jueves, 31 de julio de 2008

BAÑADO

Necesitaba una toalla y de manos amigas que lo secaran todo…

Julio César.

LUISITA ORTEGA VS CILITA FLORES

Luisa Ortega, Fiscal General de la República, acaba de anunciar que iniciará una investigación sobre el Cilia-Gate, el affaire de la presidenta de Asamblea Nacional, Cilia Flores, quien anda muy molesta porque hay gente a la que botó para meter a sus parientes en la Asamblea, que salieron con el cuento de que familiares de ella entrevistaron a los nuevos empleados, rechazando a un gentío pero contratando a otros parientes (familia entrevistando a familia). Intrigas de gente mal hablada, dijeron que eran seiscientas personas (¿quién tiene tantos familiares fuera del patriarca bíblico Abraham?), pero ella aclaró que difícilmente llegaba a los cien; pero también, ¿qué tiene eso de malo o falto de ético? Para eso es revolucionaria, caramba. Ahora la Fiscal nos dice que investigará el asunto. Hummm… Cilia debe estar taaaaannnn preocupada. Pero quién quita y sí investiga, así desvía la atención de la periodista Patricia Poleo, la cual continua exiliada acusada de un planear un asesinato con un tipo, quien la delató, el mismo día que este sujeto estaba preso en Colombia. Parece que le inquieta que la crean sólo otro apéndice inútil de Miraflores. Doctora Luisa, por Dios, ¿quién pensaría eso de usted?

Julio César.

lunes, 28 de julio de 2008

DESPEDIDA

En mis labios una sonrisa, en mi corazón una herida.

Ve en paz, una que yo no tendré. Para conocerte bastó un instante, decirte hola llevó un minuto, decirte adiós me tomará toda la vida.

Julio César.

SEÑALES CONFUSAS

-Pero bueno, deje la tocadera… -¡vaya con el amigo de su mujer!

-¡No lo eches para atrás!

Julio César.

viernes, 25 de julio de 2008

BUEN CINE

¿Cómo dudar que fuera realmente el Paraíso?

El muchacho está indeciso entre entrar o no a la sala de cine. Había oído críticas muy buenas, demasiado para un tema y trama como aquella, e imaginaba que la película debía ser mala, como esas que generalmente premian con el Oscar y cosas así. No, la verdad era que él esperaba que fuera mala. Que sea muy mala, Dios, se dice Doménico San Martín. Está nervioso mientras se pasea por la entrada del teatro.

La mujer en la taquilla lo mira divertida. Creía entender el dilema del joven, un muchacho que estaría cerca de los dieciocho, guapito en su delgadez y altura, cabello castaño y cara increíblemente amable, casi… vulnerable. Le parece que es de esos de sonrisa fácil. La mujer sabía que muchos jóvenes, sobretodo con confusiones sexuales o sentimentales, deseaban ver la película pero se cortaban todos en la cola. La juventud era bonita, se dice convencida, pero sólo los años daban la paz de la experiencia para moverse con donaire por este valle de lágrimas. Al menos los que crecían y evolucionaban, no para los eternos niños malcriados que vivían culpando a otros de sus fracasos y errores, sin aprender jamás de ellos y condenados para siempre a repetirlos. Tal vez fuera mejor que el joven no entrara, se dice la mujer. El film podía ser duro, sobretodo para gente sensible como parecía ser ese muchacho.

La mujer acertaba sólo en parte; Doménico, Nico para todo el mundo, aunque fue un apodo que no eligió, como no lo hizo con su nombre, era realmente muy joven, sufría de confusiones y era sensible. Demasiado, opinaban algunos, como su padre. Pero el joven no estaba allí por la película en sí. Él deseaba ver un fracaso, algo tan horrible a pesar de las críticas favorables, que le diera la paz, que le dijera no era distinto a otros. Decidiéndose entra, sonriéndole en forma abierta a la mujer de la taquilla que lo atiende con simpatía. No va al baño. No compra cotufas, refresco o caramelos. Entra a la sala, no muy llena, ya que muchos venezolanos morirían antes de dejarse ver haciendo la cola para ver El Secreto de la Montaña (Brokeback Mountain). Va a la última fila, casi junto a un rincón, lejos de todos y espera. El corazón le late con fuerza. Espera odiarla mucho. Todo comienza… y de entrada el solitario y agreste paisaje, así como la música, lo inquietan. Y ese joven se dispone a ver el film, y su mente cubrirá los huecos que la trama deja abiertos para que cada quien los llene con sus deseos e ilusiones, con sus necesidades particulares.

Wyoming se parecía tanto a Texas, que ese joven de diecinueve años por un momento pensó que aún seguía en su terruño mientras atravesaba la carretera en su vieja camioneta. Una vieja, muy vieja, que según decían estuvo al principio de los tiempos. Sabe que lo que le espera será duro, y nada agradable, pero el atractivo tipo de ojos azules y sonrisa perenne, no puede dejar de sentirse optimista. No le gustó mucho ese trabajo el año anterior, como no puede gustarle a nadie, piensa, pero no le tiene miedo. En su alma parecía no caber esos sentimientos. Si había una tarea la hacia y ya. Él era vaquero de rodeos, algo que su padre desaprobaba, recuerda con cierta divertida amargura, pero la verdad era que su padre nunca estaba muy contento con él, y no era por lo del rodeo. Le parecía demasiado soñador. Demasiado ‘todo saldrá bien, papá’. Su padre no podía ser así. El mundo estaba cambiando, todos los valores con los que él había crecido iban desapareciendo, algunos se aferraban al pasado, otros miraban inquieto lo que venía, y un joven como él, sentía expectativas, la vida no tenía que ser siempre como había sido, sólo porque así fue siempre. Menos de dos décadas atrás los hombres de ese país habían cruzado el océano para librar la gran batalla contra la oscuridad y maldad del nazismo. Pero ese mundo terminaba; lo que debía ser de lo que era iba dejando de ser una barrera infranqueable que muchos aún no sabían cómo enfrentar.

Oh si, Jack Twist tiene planes, se dice con determinación. Ganaría algo de dinero e iría a todas las ferias y rodeos que se anunciaran, y ganaría más. Un día tendría su propio rancho, una mujer e hijos, se dice repitiendo palabras de su padre. Ahí estaba la estación, y al detenerse repara en otra figura. Un tipo de mirada baja, que fumaba con el sombrero casi sobre la nariz. Tenía aire de peón de estancia, se dice Jack, divertido. Fue cuando ese hombre levantó la mirada, fugaz, bajándola pronto, como avergonzado de haber sido sorprendido atisbando, que el corazón de Jack latió más de prisa luego de pasar tres segundos detenido, haciéndolo estremecerse levemente. La sensación de vértigo y calor que corrió por sus venas era extraña. El joven no puede evitar una sonrisa leve, de nervios, de excitación ante lo nuevo; no entiende ese sobresalto embriagador que lo llena de ganas de estar allí, pero entendía que tenía algo que ver con el rudo y hosco joven de pie frente a él.

Más tarde sabría que ese tipo se llamaba Ennis del Mar (y en su mente repetirá ese nombre una y otra vez, saboreándolo, sin imaginar que pasaría los próximos veinte años de su vida repitiéndoselo para encontrar ratos de felicidad y escapar de la soledad), que trabajó en una hacienda hasta que los hermanos se casaron y ya no hubo lugar para él. Supo que era tosco, cerrado e increíblemente tímido. Y cada nuevo dato era atesorado por Jack, quien no podía dejar de pensar en él en esa montaña, mientras come a su lado, mientras lava su ropa en las frías aguas del río o se tiende sobre la grama, de noche y contempla las estrellas que ahora le parecen más hermosas. Tal vez porque ahora tenía un motivo para perderse y soñar en sus luces frías y fantasmales. Cerrar los ojos era conjurar una imagen recia, callada y tosca, que iba a su lado, decidido…

Ahora comparten las montañas y ese cielo inmenso, uno tan grande que puede cobijar a un tal Jack Twist, un vaquero de rodeo, joven y fuerte, parlanchín, alegremente fanfarrón, simpático y abierto, que se siente extrañamente vivo y feliz en las frías cumbres. Es un hombre que imagina, a veces, poder alzar las manos y alcanzar ese cielo; y quien, al fumar y beber por las noches, mira a Ennis del Mar. Y la mirada de Jack era distante, perdida, hermosa, con una luz que a veces turbaba al otro, quien no podía dejar de reconocer para sus adentros que eran ojos atrayentes. Ahora Jack pensaba en su vida, en lo que fue antes de llegar ahí (antes de conocer a ese tipo callado y tosco), y en lo que podía ser hasta el fin de sus días fuera de ese lugar; y ya no era feliz. Los dos hombres hablaban. Tomaban whisky y hablaban más, y Jack lo miraba a veces si poder contenerse, asustado de lo que siente, porque ahora imagina vainas nuevas, como el qué sentiría recorriendo con el dorso de su mano la mejilla del peón, acariciándolo como Dios manda, o mirarse en sus ojos evasivos, al estar frente a él, tan cerca uno del otro que sintieran sus alientos. Lo piensa y se siente ahogado, embargado de un deseo inmenso que no entiende, por lo que tenía que beber, o saltar locamente, gritando como un vaquero de comiquitas, para escapar de su embelezo y de las ganas que quieren salírsele por ojos y boca.

Y Ennis notaba esas miradas, confuso, negándose a sentir, pero perdiéndose por momentos en esas pupilas que iluminan de azulada luz un paraje por el que no sólo no puede transitar, sino que hasta estaba prohibido pensar en él. No hay palabras. Sólo hay miradas que van y vienen cuando están seguro de que el otro no presta atención. Y Ennis habla de su novia de toda la vida, y mira a Jack, como queriéndose convencer de que todo estaba bien por ese lado. Llega la noche, llega el frío. Llega el licor que baja las defensas y desinhibe la conciencia. Y Jack llama a Ennis para que entre a la tienda o se morirá de frío. Y el otro lo hace casi arrastrándose, cayendo a su lado, dormido en seguida.

Jack dormita, pero no está tranquilo. Sueña su vida, la pobreza, la estrechez, las privaciones, el oír de niños amados por sus padres. Sueña con cosas que no tiene, que no tuvo, que sabe que no tendrá; una vida que se repite hasta el infinito, y no es feliz. Algo falta. Algo no estaba bien. Era un tipo joven, lleno de ganas de vivir y no estaba bien, algo estaba muy mal. Faltaba calor, faltaba cariño. Y ahora una imagen aparece en sus sueños, es Ennis, a su lado; y Ennis lo toca, y no parece Ennis, porque sonríe, y dice que debe afeitarse, y le recorre la barbilla con el dorso de una mano mientras su mirada atrapa la suya; y dice que no le gusta con barba, y sonríe más. Y Jack lo ama, y Jack se excita. Despierta, angustiado por el deseo, sintiendo que se quema, que se muere de las ganas que tiene. Percibe el olor de Ennis, oye su respiración y casi grita de frustración. Y se decide, porque es un carajo valiente, del tipo que le dice a esa persona de la que no está seguro, te amo, y a veces triunfaba, a veces sólo sufría. Pero que se arriesgaba y vivía.

