jueves, 30 de octubre de 2008

IMAGINO ERA EL PARAISO

Casi es posible imaginarlos por allí…

En el blog de Mar del Norte, no sólo fluye poesía en forma de palabras, también en manera de imágenes. Una de sus entradas resientes, que copiaré a este espacio próximamente, la acompañó con esto. La imagen me dejó sin palabras. Tanta belleza, tanta grandiosidad era eso, increíble, pero los contrastes en ella hablaba igualmente. De perfección en la Creación. A veces las palabras son un pobre paliativo de los sentamientos, o tal vez no sepa yo exponerlas en su justa medida, pero este paisaje, fuera del hermoso soneto que no traigo a colación todavía, era… dolorosamente bello. Era sublime, uno se recreaba mirándolo, disfrutando que existiera semejante belleza, pero al mismo tiempo dolía un poquito por dentro.

Esas cumbres heladas de rocas grisáceas y apariencia cortantes, cubiertas con nieve, recuerdan cosas; un avión que se estrella y los sobrevivientes deben tomar terribles decisiones, entre el espanto y las ganas de vivir; o a un joven venezolano que sube y sube a un alto pico en busca de la gloria, y se pierde, y rezamos porque aparezca, herido, derrotado pero vivo; incluso a un filme donde se estaba a solas en la cima del mundo y allí se descubre la vida. La neblina es perfecta porque oculta sus historias, y ayuda a preservar su belleza de ojos rapaces. Y a un lado está esa ladera, verde, llena de vida, con esos pinos alzándose. El conjunto resulta hermoso. En Venezuela hay paisajes soberbios, está el Auyantepuy en Sari-sari-ñama, en el amazonas; una de las caídas de agua más imponentes del mundo, el Salto Ángel en Canaima; el caudaloso recorrido del Orinoco, azul claro u oscuro según su profundidad mientras corre a unirse al Meta; están nuestras playas con el verde azulado del Caribe. Incluso está nuestro Pico Bolívar, con sus nieves que menguan por el aumento de la temperatura. Pero no tenemos nada como esto, estas altas montañas que parecen elevarse para preservarse, cubres frías que conservan su primitivo encanto. Y sin embargo, el hombre ha llegado a todas partes, esperemos que ante su majestad siempre sepamos comportarnos.

No sé de dónde saca esta fotografía Mar del Norte, pero sé que son de un lugar donde, como se dijo una vez en el blog de EL PUTOR JACK TWIST, estuvo una vez el paraíso, allí donde se filmó Brokeback Mountain. Imaginen el frío a toda hora, el viento silbando, helado, cortando la piel de tu cara, enrojeciéndola, el tibio sol dando en tu rostro, sin quemar. Pero también podemos visualizar un pedazo de él, con ese cielo límpido y esas nubes como motas, rodeados de montes que albergaban vida, alces, pájaros, y en un pequeño prado, cerca de un arrollo, una tienda alzada, una donde se está con esa persona ideal, alguien tan especial que nada más importa, y aún así la belleza del lugar te dejaría sin aliento. Aunque a cierta amiga actual le parezca rústico y signo de vida salvaje dormir sin aire acondicionado y al arrullo de la televisión a bajo volumen, no hablemos ya de caer de cabeza en un río de aguas frías, corriendo desnudos, riendo entre castañar de dientes, hacia las mantas y una fogata. Se moriría y debería cargar con su bonito cadáver. No tiene alma de exploradora, pero creo que aún ella sucumbiría a tal encanto.

Me gustaría saber exactamente el nombre y la ubicación de este lugar. No soy dado a la aventura de viajar, pero por contemplar un paisaje así, bien vale la pena movilizar la flojera. Un lugar así debe ser admirado, amado y preservado para siempre, para que en un lejano mañana nuestros nietos, hombres y mujeres ya, puedan contemplarlo y, quien quita, tal vez sientan exactamente lo que ahora sentimos.

Julio César.

¡CORRUPCIÓN EN EL ZULIA!, GRITAN LOS CHAVISTAS SIN ATRAGANTARSE…

Ese bulto no podían esconderlo… ¡ni querían!

La verdad es que esta gente da escalofríos en su vagabundería. Uno casi tiene que admirarlos, son tan cínicos y caras duras, que espantan y logran sorprender cada vez. En la actual campaña que el Gobierno sostiene contra Manuel Rosales, gobernador del Zulia, a quien quieren anular políticamente, ya no se conforman con gritarle a los zulianos “voten por mí o los destrozo” (sí, seguro que con esa ganan, uno no se explica hasta cuándo le hacen caso al asesor que los tiene enredados, el buen Mandinga), sino que ahora quieren investigar la LOTERIA DEL ZULIA porque… el gobernador Rosales y que ha metido la mano en eso, usándola como caja chica. Uno los oye y la quijada amenaza con fracturarse de la manera que cae, de sorpresa. Un Gobierno que utiliza a PDVSA como caja chica desde hace diez años, de donde han desaparecido seiscientos mil millones de dólares (sí, 600 mil millones de dólares) y nadie sabe en qué o en cuentas de quiénes, tienen el tupe de señalar a nadie de corrupto. Qué joyitas. ¿Se imaginan todo lo que Venezuela pudo hacer como país con esa plata?, pero no, había que mantener a todos esos vividores que se dicen verdes, ecológicos, revolucionarios y de izquierda en el planeta, y todo el mundo sabe que no hay vaina más cara que una pila de inútiles.

Julio César.

lunes, 27 de octubre de 2008

PRESTADO DE LA GITANA RUBIA…

Ojalá nunca me acostumbre a pensar que se puede vivir sin amor, o que vale la pena vivirla así, como si de algo sin importancia se tratara.
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Prestado, con tan inocente denominación quiero encubrir la toma de una bonita entrada que merece ser leída por muchos, aunque no sea a través de este conducto. Fue hermoso, Gitanilla de Barcelona…
......

LA VIDA SE GASTA

Nos acostumbramos a vivir en pisitos y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor.

Y porque no tenemos otra vista, luego nos acostumbramos a no mirar hacia afuera.


Y porque no miramos hacia afuera, luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas.


Y porque no abrimos del todo las cortinas luego nos acostumbramos a encender más temprano la luz.


Y a medida que nos acostumbramos a encender más temprano la luz, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud.


Nos acostumbramos...


– A despertar sobresaltados porque ya se nos hizo tarde.


– A tomar café corriendo porque estamos retrasados.


– A leer el periódico en el transporte porque no podemos perder tiempo.


– A comer un sándwich porque ya no hay tiempo para almorzar.


– A salir del trabajo y llegar a casa rápidamente porque ya es de noche.


– A dormir en el trayecto de regreso porque estamos cansados.


– A cenar rápido y dormir pesados sin haber vivido el día.


Nos acostumbramos:


– A esperar el día entero y oír en el teléfono: “hoy no puedo ir”... “a ver cuándo nos vemos”... “la semana que viene nos juntamos.”


– A sonreír a las personas sin recibir una sonrisa de vuelta.


– A ser ignorados cuando necesitábamos tanto ser vistos.


– A sentarnos en la primera fila y torcer un poco el cuello, si el cine está lleno.


– A consolarnos pensando en el fin de semana, si el trabajo está complicado.


– Y si el fin de semana no hay mucho qué hacer, o andamos cortos de dinero, nos vamos a dormir temprano y listo, porque siempre tenemos el sueño atrasado.


Nos acostumbramos a ahorrar vida. Que dé a poquito se gasta, y que una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdimos de vivir.


Alguien dijo:


“La muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja”...
http://www.conocimientosweb.net/
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Pido a mi Dios no acostumbrarme tanto a todo eso que llegue a no echar de menos la luz, la amplitud, el aire, el paisaje, las sonrisas, el saborear... en definitiva: EL VIVIR.

Empieza la Primavera, cargada de alergias, de rinitis, de asmas y bronquitis... Y DE VIDA!... A RENACER SE HA DICHO!!!!...

31/03/2008 15:28 Agregar un comentario Enviar un mensaje Vínculo permanente Ver vínculos de referencia (0) Agregar al blog
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Julio César.

VAYA PREGUNTA…

-Jefecito, sé que me equivoqué… de nuevo, lo siento mucho; ¿es verdad que me va a despedir?

-Mija, pero ¿quién le dijo semejante disparate? Eh… no puedo abrir esta gaveta, ¿me ayuda?
……

Estemos claro, hay… aptitudes que ayudan en esta vida, ¿no lo creen?

Julio César.

TRINITARIAS… (4)

Lista a dar la batalla…

-¿Es verdad lo que dijo Enrique? ¿Estás dispuesto a…? –no halla las palabras. Él sonríe con una mueca, amarga, rencorosa, nada cariñosa.

-¿Qué otro camino tengo, Victoria León? –la mira ahora, con ojos centelleantes, tantos que la acobardan un tanto.- Te metiste en mí, en mi carne de una manera que ya no sé si podré sacarte, o si vale la pena seguir después de hacerlo. –desvía la mirada, torturada, sorprendiéndola como siempre cuando la nota cerrada, oculta, ¿qué había en la vida de Armando que jamás dejaba que ella lo alcanzara totalmente? No lo sabe, pero intuye algo grave, algo muy doloroso y previo a su legada.- Le diste sentido a lo que nunca antes lo tuvo. Le diste luz a una noche oscura, una noche que había durado demasiado y que yo pedía una y otra vez que se terminara. Y ahora esto…

El abatimiento de sus palabras, de su gesto, impresionan aún a Enrique, quien lo mira ceñudo, no entendiendo de dónde saca todas esas palabras que… sonaban idiotas, pero también agradables. La mirada de Vicky, quien se aparta los cortos cabellos que el viento insiste en meter en sus ojos, lo estudia con tanto cariño en esos momentos que se alarma; la joven siente la necesidad de ceder, de ser débil, acunarlo y decirle que lo ama por encima de todas las cosas, que por él haría lo que fuera, que a él lo amaría hasta el último momento de su vida. Pero no lo hace. No puede, porque aunque todo ello es verdad… también estaba Enrique. A él también lo amaba. Una manita de la joven cae sobre la pierna del muchacho en taje, quien se tensa, quien se alerta, pero también arde, su toque basta para despertar sus sentidos, sus emociones. Enrique traga saliva, una que es amarga, seca, arenosa.

-Yo te quiero, Armando, con todo mi corazón. –reconoce ella, con una leve sonrisa de ternura.- Me lastima verte así.

-No, no es verdad. Me hieres a propósito. –la acusa, con ojos brillantes de una humedad que contiene.- Estás conmigo y estás con él. Para ti soy un juego… un tipo con el que pasas un rato.

-No es así. –es enfatiza, simple.- Contigo me siento segura, adorada, importante. Tu también lo eres para mí. Eres mi vida.

-¿Y él?

-También lo amo. –admite, sosteniendo su mirada que se nubla de rencor, de rabia. La sostiene, la resiste hasta que nota su vergüenza, su retirada. Entonces se vuelve hacia el otro.- Enrique es una persona maravillosa, un ser humano increíble. –le sonríe, le gusta notar como todo disgusto desaparece del más fornido con tan sólo mirarlo. Se vuelve al primero.- Cuando lo conozcas mejor, lo entenderás, sabrás de su corazón limpio de niño buena gente, de compañero constante y fiel. Con Enrique en nuestras vidas habrá risas, camarería, compañía. Él y yo estaremos ahí para ti, para sostenerte cuando estás decaído, para sacarte de tus melancolías. Con él y conmigo jamás estarás solo.

