jueves, 29 de mayo de 2008

DALAI LAMA, TERRORISTA…

Ahora sí que se subió la gata a la batea. Ante el negoción que resultan las olimpiadas, y el dineral invertido ya individualmente por cada país, nociones como dignidad de los pueblos, soberanía, libertad o derechos humanos tienen que ser condenados y callados. Mientras los juegos se realizan que no protesten esos tibetanos del carrizo, que esperen que no vayamos y comienzan con su vaina otra vez; palabras más, palabras menos ha dicho el Comité Olímpico Internacional. Así, sin penas, sin vergüenzas, las cifras son demasiado altas para detenerse en detalles como las apariencias. Así China está facultada para continuar con su política de pasar los tanques sobre quién sea sin que sean molestados, importunados o sancionados. ¿Quién osará meterse con el gigante asiático cuyo mercado le hace agua la boca a tanta gente, desde Bush y los congresistas demócratas a Hugo Chávez? Nadie. Nadie es tan loco. Que ahora los tanques sean propagandísticos, es lo de menos.

Del desastre de represión, violencia y muertos en el Tíbet, el culpable ha aparecido. No, no es China (qué ingenuidad esperarlo), quien mantiene sojuzgado un territorio ajeno, y el cual no debe soltar en opinión de la Asamblea Nacional venezolana aunque a esta le parece que, quiera o no, Puerto Rico debe separarse de Estados Unidos. Repito, la culpa no es de China y su monstruoso sistema de vida, sino de ese peligrosísimo agitador internacional, con tropas, armas, dinero, satélites en órbita, ese genio criminal semejante al Doctor No… el Dalai Lama. Y a la campaña se prestan desde el Comité Olímpico Internacional, a buena parte de la prensa. Aún aquí, en Venezuela, patéticos comentarios al respecto se han dejado oír: que no se debe mezclar una cosa con la otra, que China brille en sus juegos y luego revuelque a es gente cuando nos vayamos; repito, palabras casi textuales. Cómo me gustaría que a todos esos sátrapas de la llamada prensa de izquierda los encerraran en ese infierno que es el pueblo de Linfen para que conocieran en carne propia lo que es el horror, aunque esos vividores que chulearon de la Unión Soviética en Francia, Italia y España para atacar salvajemente a los perseguidos de ese régimen, siempre se las arreglan para quedar de pie.

La campaña tendenciosa ha sido tan desaforada que el Dalai Lama ha tenido que salir a decir que él no dijo nada contra los juegos, ni fomenta disturbios en el Tíbet, casi reculando de forma patética ante una oportunidad histórica como esta. A mí este señor y su filosofía me parecen algo… absurdas, nunca he creído en un pacifismo a troche y moche, si uno ve que alguien viene a matar al que está a tu lado y no alzas tu mano para impedirlo, al menos para intentarlo, eres tan culpable como el asesino, tanta paz parece cobardía individual. Pero ahora debo, porque de conciencia es, estar del lado de este señor, de esta gente. Ver a mujeres golpeadas, sangrado, pateadas, a monjes chorreando sangre por sus rostro, en batolas, mientras gritan y corren de un esbirro que los persiguen macanas en mano, es algo que hace revolver la bilis. Las palabras se repiten siempre en estos casos: si se pudiera, si se pudiera hacer algo contra esos animales…

Sin embargo, algo de dignidad queda a pesar de la campaña mediática de la Izquierda, del gobierno norteamericanos y los demócratas que entorpecen tratados con Colombia pero aplauden el de China, el Comité Olímpico Internacional (esa gentuza), Hugo Chávez y otros; en Francia la gente gritó y se arrojó contra esa representación de la vergüenza; en Estados Unidos se les atacó también; en Buenos Aires se gritó y se les persiguió, y en muchos territorios han tenido que pasar agachados, cubiertos, escondidos como los delincuentes. Todavía queda sangre en las venas, todavía hay gente que siente como suyo el dolor de otros, de gente a la que no ha visto pero a las que sabe cautivas, sometidas, humilladas y agredidas. Secuestradas en su propio país.

Esperemos no ver mañana al Dalai Lama encadenado, con CNN gritando que al fin detuvieron al peligroso hampón, llevado como un animal por tropas norteamericanas y entregado a China para ser juzgado por ‘criminal’. Esperemos, aunque a estas alturas nada debería sorprender ya…

Julio César.

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