Jack cruza un brazo y atrapa una mano de Ennis, halándolo sobre sí. Siente su aliento en la nuca. Siente el calor de su cuerpo a sus espaldas. Pero no es suficiente. Cerrando los ojos lleva esa mano a su entrepierna, aprieta, suelta y aprieta otra vez, y casi se muerde los labios para no gemir. Y Ennis despierta, se sienta, alejándose, pero Jack también se incorpora y lo encara, intenta tocarlo, intenta acercársele, frota su frente de la suya y le dice con todo su ser que lo quiere, que lo quiere en ese momento y ahí mismo y que si no le hace el amor, morirá. Y a Ennis le sube la temperatura, la piel le arde, la sangre le corre con violencia. Siente un despertar doloroso de su virilidad y se dice que no es nada, que es carne, que es deseo, y con brusquedad cae sobre Jack, como un poseso, con la urgencia de las ganas. Con rudeza se mueve al bajarle el pantalón y untar con su propia saliva, y no siente asco ni reparos mientras lubrica y toca, está más allá de todo en esos momentos. Lo posee con fuerza, casi brutal, porque tiene que hacerlo, porque la carne le duele de ganas, pero también de rabia por tener que ceder. No era nada, intenta pensar mientras se sumerge en el otro, casi jadeando por el alivio que siente dentro de sí, en su mente, casi en el espíritu. Pero seguía ardiendo, seguía quemándose…

Al día siguiente llega el ratón moral, y Ennis casi tiene que huir, sintiéndose mal consigo mismo, pero sobretodo con Jack... Lo que hizo fue sucio. Había sido algo malo, un pecado al que había cedido por debilidad de la carne. Dos hombres no podían hacer esas cosas. ¡Estaba mal! Todo lo que era su vida, lo que fue y lo que planeaba ser, incluida su novia, estaba en colisión con eso que había pasado con ese hombre, con Jack, ¡con Jack!, como no se cansaba de repetir ese nombre su mente. Se aleja aunque ve al amante salir de la tienda, se aleja porque tiene que poner distancia, y no mira todo el dolor que su rechazo causa al otro, cuyos ojos lo siguen, con una mirada que lo dice todo, con sufrimiento, con abandono. Para Ennis la cosa había sido terrible, había tenido sexo con otro hombre; para Jack había sido una revelación, algo que antes no encajaba ahora tenía explicación. Para él lo terrible era la marcha de Ennis, su silencio, su hosquedad, porque esa noche no le había entregado sólo su virginidad a ese tipo, algo que pudo intentar antes, y que nunca había considerado siquiera, hasta que ese vaquero de mirada ruda se había cruzado en su camino, ordenado quién sabe por qué designio. No, no era sólo su santidad lo que le había regalado, sino su vida, aunque no se había dado cuenta exactamente en ese momento. No le dio sólo el culo, le entregó todo lo que era, y el otro pareció no notarlo; peor, no importarle.

Ennis regresó hosco al campamento, y a Jack. Le dijo claramente que no era ningún marica. Con su voz, con su tono, con su lenguaje corporal intenso, le dio a entender claramente que lo culpaba de todo, de haberlo enredado en toda esa cochinada. Y Jack lo escuchó mirando hacia el valle, con rostro aparentemente imperturbable, y como millones antes que él en su situación, le dolió oírlo. Quería rebatirle, discutir, tal vez decirle que también él había participado de forma entusiasta cuando lo acariciaba y buscaba más de su persona, pero calló. Porque entendía que Ennis estaba mal. Ennis sufría al enfrentar algo que le horrorizaba, el toque del marica, y por eso lo lastimaba, porque en verdad se lastimaba a sí mismo, como castigo. Uno parecía ya aceptar un destino, el otro aún batallaba. Ennis se estaba flagelando de forma terrible e inmisericorde, sin darse cuenta de que también lastimaba al otro, lo que a lo largo de su vida será su maldición, herir a quienes amaba, y quienes lo amaban a él. Por eso Jack soporta, porque entiende.

La noche llega, y Ennis sentado al calor de la fogata, mira las llamas, sombrío, sintiéndose lleno de una amarga determinación. No mira hacia la tienda de campaña, donde Jack se despoja de la camisa y tiende una cama, acostándose. Ennis siente que se muere aunque su rostro parece de madera. Piensa en Jack... Una y otra vez piensa en él, en su mirada anhelante y franca, en su boca roja que se abría al gemir o al pegarla de su piel, en sus ojos azules. Recuerda su piel, lo que sentía al recorrerla con sus manos, su calor, su aroma fuerte y vital, y le cuesta respirar de lo mucho que lo extraña. Pero no, era un hombre. Jack era un hombre y él también. Eso estaba mal. Mira del suelo a la tienda y sabe que el otro estaba allí. Esperándolo. Lo sabe aunque ignora cómo. Jack lo esperaba, con esa invitación sin palabras en sus ojos, con esa alegría que lo hace brillar y verse (se estremece) hermoso, una fuerza y una energía de la que él carecía. El corazón le palpita, la sangre corre por sus venas y siente que se muere por ir, por tocarlo, por recorre su espalda, por acariciar su rostro y convencerse de que era tan excitante y maravilloso como ahora creía recordar. Lo acusó de sucio, de marica, y ahora siente dolor. ¡Había lastimado a Jack! ¡Lo había herido para sentirse mejor consigo mismo!

Se pone de pie, tembloroso, la cara le arde de vergüenza, pero es que ya no aguanta más. ¡Lo necesitaba demasiado! Se dijo que no pasaría otra vez, pero debía ver a Jack... Verificar que aún estaba ahí. Quiere comprobar lo que verá en su mirada, sí habría resentimiento, o la invitación a tenerlo nuevamente. Sufre, ya que una parte de su mente le grita que era un pervertido, la peor clase de degenerado, el marica despreciable que sólo debía recibir burlas, asco y puñetazos; pero otra parte de sí, necesita decirle a Jack que lo siente. Al menos en parte, porque lo que en verdad quiere es estar junto a él, rodearlo con sus brazos, tocarlo y sumergirse en su piel. Desea que Jack se entregue una vez más, sin palabras, sin mimos, como la noche anterior, entre jadeos, gruñidos y brazos que apretaban y manos que acariciaban. El trecho de la hoguera a la carpa es corto, pero se le hace eterno al caminar gacho, sombrero en mano, lleno de culpa, de deseo, pero también de pesar por ofender al otro. Su rostro es el del penitente, el del hombre que va por absolución, una que sólo Jack podría darle. O no.

Recostado, Jack aguarda. Espera a que todo pase, o a que no ocurra nada. Espera para vivir otra vez, sintiéndose amado por Ennis, o se prepara para la agonía. Se sorprende al comprender cuánto depende de ese tipo ya. El miedo a que no vaya, grande y pesado, tanto que le provoca espasmos en el estómago y calambres por todo el cuerpo, no logra que olvide el momento anterior, cuando por primera vez estuvieron unidos y alcanzó la gloria. En ese corto y eterno instante, se sintió completo, protegido, como bañado por un cálido rayo de sol de bienestar, tanto que no sabe si lloró como un niño o sólo lo imaginó. Se sintió vivo y feliz como no recordaba otro momento en toda su vida. Espera a vivir o a vegetar, recostado, viéndose hermoso en su angustia, hasta que su mirada repara en Ennis de pie en la entrada, sombrero en mano. Rápidamente queda sentado y Ennis cae de rodillas, como derrotado, evitando mirarlo, susurrando un ronco: perdóname.

Y allí Ennis del Mar comete el más grande error de toda su vida, medio mira a Jack y nota la mirada intensa, grande y totalmente enamorada de ese otro carajo, que lo ve con adoración. Ennis lee en aquella mirada que Jack lo perdona porque lo ama, ya lo ama, no sabe cómo le pasó, le dice Jack sin palabras, pero ya lo ama más que a su propia vida. Pero Jack no necesita decir nada, ni oírle decir nada a él. Casi siseándole para que calle, para que no sufra explicándose, le acuna el rostro con sus manos y lo besa, queriendo borrar el sufrimiento que ve en Ennis, el Ennis que nació y creció en un mundo duro donde fue amado tan poco por quienes debieron adorarlo. No hay palabras, y esas lagunas podrían ser llenadas por los deseos de cada quien, quien imaginaría lo que quisiera; como el muchacho de mirada embelesada sentado en una oscura sala de cine.

-Jack… Jack…

-Ennis, estás aquí. Volviste…

-Perdóname, perdóname, Jack, por herirte, por llamarte marica y culparte de todo. Perdóname por tratarte así.

-No, no tienes que decir nada. Ya todo está olvidado. Sé que estabas molesto por lo que pasó, por esto que nos pasó.

-Te lastimé, y eso me dolió a mí también.

-Me dolió más el verte partir, molesto conmigo, sin volver la mirada, alejándote como si no notaras que me llevabas contigo; desde el momento en que fui tuyo todo lo que soy te pertenece, incluso mi vida.

-No quería venir, pero necesitaba sentirte, tu olor, tu sabor; estando aquí, junto a ti estoy bien, como si nada faltara, como si todo estuviera finalmente en su lugar.

-Ennis, desde que te vi entendí que algo estaba mal en mi vida, que había un vacío oscuro que estaba allí y jamás lo había notado, pero que me asustaba. Pero ahora tú brillas en esa oscuridad y la acabas.

-Nunca debí venir, nunca debí conocerte, maldita sea, Jack...

-Gracias a Dios que lo hiciste, porque ahora eres mi todo.

Se besan, y ninguna de esas palabras se pronuncian, y Jack cae de espaldas, y Ennis se abraza a su torso, como incapaz de mirarlo, sólo frotándose de él, elevando una mano y acariciando el rostro de Jack, un rostro que se le vuelve el suyo, el más importante de todo el mundo. Y siente ganas de escapar, de llorar, pero no es nada comparado con las ganas de besarlo y se fundirse en su carne, por lo que cuando Jack gira sobre él, besándolo, tomando la iniciativa una vez más, cede y se deja llevar por esa corriente de deseo que lo vitaliza, haciéndolo sentir completo y en paz, sometiéndose al otro cuerpo, firme, pesado, caliente. Se besan sin palabras, se entienden sin mimos o arrumacos, porque son hombres toscos no acostumbrados a la ternura, y menos al cariño entre carajos. Pero las manos cumplen, las bocas también. Los cuerpos responden y lo demás lo llena esa sensación interna que hace que uno desee tanto al otro, a tal punto de que no parece haber forma de calmar todas esas ganas.