-No… no… Conmigo que no cuente. –grazna Enrique enfático, desviando la mirada, todo eso era demasiado. No le gustaba para nada lo que decía su nena. Él era un carajo normal, un tipo que le gustaba la buena comida, la buena cama y las mujeres. La deseaba y adoraba a ella, no quería conocer a ese sujeto, ni mucho menos… estimarlo.

-Si, cariño. Él contará contigo, como lo haré yo misma. –parece convencida. En su mirada, en su sonrisa, en sus gestos hay algo que los asusta a ambos, porque les parece entrever un mundo distante, uno donde ellos dos estarían demasiado cerca.- Y tú y yo contaremos con él, verás lo organizado, lo fiable, lo protector que puede llegar a ser. Con Armando en nuestras vidas habrá estabilidad, serenidad; él te dará una mano cuando las cosas estén mal, porque él es así, más bajito, menos fornido, pero hecho de acero.

-Lo que dices es una locura. –jadean casi a dúo, mirándose alertas, incómodos al concordar en algo.

Ella, sonríe como una conversa a una religión extraña, como una niña muy feliz, casi febril, sabiendo que camina sobre hielo fino, sobre terreno resbaladizo y nuevo, pero necesario. Sus manitas toman las de ellos, sus muñecas descansan en los muslos masculinos. Y conformaban una triada extraña, sentados allí, muy cerca. Ellos dos como los típicos machitos, muy abiertos de piernas como si sus pelotas fueran demasiado grandes, viéndose jóvenes y agradables. Casi aprisionada entre ellos, ella, bella, esbelta, grácil, femenina, sonriente, atrapando sus manos. Hay tanta intimidad y electricidad que varias personas parecen presentirlos, observándolos al pasar.

-Sé que suena difícil de creer. Pero resultará. –le dice a Armando; se vuelve hacia enrique.- Estoy convencida de que juntos, los tres, seremos felices. De que los tres podemos ser muy dichosos, queriéndonos.

-Vicky, por Dios…

-Nena, no es posible… -jadea cada uno de ellos, pero es más como un lamento de temor.

Cada uno llegó a esa cita imposible porque amaba a esa mujer, no lo habían dicho, ni siquiera a ellos mismos, pero había ocurrido. Cada uno se enamoró de ella, la idolatraba y esperaba el momento oportuno para declarárselo, casarse en una prefectura y vivir juntos hasta que la muerte los separara. Pero ella había resultado loca, esa nena bella y femenina, dulce y de apariencia frágil había resultad una tigra; a uno le presentó el otro y dijo que los amaba a los dos, desatando un infierno de rabias, rencores, angustias, llantos y desesperación.

Cada uno había decidido intentar seguir, olvidarla, mandarla al coño. Cada uno lo intentó, pensando que podría, pero lo que eran, sus vidas, lo que fueron, los ataba. Cada uno tenía su historia, y ella era el bálsamo que había brindado paz, ternura, pasión y dependencia. A su manera cada uno la amaba, eso habría sido suficiente para seguir luchando por su amor, pero ahora, además, que sabían del otro, tampoco podían separarse así como así. Enrique no deseaba que Armando triunfara, y Armando prefería morirse a dejar que Enrique (a quien ya consideraba su peor enemigo en este mundo) se quedara con Vicky.

Sin saberlo seguían el camino trazado por la joven. Por ello hablaron, intentaron llegar a un acuerdo donde no se mataran mutuamente hasta que Vicky tuviera la oportunidad de rectificar y elegir a uno de ellos. Y a eso iban a dedicar sus vidas, a que ella lo eligiera a él (se decía cada uno) botando al otro como el perro sarnoso e inútil que era. Sin embargo esa joven menuda, de ojos brillantes, tenía sus propios planes. Y no iba a detenerse hasta conseguirlo, y mientras sonríe viendo de uno al otro, en su mente desfila toda una vida, una donde tomando una ducha en la mañana para salir a trabajar, Enrique entra porque tiene prisa, y Armando se les une por el mismo motivo; puede verse preparando algo de cenar mientras los observa, en la salita en penumbras, mirando la televisión donde algún tonto partido de fútbol era transmitido, como amigos, como colegas, esperando por ella. Sí, Vicky León tenía sus propios planes y no se detendría hasta alcanzarlos.
……

En cuanto su madre desapareció dentro de la vivienda, Joaquín la olvidó. No por mala gente o mal hijo, sino porque así era, ninguno de ellos le brindaba a la doñita un pensamiento mas allá del normal. Era mamá y punto. De haber estado enferma de algo malo o de haber muerto súbitamente, seguramente habría entendido cuánto la amaba e iba a dolerle y pesarle no prestarle más atención antes. Pero la gente era así, el ser humano no estaba programado para pensar en felicidades ajenas mucho tiempo, lo primordial era la propia, era una ley egoísta de supervivencia. Flexionando sus brazos sobre la barra de ejercicios, el joven intenta concentrarse en las mil cosas que tiene que hacer. El y los otros debían ir a las concentraciones para explicar las ventajas del nuevo curriculun estudiantil, de la democratización de las universidades. Era importante que…

-Maldita sea… -grazna con rabia, soltándose. No importaba cuánto torturara su cuerpo, su mente adolorida clamaba más.

Nuevamente se deja caer en el banco. Bañado en sudor, jadeando por la boca abierta. Oye risas detrás del muro, oye conversaciones, música. Era sábado en la noche, todos saldrían a bailar, pasear, amar. Estaba convencido de que muchas citas de cama se resolverían en esos últimos momentos. Todos parecían divertirse menos él. Pero no puede pensar en eso, no quiere, porque lo único que venía a su mente era el rostro de ese tonto, engreído y medio mentepollo muchacho que se le había metido en la piel. Era ese rostro sonriente, a veces altivo y chocante, muchas veces tierno e infantil lo único que podía ver. Lo recuerda gritándole, inmutándolo de esa manera tan dura que tenía, por lo que tuvo que callarlo, de la única forma que pudo, a golpes. No sabe por qué lo alteró tanto, otros le habían gritado antes cosas peores, pero en ese momento…

Fue porque era él. Se molestó porque le dolió lo que dijo, no le molestó o alteró, le lastimó. Le dolió porque era Adrián quien las gritaba. Cuánto poder tenían para lastimar aquellos a los que se amaba, recordó esa frase no sabe si leída o escuchada. Dios, cuánto daría por poder llamarlo, por preguntarle si estaba bien (¿y si lo jodí? Coño, pude sacarle un diente o algo; y pensar en esa posibilidad le encoge el corazón en el pecho). Le gustaría tanto llamarlo y oírle decir que lo siente, que siente todo lo ocurrido, y que lo citara para que hablaran. Sí, desea eso, que Adrián diga que deben hablar, que no podían terminar así. Pero sabe que no lo hará. Adrián era una pequeña cucaracha testaruda e intransigente, jamás lo llamaría. Se yergue en la silla; él podía dar ese paso, pero nunca lo haría. Si la vaina debía terminarse, que se acabara, pero no iba a rebajarse llamándolo. No él.

Pero dolía. Ese vacío, esa sensación de querer gritar, correr, golpear o aullar como un perro con rabia era algo nuevo para él. Esa sensación de insatisfacción, de pesar, de casi malestar para respirar era desconocida. Lo sentía ahora, lo sufría ahora… porque Adrián ya no estaba. Temblando, con la boca abierta cierra los ojos. Lo recuerda esa noche, hace como tres semanas cuando salieron huyendo de aquel bar, ocultándose en ese callejón, riente como idiota, como si no entendiera que en verdad pudo pasarles algo malo. Él estaba furioso, con él, con esos tipos que buscaron la camorra. Deseaba golpear a alguien, regresar y caerles a coñazos, o al tonto muchacho; pero al verlo reír de espaldas contra esa sucia pared, como si aquello fuera una aventura de colegial, lo desarmó. Se veía tan joven, tan insensato, tan alegre, tan… hermoso. Fue a reclamarle, pero el otro le había rodeado el cuello con sus brazos, con fuerza, y lo había besado, de forma cálida, no impulsiva, tampoco suave, parecía excitado, y todo su mundo giró, dejó de pensar, de estar molesto, y se aplastó contra él, clavando sus dedos en esa baja espalda. Llenándose con su calor, con su olor, tan duro de ganas que temió estallar literalmente dentro de sus ropas.

Pero eso era pasado. Esa historia había concluido, y su final no había sido nada feliz. Se ahoga y tiene que lanzar un alarido, llevándose las manos a al nuca y cepillando con furia su cráneo con sus dedos. ¿Por qué…? ¿Por qué…? ¿Por qué nada le salía bien? ¿Por qué coño’e la madre todo tenía que malogrársele siempre? ¡No era justo! No era justo, carajo… Y sin embargo, la primera vez que había visto a Adrián, lo había odiado con todo su corazón, de una forma caliente, apasionada. Era su enemigo y deseaba lastimarlo en ese instante. Recordaba que fue en…
……

CONTINUARÁ…

Julio César.

miércoles, 22 de octubre de 2008

UN DÍA, MUCHOS AÑOS DESPUES… (2)

Ahora volvemos con una historia sobre Ennis del Mar, a quien habíamos dejado recordando el momento exacto cuando conoció a su nuevo amor, Ed. Para mí, la cosa es hasta anatema. Él no tenía ningún derecho a olvidar a Jack Twist, pero digamos en beneficio de otros, que si; bueno, qué se le hace. Pero esta es sólo una trama marginal.

La historia de esos dos, Ennis y Jack, sí era definitivamente una historia de amor. Supongamos que no el primer encuentro cuando Jack decide mandarlo todo al diablo y aproximarse a ese carajo tosco y hermoso que estaba a su lado, enloqueciéndolo, y se entrega a él, necesitándolo, deseándolo tanto, lleno de ganas porque el otro fuera su hombre. Acordemos que hasta ese momento la cosa había sido carne, lujuria, el deseo de dos jóvenes calientes que deseban sexo, dándose latazos y frotes. Pero una vez que Ennis decide que todo eso, toda esa locura de los sentidos, no volverá a ocurrir porque no es ningún marica y todo eso para él había sido un feo trauma que lo enfrentaba a todo lo que era y deseaba ser, pero obligado por algo más fuerte que él mismo a regresar esa noche a la tienda donde un Jack “con el joven torso desnudo y los ojos llenos de estrellas”, lo espera, y cada uno constata en la mirada del otro la intensidad de lo que sienten, allí la cosa cambia.

Aún el escéptico más grande al respecto no puede encontrar otra explicación como no sea un ataque de pánico y desesperación, la agresión de la que Ennis hace víctima a Jack cuando están a punto de bajar de la montaña. Era la única forma en que ese hombre cerrado en sí mismo podía dejar salir lo que sentía, la rabia, la impotencia y desesperación al ver que la estación terminaba y Jack se iría de su vida y no había forma de detener nada de eso; o como la escena que sigue al enfrentamiento con Alma cuando ella le grita que sabía de todas sus cochinadas con el tal Jack, y sale tan mal que ataca y golpea al tipo del camión, buscando al mismo tiempo ser agredido, tal vez castigado por sus ‘pecados’. Ennis era complejo, amaba a Jack pero no podía permitirse amarlo, por lo que condenaba a todo el mundo a la infelicidad: a Alma, sus hijas, a Jack y hasta la mujer de Jack.

