domingo, 29 de junio de 2008

ÉL ME ESPERA…

Calma, corazón, calma…

“¿Lo tendré todo? Seguro olvido algo. Dios, me tiemblan las manos, el corazón me palpita tanto que creo estar mareado. ¡Él me espera!, está esperando por mí allá abajo. Vino a mí y ahora pasaremos unos días a solas, uno con el otro. Ahora podré vivir y… ¡Maldita sea, ¿y mis llaves?! Alma, ¿dónde están las putas llaves? Él me espera… Él me espera, carajo…”

Julio César.

LA LOCURA DE LA ERA… (2)

Sin que se resolviera ninguno de los problemas de los setenta, referentes casi todos a los peligros ambientales, pero relegados al olvidado de alguna manera, entramos sin darnos cuenta en la década siguiente. Los ochenta trajeron a colación una crisis gigantesca que el mundo desconocía, que terminaría con la caída de los países soviéticos. Algo que era impensable para muchos. Por ser latino, y haber recibido una educación socialista, desde la escuela hasta en la iglesia por lo de amar al prójimo y haz el bien, uno tendía a tenerle más aprecio a la Unión Soviética con su revolución del proletariado, que a los Estados Unidos. Claro, ignorábamos la mega estafa, el engaño monumental de una casta demente y cruel que se aseguró el poder para sí, y el vivir como jeques mientras el resto padecían, igualito que ahora cuando pretenden engañar al iluso con la palabra REVOLUCIÓN. No sabíamos de los millones de asesinados, por el hambre provocado o los ajusticiamientos.

No sabíamos de los gulags, los campos de muerte llamados de reeducación, de donde pocos salían y escapaban a Occidente, para ser atacados allí por la recua de sanguijuelas al servicio de la Unión Soviética, que se ocultaban bajo el título de intelectuales, sobretodo en Francia donde parecían una mala imitación de Cruela de Vil, y cuya única misión era ridiculizar, perseguir y destruir a todo el que hablara de los horrores tras el telón, o como lo que pasa en Cuba y una que otra nación deslizándose a la africanización en América Latina, pero que suelta billete para que sigan sus vidas parasitarias e inútiles. Aunque viéndolo bien, ¿dónde se anota uno para parásito? Me gusta la plata y sí no hay que hacer nada sino taparear vagabunderías, aquí estoy a la orden.

Bien, nada de eso lo sabíamos en los inicios de los ochenta. Sólo oíamos que Estados Unidos y la Unión Soviética extremaban sus fichas sobre el tablero nuclear. Había escaramuzas, peleas y amenazas, veladas una y otras no tanto. Había una sensación de incertidumbre. De miedo. Todos temíamos oír que en tal o cual sitio había estallado un arma nuclear y bajo su hongo de muerte todo había desaparecido. Leer un periódico era saber sobre la tensión entre las alemanias, o en el Oriente Medio, o en el Báltico. La palabra se repetían como un eco de pesadilla: guerra… guerra… Había una sensación de fragilidad dentro de todo aquel que podía sumar dos más dos. Muchos estaban convencidos de que el mundo terminaría en medio de un holocausto nuclear, con un único y fenomenal grito de miedo. Una película que retrató todo ese horror, y de forma muy convincente, fue AL DÍA SIGUIENTE; que en Venezuela completaban con aquello de Al Día Siguiente del Apocalipsis Nuclear, para hacerla sonar más dramática, como si hiciera falta. Ese filme marcó a mucha gente de mi generación. Terminaba la primaria cuando logré verla (no soy tan viejo como dicen mis enemigos), con dos amigas, una de ella con la copia de la película, que vimos en un aparato que estaba de moda en esos días, la última sensación en tecnología, y que no había desaparecido junto con los dinosaurios como dicen los insolentes: el Betamax.

Todo era angustiante en esa película: la mirada de la mujer del médico cuando oye las noticias y se le nota el miedo; o el joven que está en la barbería y oye a los otros hablando de guerra y él pregunta como esperanzado: pero no atacarán aquí, ¿verdad?, ¿que objetivo tendría? O la joven en la universidad que entra a un salón de clases gritando que arrojaron las bombas (todavía se me eriza la piel); o cuando el ranchero manda a todos al sótano y sube por la mujer y esta se aferra a tender las camas, a lo que conoce, a su vida ordinaria, y grita que no y llora cuando él dice que eso ya es inútil y la arrastra al refugio. Todo fue terrible, lleno de significado. Aquí en Venezuela las promociones eran angustiantes: Al Día Siguiente… y la humanidad caerá víctima de su propia maldad. O la otra: Al Día Siguiente… cuando los vivos envidiarán a los muertos. Fue una locura en su época, porque reflejaba nuestros temores más primitivos, algo que sabíamos que ocurriría tarde o temprano, estábamos seguros de eso. Hay una guerra nuclear, ¿qué se puede hacer? ¿Huir, esconderse, reunirse con la familia y esperar a que llegue el final? ¿Qué más queda?