La noche es cómplice de los amantes que exploran sus cuerpos, sus deseos, que lamen, besan y muerden entre jadeos. Y el cielo los cobija, brillante de hermosas estrellas que fulguran con mayor fuerza, entendiendo, tal vez, como toda la Creación que lo mejor que se podía hacer, ahora o siempre, era eso, entregarse a la fuerza de lo que se anhelaba. A lo que se amaba. Jack y Ennis se aman con desesperación, tal vez temiendo al mañana, al tiempo que ya corre en contra de ellos, a la vida. Mientras Ennis lo muerde en un hombro, incapaz de controlarse, saboreando su piel, goza y sufre, porque entrevé un día sin Jack, toda una existencia sin él, sin eso que ahora viven. Pero por esa noche se tienen uno al otro y no falta nada más. Todo sobra. Sin embargo, mientras jadea entre los brazos de Ennis, de placer, ahogando un ‘te quiero’, Jack siente deseos de llorar, temiendo que una estación termine y deban abandonar la montaña; pero aquello no podía ser el final, lo que Ennis y él tenían era grande, y Ennis buscaría una solución. Lucharían por lo que tenían ahora.

Pero se separarían porque, aunque Jack estaba decidido a enfrentar y defender lo que sentía, su amor por ese otro tipo, confiado en el éxito que le hacía creer su juventud; Ennis no estaba dispuesto. Para él todo eso había sido algo físico, sexo, algo que había pasado en la montaña. Pero le bastó ver como Jack se alejaba para sentir todo el dolor e impacto de la separación, tanto que creyó morir. Los cuatro años siguientes, hasta el reencuentro, Jack viviría en medio de sobresaltos, con mujer e hijo, pero extrañando y amando al hombre al que una noche se entregó. Él estaba claro, lo deseaba, lo quería, lo amaba y su vida era incompleta otra vez. Nuevamente faltaba eso, su centro, su vida. Para Ennis la cosa fue más difícil, ya que su naturaleza hosca y cerrada le impedía sonreír, o soñar alguna vez con su Jack... Casado y con hijas, no encuentra consuelo, cosa que lo aleja de su familia, de tener amigos y conocidos.

Él no puede ser como Jack, quien admite para sí su homosexualidad y juega al coqueteo en un rodeo. Él no era así, él era un hombre que se había enamorado de otro hombre. Para bien y para mal, y ahora entendía cuánto necesitaba a ese carajo. Por eso al verlo nuevamente, al pies de esas escaleras, estuvo a punto de reír, casi le grito ‘estás aquí’. Corrió, conteniéndose, notando la mirada aún esperanzada y tal vez temerosa de un rechazo de Jack, y tuvo que caer en sus brazos, apretándolo, sintiendo su olor, su calor, ese cuerpo que había extrañado tanto; asustándose de comprobar cuánto había deseado eso, tenerlo así, a su alcance, a su Jack, la única cosa o persona que había llenado su vida en verdad.

Hora y media después, todo termina y Doménico siente que quiere morirse. De pesar. Por Jack, por Ennis. A Jack lo ama, de forma clara, total, sin meditarlo un segundo; por Ennis siente un terrible pesar, ¡pobre idiota!, tantas veces arañó el cielo y lo dejó escapar en lugar de aferrarlo con fuerza. No quiere mirar a nadie porque sabe que lloró un poco y la gente lo notará. Le molestó que algunos rieran y rechiflaran cuando los dos hombres comenzaron a acercarse. Pero eso había terminado hacia la mitad de la película. Era tan real, tan cargada de sentimientos que era imposible no amarla, y aún aquellos que hacían bromas y burlas, tuvieron que silenciar sus voces insolentes. Ese amor había sido demasiado claro, y fuera de los miedos y egoísmos de los protagonistas, cosa de gente común, todos en la sala entendían que risitas, burlas y rechiflas podían conducir a dos seres humanos como esos, tan maravillosos y hermosos, que tanto se querían, a ese infierno de dolor por miedo al prejuicio, al qué dirán, a la burla o a la persecución.

El joven se dice que la historia debió terminar en esa carpa, donde Jack y Ennis, contraviniendo toda la historia, decidían quedarse para siempre, acariciándose cada mañana, diciéndose que se amaban a cada hora, dejando el amor para las noches, cuando finalmente, ahíto de tanto quererlo y repetir su nombre, Ennis dormiría con una sonrisa en los labios, abrazado a su Jack. O debió terminar con el reencuentro cuatro años después. Ennis debió entender que el vacío que había en su vida y que no lo dejaba ser feliz, y que nunca lo dejaría, como tampoco haría feliz a su mujer, esa bonita y dulce Alma, sólo podía ser llenado por Jack, por ese hombre que vez tras vez, encuentro tras encuentro, le gritó de todas las formas posible que lo amaba y que ya no podía seguir viviendo sin tenerlo para siempre a su lado.

Que distinto hubiera sido si Ennis cediera y entendiera, y escaparan a un rancho, a otro lugar y aceptara que dijeran lo que dijeran, sólo así lograría la paz y la dicha. Y ver la historia hasta el final le imposibilitaba imaginar que sí, que en un trailer, por cualquier rincón de Texas o Wyoming, dos hombres compartían un trailer, una cama, una mesa y una vida, ya viejos, pero no ridículos ni patéticos, porque se habían amado mucho y aún se querían, y uno miraba al otro joven y delgado, de cabellos amarillentos; y este vería en el otro al atractivo moreno de ojos azueles que fue en su juventud. Pero era sólo una película, maldita sea, le cuesta reconocer con dolor, sintiendo el ardor en los ojos otra vez. Era una obra de arte, pero ya elaborada. Ennis no iba a mandarlo todo al coño para fugarse con Jack, amándolo hasta el final de sus días. Ni Jack iba a aparecer a lomo de caballo, con su sombrero negro calado hasta los ojos, frente a la cantina donde comía Ennis, gritándole que lo amaba y llevándoselo, como en la película Reto al Destino.

Sabe que es una locura, una tontería, pero imagina lo que pudo haber pasado si Ennis, al pie de aquella escalera mientras aún retenía a Jack contra sí, con el calor de su pasión, con la necesidad de tenerlo cerca, le hubiera dicho que esperara, que recogería algo de ropa y desaparecerían en la nada, lo abandonaría todo, y que Dios, las familias, la vida y los hijos los perdonaran después, pero que ya no soportaba seguir levantándose, comiendo y durmiendo como un autómata. Que necesitaba sentirse vivo otra vez, como en Brokeback Mountain, cuando sus bocas se unían, cuando podía beber su aliento y saliva, cuando podía tener su cuerpo y mirar en sus ojos el amor, la ternura y todo lo que necesitaba para estar completo otra vez. Pero Ennis tuvo miedo, de sí y de los demás. Y mientras se aleja del cine, perdido, como en medio de nubes, en una montaña alta de donde sabía que le costaría bajar, Nico lamenta todo ese dolor que a él le pareció innecesario. Esos dos pudieron ser felices.

Pero Ennis dudó, como duda tanta gente a lo largo de su vida. ¡Dudas! Había gente que vivía atormentada por dudas e incertidumbres. Había quienes sentían que el día a día era una batalla, que la plaza que no se luchaba dejándola abandonada hoy, por cobardía personal, por pereza o indiferencia, mañana podría ser llorada amargamente, porque la felicidad, o simplemente la paz, no se terminaba de conseguir. Pero la mayoría no era así. La vida es grave, la vida es seria, eso había leído el joven en una historia de Agastha Christie. Hay quienes sostienen que nacemos llorando porque ya comenzamos a morir, porque la vida nunca alcanza. Nico no se engañaba, sabía que los años robaban la juventud, las fuerzas, las ganas, la lozanía de la piel, y entonces sólo quedaría lo que se vivió; y se estremece, y parpadea rápidamente, al imaginar a un viejo Ennis del Mar, arrugado, esperando que la muerte llegara al fin, como una liberación que le llevaría paz, de noche en una silla recostada en dos patas contra su fea vivienda, con la mirada perdida en el cielo estrellado y en el ayer, viendo a Jack a la rojiza luz de una hoguera, esperándolo eternamente con un amor y una entrega infinita; ¡pobre imbécil que había dejado pasar el tren de su felicidad! ¿Nadie le dijo que este no pasaba dos veces por el mismo punto?

El joven esperaba, que si realmente había un Paraíso, fuera un lugar donde estuvieran todos los que fueron importante en tu vida, aquellos a quienes extrañas o los que deseas jamás dejar de ver. Uno donde un tal Jack Twist estaba esperando a Ennis, en una eterna primavera de juventud y belleza. Pero ¿y si no era así contra toda esperanza? Ahora preferiría no haber visto el film, se dice Nico, deprimido, botando aire a la noche, viendo a la gente reír, hablando amigablemente, caminando de un lugar a otro, sintiéndose extrañamente desconectado. ¿Por qué? ¿Por qué se sentía así, como fuera del mundo? ¿Por la película? Era posible. Seguramente la mujer que veía más adelante, de mediana edad, con esos tres muchachos que gritaban tanto, si se sentara a ver la película, pensaría en otra vida, en algo que no dijo o no hizo y que pudo hacer una diferencia. La gente buscaba la felicidad, o creía hacerlo, encerrándose en un modelo de vida, lo que quiere tener y lo que puede conseguir, estrellándose contra una realidad terrible. Como la maestra que asistía todo los días a su salón, a cumplir, pero que no ve a ninguno de sus alumnos interesados. O el médico oncólogo que lucha contra el cáncer a brazo partido, para salir y encontrarse al paciente fumando. Era una sensación de vacío. De futilidad. De dejación. Y él también lo padecía.

Pero no quiere dejarse ganar por la depresión, su mente insiste en volver a la tienda de campaña donde Jack aguarda en una espera eterna por Ennis, a esa entrega, a ese amor que brillaba en sus pupilas (¿acaso esos dos actores…?), a esa necesidad del uno por el otro. Su mente vaga hacia el reencuentro, al beso de Ennis, temeroso aún de ser visto, pero tan urgido que vence toda su reticencia, sus prejuicios, su homofobia, para saborear nuevamente a su Jack, al Jack que tanta falta le hacía y que bajo su boca, casi parecía temblar y medio lloriquear como un niño al que le abren la puerta de la casa luego de estar afuera en la oscuridad, con miedo. Su mente vuelve a esos dos momentos, y desea amar. Desea ser amado así. Quiere que lo amen de esa forma. No quiere ser Ennis, aunque tenía mucho de él. Quisiera ser Jack, el claro, el directo, el que amaba y buscaba amor. Él quiere ser Jack, el bonito, el de los ojos enormes y azules que enamoraban, el bueno… O quiere encontrarse con un Jack... Alguien para él, alguien a quien nunca dejaría escapar. En el fondo deseaba lo que querrían todos, aunque a su corta edad creía ser el primero en entenderlo.