Pero, a pesar del rechazo a los sentimientos y a lo que se es, Ennis del Mar no puede dejar de pensar en Jack Twist, de extrañarlo, de añorarlo, entendiendo que su vida vacía, sin felicidad, sin ternura, era así porque el otro no estaba a su lado. Es por ello la escena del reencuentro, de los besos imprudentes a los pies de unas escaleras, o la ida al motel, o los celos terribles que hacen que Ennis casi amenace de muerte a Jack si sabe que va a México a entregarse a otros hombres. Para mucha gente eso puede parecer ridículo, o idiota. La idea de una necesidad tan grande, de una añoranza por un cuerpo, una boca, unos brazos y unos besos que ni el tiempo ni la distancia pueden apagar, o el que se viva soñando con eso todo el tiempo sin poder sentirse jamás feliz, o tranquilo, puede parecer algo tonto a demasiados. Muchas personas parecen encontrar alivio o una razón de ser en cada encuentro fortuito, en algo rápido e indoloro.

Pero tal vez para otros no sea así, hay quienes aman de tal manera que a veces asustan. Tal vez para algunos no baste con cualquiera, no puede ser este o aquel, sino esa persona en especial, a la que ‘miran’ en cada rincón sin que esté, a veces como una sombra vaga captada por el rabillo del ojo que acelera el corazón y luego lo deja dolido al ver que todo era una ilusión. Tal vez por eso hay personas que sin ninguna razón aparente, ni ningún motivo para rechazar, dicen no. U otros, que en la soledad e intimidad de sus casas, sencillamente deciden que ya no pueden continuar, que ya no pueden soportar un día más en esa forma, y toman resoluciones mortales; y luego todos se preguntan por qué hizo eso. Creo que la cantante mexicana Amanda Miguel, tenía una canción que hablaba de eso: ella no salía con cualquiera, cualquiera no la hacía feliz, ella quería esperar la primavera. Tal vez Ennis del Mar, y el mismo Jack, eran de ese tipo. Me gusta creer que realmente hay personas así…

UN DÍA, MUCHOS AÑOS DESPUES DE BROKEBACK MOUNTAIN…


Dime Heath, ¿dónde está tu amigo del alma…?

Mientras arrancaba la furgoneta, alejándose de la cabaña, Ennis se pregunta por qué tantos recuerdos juntos esa mañana, después de todo sólo una más de tantas que ha tenido durante muchos años. De tarde en tarde recordaba algo del pasado pero nunca todo de golpe. Su mirada, bajo el sombrero, se eleva y mira el firmamento a través del parabrisas, suavizándose un poco.

“Es por el cielo. Es por este cielo con el color de los ojos de Jack Twist”. Y pensar en él le eriza la piel una vez más. “Jack, si yo hubiera sido un hombre de verdad con el valor para enfrentar mi vida, quizás hubiera sido tu imagen, amable y amada, siempre con esa tristeza suave en tus ojos cuando yo partía, y no la de Ed la que habría visto despidiéndome con un gesto por el espejo retrovisor”, reconoce, sintiendo como el corazón se le encoge en el pecho. Pensar en Jack y en Ed, lo lastimaba, cuestión que siempre ha estado allí, latente. El dolor que había sentido por la muerte de Jack, algo que pensó que lo enloquecería de tanto sufrimiento y que finalmente lo mataría también, por su ida definitiva (nunca como en ese momento entendió lo terrible que era la muerte), se había mitigado un poco con los años y la llegada de Ed, que lo había cubierto con su entrega y cariño, tanto que en determinados momentos podía olvidar la herida, o que Jack alguna vez había estado ahí.

“Pero basta sólo con un cielo azul y claro como el de hoy para que vuelva a ver sus ojos grandes y su sonrisa traviesa, fanfarrona, alegre y hermosa, como lo vi el primer día que le conocí, cuando tuve que bajar la mirada ante su presencia, porque sentí que se me ponía roja la cara, la piel se me erizó y me costaba respirar, y temí que él lo notara. El momento más extraño de mi vida hasta ese instante. Cómo me asusté cuando lo miré”. Ahora una imagen copaba totalmente su mente y sus recuerdos: Jack agotado frente a un fuego casi apagado. Y el tiempo desapareció, Ennis lo sintió en la piel, todos esos años no habían transcurrido, porque ahora, muchos años después, pudo volver a sentir contra sí ese cuerpo fuerte, joven y amado, que él había abrazado y acunado desde atrás; podía percibir otra vez el suave aroma a hombre saludable y aseado que le llenó las fosas nasales al apoyar la nariz en su nuca que se erizó levemente ante su contacto, su piel siempre respondía a sus toques, a su proximidad, y era otra cosa que le encantaba de Jack Twist, por lo que tuvo que soltar un rápido y leve beso en esa piel tibia y amada, antes de susurrarle: “Eh, amigo… te duermes de pie como los caballos…”. Ahora, años después, Ennis nota como su mirada se nublaba… ¡Justo antes del accidente!

El súbito estallido lo regresó a la realidad, pero de un modo extraño, uno que le hizo entender que tal vez una vieja conocida había venido por él al fin, y tal vez sería bienvenida. Todo parecía desplazarse en cámara lenta. Entendió que un neumático había estallado y que ya no tenía control sobre la furgoneta que había comenzado a derrapar. Y con un escalofrío, sintiéndose algo culpable, supo que ya no estaba sólo.

-Cuidado, vaquero. –parecía vibrar una advertencia en la cálida voz.

-¡Jack!

-¿A quién esperabas en este momento, Ennis?

Ennis miró. Sentado a su derecha estaba él, con su camisa azul preferida, con su sombrero negro de ala ancha, con su mirada hermosa y su sonrisa de siempre; joven y fuerte, como lo vio un día a la entrada del trailer de un carajo al que ya no recordaba, al pie de Brokeback Mountain. El hombre hundió el pie en el freno sin ningún resultado sobre el vehiculo que derrapaba más y más hacia el abismo.

-¡Jack! –lo miró suplicante, como asustado, y el otro lo miró largamente.

-¿Pasa algo, Ennis? Creí que estabas listo…

-Así no, Jack. –casi gimoteó en voz alta, y todo se detuvo en seco: el giro enloquecido que describían, el polvo en el aire, el paisaje rodando a su alrededor, todo paró en el acto. Tragando saliva se volvió hacia Jack, y pronunció palabras que lo sorprendieron mientras iban saliendo de su boca, como si fueran algo ajeno a él.- Ahora no, Jack… -repitió.

-¿Pasa algo, vaquero?

-No puedo irme así, Jack… Quiero despedirme antes de Ed; quiero poder decirle adiós y que lo extrañaré, decirle que el tiempo juntos fue bueno, y agradecérselo. No quiero que él pase y viva, lo que pasé y viví yo cuando te fuiste, sin que pudiera verte antes. –le dolía decir eso, por lo que le extrañó notar ensancharse la sonrisa de Jack, quien miraba hacia arriba por el parabrisas.

-Eso no depende de mí, Ennis. Nunca ha dependido de mí. Es sólo la fuerza de tu amor, de tu dolor, de tus recuerdos y nostalgias lo que me retiene aquí, lo que me hace aparecer de vez en cuando… y no deja que yo parta a otro lugar. –lo dice y parece escrutar el cielo en busca de una señal, tal vez de ese ‘lugar’.

-De mi amor y del tuyo, ¿cierto, Jack? Porque tú me… amabas, ¿verdad, Jack? –suena preocupado, como el niño que espera ver en los ojos de su padre, viejo y cansado después de toda una vida de contacto seco y distante, la aprobación y el afecto. Jack lo mira largamente a los ojos.

-Mi amor por ti nunca estuvo en discusión, Ennis del Mar. De mi devoción por ti nunca has podido dudar, tan sólo quizás del tuyo. –callan y se miran.- ¿Vas a hacerlo ahora? Yo sigo esperando, estoy aquí esperando por ti… -y el viejo dolor que lo había acompañado toda su vida, le golpeó de nuevo el pecho a Ennis del Mar. ¡Una salida, había una salida!, Jack le hablaba de un lugar, de un paso, de ir a otro sitio, un punto donde estarían juntos, pero aún así tuvo que responder.

-Quiero a Ed, sin él no habría encontrado fuerzas para continuar viviendo. Me gustaría… -y la mirada se le nubla, y le duele detectar tristeza en Jack; porque sabía que era por su culpa, aún después de tantos años seguía lastimándolo.

-¿…Poder decirle lo que sientes? –terminó por él, y la sombra oscura de dolor que cruzó su azulada mirada hizo que Ennis se deshiciera en lágrimas.- Entiendo, es importante oírlo decir… -remachó con voz queda.

Ennis cerró los ojos incapaz de soportar continuar mirándolo, arrasado por el arrepentimiento y la culpa. Cuántas veces esas palabras no pronunciadas habían abrazado su boca y garganta como el trago más amargo (te amor, Jack Twist) al tenerlo entre sus brazos, a la luz de las estrellas. Habría sido tan fácil decírselo mientras él reposaba contra su pecho, hablando soñadora y alegremente de comprar un rancho, algo para los dos, donde estarían juntos y serían felices. Cuántas veces no se mordió los labios hasta sangrar al ver partir a Jack en una de mil despedidas, con esa luz que brillaba en sus ojos, luz de espera, de esperanza por oírle decir (te amo, Jack Twist) algo. Soltando una mano del volante, Ennis la lleva a su rostro, intentando sofocar el llanto que subía por su garganta y lo ahogaba, uno que era bilioso, el sabor de la culpa.

-Perdóname, Jack, perdóname mi dulce Jack Twist… -gimoteó incontrolable, al tiempo que sintió sobre su hombro la cálida, fuerte y joven mano del otro que lo zarandeaba un poco, con aire animoso.- Perdóname por todas esas despedidas áridas, por todas las cosas que no te dije y que merecías oír. Perdóname por no decirte cuan feliz, vivo y dichoso me hiciste en esos días que…

-Joder, Ennis del Mar, toma el volante, ¿o es que quieres matarte?

Y sin más, se vio haciendo girar noventa grados el vehiculo, hasta detenerlo a un par de metros del precipicio. Aún lloraba cuando apagó el motor y apoyó la frente sobre el volante, y no necesitó mirar a su lado para saber que estaba solo otra vez, y eso también dolía. Jack había hecho su parte, y se iba, como el dulce ángel de la guarda en que se había convertido, quisiera o no, desde que él se aferraba a su recuerdo de forma desesperada y desolada, temeroso de olvidar algo de su cara, de su risa, de su ternura y que el recuerdo desapareciera finalmente en la nada, eso, lo único real que un día lo hizo sentir y vivir. Jack había cumplido y se marchaba, y al hombre le asustaba eso, ¿por cuánto tiempo se había ido? ¿Por un rato? ¿Volvería mañana cuando lo invocara al despertar, como cada mañana? ¿O estaba dirigiéndose a otro lugar, uno donde siempre había luz, paz, tranquilidad, y se recostaría en el verde pasto, sonriendo dulcemente, mordiendo una brizna de paja, somnoliento, acogido por suaves rayos de sol que no calentarían sino lo justo, disponiéndose a descansar un rato, a esperar, a esperarlo a él hasta el momento en que cayera nuevamente en sus brazos?

Ed acababa de atender a los caballos y salía entrecerrando los ojos por el deslumbrante sol de la mañana cuando vio acercarse la furgoneta de Ennis, renqueando con uno de los neumáticos pinchados. Fue a sonreír y a bromear sobre algo, pero al ver bajar al otro con expresión turbada, sombría, dejó caer lo que tenía en las manos y corrió junto a él. Rozó con sus dedos el rostro ceniciento, y lo encaró preocupado.

-Ennis, ¿qué tienes? ¿Te encuentras bien? –pero por toda respuesta, el otro lo miró en forma desvalida, abrazándolo luego muy fuerte y durante mucho tiempo, hasta que al fin le oyó en un murmullo corto, entrecortado.

-Quería decirte que… -y no puede.

-¿Decirme qué? ¿Estás bien? ¿Qué te pasó? –y lo miró a los ojos, extrañamente brillantes y húmedos, cuando Ennis se separó un poco de él.

