
Esto no termina de convencerme. Sé que el ejercicio es bueno para la salud, ese que se practica como rutina propia, aunque muchas veces se conoce a gente que parece demente. Esa esclavitud de horas y horas en gimnasios y el uso de sustancias reñidas con el organismo para desarrollar masa muscular, me parecen una exageración. Pero por edad estoy en ese tiempo cuando comerme un cachito de veinte gramos, me aumenta medio kilo. Y uno con cierta edad, y gordito, no resulta tan atractivo para otros ojos. Hay que admitirlo. Siempre me digo: voy a ir al gimnasio, haré algunos ejercicios, tal vez una dieta con menos grasa… Pero todo no pasa de buenas intenciones para más adelante.
Sin embargo, es necesario. Un ejercicio físico de más de diez minutos continuo tiene sus ventajas. Cuando la sangre corre a toda velocidad por el cuerpo y se respira profundamente, se producen varios fenómenos que todos conocemos, beneficiosos para el cuerpo: las paredes del corazón se ejercitan ganando en elasticidad y resistencia, al cerebro llega más oxígeno, es posible movilizar esas capitas de colesterol en los vasos mientras se fortalece la tonalidad de los mismos. Ese proceso genera el calor que ataca directamente las capitas adiposas que guardamos por ahí, y eso está bien. Así que, aunque sea un fastidio, es bueno algo de actividad. Y sí uno no es de los que sale todas las noches a bailar (y sudar), entonces hay que trotar o montar a bicicleta, que es lo que me gusta a mí. No se puede vivir sentado sin hacer nada.
Pero es verdad, hace falta algo de voluntad para hacer las cosas. Es por eso que muchos prefieren trotar con otros. También son necesarios los incentivos. Metido en mi camita, en las mañana, en el mejor momento cuando nos negamos a abrir los ojos y despertar del todo, pensar en correr es lo último que pasa por mi mente; pero sí alguien me espera, me motiva a salir. O después debo calarme los reclamos. Es como dice Alicia, una amiga, si ella viviera cerca de cierto actor, y lo viera salir cada mañana a trotar, se le pegaría atrás y hasta el maratón de Boston lo corre; que viéndolo delante de ella, ni se cansaría. El problema es sí lo alcanza. Pobre…
Julio César.
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