Julio César.

VOCACIÓN

Inspiradas en los X-Men, Susana y sus amigas se unen y salen a combatir el hampa. Cuidado delincuentes, ellas no les darán cuartel una vez que le caigan encima… Ni se rinden ni se cansan fácilmente.
……

El tipo que está en la esquina piensa: “Dios míos, ¡pero qué vergüenza! ¿Cómo me dice mi hermano que consiguió un trabajo serio y estable cuando hace esto? Y encima me invita para que venga a verlo. Ay no, no debo verle el cu…”.

Julio César.

RECUERDOS DE NIÑEZ

Alguien anda tras tus pasos…

¿A quién no le agradaban los cuentos de misterio, las historias que nos daban nervios, que despertaban inquietudes? Yo era uno de esos; de muchacho miraba esos programas los domingo por la noche y luego pasaba los peores momentos de mi vida. Qué larga puede ser una noche cuando se tiene miedo a lo que puede atacarte en cualquier momento. Cada vez que un programa de horror era promocionado en televisión mi papá saltaba diciendo que no lo vería. Pero siempre los veía… para tener miedo después. Visto en retrospectiva noto lo paciente que era mi padre. Pero más que a esos programas, creo que lo más aterrador eran las historias contadas por los conocidos. Mi difunta abuela relataba cosas que helaban la sangre, con sencillez, diciéndonos: así ocurrió en realidad. Eran cuentos oídos por todos, esos que se conservan en el decir popular, que parecen haber ocurridos en todas partes del mundo, como las leyendas urbanas.

Queriendo o no oírlos, pero en verdad deseándolo, escuchábamos las historias de El Silbón, el espanto que en Portuguesa aparecía por los caminos en pos de los parranderos, que más tarde terminó, aparentemente, saliendo en cada calle de los pueblos venezolanos. El cuento siempre era igual, el bebedor, alegremente intoxicado abandonaba el lugar de reunión, en noche cerrada o de madrugada, canturreando o peleando consigo mismo, caminando por calles oscuras y solitarias (imaginar ya un camino de tierra, entre árboles enormes, sombríos, amenazantes al mecerse con el viento, era demasiado para nuestra imaginación de niños); pero estando por ahí, el andariego escuchaba un leve silbido, alargado, como si quien lo profiriera se acercara velozmente. Siempre era un sonido macabro que helaba la sangre por alguna razón que el pecador ignoraba. Luego estaba la sensación de que era seguido, de que una larga sombra se extendía, acercándose, acechándolo como un animal salvaje, mientras los silbidos se repetían una y otra vez. Contaban siempre que el parrandero, luego de pensar en parar y plantar cara, echaba a correr, convencido ya de estar frente una aparición de ultra tumba.

¿Qué ocurría después?, dependía de quien lo contara, pero más o menos todos guardan ciertas similitudes; aseguran que en un recodo del camino una figura alarmantemente alta, delgada y de ancho sombrero se arrojaba sobre el caminante, derribándolo, dejándolo tendido y procediendo a golpearlo salvajemente con un saco lleno de cosas húmedas que manchaban, horriblemente maloliente y que traqueteaban, recordando el entrechocar de huesos. Algunos morían, otros escapaban porque eran asistidos por personas que pasaban por allí, y entendiendo que el feroz espanto atacaba, lo alejaban a fuerza de rezos y maldiciones, pero los sobrevivientes quedaban enfermos o dementes.

El Silbón mismo tiene muchos orígenes, los más aceptados en los Llanos, con algunas variantes (lo tomo del disco del folclor EL CAZADOR NOVATO) es que se trata de un viejo que carga sobre sus hombros un saco lleno de huesos, huesos humanos; al parecer se trata de un viejo que mató a su propio nieto para comérselo, siendo condenado a cargar con su restos para toda la eternidad, persiguiendo a los hombres poco virtuosos. ¿No es horrible? Oír su silbido presagia desgracias, se supone que el perseguido va a morir; también que al ir por el camino y oírlo estallar casi sobre uno, significa que el espanto anda lejos, en persecución de alguien más, pero si el silbido resuena lejos, es que anda tras de ti.

Sin embargo, siendo niños, entendíamos que esas eran leyendas del folclore; que estaban las otras historias, aquellas pequeñas, simples, aterradoras y que se fijan en la mente de los muchachos, arrojando sombras durante toda la vida. Mi abuela contada que en el pueblo de Las Pailas, donde nació y se crió, había una señora que era muy entrometida, que no podía sentir bulla de noche porque se asomaba a vigilar desde una ventana o agachándose frente a la puerta de la calle y mirando por debajo; y que una noche, antes de Semana Santa, la doña despertó oyendo un ladrar horrible de perros que aullaban lastimeros. Que medio asomándose por una ventana vio una sombra desplazándose por la calle oscura, alta, de la que no pudo distinguir nada más, y que corrió a la sala para asomarse, y cuando lo hizo, en seguida aparecieron unas botas de cuero, negras, manchadas de algo que parecía sangre, allí, muy cerca. La súbita aparición, así como las manchas, la asustaron, pero lo que hizo que gritara y se desvaneciera fue que inmediatamente comenzaron a golpear la puerta, pero no llamando, sino como deseando derribarla y entrar, como si algo salvaje y terrible deseara ponerle las manos encima. Según mi abuela, la señora enfermó de fiebres y no se recuperó nunca. La gente decía que había sido el Diablo, quien, en su maldad, caminaba antes de los días santos por este mundo y que para divertirse decidió castigar a la fisgona.

Ese cuento lo escuché cuando tenía seis o siete años, y aún hoy en día, de tanto en tanto, cuando llaman a mi puerta de noche y estoy solo, y veo las sombras de la figura bajo la puerta, siento inquietud, no puedo dejar de pensar en aquellas botas…

Julio César.

INCÓMODO

Tony está pensando cambiar de gimnasio, a uno donde hubiera más aparatos; cuando tomaba uno, como este, un poco de tipos se quedaban allí, rodeándolo y mirándolo fijamente… hasta que terminaba y podían usar el equipo. Si, seguramente era por eso.

Julio César.

jueves, 17 de julio de 2008

DIME, VAQUERO…

Balance de toda una vida…

Dime, ojos grandes, ¿qué puedes hacer si la persona que tanto te hace sufrir, quien llena tus noches de soledad y amargura, y tu vida de dolor, es también la única capaz de confortarte, levantarte, y brindarte paz y felicidad? Resistir, aguantar y continuar amando, ¿verdad, muchacho de rodeos?, hasta que la marea cambie y las aguas estén a tu favor… Como hemos tenido que hacer todos en algún momento de nuestra vidas, cuando tuvimos suerte.

Julio César.

GENERAL MANUEL ROSENDO

A los venezolanos generalmente nos han visto con una lente un poco dura el resto de los países latinoamericanos. Siempre he pensado que se debe al petróleo y las posibilidades económicas que eso siempre nos brindó, aunque nos las ingeniamos para regarla y dejar la cosa peor. Jamás aprendimos qué hacer con los reales del petróleo. Se dice que somos flojos y superficiales. Es posible, pero debe entenderse que a cada venezolano desde que nace se le dice que pisa una tierra rica en petróleo y que el petróleo es de todos. Así que todos esperamos nuestros barriles, nuestra parte, de la que creemos tener derecho. ¿Para qué trabajar o esforzarse si se tiene real? El problema es que los reales no llegan, y ahora menos, que nos viven los gobiernos ‘amigos’ y nos chulean los cubanos, Evo Morales y Daniel Ortega. ¿Realmente seremos tan superficiales, tan simples, tan elementales? Veamos.

Durante los años 1999, 2000 y 2001 el país asistió al enfrentamiento de un grupo de valientes reporteros y periodistas de medios independientes (había que serlo para encarar a un Gobierno abusador y represivo, aplaudido por tanta gente fuera de sus fronteras), que habían denunciado la terrible corrupción que arropaba el ámbito militar con la operación que se llamó PLAN BOLÍVAR 2000, donde generales y oficiales manejaron de forma personal y a discreción, sin intermediarios o controles, colosales cantidades de dineros destinados a obras sociales directas, saltando sobre las autoridades civiles. Muchas voces se alzaron para prevenir al Gobierno sobre lo que vendría, la escandalosa corrupción del componente militar, la desaparición de esos dineros y las pocas obras o soluciones reales alcanzadas. Todos los dijeron, todos advirtieron, pero un Gobierno inepto, corrupto y corruptor permitió que el festín continuara. El Presidente se encontraba urgido de corromper con plata a los militares para que estos rompieran totalmente con la llamada institucionalidad, y le debieran a él hasta el modo de caminar, mientras se archivaban casos contados de excesos para futuras amenazas. Toda denuncia era tachada de subversiva, desestabilizadora y emanada de la CIA. Era algo grotesco de lo que muchos medios de comunicación fuera del país se hicieron eco.

De esos años, un hombre que estuvo en la picota aunque no se le acusara personalmente de nada, fue el general de división ejercito, ahora retirado, Manuel Rosendo, un voluminoso hombre con fama de serio, cabal e institucionalita hasta esos momentos. Pero las denuncias de corrupción de militares hechos por el señor Roche Lander, ex Contralor General, y aún del nuevo contralor, Clodosvaldo Russian, o Rufián como también se le conoce, amparados luego por el poder, acabaron con esa fama y estima. Los militares habían comenzado a resbalar por la pendiente por la que rodaban los políticos, los de antes y los que llegaban ahora. La gota que derramó el vaso contra el General fue con ocasión de un desfile militar, cuando todavía el Presidente se atrevía a hacerlos sin rodearse de incondicionales y cubanos, cuando la gente lo quería en verdad e iba a verlo y aplaudirlo. En ese desfile el general Rosendo, vestido de verde, metido en un tanque dijo unas palabras que sonaron algo más que adulancia al poder. Era halamecatismo puro. Haló mecate con fuerza, pero sin tensarlo, fue un trabajo experto, firme y sostenido.

Ah, ¡las cosas que se dijeron de Rosendo en todo el país! Gordo halabolas fue lo de menos. La gente decía que parecía un tapón metido en el tanque y otros añadieron que habían tenido que embaunarlo de grasa para que entrara y seguramente habían tenido que desarmar el tanque para sacarlo. La vida de la República continuó, los excesos, crímenes y vicios de una clase crapulenta se hizo demasiado evidente para todo un país, sus desmanes habían acabado con la paciencia de la gente, que poco a poco salió a protestar nuevamente. Los primeros que alzaron la voz fueron los padres, maestros y representantes cuando el Gobierno amenazó la patria potestad, diciendo que Cuba era la única que debía encargarse de la crianza de los muchachos y de su formación ideológica y política (ya se imaginarán). Luego protestaron los médicos, gerentes varios, políticos, religiosos, y finalmente la gente de los medios de comunicación y el ciudadano común. La tapa del frasco llegó cuando un grupo de militares de alta graduación se declararon el rebeldía cívica pacifica. Realmente el régimen no supo que hacer con ellos.