-No es nada malo, sólo que… creo que nunca te he dicho… -y la cara se le contrae en un puchero de vergüenza, de temor a expresar lo que siente.- …cuánto significas para mí. Te quiero mucho, pero no te lo he dicho, ¿verdad? –y calla, notando la sorpresa del otro y como su mirada se ilumina (así habría resplandecido Jack, piensa y le duele, le duele mucho). El otro había enmudecido de emoción, y sólo pudo abrazarlo con más fuerzas, reteniéndolo contra sí, acunándolo.

-No hace falta que digas nada, Ennis. –respondió Ed, al fin.- Hay cosas que se sienten, que se saben, que no hace falta decirlas. Yo lo sé. Sé que me quieres, que me tienes mucho cariño. –termina con voz soñadora, algo hueca.

Luego sintió las lágrimas ardientes de Ennis en su cuello, y no pudo decir nada más. Volvió a abrazarlo con fuerza y los dos estuvieron mucho tiempo así, enlazados, unidos, corazón contra corazón, con la gran extensión de terreno agreste, con la cabaña, la caballeriza y una lejana montaña azulada al fondo, como únicos testigos del cariño de esos dos hombres que habían decidido compartir una vida porque se necesitaban y eran felices estando juntos como no lo habían sido en mucho tiempo, cada uno por su propia historia; aunque sabiendo que sus familias no lo entendían, y que otros los mirarían con repulsa, burla, agresividad o desprecio.

Ed lo abraza y siente un leve deseo de llorar también. De felicidad, de sentir a Ennis así, ese hombre rudo y tosco que una noche lo sedujo con su mirada ardiente, de tortura, sabiendo que escondía un alma hermosa, apasionada. Sin embargo, Ed sabía que Ennis lo ‘quería’, le tenía mucho ‘afecto’ y ‘cariño’, pero amor no se había pronunciado. A él no le importaba, porque nadie podía tener a Ennis del Mar para sí más de lo que él lo sentía ahora. Comprendía que esas lágrimas del otro eran en parte por sus sentimientos hacia él, pero también una tardía confesión de culpa por cosas que no dijo antes. Eran palabras y lágrimas dirigidas a un silente y amable fantasma que a Ed le constaba que existía. El recuerdo de un tal Jack Twist. De tarde en tarde, cuando cenaba con Ennis a la mesa, y hablaban, Ed podía percibir con el rabillo del ojo, algo retirado en la mecedora de la esquina, la presencia del amable espectro que convivía con ellos. “Yo lo amo, Jack”, se había visto obligado a recitar con urgencia más de una noche, cuando al entrar en el dormitorio principal encontraba a Ennis sentado en la cama, con una almohada aferrada contra sí (¿soñando con otro cuerpo?) mirando por la ventana, hacia la lejana montaña, alejado en el tiempo, con los ojos llenos de ayer, brillantes de nostalgia y amor. “Yo también lo amo, Jack. Deja que se quede conmigo un tiempo más, por favor; luego será tuyo, como siempre lo ha sido”.

Ennis gimotea todavía, quieto, recostado del otro, sintiendo su aroma, su calidez. Lo quiere, lo quiere mucho, pero su mente era un caos. “Jack… Jack… ¿estás aquí? No te vayas todavía…”. Y le avergonzaba pensarlo. Nunca estaría seguro de si fue el extraño y cálido viento que se levantó meciendo los viejos árboles, que susurraron a tranquilidad, o una voz en su corazón torturado, pero le pareció oír un timbre amado, lejano: “Deja de llorar, Ennis del Mar. Nunca me dijiste que me amabas, y aunque deseaba oírlo de tarde en tarde, cuando me reflejaba en tus ojos después de beber en tu pasión, siempre lo supe. En el fondo lo sabía. Desde el primer momento, cuando te vi y tú levantaste tu mirada huidiza y la bajaste, en ese momento lo supe, que eras mi dueño y yo el tuyo. Como lo supe ante tu llanto cuando temías que me fuera a México a olvidarte. Lo supe desde el principio y hasta el final; ese día, en esa carretera, mientras me… marchaba, no tuve miedo porque pensaba en ti y sabía de tu amor. Nunca dudé de eso, aunque tú lo hiciste. Todo está bien, ¿ahora quieres hacerme el puto favor de seguir con tu vida un tiempo más? Déjame ir a descansar un rato. Te estaré esperando, de alguna manera sé que sí hay un lugar de miel y frutas, de césped verde y mullido, y cielos altos y hermosos en montañas eternas, donde el tiempo no pasa. Vive un poco más Ennis, yo te espero…”
……….

Bien, fuera de una que otra libertad poética, o literaria, la historia es más o menos como la leí en aquel blog, del que espero alguien sepa cuál es y nos lo haga saber a todos. Realmente disfrutarán leer todas esos relatos como lo hice yo el año pasado.

En cuanto a la historia, creo que debo decir que la gente da demasiadas cosas por sentadas, y eso es arriesgado. Nunca se le dice a la mamá gracias por todo lo que hiciste, por todo lo que te preocupaste, por todo lo que amaste, por tus miedos por mi felicidad. No nos preocupamos a veces de si está triste, o anda molesta, o si se ve infeliz, ni le buscamos una explicación; como si de tonterías de viejas se tratara. Lo mismo pasa con el padre, o los hermanos. Hay gente que se pelea con sus hermanos por tonterías, malos entendidos o discusiones pequeñas y mezquinas y pierden meses y años de vida que no se habló con ellos, no se tomó algo de caña, se hizo una parrilla o se jugó dominó. A veces los sobrinos van perdiendo el interés o el cariño en esas separaciones que son idiotas y las familias terminan alejándose como extraños. Nada cuesta de ve en cuando mirar a todas esas personas a nuestro alrededor y decirles eso, que los queremos; o un: discúlpame por eso que te dije un día. Realmente hay palabras que tienen magia.

Por alguna razón la gente siempre cree que hay tiempo para remediar esto o aquello, para hacerle la vida más fácil a esta o aquella persona que tanto nos dio, para reconciliarse, para ayudar, para reunirse y amar otra vez; pero el Ennis del Mar viejo en su trailer, viendo la camisa de Jack sobre la suya con sus ojos llenos de amargura, remordimiento, dolor y amor frustrado debería servir de advertencia: nunca demos nada por hecho, ni siquiera el que tendremos el tiempo para cambiar y ser felices después. ¡Cuidado!

Julio César.

VI A MAMÁ TRISTE

Hace cosa de un mes, inmerso como estaba en mi vida, en mis luchas propias y contra el mundo, recibí una llamada de mi hermana Melissa. Hablamos de algunas cosas, de los sobrinos y todo eso, y en todo momento sentí que deseaba decirme algo. Me preguntó que cuándo iba a visitar a mamá. Repliqué que pronto, de hecho voy muy seguido. En su casa hablo, como y bebo con mis hermanos; y la paso bien. Ella siempre me pregunta cómo va todo, que si estoy bien, me pregunta por las amigas en mi vida y cosas así. Siempre termina diciéndome que quiere verme casado. Esta vez me sorprendió lo que dijo Melissa como terminando la conversación.

-No sé si son ideas mías, pero noté a mamá triste.

Me intrigó, pero no mayormente, lo supuse una tontería. No supo explicarme más o darme alguna razón. Colgó y olvidé la cosa… de momento. Esa noche, después de cenar bien, en bermudas y franelota, viendo televisión en la sala con los pies sobre la mesita, como no nos dejan hacer ninguna de las mujeres del mundo, las palabras volvieron a mi mente: noté a mamá triste. Con disgusto me dije que debí llamarla antes de esa hora. Era tarde, a las nueve de la noche mamá cree que es media noche y cualquier llamada la altera. Pero ahora yo estaba intranquilo, y no pude apartar ese desagradable sentimiento de mí ni siquiera cuando me fui a dormir. Creo que hasta me molesté con Melissa.

Al otro día salí tarde esperando que dieran las siete de la mañana para llamarla. Lo hice y me dio algo de remordimiento oír su voz alegremente sorprendida, y preocupada:

-Julito, Dios te bendiga, ¿cómo estás mijo? (es a la única que le permito que me diga así, es un diminutivo que odio realmente). ¿Pasa algo?

¿Tan pocas veces la llamo? ¿Tanto le alegraba escucharme? Eso no me gustó. Le dije que no, y hablamos y hablamos. Me dijo que se sentía bien, pero llevándola ladeadito me dijo que andaba preocupada por su amiga Marta, a quien le encontraron un tumor en un seno, y que estaba asustada y lloró en su cocina mientras se lo contaba, y ella también lloró, por su amiga de tantos años. Luego me hablo de Irma, otra amiga, quien ya casi no salía de su casa por una artritis deformante que la mantenía casi inmóvil, en medio de dolores. La oí gemir que pobre Irma, una mujer tan ágil, tan vital. “Es que vamos para viejas, y ya no servimos”. Esa frase me asustó y dolió, ¿mamá vieja y que ya no sirve? No, ella no. Eso le pasaba a otra gente. La verdad es que la conversación me dejó más inquieto. Esa tarde pasé a visitarla. Y la encontré… aplicándose unas gotas en un oído, llevaba días con un dolor y unos vértigos por una infección y usaba ese médicamente, pero se quejaba de que no le servía. ¡Y yo no sabía nada! Melissa, ni Miguel, que vive cerca, me habían dicho nada.

Debió ser la caída de la tarde, esa hora rara entre las cinco y medias y las seis de la tarde, cuando se dice que hay que encender las luces porque pasa la virgen, pero nos pusimos evocativos. Ella habló de su familia. A la abuela no la conocí, murió antes de que yo naciera. Al abuelo tampoco, murió poco después. Mama tuvo dos hermanos, Roberto que dejó una hija a la que nunca vemos, y Jesús, quien era parrandero y despreocupado, y que no dejó hijos. Ambos están muertos ya. Uno de un infarto, el otro en un accidente. Y nunca había caído en ello, pero reparé de pronto: a mamá no le queda nadie de su gente directa, sangre de su sangre. Tiene primos a los que ve ocasionalmente, pero no es igual. Mirándola me pregunté qué sintió durante cada uno de esos horribles momentos de su vida, cómo fue su vida de muchacha sin mamá, qué pensó al tener que ir a darles el ultimo adiós a sus hermanos, los que fueron niños cuando ella lo era y tal vez compartieron y compitieron por todo. Yo la tengo a ella y a papá, mis hermanos están todos aquí, a los sobrinos intentamos criarlos en la idea de que todos son hermanitos; pero ella…

Fue raro verla tan frágil en ese momento, tan llena de pensamientos melancólicos, de tantos pesares pasados y presentes. No lo sé, siempre la vi como la mujer fuerte que llevaba la casa y nuestras vidas, a veces dura. Pero ahora no. Y me alegré de que mis sobrinos vivieran metidos en su casa, al grito de ‘abuelita, abuelita’, y que el último de Melissa, de años y medio, y la primera de Eduardo, de dos años y un mes, luchen a puños limpios, celosos, por sus atenciones. No, no me gustó ver a mi mamá triste. Ahora intento llamarla más a menudo, contarle mis problemas, mis inquietudes y hasta desengaños, creo que ella vuelve a sentirse la de antes, la fuerte, la que guiaba y aconsejaba. Se acerca su cumpleaños, y el consenso general es que debe ser un fiestón, eso le gustará, aunque una madre se siente más contenta cuando uno se echa en la cama, junto a ella, y le cuenta sus problemas. Es una realidad, como lo es también que damos por sentado que todo está bien siempre, y no nos damos cuenta cuando en las miradas de la gente cercana brilla el temor de la tierra desconocida, a la vejez que llega con sus amenazantes males, o cuando se recuerda, porque mucho se ha vivido, los rostros de quienes se han ido. Mamá no ha perdido a ninguno de sus hijos, y como ella misma dice, y creo debo hacerme eco, ojalá nunca viva lo suficiente para tener que cruzar también por ese trance.

