad, deseaba ir. Siendo sinceros, la promoción del romance homosexual entre dos vaqueros era lo suficientemente escandalosa como para resultar atractiva. Fui. La vi… y me molesté mucho.

Me sentí desconcertado al ver a tanta gente afectada, incluidos hombres que iban con sus mujeres, aunque intentaban parecer duros, pero era fácil verles… esa angustia extraña en los ojos, al terminar la función. Alicia, una querida amiga, lloraba todavía mientras nos íbamos. Yo no lloré, ni me sentí conmovido. Estaba como seco, paralizado al respecto. Lo que tenía era una madre de arrechera que ni yo mismo entendía. No me conmovía la tristeza y desesperación de esos dos hombres enamorados que no habían podido vivir a plenitud su amor, como decía Carmencita, o el gran amor que transcendió el tiempo y los deseos mismos de esos hombres por escapar a lo que sentían, como decía Fátima; yo sólo sentía ese mal gusto de boca, jurándome a mí mismo que iba a convertirme en el peor detractor de la cinta. Y así lo dije poco después al grupo, ganándome miradas de rabia de todos, y hasta el mote de odioso aunque ya en el pasado mucha gente me había acusado de sentimental, con todo y lo feo que eso suena.

¿Por qué la odié tanto? Desde que leí en La Voz, el diario mirandino, que iban a realizar la película, un amor sobre vaqueros raros, donde Jake Gyllenhaal y Heath Ledger iban a protagonizarla, y que había problemas a la hora de grabar las escenas de amor, me picó el morbo por verla; pensé que tan sólo por esos momentos valía la pena calarse la peliculita; pensé que sería una basurita con algo de picante. Pero no, yo había salido tibio (de rabia) del cine más bien. Así que al reunirnos un poco más tarde para tomar algo, comencé el ataque feroz contra tan terrible film. Yo insistía en que la trama era muy traída por los pelos: ¿de dónde les salía a esos dos carajos el acostarse así de un momento a otro? ¿Estaban simplemente borrachos y calentorros? ¿Locura de la montaña? ¡Ahí me cayeron encima las mujeres!

Fátima me preguntó si no había notado la mirada que el tal Jack le lanzó a Ennis (vamos a usar los nombres) cuando llega frente a la oficina del tal Aguirre, y como medio esboza una sonrisa, sintiéndose alegremente sorprendido, y tal vez excitado ante la idea de encontrar a ese tipo apuesto allí. Qué si no había visto la forma en que Jack lo enfocaba con su espejo retrovisor mientras se afeitaba. Carmencita asentía, recordándome que cuando estaban en la montaña, y Jack se iba a caballo, Ennis lo seguía con la mirada por un rato; y que cuando Jack estaba cuidando las ovejas de noche, miraba hacia el valle, buscando la luz de la hoguera donde estaba el otro, sabiendo Dios en qué pensaba. Alicia me preguntó si no había visto la íntima escena donde Jack, congelado de preocupación, se quitaba el pañuelo y lo mojaba en agua para limpiarle la herida que el otro se hizo en la cabeza al caer del caballo por culpa del oso. Y hasta Ricardo me acotó que la forma en que el tal Ennis salía a buscar algo más que frijoles para que Jack comiera, ya que éste no quería más frijoles, indicaba que algo pasaba. ¡Ah, gente pa’detallista!

La verdad es que yo no había reparado en nada de eso. Y por ahí siguió la cosa. Se discutía que por intentar llevar dobles vidas habían lastimado a otras personas, a sus mujeres e hijos; otros aducían que lo hacían porque no querían ceder a lo que sentían, que luchaban contra lo que en verdad eran, que no había peor tortura y tragedia para una persona que odiarse y combatirse a sí misma, sin perdonarse, sin aceptarse. Algunos los acusaban de cobardía, otros decían que era gente que había sufrido mucho y que cuando les llegó el duro momento cuando el destino los obligó a enfrentar la encrucijada más importante de sus vidas, habían hecho una muy mala elección. Todo, todo en la película, había sido captado de forma distinta por todos. Y yo me admiré de todos esos matices y sutilezas, porque, personalmente, me pareció que la trama fue lineal y simple, que el tal Jack Twist había sido un tonto confiándose así a un tipo tan cobarde, pusilánime y mediocre como el tal Ennis del Mar. Y había sido eso, sobretodo, lo que me había molestado, el dolor de Jack.

Esa noche, en mi casa, me sentí desasosegado. Estaba molesto, irritado, y mientras me cambiaba de ropas, comía algo, encendía la televisión y miraba Globovisión, o me daba un baño, no podía concentrarme. Algo me molestaba, me llenaba de una desagradable sensación de insatisfacción. Nada me parecía bien, no podía sentirme tranquilo. La película volvía una y otra vez a mi cabeza, y su drama, su tristeza, me llenaba de una rabia amarga, como de frustración. Me preguntaba: y por qué no hicieron esto o aquello, y si se hubieran ido, y si… Y no pude dormir. Por primera vez en mi vida pasé una noche en vigilia por culpa de una película; dormía por raticos y creo que hasta soñaba con ella. Y al paso de los días, seguía así, incómodo, funcionaba pero como a dos niveles. Y coño, tuve que volverla a ver, aunque sabía que me exponía a más intranquilidad del ‘alma’; pero era una necesidad.