El año 2002 fue álgido y terrible para Venezuela, con una situación que fue desmejorando día a día, hasta culminar en la gran marcha del día 11 de marzo de 2002. Inicialmente la marcha debía partir desde Los Dos Caminos, en el Este capitalino, cerca de Petare, hasta la plaza Altamira donde pernotaban esos militares en rebeldía. Pero la marcha fue desbordada por su propio éxito, uno que ni lo organizadores esperaban. Asistió demasiada gente, y no se detuvieron en Altamira. La marcha continuó. El grito era: hacia Miraflores, hacia Miraflores. Y ¿qué mal había en ello? Eran personas marchando, gente que deseaba darse esa larga caminata y llegar al Palacio de Gobierno y gritar a una voz: vete ya. ¿Qué iban a tumbar el gobierno? ¿Sin aviones, sin tanques, sin armas? Muchos desean creer que si, que así se dan golpes de estados, no con tanquetas, avionetas lanzando bombas o con FAL o metrallas asesinando gente desde puentes y azoteas. Hay quienes deben creerlo, repetírselo y llegar a convencerse con el tiempo, porque la duda, la sospecha de que no fuera así, sería algo demasiado monstruoso.

En Miraflores un hombrecillo ridículo y patético cayó en pánico y ordenó se implementara el Plan Ávila: que el ejército saliera y cargara contra todo el mundo. El Alto Mando se negó, pero desde puentes y azoteas de edificios públicos controlados por la Guardia Nacional al estar en el perímetro de seguridad del Palacio de Gobierno, se disparó contra la gente. ¿Quiénes eran o como llegaron allí cuando nadie que no fuera del Gobierno era revolcado a palos o alejado con bombas lacrimógenas de los uniformados si se acercaba? Nadie lo explicó jamás. El Alto Mando, en vista de los horrores, muertos y crímenes cometidos, le solicitó la renuncia al Presidente de la República, el responsable de la masacre. Renuncia que este aceptó, dicho por boca de un chavista conspicuo, el general en jefe, trisoleado, Lucas Rincón, un hombre tan ‘honesto y cabal’ que ni por decir aquello fue investigado después. Cuarenta y ocho horas después, el hombre volvía al poder y comenzó la persecución cabal contra todo el mundo. El país vivía una guerra sorda, soterrada y desesperada a pesar de los esfuerzos de Brasil, Argentina y la OEA por ocultarlo, hasta que en diciembre de ese año estalló el llamado PARO CÍVICO.

Para este momento, Manuel Rosendo, hombre que se había negado a lanzar el ejercito contra la gente, y a que salieran las tanquetas y tropas armadas para contener mediante el asesinato de civiles a la población, había sido dado de baja, y se le llamaba traidor e investigaba por si era agente de la CIA; lo real era que ahora colaboraba decididamente con la oposición, porque la cosa ya estaba clara, un régimen con tintes totalitario y continuista pretendía el poder total, jineteado desde Cuba, aunque muchos preferían no verlo así, por desear ver lo que querían ver, o por intereses económicos que amarraron al carretón autoritario a tantos gobiernos latinoamericanos. El régimen gastaba cantidades increíbles de dinero para comprar y atar conciencias. Durante el Paro Cívico, varios altos militares fueron detenidos para infundir temor. Una tarde, llegando a la urbanización donde vivía, Manuel Rosendo era seguido por la DISIP, la siniestra policía política, que intentó detenerlo y llevárselo por la fuerza, sin que mediaran órdenes de captura o se encontrara presente un fiscal del Ministerio Público. Pero no pudieron. Los vecinos y gente que pasaba por ahí, dándose cuenta de lo que pretendían, reaccionaron con determinación y rodearon a los policías al grito de: Rosendo no sale de aquí. Alguien llamó a la prensa y en seguida GLOBOVISION (por eso la odian tanto) llegó al lugar.

Fue extraño ver a ese hombre grande, con cara de luna, con aire como confuso, parecía aturdido, rodeado de gente que lo empujaron hacia un estacionamiento y cerraron una reja para protegerlo, y que no permitían que se lo llevaran entre gritos de apoyo y cacerolazos que perseguían y alejaban a la DISIP. En ese momento, la cosa había cambiado, de forma evidente, y tal vez por eso nos llaman frívolos. El general Manuel Rosendo había pasado de ser un villano odiado, ese gordito estrafalario y halamecate, ridículo y protector de corruptelas, a paladín en la lucha por la libertad. Ahora la gente lo encontraba sobrio, elegante, decente; era mesurado e inteligente, un estadista pues. Dicen que hasta algunas féminas lo llamaban gordito lindo.

La situación degeneró más, el Gobierno dio un golpe de mano con un referéndum presidencial mega fraudulento, avalado por medio mundo, y lo que quedaban de voces opositoras que gritaban no pude ser que un solo hombre nos embarque en negocios absurdos con satrapías mundiales, fueron silenciadas. Al ser encarcelado el general Francisco Usón por explicar en televisión cómo funcionaba un lanza llamas (a cinco años de cárcel, ah, pero en Venezuela todo está bien, según Inzulsa, Lula da Silva y Kirchner), el general retirado Manuel Rosendo hizo mutis, uno muy discreto. Se asegura que está fuera del país. Que le vaya bien, porque indistintamente de todo lo que pueda haber hecho durante toda su vida, cuando el momento de la verdad llegó y se le exigió el asesinato a mansalva de cientos y cientos para satisfacer los apetitos pedestres de poder de un enfermo manejado por el viejo dictador cubano, se negó de plano, como un hombre, como un militar de carrera de verdad, que sabe dónde y quiénes son los enemigos reales de Venezuela.

Sus manos no se mancharon de sangre inocente como hicieron y hacen otros con tanta facilidad. Dijo no; y no, fue no. Con hombría. Esté donde esté, repito, que le vaya bien; un día, cuando sea un anciano (mejore sus hábitos alimenticios, General) plagado de dolores y achaques, tal vez amargado por tantas limitaciones y malestares, podrá quedarse quieto y sonreír por un momento en algún sillón mirando a la nada, y recordar que ese día, muchos años atrás, salvó la vida de muchos, de personas que siguieron viviendo sin saber lo cerca que estuvieron esa tarde, un 11 de abril, de morir. Salud, General, una conciencia tranquila será lo único que lo acompañe, Dios quiera, dentro de muchos años, cuando la vida esté llegando a su final. Ese día no tendrá que mirar con espanto, rodeando su cama, los rostros de los que debieron ser sus víctimas esa tarde. No se crea, no es poco lo que ganó…

Julio César.

lunes, 14 de julio de 2008

RAFAEL CORREA, ¿CRUSTACEO O MARISCO?

-Yo también me lo pregunto…

Yo no entiendo. De verdad que no. Tengo muchos amigos ecuatorianos, el mejor seviche que he comido lo prepara una amiga, pero en verdad que yo no entiendo a esa gente. Hace ya unos meses el señor Rafael Correa, un político joven, nuevo, ex militar, agarró una tirria con Colombia, y Uribe, que nadie se explica. Este joven de mirada brillante se la tiene dedicada al presidente neogranadino de tal manera que, si se tratara de gente cercana a uno, lo haría sospechar a uno que ahí el odio y el amor confunden. Esas cosas pasan. El problema viene desde hace tiempo; Colombia detectó, ubicó, montó en la mira y destruyó un campamento de la narcoguerrilla colombiana, uno de los grupos más letales, las FARC, fuera de sus fronteras. Mató a un gentío y Rafael Correa montó en cólera. Y en ello, arrastra a buena parte de la sociedad ecuatoriana.

Pero señor, ¿usted no había dicho semanas antes que Ecuador limitaba por allí con la guerrilla? ¿Lo dijo o no lo dijo? Entonces, ¿qué carajos le importa a usted que Colombia haya entrado al territorio de la guerrilla y los matara como suelen asesinar estos a sus victimas como sabemos quienes vimos los caídos en el puesto fluvial de Cararabo aquí en Venezuela, en medio de la noche y por sorpresa? ¿Ah? ¿Qué carrizo le importa a usted esa gente? Lo desconcertante fue que muchas personas, diarios y militares parecieron enfurecerse también, y a todos ellos tengo que repetirles: sí, Colombia entró en el territorio de la guerrilla, poco antes de entrar a Ecuador, y los liquidó, ¿y qué? Lo que ahora ocurre es que se sostiene, dejando muy mal parada a toda la sociedad ecuatoriana, que eso como que no era, después de todo, territorio de la guerrilla. No, al parecer, ese territorio todavía era Ecuador. Entonces es cuando llegan las preguntas…

¿Por qué carajos la sociedad ecuatoriana como un solo hombre no le dijo al díscolo Presidente Correa: no, eso sí es Ecuador, señor Presidente, y usted no puede regalárselo a nadie? ¿Dónde estaban los magistrados ecuatorianos, y los políticos ecuatorianos, y los diputados y senadores ecuatorianos y los militares ecuatorianos, y la prensa ecuatoriana? ¿Cuántas marchas y protestas se armaron para defender el territorio? No, nada se hizo, se dio un consentimiento tácito (el que calla otorga, parece que jamás han oído de ello) y eso se convivió en territorio en reclamación. Claro, cuando Colombia desocupa y liquida a los peligrosos bandoleros, entonces se envalentonan; los militares y los políticos saltan con ojos destemplados, voces roncas y con lágrimas de arrechera… para que Colombia salga. Qué gente tan extraña, ¿verdad?

Yo lo veo así: como eran bandoleros peligrosos, se hicieron los locos, aterrorizados de las acciones que pudieran emprender y los dejaban hacer; y cuando un carajo con bolas como Uribe los liquida, saltan como matronas en velorio, exigiendo explicaciones y que salgan, pensando: “qué bueno nos quitaron ese problema de encima, ahora podemos cantar como gallos”. Claro, en la seguridad de que Colombia, un país serio no como el gobierno de la guerrilla asentada en ese punto, sí respetará las leyes. Como fuera, quedaron fatal, que mal se vieron. Por ahí hay quienes sostienen que Correa, a sabiendas, había entregado ese territorio, cosa inconcebible, es un ex militar que debería amar a su tierra como nadie, a menos que ame más el poder o el dinero y eso deje de importarle. Según este comentario, militares serios dejaron filtrar la información para que Colombia los ayudara a luchar contra estos delincuentes que en décadas pasadas habían sembrado dolor el suelo de Ecuador.