Julio César.

NUNCA ES FÁCIL

…nada importante lo es.

Hace tiempo encontré una página blog de otro venezolano, quien hablaba, en tono serio y comedido, sobre lo duro que era ser gay en Venezuela. Me llamó tanto la tención que envié un comentario sobre su primera entrada, cosa que debió agradecer, es bueno saber que realmente hay alguien que te lee. Creo que es cierto lo que decía, que ser homosexual en este país era dificultoso. Pero pienso que ser gay, diferente, distinto o extraño en cualquier parte del mundo es igual de complicado y difícil. Sobretodo cuando el tiempo va pasando y el hombre o mujer en cuestión decidió, tiempo ha, vivir aparentando lo que no es.

De muchacho noté que había jóvenes que adoptaban una forma de vida distinta, de manera abierta, clara, y todos sabíamos quiénes eran y cómo eran. Como señalaban el dicho blog, y como fui testigo, a esos jóvenes se les criticaba, señalaba y hasta se le perseguía con groseras bromas; pero ellos continuaron con sus vidas, desafiantes o desordenados. Supongo que al llegar a cierta edad debe ser duro seguir ocultándose, sobretodo de aquellos a los que se ama, hermanos, padres, amigos cercanos; lo que se es, lo que se desea en verdad, muchas veces empuja demasiado (pasa desde el hombre que se enamora de la mejor amiga de la mujer, hasta la doñita que se chifla por el amigo del hijo, puede ser inconveniente o ‘malo’ pero pasa y la mente y las carnes gritan). En buena medida les pasa por dejar correr demasiado tiempo, y por el temor de ver algo que no se quiere en los ojos de esas personas amadas. No debe ser fácil, no sólo escapar de prejuicios externos, sino también de los propios, como le pasaba a cierto vaquero seco y silencioso que amaba a quien no podía reconocer que amaba.

Sin embargo, hay otras regiones del mundo donde las cosas son peores, donde un gay es encarcelado como un delincuente, una lacra, por eso, por homosexual. Y están esos horribles regímenes donde dos hombres atrapados in fragantti son condenados a muerte, en la horca, porque les dio la mala estrella de necesitarse uno al otro. Sin ir muy lejos, son frecuentes los reportes de gay atacados por grupitos que se excitan lastimándolos en lugares específicos en Europa o Estados Unidos. En este punto se podría decir, según la crianza de cada quien y su manera de ver la vida, que se lo tienen merecido por ‘maricones’, o por pecadores. Pero si usamos una vara tan rígida, muchas cosas pasan por algo, desde la madre a la que le nace un niño ciego, a la buena mujer que trabajó duro para levantar una familia decente y termina su vida luchando con contra un cáncer. En cuanto a lo de ‘pecadores’, en eso no me meto, al parecer codiciar bienes ajenos, mirar raro a la mujer del prójimo, mentir, robar, no santificar fiestas, matar o levantar falsos testimonios (supongo que calumnias) son igualmente pecado y dicen que merecedores de muerte, a menos que se suponga que hay unos graves y otros no tantos; que pecados malos sólo los de los demás, los mío no, esos son… debilidades perdonables.

Peor, ¿y en los casos de quienes les resulta fácil clasificar y justificar todo atropello con decir simplemente: se lo buscaron por ociosos? Eso deja la puerta abierta a todo tipo de arbitrariedad, de peligros. Al parecer la vida no es fácil en ninguna parte, siempre hay alguien que la agarra con un inmigrante, un negro, un judío o una mujer que se atreva a salir a la calle sin un velo en el rostro. No faltará quien diga que se lo busca por exhibicionista. Pero también están las prácticas tribales africanas donde a la mujer llegan a amputarle el clítoris para que no sientan placer sexuales, ¿puede alguien imaginar que eso no es tan malo o que de alguna manera pueda justificarse? En España, con todo y lo España que es y estar en Europa, es alarmante la cantidad de mujeres agredidas por sus maridos que creen tener derecho de vida y muerte sobre ellas, llegando a unas agresiones insólitas por lo salvaje y cargado de rencor; al parecer las odian demasiado, tal vez sea ese miedo a las mujeres que tantos hombres (si se les puede catalogar de tales) sienten.

El mundo es muy complejo, y al parecer hay gente que estudia seria y concienzudamente para hacerlo aún más; ya no bastan las viejas clasificaciones de hétero, homo y bis, al parecer hay una variada gama que suena más bien a los elementos inventados de la tabla periódica. Sin entrar en tónica agresiva (cierta película me pegó muy fuerte) creo, de corazón, que los cambios deben comenzar a darse poco a poco, abriéndose las compuertas de la tolerancia, de la transformación gradual, pero iniciándose ya. Muchos grupos lograrían más dejando el grito del militante y tomando la bandera de lo cotidiano. En el fondo lo que todo el mundo debe entender, aceptar y tolerar (como todos toleramos a los que nos desagradan pero no podemos hacer desaparecer) es que el gay es una persona, un sujeto como cualquiera, normal, corriente, no un ser excepcional o extraño. Que es un ser humano que siente, que quiere o sufre; que sus sentimientos son tan reales, tan valederos y aceptables como los del muchacho que se enamora de la muchacha más bonita de la cuadra y a quien todos le celebran el hecho, comenzando por los padres. Para el gay no hay nada de eso de entrada, su vida es menos clara, menos alegre.

Si, la vida del gay es más dura, porque habrá de correr mucha agua bajo los puentes antes de que el padre venezolano normal acepte al novio de su hijo de visita, y que se siente con él a la mesa, tomando unas cervecitas, a hablar de lo bien que le va a Magglio Ordóñez en las Grandes Ligas; entendiendo que ese sujeto quiere en verdad a su muchacho. A pesar de todo lo que ha evolucionado el mundo, y uso el termino sin connotaciones propagandísticas pro gay (ya no queman a las viudas junto al cuerpo de sus maridos, ni arrojan un niño enfermizo a un matorral para que se lo lleven los animales), aún falta para que dos hombres caminen por una calle, sin aspavientos o exhibicionismo, mirándose con ternura o tomándose de las manos por Sabana Grande (en el caso de las mujeres nadie se alarma tanto). Pero quién sabe, el mundo gira mucho.

Jamás he creído en las libertades ilimitadas; los derechos, los benéficos, deben estar sujetos a la responsabilidad y a cierto control. No vamos a reconocer el derecho del pedófilo sólo porque su práctica aberrante lo hace feliz, y que así es él, al lastimar niños. Tampoco vamos a entender al que sale a atacar mujeres, mutilándolas y matarlas sólo porque así siente alivio sexual. Igualmente no vamos a reconocerle el ‘derecho’ al carajo que le quema el rostro a una mujer, o la mata, porque esta quiere terminar con él y comenzar de nuevo. Pero es fácil ver la diferencia entre un caso y otros; una agresión es agresión, pero lo otro, al final, se reduce a sentimientos entre personas que entienden lo que sienten y desean compartirlo.

Hay tantos problemas en el mundo, desde los ambientales a los económicos y políticos, que la gente no debería meterse en la vida de los demás simplemente por el gusto de joder. Ese afán siempre ha sido para mí un misterio. En Venezuela se cree mucho en la… (¡que pena!) brujería, y al parecer hay gente que reúne plata para fuñir a otros. Si esas cosas funcionaran, y tuviera yo el dinero para invertirlo en la bruja, lo usaría para hacer más dinero, que me fuera bien y que tuviera salud. Pero el placer de fregar a los demás parece muy fuerte en muchas personas.

Julio César.

OBLIGACIÓN DEL MAESTRO

-No me importa lo que diga, Gutiérrez. –tronó.- Debo chequear antes de llamar a sus papás; enséñeme dónde termina el tatuaje.

-Está bien, pero si se la enseño puede haber problemas; esa espada es más peligrosa en la punta, profe. –advierte el chico.

Julio César

LA LOCURA DE LA ERA… (3)

Si los setenta fueron de alarma por las catástrofes que afectaban al clima, incluyendo las hambrunas, y los ochentas estuvieron bajo la psicosis del fin del mundo, holocausto nuclear mediante, los noventas fueron relativamente tranquilos, casi extraños. No había amenazas visibles, y uno se sentía como raro, como quien olvidaba algo y no sabía qué era, pero que incomodaba y molestaba. Uno se tanteaba los bolsillos para ver si era que no había botado las llaves de la casa. La vida continuaba en el planeta a pesar de los problemas del ozono, la contaminación y los polos ártico y antártico siempre esperando para echar una vaina. La Unión Soviética había caído y parecía que llegaban años de paz. Sin embargo, esa seguridad que debimos sentir a la larga sería tan ilusorias, como enseñó la primera Guerra del Golfo (necesaria para seguir haciendo películas de locos traumados, víctimas de la guerra, Vietnam ya sonaba como al día siguiente del fin de la Guerra Civil Norteamericana), como ilusorias eran las metas económicas que se nos hicieron creer como artículos de fe para alcanzar la dicha.

La tradición del viejo padre de construir una casa grande y fuerte para que resistiera tornados y el paso de los años, una donde los hijos encontrarían un refugio siempre, estaba pasando de moda. La tierra, el campo, la construcción estaba dejando espacio para el nuevo paradigma de mercado. La casa familiar como emblema, esa donde se sembraban árboles que tardaban como cien años en crecer y dar sombra (qué esperanza para el que siembra coco o yuca), pensando en los nietos y los hijos de estos, tocaba a su fin. Semejante actitud que hizo pueblos laboriosos, pero sobretodo, fuertes, como el inglés o el norteamericano; ya era anticuada. Los noventa terminaron con todo ese mundo tan curioso, trayendo sus nuevos valores, como el llamado Neoliberalismo Económico que pasó rápidamente, colapsando bancos y sistemas financieros a diestra y siniestra; pero cuyos efectos más devastadores se sintieron en los países del llamado Tercer Mundo donde las modas llegan tarde y causan desastres a pesar de que en todo el mundo ya se comentaba eso, y todo ello a pesar de que no nos cansamos de repetir que guerra avisada no mata soldado. De alguna manera, nunca nos enteramos hasta que el agua nos llega al cuello.

Se creó la cultura del dinero, del dinero no como un medio para comprar cosas (como felicidad, ¡es carísima!), sino como un fin en sí mismo. Todos querían jugar a los titanes de empresas, a lo Dinastía, aunque era un programa de los ochenta (no les digo, todo llega tarde). El sueño era tener una habitación llena de billetes para sumergirse en ella como Tío Rico, el tío de Donald. Y para conseguirlo, y que todo el mundo viera que uno era chévere, se llegó a extremos aberrantes, como lo ocurrido en el sistema financiero venezolano. Gente que de lejos, y con poca luz, parecía decente, estafaron los fondos de las entidades que manejaban y se marcharon con el dinero de los depositantes, con total desparpajo, y hasta se molestaron cuando algún diario comentaba que tal vez, no eran tan pulcros en sus manejos como se suponía. Y estos crápulas no tenían nada de esa mentalidad japonesa, de que al ser pillados en la bellaquería, se suicidaban. No, estos buscaban un juez, un diputado y un partido político y se largaban con los reales, amenazando, tácitamente, con volver y repetir la hazaña si los criticaban mucho.