Pero, cosa rara, la crisis pareció desaparecer por sí misma. Un día la Unión Soviética parecía que iba a durar mil años, y al otro ya había caído como moneda devaluada de país en crisis. Muchos conocidos míos quedaron en el aire, como preguntándose: ¿y ahora que hacemos sí sólo nos hemos preparado para el final? La humanidad se había salvado nuevamente de perecer, bajo el calor del fuego atómico, o de padecer el largo invierno nuclear, como se salvó antes de los augurios de hambrunas, cataclismos climáticos y amenazas del cosmos. Sabemos que hubo presiones para que tan monstruoso sistema sucumbiera al final, eran demasiados millones de esclavos los que padecían, incluso se hablaba de la decidida participación del antiguo Papa, el polaco, en esa batalla; pero a uno le queda la duda sobre sí eso fue todo. Sería fácil decir que tuvimos suerte, pero tal vez sea como en esa historia de Isaac Asimos, el gran autor de ficción, LA FUNDACIÓN, y cada cierto tiempo la humanidad debe padecer estas crisis para que algo mejor surja, o no, como parece indicar la experiencia, y que éstas se resuelven por su propia dinámica. Y la verdad es que eso no brinda tranquilidad ni seguridad, a menos que uno sea de los que deja hasta lo que comerá o beberá en manos de la suerte o de fuerzas superiores.

De los noventa y el dos mil, hablamos después…

Julio César.

EXTRAÑEZA


No lo entiendo, a mi novia no le gusta que lo use en la piscina, pero a mis panas en el trabajo les encanta; siempre quieren tocar para ver sí es tela de la buena…

Julio César.

CANCIÓN DE CUNA, CANCIÓN DE AMOR

Ah, amor, amor, amor…

Desde que vi esta fotografía, esta hermosa fotografía, la quise como fondo de escritorio para mi computadora. Era perfecta, con el tamaño, resolución y detalles justos. Y tan explícita en todo aquello que vimos en la película… amor, esa ternura tan ruda y a la vez tan romántica entre esos dos hombres. Ah, el amor, el amor, que lindo para quienes lo viven intensamente, sin temores o prejuicios. Caso que no es el mío actualmente, y no lo ha sido en mucho tiempo a decir verdad, y no por miedos, prejuicios o prohibiciones, sino porque no hallo nada. Así que con el paso de los días la imagen se me volvió pesada, porque me recordaba toda la tristeza del film, todo lo que no se dijo, lo que no se luchó, lo que se dejó de hacer y todo lo que se perdió; y es imposible pensar en todo eso y no establecer paralelismos con mi propia vida. Y luego se marcha el chico australiano, pero ¿para qué recordar ese terrible momento?

Cambié de fondo porque (aunque adoro a Jack y Ennis, y creo que será así por un largo tiempo aún, cosa que me gusta, es bonito evocar esa bella historia de amor), todavía duele recodar como terminó todo, y también porque es más fácil que cambiar todo lo que se es y no te gusta de ti mismo, y porque mirar a Heath se vuelve pesado. Pero no puedo dejar de mirarla de vez en cuando, me gusta y me lastima, me brinda felicidad e intranquilidad; suspiro pensando que están así, enamorados, pero luego me acuerdo de todo lo que sigue. Qué cosa tan extraña, ¿verdad?

¿Saben que me habría encantado oír uno o dos años atrás, como extensión de la película?: que Heath y Jake habían desaparecido, que se escaparon por ahí, juntos, y que nadie había vuelto a saber de ellos. Y que alguien dijera tiempo después que vio a dos hombres parecidos a ellos, que sé yo, en Tailandia, en una aldea remota y atrasada (como creen los norteamericanos que son todos los países del Tercer Mundo) caminando juntos, tomados de la mano, con Jake sonriéndole como solamente él sabe hacer, y Heath correspondiéndole y dejándose querer. Lógicamente es una fantasía, esos dos sujetos sólo eran amigos, actores que prestaron sus cuerpos para dar vida a Ennis del Mar y a Jack Twist, pero ¿no habría sido increíble?

Julio César.

jueves, 26 de junio de 2008

TRINITARIAS

PREAMBULO

El corazón tiene sus razones…

Sudoroso, jadeante y totalmente agotado, el hombre, joven todavía, cayó de espaldas sobre la cama, intentando controlar su ruidosa respiración. A su lado, de pie, la mujer lo miraba con velado interés mientras bate con una pequeña cuchara un tónico reconstituyente anaranjado, de feo aspecto, dentro de un vaso. El cuarto huele a transpiración, a calor, a uso. La mujer, no tan joven tampoco, se inclina en la cama, sonriéndole, tendiéndole el vaso, solícita.

-¿No se te ha aliviado la diarrea? –le pregunta.

El hombre no responde, se siente indispuesto y no es únicamente por el descontrol de sus entrañas, también se siente ligeramente mareado.

-No… -y calla mirándola, encontrándola atenta, a su lado, aunque el cuarto olía a rancio, llevaba tres días en esa vaina. Pero el ‘noviazgo’ ya llevaba tres años, se dice siendo sincero, el compromiso comenzaba a apestar mucho más.- Elena, ¿te casas conmigo? –dejó escapar, sorprendiéndose mientras lo decía.