Recuerdo que en la OEA, durante la crisis de los chaflas (pura bla bla bla, y ni un enfrentamiento, qué gente tan poco seria), nadie le preguntó directamente a este señor: ¿sabía o no de los campamentos? ¿Por qué se les permitido asentarse ahí sin informar al gobierno colombiano? ¿Conspiraban juntos contra Bogotá? ¿Es un demócrata o un futuro pichón de dictador o de lacayo como ya señalan a otros? ¡Qué se defina…! O es perro o es gato, es paloma o es halcón, es molusco o es marisco. Entiendo que mucha gente pueda molestarse conmigo por esto, pero antes que me aclaren esos puntos y luego se les escuchará.

Como sea, el gobierno ecuatoriano no desea levantar cabeza; con la aparición de la señora Ingrid Betancourt, perdieron una buena oportunidad de quedarse callados, pero no, por el contrario, un alto funcionario, Javier Ponce, dijo: es una lástima que los hayan liberado… (hizo una pausa, tal vez para tragar o tomar aire, pero se vio raro) por medio de la violencia (claro, era mejor esperar que esos angelitos de Dios los liberaran, apenas tuvieron de cinco a diez años ‘retenidos’, tampoco era para tanto). Ay, qué lindo, siempre tan preocupado. Y, repito, que no se molesten conmigo mis amigos ecuatorianos aquí en Venezuela, pero es verdad, si no pueden afrontar, o no quieren, sus problemas, como no se quieren afrontar en Venezuela, otro tiene que llegar a poner orden, así nos de arrechera.

Julio Cesar.

NOTA: Esto también es de mi otro blog. Lamento ser tan insistente en estos puntos, pero tenía a mis enemigos un poco descuidados y ahora quiero brindarles esta pequeña atención. Se lo merecen todo.

PIDE LO QUE QUIERAS…

-Panita, se me acalambró la rodilla, ¿no puedes agacharte y masajeármela?

Julio César.

viernes, 11 de julio de 2008

EL ACCIDENTE

Sé sincero, ¿cuántas veces no ha pasado que miras un juego o una pelea de boxeo en la televisión con un pana y vas a discutirle algo, medio alterado, y ocurre esto? Claro, mirarse y que vuelva a ocurrir es más complejo…

Julio César.

A ÁLVARO URIBE VÉLEZ LO PROTESTA EL PCV VENEZOLANO

Como él no va, yo tampoco…

Sin ningún sentido del ridículo, lo perdieron hace tanto tiempo como la vergüenza, el Partido Comunista de Venezuela (da hasta risa decirlo), piensa montar una multitudinaria manifestación de rechazo al próximo viaje de Uribe Vélez, presidente de Colombia, a Venezuela. Uno imagina las cincuenta personas, sesenta si ofrecen guarapita, que colapsarán esas calles. Ah, pobre Partido Comunista, ya ni el color rojo les pertenece, no son dueños de nada; yo en verdad no debería tenerles lástima, se han llenado de plata en bruto como nunca antes con la destrucción del país y sólo tuvieron que ca… erse a muela sobre la tumba de ese hombre decente y combativo, Gustavo Machado, fundador de esa cosa que ahora devino en pedigüeños del poder. Pero dan pena en sus manifestaciones, seguramente Hugo Chávez, a quien intentan halarle bolas con la concentración, pronto los llamará para regañarlos.

¡Es que no piensan!, y nadie les hace el favor de hacerlo por ellos. Mientras Chávez siente que lo van envolviendo en la red de denuncias y sospechas de colaboración con el terrorismo internacional, e intenta deslastrarse de eso como sea, dejando guindado a Correa en Ecuador y abandonada la guerrilla en la selva, el Partido Comunista pretende sabotearle el acto donde intenta abrazarse con Uribe, y llamarlo su hermano del alma, como para sembrar la duda en la mente de todos: ah, entonces lo de las computadoras como que no es tan verdad. Al PCV no le alcanza la inteligencia para tanto, la maniobra, vital para el Presidente, se les escapa. Sólo saben del ñemeo y la argucia del momento. Seguro que tras la maniobra de la foto con Uribe, está la mano del Monje Rojo, el único que medio piensa allí.

Algo que estos cuatro gatos no parecen ver, o entender, o no les intriga, es que en Colombia no ha habido marchas de protesta contra Uribe, ni de llanto por los narco terroristas; pero eso no les dice nada. O tal vez piensan que todos esos millones de colombianos están equivocados, y ellos, quince o veinte comunistas, tienen la razón y la verdad. ¿Por qué no protestan en Colombia los colombianos? ¿Dónde están los que lloran por la muerte de los guerrilleros en Colombia? ¿Por qué nadie los llora, los defiende, o los extraña? ¿No será que… los combinaos los ven como un problema, como delincuentes, como un cáncer al que hay que extirpar? No, debe ser que están desinformados, seguro no ven noticieros y no se han enterado, como sostienen los medios controlados por el chavismo en Venezuela. Sea como sea, el Partido Comunista de Venezuela marchará (si no los regañan otra vez y les dicen que ¡no!), lamentablemente por el número que asistirá seguramente todos pensarán que van a hacer alguna cola para comprar leche o pollo. Ojala les llueva por pajuos, hala mecate y necios.

Julio César.

NOTA: Esto, en mi otro blog, cae bajo el nombre de: GOTITAS DE ÁCIDO… Adivinen por qué.

COLOMBIA, UNA VERDAD QUE MOLESTA

El señor Álvaro Uribe Vélez nos resultó un demonio total. Ese hombre que prometió la pacificación de Colombia, algo que muchos habían ofrecido, y que todo el mundo dudaba fuera posible, está cumpliendo. La sociedad colombiana parece estar viendo una luz al final del túnel. La destrucción de estos grupos devenidos en hampones y terroristas (mira que mantener gente encadenada durante años, ¿qué diferencia hay con las prácticas nazi?), será sintomática, los paramilitares serán los siguientes. Esto ya se está vieno para angustia de los grupos financiados por el narcotráfico que lanzan desesperadas campañas para intentar enjuiciar y condenar a Uribe. Porque saben que una vez caída la guerrilla y neutralizados los paras, tocará el turno, en serio, de los carteles de las drogas, y estos sí que tienen dolientes. ¿Cómo carrizo podrían hacerle frente a un país en paz, unificado, con el claro objetivo de destruirlos? No hay manera. Por eso aún patalean; los lobbys sostenidos por este dinero (qué mira que han penetrado los sistemas financieros mundiales, al punto de que han logrado el colapso de la cartera crediticia), y los narco políticos, todavía dan la batalla, pero van quedándose solos.

Esto es algo que es difícil de apreciar en toda su dimensión fuera de ese país. Hace días, viajando en el horrible y atestado Metro, presencié una discusión feroz entre un señor que hablaba, con acento andino, pestes de nuestro presidente, Hugo Chávez. Dijo tales cosas que hasta yo que lo odio, me incomodé. El punto fue que llegó a comparar a Chávez con Uribe (y que no se moleste el colombiano aunque la comparación ofenda), alegando que “ese sí era un presidente que dejaba a su país en alto”, y lo completó con cosas sobre el nuestro, que de verdad eran duras. Casi en seguida le saltó una gente, eran dos señores y una dama, que no iban juntos. Cada uno alegó que Álvaro Uribe era un delincuente, un criminal que mandaba a matar gente, que controlaba y conspiraba con la oligarquía colombiana para asesinar gente como a Raúl Reyes (el de las computadoras), siendo repudiado por su pueblo. Y aquí tuve que meter cuchara, aunque en verdad tampoco me gustaba lo que decía el anti chavista, porque son este tipo de opiniones expresadas a la ligera una tendencia peligrosa que se ha venido imponiendo desde hace tiempo.

Les dije que hasta donde yo sabía, a la muerte de Raúl Reyes, o el asesinato, el brutal asesinato para cobrar la recompensa del otro jefe del Secretariado, Iván Ríos, los colombianos no habían salido a las calle a llorarlos, que no hubo gritos de dolor ni de indignación. Que hasta donde sabía nadie pedía el enjuiciamiento de Uribe por asesino. Rematé diciéndoles “claro, aquí en Caracas podemos decir: es que esos son colombianos, ellos no saben nada de lo que pasa en Colombia, nosotros aquí, y desde aquí, sí sabemos” (hablan como sí en verdad lo creyeran). Hubo gente de acuerdo conmigo, otros no, pero es lo normal. Pero es verdad. Aquí se habla de la guerrilla, de Uribe y de Colombia como sí nosotros tuviéramos la verdad de lo que allí ocurre, no los colombianos. Se habla de dolor en Colombia y de indignación en Colombia por el final de la guerrilla, pero hasta donde puede apreciarse viendo a los colombianos, eso no es verdad.

De hecho la popularidad de Uribe, subió todavía más. Pero eso no parece importar, o no convence. Aparentemente la verdad no es la que allí se observa, es la que se desea ver, o creer. Y realmente una persona que confunde lo que imagina, espera o desea, con lo que ocurre, es un idiota; pero eso no es ningún problema. Vivimos (aún) en un mudo libre, uno puede decir las tonterías que quiera (yo lo hago) pero no se puede pretender pelear con los hechos, con la realidad, e intentar que otros crean lo que decimos como si fuera cierto. Que el pueblo colombiano aprueba lo que hace su presidente, o el Gobierno, es un hecho demostrable por el grado de aceptación, pero más aún por los índices de no desaprobación. O por la ausencia de marchas y protestas repudiándolo; pero eso no se quiere ver porque choca con lo que muchos suponen que es la verdad; que Colombia no aprueba lo que se le hace a la guerrilla o que Uribe no es querido porque es un criminal. Claro, la familia de los secuestrados, y el gobierno francés sirviéndole de tontos útiles, se quejan, pero es normal, su gente es cautiva, esclava de esos malditos desgraciados, pero un Gobierno no puede detenerse a pensar en una docena, una centena o aún mil presos, se debe a la seguridad del total de la población, y Colombia jamás será totalmente segura, libre y próspera hasta que la última alimaña sea cazada. Así de simple. Y así lo entienden los colombianos, en la gran casa y en la humilde vivienda.

Sin embargo… no estoy de acuerdo con una nueva reelección del señor Álvaro Uribe Vélez. Por muy exitoso que sea, por más sano mentalmente que parezca, por más sensato que de muestras de ser, el riesgo es grande. Fujimori, el hombre a quien el Perú le debe haber liquidado la plaga del Sendero Luminoso, cometió el pecado mortal de intentar mantenerse para siempre en el poder, que es lo que al final buscan todos aquellos que suponen que las constituciones pueden remendarse una y otra vez como colcha vieja. O será que lo creo así ya que en Venezuela nos ha ido bien mal con un Gobierno no solamente corrupto, sino inepto, donde no se detienen ante ninguna irregularidad o delito para intentar eso, gobernar hasta que les de la gana o el cuerpo aguante, como el difunto, y que en el Infierno esté, Fidel Castro.