En Caracas unos pobres idiotas quisieron jugar a Falcon Crest y pusieron unas bombas en tales y cuales sitios para especular en la bolsa al crear pánico, se les conoció como Los Chicos Bomba. Dios, se creían tan audaces, tan modernos, tan inteligentes… (no pueden verme, pero en estos momentos río a mandíbula batiente); pero claro, los atraparon. Eran los días en que la policía venezolana podía detener a gente que mandaba sobres bombas a un juez o hacía estallar un carro en un estacionamiento; también porque esos muchachos estaban en clara desventaja, ¡eran unos imbéciles! Sin embargo, el punto es que todo eso formaba parte de la cultura del dinero, de la meta final, del justificativo a todo lo que se hiciera; y si la plata era el nuevo dios, ningún medio para conseguirlo podía ser malo, ya que obtenerlo como fuera era casi una tarea sagrada según la laxa moral de los noventa, si no, pregúntenle a los atacantes suicidadas. Dios y mercado, gritaban muchos.

El viejo sistema de sembrar comida, crear fábricas, muebles, carros, fue sustituido por empresas tan llamativas como etéreas, el mundo de la informática había llegado. Las grandes empresas crecían aceleradamente, ¡dígame la de los celulares!, y las bolsas de valores vinieron a sustituir los bancos crediticios que atendían necesidades concretas como las de los campesinos de Iowa, o Wyoming. No se creaba nada real, palpable, todas eran ganancias que aparecían en una pantalla electrónica, y el mundo era feliz. El festín de vanidades alcanzaba a todos en el planeta. Y no era que a todos les llegaba real, no es que se viviera una bonanza repentina, es que todo el mundo quería el perolero que aseguraba la felicidad; dos carros, un bote, varios televisores, el VHS para botar el Betamax, y luego las computadoras. Nunca se podía estar totalmente satisfecho o feliz, porque en cuanto se lograba algo, salía otra cosa que era mejor o los odiosos vecinos conseguían algo más caro, más bonito y nos robaban la dicha. En Venezuela, en ares paupérrimas donde las aguas negras corrían por las escaleras por donde se subía al más miserable ranchito en lo más alto de un cerro deprimente, era posible ver celulares y parabólicas: ranchos con parabólicas, esa podría ser la síntesis de esos años insustanciales.

De ese período hubo una película que lo dijo todo: WALL STREET, con Michael Douglas. Las especulaciones de cosas no reales, las trampas, las manipulaciones para ganar inmensas fortunas que desaparecían al minuto siguiente al no estar basadas en bienes reales, era increíble. La forma en que el joven mentía, traicionaba la confianza del padre y de los amigos para triunfar, era patético porque denunciaban los nuevos anti valores. Pero lo que mejor retrató la época fue la importancia y popularidad que alcanzó el personajes de Douglas como ideal humano, un ser sin moral ni escrúpulos, amante del dinero, como prototipo del éxito, en los negocios y arrasando con las mujeres. El sueño de cualquier mentepollo. Mediante maquinitas que nadie entendía, hombres y países acumularon grandes cantidades de dinero y poder, hasta que la crisis mexicana, con su efecto tequila, o la caída de las bolsas asiáticas en los noventa, barrieron con buena parte de ese espejismo.

De esos años, años perdidos e inútiles donde no se enfrentó con seriedad ni un sólo problema real, quedó como efecto secundario el acelerado resentimiento, y hablemos claro, del odio a nivel casi mundial hacia los Estados Unidos, y todo lo que representaba y de las cosas que lo representaban, sobretodo su comercio, su mercado. Cosa curiosa, a nadie pareció importarle en ese país, así que todo ocurría frente a la mirada cómplice y estúpida de los medios de comunicación, pero sobretodo de su clase dirigente. Y tal vez ahí estaba la clave del rumbo perdido, los Estados Unidos, como el resto del mundo, ya no contaba con estadistas capaces de panear a futuro, a mirar en abstracto, sino con políticos de paso, gente escandalosa que confundía ruido con hechos. Perdido en un mundo movedizo, donde parecía haber paz aunque en cien lugares había guerritas, con una prosperidad que no alcanzaba, el mundo avanzaba sin saber a dónde, hasta que una mañana amaneció de golpe…

Julio César.

COSTUMBRES EUROPEAS

Aún los italianos tienen la costumbre. Viene el mejor amigo, da alegría y hay el leve picón de afecto. Las respiraciones pesadas, los labios agitados, las lenguas moviéndose… son sólo eso, ¿okay?

Julio César.

domingo, 19 de octubre de 2008

EL CÓDIGO DA VINCI

Cada vez que me reúno con un grupo de amigos la pregunta siempre sale a relucir a pesar de haber transcurrido ya cierto tiempo desde el éxito del libro: ¿qué opinas tú de El Código da Vinci? La verdad es que no me gusta mucho opinar sobre libros cuando estos le han gustado a tanta gente, ya que cuando uno discrepa, te caen encima. Nunca he entendido ese afán de las personas que preguntan algo, a veces con insistencia, pero que en verdad no quieren oír tu opinión real sino que esperan que coincidas con ellos. A estos siempre les digo que si no les gusta lo que otros piensan que no pregunten nada. Sin embargo, son mis amigos, y a las amistades como a la familia, uno puede decirle lo que realmente piensa sin mucho riesgo a una lesión física o mental. En dos platos, El Código da Vinci no me gustó.

Comencé a leerlo con muchas expectativas. Había oído sobre la dichosa polémica que encendía, pero en líneas generales me había resistido a saber mucho, así que cuando comencé a leer el libro tenía buenas perspectivas de distraerme mucho. Pero el libro, en mi modesta opinión, no tenía salvación. Creo que lo único que lo ayudó a no pasar sin pena ni gloria fue cierto ataque de la Iglesia, ¡que error cometieron! Aunque a decir verdad hay gente que cree cualquier cosa, por absurda o fantasiosa que pueda sonar, peor, sin que se les muestren pruebas reales; tal vez eso preocupó en El Vaticano, del resto no veo explicación.

Lo primero que me disgustó fue su planteamiento lineal, directo, sin recovecos de emoción, sin margen para la sorpresa, para lo inesperado. El libro era terriblemente predecible, antes de que terminara cada capitulo podía trazarse a grandes rasgos lo que ocurriría después. El personaje de el Maestro no pudo ser esbozado de peor manera, ni sus intensiones. Cuando en la trama aparece el erudito enemigo de la iglesia, ya uno sabe que se trata de él, ya que el autor ni siquiera introdujo una cantidad mínima de personajes que hicieran sospechar de este o aquel. Le habría bastado con hacer notar en uno que otro párrafo que el antiguo Papa, el polaco, no estaba aquí o allá en tal momento, desorientado por el parkinson, para que el lector imaginará: ¿será él el Maestro que ha enloquecido por la enfermedad? No, no se toma el trabajo de hacer nada de eso y la trama se vuelve predecible, lo peor que puede ocurrirle a un escritor. Los personajes no vienen de ninguna parte, sólo están allí de un momento a otro.

Lo segundo es que no se molesta en presentar ninguna prueba, aunque sea halada por los cabellos que apoyen sus teorías, aún oscuros textos que hablen sobre una posible relación entre Magdalena y Jesús de fuentes no seudo religiosas. De la figura histórica de Jesús, fuera de la Biblia, hay dos menciones que vienen claramente, una de un tal Josefo algo, historiador judío romano no partidario del Mesías aquel, que habla de “la muerte de Santiago, hermano de Jesús”. Otra es de un historiador romano que al hablar del incendio de Roma, acusa a los cristianos, “los seguidores de un tal ‘Cresto’, esclavo judío, muerto en tiempos de Tiberio”. ¿Muestra el autor algún texto que apoye su tesis, aún en la abundante bibliografía judía de los dos primeros siglos? No, no lo hace, porque, imagino yo, al principio sólo quería escribir una novela, no pensó que se vería envuelto en dudas universales movidas por personas poco reflexivas y dadas a creer cualquier cosa. Me parece que sin darse cuenta siquiera, el señor Dan Brown fue creyendo en su propio cuento, por lo que se le ve en programas de televisión defendiendo argumentaciones hechas por otros, incluso aquella de que la iglesia antigua falseó datos y destruyó el nombre de la Magdalena para no manchar el de Jesús, y, de paso, para echarles una vaina a las pobres mujeres.

En este punto hay que decir que la Biblia no se muestra especialmente despiadada con las mujeres, o no más que toda la antigua literatura del Medio Oriente, donde mujeres como Rut y Esther, toman estaturas casi sobrehumanas llevadas por su piedad y devoción. Por no hablar del gran amor que se le tiene a la virgen María, la gran madre de Dios. Pero volvamos a los datos falseados. El señor Brown quiere que creamos que el cristianismo fue una religión dominante desde el mismo momento de la muerte de Jesús, que sus jerarcas podían borrar y reescribir la historia toda sin que chocara con otras fuentes, la judía por ejemplo. Dos puntos conspiran contra eso. Los Rollos del Mar Muerto, que con pocas variables habla de una historia bíblica con pocos cambios en esencia, lo que dice mucho de la forma literal de transmitir sus recuerdos de esta nación; y el dominio de la jerarquía eclesiástica judía, el poderoso Sanedrín que se habría dado banquete gritando a los cuatro vientos: miren, el tal Jesús no era ningún Dios, o hijo de Dios, a menos que fuera del dios Zeus, ya que el tipo tenía una mujer y una hija que viven en tal sitio.

Hay que recordar que la esencia del Dios judío, inmaterial, todo poderoso, era diametralmente distinto al Zeus o su otro yo, Júpiter, quienes se encaprichaban con muchachitas y bajaban a copular y tener sus semidioses. Para acabar con la divinidad de Jesús, al Sanedrín le habría bastado simplemente presentar en sociedad a la mujer e hija. ¿Conspiró el Sanedrín para elevar a Jesús a la categoría de Dios? ¿Eran tan astuto los seguidores de Cristo que lograron ocultarla para que nada estorbara al nombre del Hijo, pero tan envidiosos que la destruyeron moralmente para que no compitiera con ellos? ¿Qué papel jugó María en todo eso, era la abuela perversa de Cuna de Lobos, la vieja del parche en el ojo capaz de todo para proteger a su hijito? Y esto me lleva al punto tres…

El autor lo dibuja de lado, lo trata como sin querer, sin atreverse en ningún momento a entrar en honduras, cuando ataca la divinidad de Jesús y del mismo Dios. La cuestión tiene que abordarse en un libro como este si vas a especular que Jesús y la Magdalena tenían su apartamentico en Hebrón, calle Herodes, piso dos. Un libro como este debe responder al final sólo una de dos maneras: si era el cuerpo de la Magdalena lo que protegían todos esos tontos en lugar de hacerlo saber al mundo, ¿significa eso que es real todo lo que se especuló? Sí es así, entonces Jesús de Nazareth no era el Mesías, aquel que fue profetizado a Abrahán por una Voz desde los cielos que no necesitaba un cuerpo para respirar, sentir hambre o acostarse con alguien. Y si Jesús no era el Mesías sino un hábil charlatán, ¿aún estamos esperando se cumpla la Promesa? ¿O la Promesa de la Descendencia no se cumplirá porque no hay Dios realmente?

Por el contrario, si no era la Magdalena, la controversia termina, como en la película El Cuerpo, argumentalmente muy superior a este panfleto aguado, cuando te mantienen en una duda dolorosa, inquietante, ¿era ese cuerpo con señas de cruxifición encontrado en una tumba anónima el de Jesús de Nazareth? ¡Vaya trama!, aunque a lo último se salen por la tangente con un final clásico. Pero el señor Dan Brown no hace ni una cosa ni otra, no dice es la Magdalena, el Jesús divino es puro cuento, o no es ella y el dichoso Código no existe. Y así como no se molesta en debatir, en presentar argumentos que puedan tomarse como algo tangible a lo que asirse para investigar (como diciéndose: ya, con esto tendrán los muy tontos), deja todo en el aire. Lo sorprendente es que hay personas para las que tales especulaciones, tibias y desabridas, les bastan para ‘dudar’.