Y allí estaban todos esos detalles que Alicia, Carmen, Fátima, Ricardo y los otros me indicaron. Y noté otros. Y ya no era el morbo de verlos besándose, o ver nuevamente las escenas dentro de la carpa; ya no me parecía algo vulgar, o excitante como ver una porno. Eran dos carajos que se ahogaban con algo que sentían, que estaba allí y no lo habían dicho hasta que el tal Jack, más valiente o más loco, no pudo aguantarlo más y decidió actuar, desencadenando toda esa tormenta. Tormenta que terminaría amargamente, pero ¿cómo podían saberlo en ese momento? La vida es eso, o debería ser eso, arriesgarse por saber si eso que se quiere, que se sueña, que se anhela de una forma que te roba la calma, la paz, la vida o la felicidad si no lo tienes, se te da.

La segunda escena dentro de la carpa me pareció entonces algo más poético. No eran dos carajos que deseaban tirar para pasar la noche o un rato. Allí estaba el tal Ennis que gruñó que no era un marica y que eso no volvería a suceder y culpaba subconscientemente a Jack; pero que al llegar la noche, humilde, confuso, asustado ante lo que sentía, algo que iba contra lo que quería ser, va hacia la tienda porque su deseo o necesidad de ese otro sujeto era más grande que la suma de sus miedos. Y allí estaba el tal Jack. Y no parecía un marica vulgar esperando que otro tipo entrara para que le diera lo suyo. Era un hombre (que hasta se veía bonitico con esa luz rojiza) que esperaba al que ya sabía dueño de su vida, tal vez temeroso de que Ennis no fuera; pero esperándolo de todas maneras, con esperanza, porque ¿qué otra cosa puede hacer quien ya no es dueño de su destino sino que lo sabe en manos de otro?

Y cuando el otro entra, casi con la cara enterrada en la tierra, Jack se sienta, lo soba, lo besa, lo abraza (y vaya mirada que le lanzó, realmente parecía alguien que esperaba a su amante). Lo recibe sin exigencias, sin reclamos, sin rencores por lo que el otro le había dicho. Ese tipo era eso, el que se entrega, el que se disculpa, el que siempre estará dispuesto a esperar y a entender, quien al ser ofendido, callará y esperará, para luego ir hacia el otro que llora amargamente y acunarlo con amor, aunque Ennis intente golpearlo como en la escena de la despedida final. Jack era ese, el que amaba y esperaba por el otro, el que seguramente soñaba con el día en que le dijeran, que se yo: te amo, Jack…

Ya no era una trama morbosa o ridícula de dos maricos que se escondían para tirar de vez en cuando, por sinvergüenzas o sin oficios. Era una historia dura, terrible, la de Ennis, un tipo tosco, inexpresivo, luchando contra lo que siente, peleando contra su naturaleza, luchando para cambiar lo que desea, aislándose cada vez más de todo el mundo, intentando se duro (un macho), pero que jadea, vomita y golpea una pared cuando se separa de Jack la primera vez, tal vez porque le dolía mucho esa separación y no pudo decirlo, o no quería admitirlo, o por no haber besado por última vez a ese carajo de mirada triste y anhelante (y bonita) que se iba de su vida, sin saber si volverían a verse. Cuando se reencuentran, cuando se observa el nerviosismo de Ennis, su angustia ante la espera, y como corre hacia Jack abrazándolo, besándolo con rudeza, casi mordiéndolo, frotando su frente de él una y otra vez, sus acciones te dicen que eso era lo único que ese hombre siempre había querido en esta vida, a su Jack a su lado; pero ni cediendo aún en ese momento, ¡porque él es un hombre! Y los hombres duros ni bailan ni aman a otros carajos. Por su lado, Jack era… Jack. El amor que se da y dice acabemos con todo y vivamos lo nuestro, pero siendo siempre rechazada y alejada su generosa oferta.

¡Y así quedé atrapado en esa maldita película! Sólo podía pensar en eso. Para mí, esos tipos, Jack y Ennis, salieron de la pantalla como lo hacían los personajes en La Rosa Púrpura del Cairo, y se convirtieron en personas de carne y hueso. En gente que sentía y sufría. Eran, ahora, dos tipos que habían pasado por todo eso, que se habían amado muchísimo y lo habían perdido todo. Y eso me arrechaba otra vez, porque me parecía que yo los había visto padeciendo. Que yo los conocí; y sentía, cada vez que miraba la escena final, cuando Ennis tenía esos ojos cuajados de lágrimas, como un vacío maluco en… no sé dónde. Y me preguntaba qué podía haberse hecho para ayudarlos, para que encontraran la paz, para que Ennis entendiera que debía aceptar el regalo de Jack y ser feliz y hacer feliz a Jack.

Sí, me obsesioné. Y me pegó duro, no se imaginan cuánto. Como a muchos de mis conocidos. Y por culpa de ellos caí en blogs y páginas en la Web que sólo empeoraron la cosa; pero de eso hablaremos después. Sin embargo, antes de despedirme, quiero compartir una imagen que me persigue aún todavía: Ennis del Mar debe tener más de sesenta años ya, si sigue vivo y no se suicidó o algo así. Ya debe haber pactado con la soledad y la nostalgia. Pero estoy seguro, no sé por qué pero lo estoy, de que cada noche, antes de dormir, y aún en sus sueños, llama a su Jack… Y Jack aparece, mirándolo con afecto, con su sonrisa suave y hermosa, como era en esos días en la montaña, acostándose a su lado, acompañándolo para ayudarlo a sobrevivir otra noche; porque, como ya dije, Jack era eso, el que acudía, el que disculpaba y entendía, el que se entregaba. Era el que más amaba…

Julio César.

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