Todo el que permanece mucho tiempo en el poder, siente esa tentación, se acostumbra a mandar, a gobernar sobre vidas y destinos, y mientras más tiempo pasa en ese puesto, peor se pone. Es como el pecado de la soberbia, mientras más se sufre más convencido se está de estar en lo correcto. Los ejemplos de Mugabe, Kadafi y Huseim bastarían para ilustrarlo, por ‘muy buenas intensiones’ que presentaran al inicio. Bueno, si hasta en España se llegó al momento cuando grupos clamaban como en oración: ‘renuncie, señor González, renuncie’. Realmente pocos tienen ese temperamento desprendido como el de José María Aznar, quien en el tope de su popularidad decidió no postularse para un tercer periodo; y sé que dirá el que desea ajustar los hechos a su parecer: ¿y cómo después del atentado del metro? (argumento tonto, con ir a las fuentes como diarios y noticieros se verifica el hecho); no, él declinó mucho antes.

Uribe Vélez lo ha hecho bien para su país, por eso muchos se ilusionan con la esperanza de que repita, de que mande hasta que termine con el último de los delincuentes armados que asolan el territorio neogranadino; pero el asunto es delicado, un mismo dedo no debe permanecer siempre sobre ‘el botón’. Hasta donde entiendo ha creado una organización política representativa, los éxitos generales, tal vez no en el detalle, de su gestión le garantizan representatividad y poder político ganado en las urnas; él y su gente, como partido, podría buscar el sucesor, alguien que le garantice a Colombia que no parará hasta lograr la pacificación final, y que si no cumple, se desvía o ‘cambia de parecer’, sea destituido electoralmente. Es simple: cumples o te vas, cambiar de parecer después no es una opción, no se le eligió para eso. Punto. La madurez política de nuestros vecinos les debe garantizar el transitar todo ese camino sin mayores sobresaltos.

Por cierto, ya no los llamo hermanos desde que nos dejaron solos frente a los desmanes del chavismo, sobretodo en los seis años pasados, cuando ya se sabía, denunciado por mujeres como Patricia Poleo, Marianella Salazar y Marta Colomina, de los nexos de grupos irregulares de su país con el gobierno de aquí. Pero no les importó mientras pensaron que podían sacar ganancias comerciales. Los únicos que siempre han estado a nuestro lado han sido los peruanos, pero ese parece ser el destino de el Perú; por ahí leí una vez que en la llamada guerra de las Malvinas, fueron los únicos (bueno, también Venezuela intervino) que se pusieron del lado de los argentinos. No apoyaron a Inglaterra, ni se hicieron los locos; gente extraña en el sub continente, ¿verdad?

Julio César.

lunes, 7 de julio de 2008

TRINITARIAS… (2)

Lista a dar la batalla…

-Vicky…

-¿Qué haces aquí? –se controla la joven, mirándolo fijamente antes de volverse y encarar a Armando.- ¿Qué hacen aquí… juntos?

-¿Hay algo malo en que nos encontremos, Victoria? Pensé que eso era lo que deseabas, ¿no? –replica este tragando saliva, mirándola de forma atormentada, furioso. Es vergüenza, humillación y dolor lo que arde en su alma, se siente… traicionado, traicionado por ella, su chica, la mujer a la que ha llegado a amar tanto sin darse cuenta de cuándo sucedió. ¡Ella lo había traicionado con ese tipo!

-Armando, por favor… -la joven no le ruega que se modere, no le pide que no le hable así; ella desea que deje ese pesar, ese dolor que parece quemarlo porque sabe que eso lo hace infeliz, y que sufre, y eso la lastima más que cualquier cosa que pueda decir.- No me gusta verte así…

-¿Y cómo se supone que debo estar cuando me entero que la mujer a la que quiero no sólo ha estado engañándome, que un día me sale con el cuento de que ama a otro sujeto, un gorilita que…?

-Ten cuidado con tu boca, pana, o te la borro frotándote esa fea carota contra el piso. –gruñe Enrique, belicoso, viéndose peligroso, alzando una mano.- ¡Y no le hables así a mi novia! –casi gruñe. Armando lo mira furioso.

-¿Es que acaso no has entendido todavía lo que pasa? ¿Lo que quiere Vicky? –se desespera al ver al otro como extraviado. Clava sus ojos furiosos en ella, que se revuelve inquieta, bajando la mirada.- ¿Cómo puedo aceptar que la mujer a la que quiero, ama también a otro hombre, y que acepte que tú quieres que yo te comparta con él? –casi grita en el colmo de las desesperaciones. Ella bota aire, levanta la mirada y lo encara, hermosa, decidida, pequeña pero fuerte.

-Me han estado compartiendo durante semanas…

-¡Victoria…! -Armando jadea mal, con la boca algo abierta, ¿como podía su bella chica ser tan implacable? ¿Acaso no entendía cuanto lo lastimaba?

-¡Nena…! -gruñe también Enrique, con el corazón martillándole con fuerza, sintiéndose lleno de una rabia homicida, de un dolor sordo. La joven se vuelve y lo mira de forma directa, clara, hermosa en su simpleza, en su razonamiento de conversa (de medio loca).

-Ya se los dije… No quise esto, no lo busqué, no sé como sucedió, pero así es. Cuando te conocí, cariño, me quedé sin aliento. Eras tan hermoso, sonriente, alegre y lleno de vida que quedé fascinada. Eres tan fuerte, viril y salvaje. Tu cuerpo parecía estar señalado con lámparas adicionales. Sabía que… -y se muerde el labio con cierta vergüenza pero sonríe al fin.- …que serías genial en la cama, que me harías vibrar y gritar. Creí que… era todo, que al fin había encontrado a esa persona que sería la mía, la esperada. Me dije, Vicky, a los veinte ya llegaste al final del camino, esto es lo que querías. Lo que era para ti. –levanta una manita y le toca el rostro, viéndolo tragar, como dolido y gustoso de oírla.- Eres tan maravilloso, Enrique, que cualquier mujer habría sentido lo mismo. Al verte supe que tenías que… ser para mí, y estar en mi vida y en mi cama; sabía que desearía despertar cada mañana a tu lado.

-Yo siento eso por ti, nena, entonces… ¿por qué me haces esto? –suena mal, casi suplicante, pero su mirada se endurece, salvaje, al mirar al otro sujeto, quien parece abatido de oírle a la mujer que quiere decir todas esas cosas.

-Porque entonces conocí a Armando. Fue unas dos semanas después. –se vuelve y lo mira, fijamente a los ojos, resistiendo su enojo, su rencor, su rabia sorda que se expresaba en forma de dolorosa mueca de repulsa.- Cuando te vi sentí algo extraño por dentro. No fue algo… como lo que sentí por Enrique, no deseé saltarte encima y quitarte las ropas y arrastrarte a mi cama.

-Qué bien. –grazna, enrojeciendo de malestar.

-Era algo más pausado, amor, más calmo. No fueron mis entrañas las que enloquecieron… fue aquí… -y esa mano cae en su propio corazón.- Sentí calor y frío, alegría y angustia. ¿Quién eras tú, tan callado, tan lejano, tan… dolido? Tu carita era la del hombre tímido, el callado, pero tus ojos eran salvajes, hambrientos. Me mirabas y dejabas salir todo aquello que no decías. Y te deseé esa vez. Me dije: qué locura, ya tengo a Enrique, pero… debía estar contigo. –traga saliva y desvía los ojos por un segundo.- Me creí una demente. Casi una… -no quiere pensar en palabras como zorra, puta u otras.- Pensé que si me acostaba contigo, si estabas entre mis brazos, todo terminaría. Esa curiosidad, esa necesidad extraña de ti, pasaría. Y yo continuaría mi camino, con Enrique. –ahora lo mira intensa.- Pero no funcionó. De alguna manera te metiste en mi corazón. –mira de uno al otro, angustiada, no sabía cómo explicar que los quería, no sabía qué palabras usar para que entendieran que para ella eran necesario los dos, que los deseaba a los dos, que necesitaba verlos, oírlos, sentirlos, y que cada uno era tan importante como el otro. ¿Como explicar eso? ¿Como podrían ellos entenderlo? Y sin embargo así era.

-Es una locura, no se puede amar a dos personas al mismo tiempo. –jadea Enrique.

-¿Quién lo dice? ¿Dónde lo dice? –rebate ella, serena.

-No estamos hablando de las mismas cosas, Victoria. Un hombre puede compartir a una furcia, a una tipita con otros. Pero no a la mujer que ama. –gruñe, ronco, Armando.- Yo no puedo. Tú lo miras así porque… lo que sucede es que no me quieres en verdad. –y esa confesión le destroza por dentro, su tono es amargo.

-No, yo te amo.

-Vicky… -grazna Enrique.

-Los quiero a los dos. –casi grita, mirando de uno al otro.- Quiero que entiendan que…

-Yo no puedo entender esto. –ruge Armando.

-Es una locura. –ataca Enrique. Ella calla, y baja la mirada.

-Entonces… es todo. –alza la mirada cuajada en llanto.- Es todo. Se acabó. –mira a Armando, desafiante.- ¿Es lo que viniste a decirme? ¿Que todo se acabó?

-No… yo no… -traga saliva, sitiándose morir. Enrique lo mira molesto.

-Lo que el señor elocuencia y mucha inteligencia que se cree mejor que yo quiere decir es que nada se ha terminado. –trona, y Vicky se vuelve a mirarlo, impactada, sintiendo que su corazón quiere detenerse, dividida entre creer y no querer engañarse.

-¿Qué quieres decir, cariño?

-Vicky, yo… no puedo seguir sin ti. No sé qué me pasó, pero ya no puedo pensar en continuar viviendo sin verte. –declara enrojeciendo.- Te extraño, cada noche, a cada rato. Sueño contigo, con tu cuerpo, con tus besos y tus miradas. Recuerdo cuando me acariciabas en la cama, cuando me decías que todo estaba bien, que la vida era maravillosa aunque no se tuviera plata. Extraño tu calor, tu ternura…

-Enrique… -sonríe boba, llorosa.- Yo también te quiero.

-Igual yo. –se apresura Armando, tomándola por un hombro, obligándola a encararlo.- Te metiste en mi sangre, en mi cabeza, en mi carne. No imaginas lo infeliz que he sido estos últimos días sin ti. Yo mismo no sospeché cuánto te extrañaría, cuánta falta me harías. No sabes la rabia que siento al saber que ya no puedo tocarte, ni oírte o besarte. Y así no puedo. –confiesa. Encara la mirada interrogadora de la joven.- Te deseo en mi vida, Vicky León, y si para volver a tenerte debo soportar y reconocer que este tipo también existe, que así sea.

-Epa, mamarracho, este tipo tiene nombre. –gruñe el otro.