Por último están los errores tontos de argumentación. Primero lo del monje del Opus Deis, organización semifascista y hasta nazi en su concepción, es verdad, pero que no sostiene monasterios ni conventos, por lo que no cuenta con monjes. Lo del anciano curador en el museo, a pesar de estar herido de muerte, ¡sabe que morirá!, le da tiempo de montar toda una elaborada escenografía, con claves secretas y todo, pero no se le ocurre decir me mató Teodoro. Lo otro son detalles como la fuga del museo, o cuando en Inglaterra bajan del avión aunque las autoridades tenían expresas ordenes de detener a todos en ese aparato, máxime si llevaban un prisionero.

De verdad no ataco este libro por prejuicioso, por religioso (válgame), ni por envidioso como dicen algunos. Lo que pasa es que el libro me pareció… aburrido. Era lineal, predecible, falto de credibilidad y mal dibujado. Hace ya como veinte años leí una novela de Robert Ludlum, una novela, él no tenía pretensiones de historiador, o de ‘conocedor de la verdad’: El Enigma de Parsifal. Ese libro era increíble, absorbente, sorprendente, casi desconcertante. Mientras uno leía de los ataques, violencia o crímenes de grupos como la CIA o la KGB en Atenas, Roma, Paris, la cosa parecía verosímil. Los personajes estaban dolorosamente demarcados. Todo el libro era bueno, sin pretensiones de ‘verdad’, y sin embargo resultaba creíble. Un libro debe ser así para ser ‘bueno’.

En fin, imagino que a cada punto que rebatí, habrá quince que opinen y hasta puedan argumentar lo contrario, no soy docto en religión ni en documentos secretos; como a muchos me gusta especular sobre sí existe Nessie, o los hombres de las nieves, o los vampiros, pero lo dudo. Sin embargo habrá quienes lo crean a pie juntillas. Pero esto es lo que pienso y, en fin, quienes tienen más de treinta ya deben tener la capacidad mental suficiente para ‘saber’ qué les gusta, o en qué creerán. Sólo a los quince o dieciocho se permite que un joven crea hoy al ver luces sobre un río en marcianos aterrizando, y mañana en viajes astrales a otras dimensiones que se abren allí, para creer luego que son trucos de superpotencias que quieren dominar al mundo y tienen una base en el río. O creer en todo. Es sólo un joven y puede creer muchas cosas.

Con el paso del tiempo me gusta pensar que llega algo de cordura, aunque viendo un canal retro del cable, disfruté en estos días de la película Las Siete Caras del Doctor Lao (una visión realmente ofensiva de los chinos, pero eso es cosa aparte). En la escena de la feria, cuando la mujer entra con el adivino, este sólo le dice cosas deprimentes, y no olvido cuando ella le pregunta si volverá a casarse. Con voz ausente le respondió: no, el amor ya no llegará a su vida, morirá y nadie la recordará, envejecerá sola, cada vez más vieja pero no más sabia… más viejo pero no más listo. ¿Verdad que suena horrible?

Julio César.

NOCHE DE GRADUACIÓN SANGRIENTA… Y DESASTROSA

-¡NOOO…! Yo no quería trabajar en esta cinta…

Qué problema cuando te encasillan, en cuanto llego al club de video sale el muchacho que atiende recomendándome estoy y aquello. Generalmente se ven tan sonreídos y satisfechos de estar al día sobre lo que le gusta al cliente, que uno se siente algo forzado a tomar como buena la indicación. Recuerdo que eso me pasó una vez con una película de horror, It, y resultó una de las mejores en el género, así que de cierta manera uno se siente tentado a oírle las recomendaciones. De hecho también me recomendaron Los Testigos y Equilibrio, y aunque los títulos nada me decían, resultaron tremendas películas. Así que me llevé, el lunes pasado, NOCHE DE GRADUACIÓN SANGRIENTA.

Como comenté, soy fan de lo truculento, de los monstruos, demonios y zombis, sobre todo de estos últimos, nunca te dejan mal parado. Películas como Saw y Hostel uno las mira por insólitas, y hasta ingeniosas, porque… algo de cruel hay en todos nosotros, y mirar esas escenas, aunque nos provoquen repulsión, temor (de que algo así ocurra realmente), y hasta críticas a un cine tan mercantilista y amarillista, nos permite dejar salir el asesino en serie que llevamos por dentro con relativa seguridad. Por alguna razón sicológica, uno comienza a ver el filme por diversión y después sufre, totalmente identificado con los torpes, insensatos y necios protagonistas, quienes no pueden demostrar menos sentido común. Casi extraña que no los hubieran matado antes. A uno le dan ganas de gritar: no, vete; no saques la cabeza por esa ventana; ¡detrás de ti, maricón! Lo de los zombis es cumbre, se está en un lugar lleno de ellos y siempre hay alguien que se separa al ver a una persona correr a lo lejos entrando en un depósito oscuro, atestado de cachivaches; inquieto ya, con el arma lista… lo vemos caminar de espaldas para salir de ahí. Eso es clásico, personalmente boto aire y me digo “muérete, te lo mereces por pendejo”. Y lo matan, claro.

Pero NOCHE DE GRADUACIÓN SANGRIENTA no tenía nada de esto. El título mismo, tan directamente llamativo, debió advertirme que era una porquería de película. Y que me perdonen los realizadores y los actores que debieron hacer su mejor esfuerzo en ella, aunque al final les salió esa mamarrachada. El principio pinta bien, una joven encuentra al hermano y al papá muertos, corre a su cuarto (no a la calle por ayuda, gritando como loca en carretera) y se oculta cuando alguien llega y presencia otro brutal crimen. No se trataba de Jason o Freddy, es de suponer que alguien medianamente enterado de su existencia allí, mientras mataba, pudo atacarlo, pero ella no. Se trataba de una estudiante de quien un profesor se obsesiona y quiere tenerla únicamente para él y mata a todos los intermediarios. Algo hasta… muy humano. Lo capturan y lo encierran. Es allí donde arranca el filme.

La joven vive con otra gente, y el día de su graduación del colegio llega un policía a decirle que el loco escapó. Hay gritos y tensiones, pero a mi manera de ver era muy burdo. No hubo intriga ni suspenso. No se inventó una trama donde ella recibiera anónimos o llamadas amenazantes, algo que te obligara a pensar: “Tal vez sea otra persona que la odia, y que la ataca utilizando la imagen del loco como escudo”; algo, un misterio que permitiera un recoveco extraño a mitad de trama. Pero aquí no se molestaron en incluir una sorpresa, era él, ese loco. No dicen como el demente escapó de un sanatorio de máxima seguridad, nos niegan el placer de ver a Michael Mayer matando de forma brutal e ingrata, a quienes lo cuidan en el hospital. Tal vez se disfrazó de enfermera como el Guasón, o se metió en medio de las ropas sucias. Pero nada sabemos.

La policía quiere que la chica actúe normal, usarla como carnada, y ella gime que es su graduación y quiere asistir. Encontramos al novio bonitico, la amiga bella con el novio atleta, la otra amiga que es más mundana y el novio con quien tiene conflictos existenciales. Lo normal, incluso la competencia de este grupito con otro, de chicas más hermosas y odiosas que desean, por sobre todas las cosas, ser reinas de la graduación. Y lo exponían como una necesidad vital, como si de misses se tratara, debían ser las reinas o sus vidas quedarían arruinadas, no lo dijeron pero se daba a entender. Era un trama idiota totalmente, el enfrentamiento cliché entre el grupo de los chéveres y los no tan chévere, como cuando las viejas y graciosas películas de PORKI'S, que al menos eran buenas. Algo así también se vio en Alíen VS Depredador dos, cuando el chico pobre (pero bien parecido) reparte pizza es atacado por los atletas chéveres, por… la chica más bonita. ¡No mejora nada el enfermo! Y eso que Estados Unidos está a punto de tener, por fin, un presidente de raza negra. El grupo de jóvenes era como la trama misma, lineal, no había una chica que temiera sobre su sexualidad, no estaba el atleta que se inyectara algo, ni el silente estudiante que padeciera una enfermedad terminal que salvara la situación al final; como ocurría por ejemplo con los jóvenes en las viejas películas de VIERNES 13, quienes parecían más reales.

¿Cómo transcurre la película? Todos van a un hotel a celebrar el fin de curso, el asesino, con una pinta increíble de atolondrado y enfermo, pide una habitación, paga y se la dan (imaginamos, que no lo dicen, que mató a alguien y le robó la tarjeta). Allí va asesinando a una serie de personas y no sabemos muy bien por qué, tal vez hacia falta para mantener el interés hasta que llegara el sensacional y explosivo enfrentamiento final entre la chica y él (¡ja!). Y eso también molesta, va a matar y la puerta se cierra tras él, se oyen gritos, pero nada más (eso fue lo que más me arrechó). Nadie parece darse cuenta de que algunos ya no están, y quienes sí, al ir por ellos, mueren también. Y créame, ninguno de los asesinatos valió la pena. Algo de interés surge cuando la amiga, la que quiere ser reina del baile, mira al tipo en el pasillo y termina reconociéndolo, ¡ella dará la alarma! Se separa del novio (¡¡¡sabiendo que hay un loco peligroso por allí, y que este la vio!!!) y corre a buscar a la amiga. Lo que sigue da dolor de estómago. El tipo la ve, y ella a él. Ella corre y termina en un deposito donde no hay nadie, oscuro, con muchos peroles (de haber aparecido un zombi habría estado mejor), y el tipo la mata. Seguro se sorprendieron, ¿verdad? En fin, la heroína lo ve, grita, corre, se le escapa. El tipo se le escurre a la policía. La casa de ella es vigilada por dos policías, en un momento dado ella despierta esa noche en brazos del novio que se quedó a protegerla, no ve a los policías abajo (están muertos) y al llamar al novio este también. Ahí me dije que ya era el colmo, ¿por qué el asesino imbécil no la atrapó de una vez?

Hay otra escaramuza y correderas. Lo usual. Y al tipo, créanlo o no, lo… Bueno vean la película si no me creen, seguro se sorprenderán. De verdad que fue algo fatal desde mi modesto punto de vista, tal vez era una joya en cuanto a fotografía, iluminación y sonido, pero de eso no sé nada. Yo busqué en Internet para ver si no era una película vieja de hace treinta años reeditada, pero no. Lamento ser duro con el trabajo de otros, pero una cinta como esta es muy peligrosa: ¿qué habría pasado si invito a una amiga al cine y presenciamos esto? Mínimo un derrame cerebral de la rabia.

Julio César.

RAZÓN HAY

-No me gusta el rosa, quítamelo…

Julio César.

miércoles, 15 de octubre de 2008

TRINITARIAS… (3)

Lista a dar la batalla…

-¿Qué quiere, mamá? –pregunta Joaquín, enderezando la espalda sentado en aquel banco, mirándola entre mortificado e impaciente, mirada que la doña conoce bien.

-Llevas mucho rato aquí, mijo. –comenta ella, suave.

Aleida Mijares es una mujer algo obesa, de cabellos mal cortados, sin mucho cuerpo, medio teñido. Su rostro parece cansino. Su mirada refleja preocupación, cariño, pero también cautela. Lo nota cuadrarse ‘para la batalla’, e instintivamente sabe que Joaquín levanta barreras, muros altos tras los cuales se oculta siempre ahora. Ella sabía de la rabia que lo devoraba por dentro, de ese rencor que había manchado su vida desde muchacho, muchas veces quiso explicarle que eran cosas que pasaban, mala suerte, pero aquel muchacho niño se lo había tomado a pecho y dejó que la rabia anidara en su alma. Para Joaquín no había mayor misión en esta vida que combatir y destruir a los que consideraba sus enemigos. Ella podía entender esa lucha, hasta justificarla, era injusto que alguien muriera de hambre al lado de ricos manjares, pero no la compartía. Pero había más, esa parte que el joven había decidido que nadie conocería, lo obligaba a aislarse en facetas enteras. Sin embargo ella lo intuía.

-Déjeme tranquilo, mamá. Necesito ejercitarme. Llevo días sin practicar. –gruñe sin mirarla, con el rostro enfurruñado.

Si, llevaba días dedicados al ocio y la vagancia; días inútiles, vacíos… maravillosos días que pasaba en compañía de Adrián, dizque discutiendo de política y de conciencia social, cuando en verdad sólo deseaba mirarlo, tocarlo, recorrerlo todo con sus manos, oírlo reír, verlo relajado (siempre andaba como ausente, distante, y en su mirada había como dolor, se dijo más de una vez preocupado).

-No me gusta verte tan solo, Joaquín. Antes salías un día como hoy, un sábado en la nochecita a pasear, al cine, a bailar con tus amigas. Siempre tenías a una llamándote. Ahora andas solitario, no te juntas con nadie como no sea esa gente del… comando. –lo dice con reprobación.- ¿Por qué andas tan solo?

-Hay mucho qué hacer, mamá. No tengo tiempo para pendejadas. –la mira con ese rencor de siempre, no hacia ella, hacia… la vida, pero ahora no parecía tan intenso ni tan sincero como antes, piensa ella. Era una fachada. Otro muro.

-Mijo, ¿por qué ya no traes nunca a una muchacha como antes? ¿Por que no sales con nadie? –pregunta, con el corazón palpitándole. Y él la mira, altanero, elevando el mentón, como dispuesto a contarle, a explicarle. Y ella siente miedo.

-¿En verdad quiere que hablemos, mamá? ¿Quiere saber de mí? –pregunta desafiante; y entiende que no, la mira escurrirse en su mirada. ¿Qué tanto sabría, o sospechaba, ella? Eso que debería mortificarlo como a todo el que oculta algo, no logra alterarlo, no con ella, con su mamá. De forma innata sabe que de ella no debe temer nada. Ella jamás se pondría contra él.- Déjeme solo, mamá. –termina, poniéndose de pie, dándole la espalda y volviendo a la barra con un cansino salto. Le duelen todos los músculos.

Ella entiende que no hablará, no más. y levemente mortificada se aleja. Tenía miedo, miedo de que Justino, su marido, el brutal padre de los muchachos, se metiera. Pero tal vez debería hacerlo al final de cuentas. Lo mira subir y bajar en esa barra, suspirando, ¡qué difícil eran os hijos! Todos daban problemas a su manera, y eso que Joaquín era de los mejorcito. Pero siempre andaba amargado, colérico… excepto por estos últimos días. No sabía (o no quería darse por enterada) qué había variado, pero había notado esos cambios. Lo escuchaba silbar mientras se duchaba, y a veces cantaba, algo inconexo, pero ligero, sintiéndose realmente feliz, y sus baños eran largos, restregándose a conciencia. Lo veía afeitarse bien, revisando su rostro una y otra vez al espejo, pasando sus dedos por la leve sombra de barba y bigote que gustaba dejarse y que le quedaba bien; usando únicamente ropa no sólo limpia, sino que oliera a suavizante.

Lo veía mirar el reloj, inquieto, expectante, atento a su teléfono, sonriendo cuando recibía esos mensajes de textos que nadie más leía. Esa sonrisa, ese brillo en los ojos le gustaba, y la asustaba. Lo veía salir erguido, lleno de vida, de dicha. A veces no regresaba en toda la noche. Justino andaba contento, pero ella… Y lo veía regresar, como aliviado, descargado de rencores, de los viejos odios que le arrugaban muchas veces la frente. Lo veía caer en un sillón durante largos minutos, sonriendo, evocando cosas gratas, momentos felices. Pero todo había terminado bruscamente desde ayer. Algo (¿una pelea?, su labio parecía hinchado) había sucedido y ahora parecía tan seco como siempre, pero también acongojado. Ella no se engañaba, lo percibía en sus ojos. Joaquín sufría.

Ya se le pasaría, se dice como para consolarse, entrando en la enorme cocina, llena de corotos y muebles, algunos muy viejos, como la nevera que daba toques eléctricos si algún descuidado se le recostaba descalzo. Disgustada mira el lavaplatos lleno de peroles. Todos comieron y bebieron como cerdos en porqueriza, y se fueron si pensar siquiera en ayudarla a asear. Nadie lo hacía nunca. Todos parecían creer que ese era su deber, su misión en la vida; tal vez imaginaban que se sentía realizada haciéndolo. Desde que Mary, la mayor de las hembras se había casado, yéndose con su marido, no tenía ningún auxilio en esa casa.

Nadie pensó, esa noche por ejemplo, en darle la sorpresa de lavar los corotos, aunque… de entrar y encontrar que alguien más lo hizo, seguramente la impresión la habría matado. Y debía ser horrible caer muerta en medio de la cocina, con su bata de bolsillos rotos, la pantaleta demasiado ancha de cintura amarrada con un nudo (no se animaba a botarla) y el cabello sin lavar. Sin embargo, sonríe amarga, semejante peligro no existía, no el morir, eso siempre andaba allí, sino que a sorprendieran ayudándola. De alguna manera en la que ella no reparaba, se había creado un patrón… sus otros hijos no se sentían obligados a asear el lugar donde comían, dormían y vivían. No veían la necesidad, no se sentían obligados a ello, estilo de vida que seguramente llevarían con ellos a cualquier otro lado a donde fueran en el futuro. Pero eso escapaba a su razonamiento, ella misma, después de ser una mujer que obligaba a las hijas de niña a ayudarla lavar los baños, había pasado a ser una mujer que no contaba con ayuda para nada, y ya no podía imponerse. Y le parecía normal. De forma inconexa vuelven sus pensamientos a Joaquín, e intuía que había algo, que sucedía algo, que no era del todo normal con él. Y cierta fotografía vuelve a su memoria, incomodándola, llenándola de aprensión.
……

-Mira lo que hiciste, imbécil. –grazna, duro, Armando, sosteniendo a la semi desmayada Vicky por un brazo. El otro joven lo mira fulminante, tocado en una herida abierta que siempre intenta disimular.

-No me digas imbécil, maricón, o te caigo a co…

-Basta. –gime la joven entre ellos, entendiendo que lo mejor era sobreponerse a la debilidad provocada por la sorpresa (¡estaban considerando que ella podía ser de ambos!), o lo perdería todo en esta disputa. Sin embargo sus piernas temblorosas la obligan a tomar asiento en el primero de los escalones, casi halándolos con ella.- No quiero que discutan entre ustedes, no saben cuánto me lastima, como me duele cuando lo hacen.

-Él comenzó. –replica con infantilismo, Enrique.

-Y tú debes ponerle fin, cariño. No quiero que lastimes a Armando, no es tan fuerte como tú.

-¡No soy un tullido! –replica este, pero sin mirar al otro, quien en verdad podría sacarle brillo a todas esas escalinatas barriendo el piso con él. Y es a él, al menos alto, al menos fornido, el más lastimado por todo aquello, a quien la joven mira.

-¿Es verdad lo que dijo Enrique? ¿Estás dispuesto a…? –no halla las palabras. Él sonríe con una mueca, amarga, rencorosa, nada cariñosa.

-¿Qué otro camino tengo, Victoria León? –la mira ahora, con ojos centelleantes, tantos que la acobardan un tanto.- Te metiste en mí, en mi carne de una manera que ya no sé si podré sacarte, o si vale la pena seguir después de hacerlo. –desvía la mirada, torturada, sorprendiéndola como siempre cuando la nota cerrada, oculta, ¿qué había en la vida de Armando que jamás dejaba que ella lo alcanzara totalmente? No lo sabe, pero intuye algo grave, algo muy doloroso y previo a su legada.- Le diste sentido a lo que nunca antes lo tuvo. Le diste luz a una noche oscura, una noche que había durado demasiado y que yo pedía una y otra vez que se terminara. Y ahora esto…

El abatimiento de sus palabras, de su gesto, impresionan aún a Enrique, quien lo mira ceñudo, no entendiendo de dónde saca todas esas palabras que… sonaban idiotas, pero también agradables. La mirada de Vicky, quien se aparta los cortos cabellos que el viento insiste en meter en sus ojos, lo estudia con tanto cariño en esos momentos que se alarma; la joven siente la necesidad de ceder, de ser débil, acunarlo y decirle que lo ama por encima de todas las cosas, que por él haría lo que fuera, que a él lo amaría hasta el último momento de su vida. Pero no lo hace. No puede, porque aunque todo ello es verdad… también estaba Enrique. A él también lo amaba. Una manita de la joven cae sobre la pierna del muchacho en taje, quien se tensa, quien se alerta, pero también arde, su toque basta para despertar sus sentidos, sus emociones. Enrique traga saliva, una que es amarga, seca, arenosa.

-Yo te quiero, Armando, con todo mi corazón. –reconoce ella, con una leve sonrisa de ternura.- Me lastima verte así.

-No, no es verdad. Me hieres a propósito. –la acusa, con ojos brillantes de una humedad que contiene.- Estás conmigo y estás con él. Para ti soy un juego… un tipo con el que pasas un rato.

-No es así. –es enfatiza, simple.- Contigo me siento segura, adorada, importante. Tu también lo eres para mí. Eres mi vida.

-¿Y él?

-También lo amo. –admite, sosteniendo su mirada que se nubla de rencor, de rabia. La sostiene, la resiste hasta que nota su vergüenza, su retirada. Entonces se vuelve hacia el otro.- Enrique es una persona maravillosa, un ser humano increíble. –le sonríe, le gusta notar como todo disgusto desaparece del más fornido con tan sólo mirarlo. Se vuelve al primero.- Cuando lo conozcas mejor, lo entenderás, sabrás de su corazón limpio de niño buena gente, de compañero constante y fiel. Con Enrique en nuestras vidas habrá risas, camarería, compañía. Él y yo estaremos ahí para ti, para sostenerte cuando estás decaído, para sacarte de tus melancolías. Con él y conmigo jamás estarás solo.

-No… no… Conmigo que no cuente. –grazna Enrique enfático, desviando la mirada, todo eso era demasiado. No le gustaba para nada lo que decía su nena. Él era un carajo normal, un tipo que le gustaba la buena comida, la buena cama y las mujeres. La deseaba y adoraba a ella, no quería conocer a ese sujeto, ni mucho menos… estimarlo.

-Si, cariño. Él contará contigo, como lo haré yo misma. –parece convencida. En su mirada, en su sonrisa, en sus gestos hay algo que los asusta a ambos, porque les parece entrever un mundo distante, uno donde ellos dos estarían demasiado cerca.- Y tú y yo contaremos con él, verás lo organizado, lo fiable, lo protector que puede llegar a ser. Con Armando en nuestras vidas habrá estabilidad, serenidad; él te dará una mano cuando las cosas estén mal, porque él es así, más bajito, menos fornido, pero hecho de acero.

-Lo que dices es una locura. –jadean casi a dúo, mirándose alertas, incómodos al concordar en algo.

CONTINUARÁ…

Julio César.