Pero Vicky ya no oye, sus mejillas palidecen, igual sus labios, y si no es por los dos jóvenes habría caído cuan larga es, rodando cuesta abajo por esas escaleras. Alarmado los dos la llaman, con sus manos casi cruzadas sosteniéndola, cada uno a su lado, angustiado, preocupado, llenos de amor.
……

-¿Qué quiere, mamá? –pregunta Joaquín, enderezando la espalda sentado en aquel banco, mirándola entre mortificado e impaciente, mirada que la doña conoce bien.

-Llevas mucho rato aquí, mijo. –comenta ella, suave.

Aleida Mijares es una mujer algo obesa, de cabellos mal cortados, sin mucho cuerpo, medio teñido. Su rostro parece cansino. Su mirada refleja preocupación, cariño, pero también cautela. Lo nota cuadrarse ‘para la batalla’, e instintivamente sabe que Joaquín levanta barreras, muros altos tras los cuales se oculta siempre ahora. Ella sabía de la rabia que lo devoraba por dentro, de ese rencor que había manchado su vida desde muchacho, muchas veces quiso explicarle que eran cosas que pasaban, mala suerte, pero aquel muchacho niño se lo había tomado a pecho y dejó que la rabia anidara en su alma. Para Joaquín no había mayor misión en esta vida que combatir y destruir a los que consideraba sus enemigos. Ella podía entender esa lucha, hasta justificarla, era injusto que alguien muriera de hambre al lado de ricos manjares, pero no la compartía. Pero había más, esa parte que el joven había decidido que nadie conocería, lo obligaba a aislarse en facetas enteras. Sin embargo ella lo intuía.

-Déjeme tranquilo, mamá. Necesito ejercitarme. Llevo días sin practicar. –gruñe sin mirarla, con el rostro enfurruñado.

Si, llevaba días dedicados al ocio y la vagancia; días inútiles, vacíos… maravillosos días que pasaba en compañía de Adrián, dizque discutiendo de política y de conciencia social, cuando en verdad sólo deseaba mirarlo, tocarlo, recorrerlo todo con sus manos, oírlo reír, verlo relajado (siempre andaba como ausente, distante, y en su mirada había como dolor, se dijo más de una vez preocupado).

-No me gusta verte tan solo, Joaquín. Antes salías un día como hoy, un sábado en la nochecita a pasear, al cine, a bailar con tus amigas. Siempre tenías a una llamándote. Ahora andas solitario, no te juntas con nadie como no sea esa gente del… comando. –lo dice con reprobación.- ¿Por qué andas tan solo?

-Hay mucho qué hacer, mamá. No tengo tiempo para pendejadas. –la mira con ese rencor de siempre, no hacia ella, hacia… la vida, pero ahora no parecía tan intenso ni tan sincero como antes, piensa ella. Era una fachada. Otro muro.

-Mijo, ¿por qué ya no traes nunca a una muchacha como antes? ¿Por que no sales con nadie? –pregunta, con el corazón palpitándole. Y él la mira, altanero, elevando el mentón, como dispuesto a contarle, a explicarle. Y ella siente miedo.

-¿En verdad quiere que hablemos, mamá? ¿Quiere saber de mí? –pregunta desafiante; y entiende que no, la mira escurrirse en su mirada. ¿Qué tanto sabría, o sospechaba, ella? Eso que debería mortificarlo como a todo el que oculta algo, no logra alterarlo, no con ella, con su mamá.

CONTINUARÁ…

Julio César.

miércoles, 2 de julio de 2008

COLOMBIA, BRAVO… BRAVO…

Esta tiene que ser una de las mejores tardes que han transcurrido en mucho tiempo, y fue por la noticia llegada del otro lado del Arauca. Quince personas inocentes, quince seres que habían permanecido durante años a merced de bandoleros que los mantenían prisioneros, vejados, humillados, tratados como animales, incluso sujetos con cadenas, han sido liberados mediante una brillante, precisa y sorprendente acción militar. Todos sanos y a salvo, gracias a Dios. Para ellos ha terminado la pesadilla de saber sus vidas en manos del capricho del momento de delincuentes, aunque seguramente les costará hacerse a la idea de que ya no son rehenes; pero lograrán continuar. Verán a su gente, reirán, comerán, pasearán, se molestarán o se echarán en una cama, sus camas, a dormir o a querer. La vida comienza nuevamente para ellos. Aún quedan otros, pero el gobierno colombiano parece tener una meta clara: no descansar hasta que el último deje de estar en manos de sus captores, y estos enfrentados a la justicia por sus actos.

De verdad que uno se alegra por esa señora Ingrid, tan apacible, tan clara en su razonamiento, tan firme en sus convicciones. Y por los tres norteamericanos, y por los once militares y policías. Fue conmovedor verlo; qué nos quedaba si no era reír, aplaudir, llamar a los amigos y familiares para comentarlo, como todo el mundo. Bravo. Bravo por todos ellos. Bravo por Colombia.

Quien también debe estar que baila en una pata es ese bárbaro de Uribe Vélez. Como dicen en su tierra, resultó tremendo berraco. Con esa cara de sacristán y con esa vocecita de quien canta en el coro de la iglesia, resultó un carajo resuelto a todo por cumplir la promesa que hizo al llegar a la presidencia: acabar con la insurgencia que mancó el destino de Colombia. Ni gritos de lobbys pagados, ni prensas ‘liberales’ acusándolo desesperadamente de esto y aquello, ni narco diputados o Piedades impías, ni presidentes que convierten sus territorios en aliviaderos de estos malandros ha valido de nada. Únicamente les queda la pataleta destemplada, las caritas de arrechitos, las denuncias vacías e inútiles. Cercano está el día cuando los colombianos se sientan seguros y libres de estos grupos terroristas. Y ese será un gran día.

Julio César.

EL NEGOCITO

Lo tiene bueno, barato y bonito…

Nada. En la vidriera enmarcada en colores oscuros no había ningún objeto, ninguna cosa que permitiera descifrar mejor aquel cartel: caballero, pase, descubra y lleve nuestro fascinante y excitante producto. Eso rezaba. Llamativo, exótico. Ambiguo. Los hombre, jóvenes y los no tanto, que se detenían y miraban, sentían la curiosidad correr por sus venas: pornografía, sólo podía tratarse de eso. Y tragaban saliva como los perros de Pavlov. Tan convencidos estaban que al acercarse alguna mujer por el pasillo del Centro Comercial escapaban casi a la carrera, como si temieran verse sorprendidos pagando a una trabajadora de la calle, y con moneditas. Generalmente la mujer que pasaba miraba el cartel, enfurruñaba la cara, también creía era pornografía y miraba al prófugo intentando descubrir quién era para denunciarlo.

Sin embargo, algunos entraban picados por la curiosidad. El lugar era pequeño, tal vez un metro y medio de ancho, por dos de largo ya que una barra alta limitaba el espacio. Detrás había una cortina, cerrada, que atrapaba las miradas calenturientas y desataba las imaginaciones (aunque todas iban camino a la bragueta, sin mucha originalidad), ¿qué habría allí, detrás de esas telas baratas de cuadritos?: pornografía, mucha, nueva y desconcertante pornografía, era la respuesta excitante y embriagadora. Incluso había quienes pensaban, los más desatados, en algún tipo de lugar donde hermosa chicas… La imagen quedaba corroborada por dos detalles. Uno era el vendedor, un joven delgado de sonrisa enigmática, agradable, atractivo a su manera, una que era ambigua también; la clase de sujeto que vende porno y no causa inquietud (o favores sexuales, pensaba mas de uno con ciertas cosquillas). El segundo detalle eran las fotografías en las paredes laterales.

Eran de chicas jóvenes, increíblemente pechugonas y cubiertas por mínimas tiritas por sostén, que invitaban a hacer preguntas: ¿Cómo se sostenían? ¿Por qué no reventaban? Las miradas de las chicas eran empañadas, sugerentes, anhelantes, como la de modelos profesionales, esas pobres muchachas muertas de hambre que parecen venir de veranear en Somalia y que se encontraran de pronto ante una hamburguesa con todo, caliente y olorosa. Las otras eran de tipos jóvenes, mazacotudos, lampiños y de miradas que intentaban ser virilmente masculinas, pero que difícilmente hubieran atraído la atención de las mujeres, inquietando únicamente a algunos tipos.

-¿Dígame, señor? –pregunta el joven, cortando al cliente, ¿qué iba a decir?

-Eh, yo, pasé para ver qué había.

-¿Sí…? –y lo mira fijamente, haciéndolo sudar.

-Si, me preguntaba… ¿qué venden aquí? –se lanza de sopetón, ¡ahora sabría!

-¿Usted qué buscaba? ¿Qué desea encontrar? –responde el chico y lo desconcierta y asusta.

-Yo, no lo sé, ¿qué venden…? –insiste, algo histérico, sintiéndose molesto también.

-Satisfacción. –responde con una sonrisa tonta, amistosa, como si explicara todo, y no explicaba un coño.- ¿Le interesa?

-No lo sé… -angustiado, presintiéndose atrapado en algún macabro juego, insiste.- Cuando dices satisfacción… -se corta y acalora, está molesto y curioso, desea irse, seguro de haberse equivocado, pero atado también. Allí debía haber algo inimaginable, bueno, sorprendente y único (porno del duro).

-Eso. Satisfacción. –repite el joven algo impaciente por primera vez, mirando elocuente su reloj.- ¿Le interesa o…? –y el otro se atraganta, quiere preguntar qué carajo es lo que tienen, pero no se anima.

-Bueno… -capitula.

Lo mira sonreír y entrar a la trastienda. El chico vuelve casi en seguida con una caja grandecita, aparentemente pesada. ¿Alguna muñeca? ¿Una caja de DVDs? ¿Algún libro? ¿Tal vez… (y tiembla de fiebre) algún juguetito exótico? El muchacho tiende la caja en la barra, al tiempo que otra persona, una mujer, sale de detrás de la cortina. El joven saca un libro hermoso, grueso, de apariencia muy costosa.

-Esta es nuestra mejor obra. Una Sagrada Biblia finamente encuadernada, para que aproveche sus momentos de ocio y soledad, ilustrada para que los muchachos la disfruten, y tiene hojas en blanco para que trace su árbol genealógico. Será la Biblia familiar, ¿no es hermosa, madre Teresa?

-Así es, hijo mío… -responde la monja sonriente, pero mirando al cliente con ojos de halcón.- ¿Se lleva esta sola o desea dos o tres más, para sus amistades?
……

Si yo tuviera dinero para botar, montaría un negocito así por una semana, tan sólo para molestar. De hecho pensé en titularlo: TRAMPA PARA TURISTAS; pero habría sido muy obvio, ¿verdad?

Julio César.

NOTA: Este es parte de una pequeña colección de relatos similares, que llamo DIVAGANCIAS, por lo tanto, y para no darme mala vida, usaré esta fotografía que tanto me gusta, por todo lo que muestra… a una buena persona.

DESAFÍO

Sí, soy un tío maduro y uso mis tangas, ¿y qué? ¿No te gusta?

Julio César.