-¿Qué? –compone ella una sonrisa circunspecta, dejando ver las finas arrugas alrededor de sus labios. Dios, debía sentirse realmente mal, pensó.- ¡Claro que si!

-Bueno… -termina él, sintiéndose extrañamente asustado.

¿El amor era siempre así? Se habla de magia, de campanas, de terremotos, de luces que estallan, pero para la pareja perecía más bien la conclusión de un viejo negocio iniciado hace tiempo. A la mujer no le molesta, lo quiere… porque ya se hizo a la idea de que sería su marido, el compañero para siempre, el padre de sus hijos. Que estuviera algo afiebrado, frágil y vulnerable no le quitaba méritos al momento. Ella lo haría feliz, sería la mujer que él necesitaba para continuar en la vida. Viéndolo bien, era un compromiso sólido, ¿qué no había magia? Tal vez tras su rostro algo desencantado la mujer ocultaba a una fanática del amor. Posiblemente tras sus temores, el hombre escondía el alma de un romántico.

“Qué porquería”, exclamó para sus adentros el joven de piel negra y cabellos muy cortos, frunciendo la boca, viéndose más bembón. ¿Quién creería que eso era una novela romántica? Si llegaba a enseñársela a alguien se reirían, no tanto de la diarrea, cosa que siempre parecía divertido, reconoce para sí, sino de sus pretensiones. Mortificado selecciona el borrar todo y de la pantalla de su ordenador desaparecen los ofensivos párrafos. Se pone de pie, es alto, delgado, con un aire elegante, como de pantera esbelta.

Su pequeño apartamento parece tan agobiador como ese cuarto de amores con aroma a baño. Se dirige a la ventana que da a la calle, lanzándole una larga mirada a Caracas, el atardecer va cayendo. Dejaría toda esa tontería de la novela y saldría a tomar algo, tal vez con su pana Javier, para salvar la noche. Suspirando piensa en cuánto desea un cigarrillo, pero esa batalla si pensaba ganarla. Mira la computadora, disgustado otra vez, preguntándose cómo hacer para sonar sensible, delicado… amable. No eran atributos suyos. Pero tenía imaginación, carajo, debería ser capaz de escribir sobre el amor, aunque no supiera de él. Su pareja daba asco (¿y qué esperabas si se le declara con diarrea?, le parece oír la voz de una querida amiga), pero supone que debía haber cientos de millones de parejas formadas en bases más endebles.

Pero, ¿era siempre así? ¿Realmente existía ese embrujo que enloquecía a las personas, que las hacía vivir toda clase se situaciones, de avatares con tal de estar juntos? ¿Existía eso en todas las vidas? Tal vez. Seguramente existía el hombre que pensaba en su amada sintiéndose afiebrado pero de ganas de verla, oírla, tocarla, pensando únicamente en la manera de hacerla más y más feliz, sin detenerse en pensar tanto en sus propias satisfacciones, porque sus necesidades quedaban cubiertas al verla sonreír de amor. Tal vez estaba ella, la mujer que un día enloquecía de tal manera por un hombre que con tal de seguirlo cruzaba pantanos oscuros, escalaba rocas filosas y nadaba entre tiburones. Imaginar amores poderosos, grandiosos, llenos de luces y sombras, animaba en el fondo a los millones y millones que se detenían por un momento ante una hermosa puesta de sol, no mirando los bellos y nostálgicos colores, sino imaginando una vida distinta, rica en sensaciones, en emociones, en sentimientos. Pero ¿existían esos amores?
…..

A tres días del momento cuando la líder popular Irsia Roce, acompañando a la dirigencia de los estudiantes combativos (llamados despectivamente oficialistas) tomó la sede de la Nunciatura Apostólica, en protesta por los allanamientos en el 23 de Enero, en busca de los cómplices del carajo muerto a las puertas de La Cúpula Empresarial cuando colocaba un artefacto explosivo, todo parecía quedar dicho. El País daba vueltas y vueltas para terminar justamente en el mismo punto, nada se aprendió, nada se rectificó, la marcha hacia el desastre, el caos, el desgobierno parecía signar los tiempos. Mientras se intentaba forzar la mano con leyes ilegales, con medidas chapuceras, quienes debían vigilar se lanzaban a una nueva aventura electorera, convencidos como estaban que el rival a vencer no era un Gobierno que amenazaba con encadenar el país, sino el ‘colega’ opositor mejor ubicado; era a ese a quien debía destruirse. Era una feria de borrachos idiotas peleándose por una botella vacía entre eructos, vómitos y meadas, pero todos con rostros muy serios, graves, como si de gente calificada se tratara.

El país continuaba, de alguna manera, marchando. Calles y avenidas se llenaban de gentes y vehículos, de personas de rostros graves, risueños, molestos, preocupados que se cruzaban, se rozaban, se miraban furtiva o fugazmente, cada uno continuando su camino. Eran personas normales, gente de rostros llamativos, anodinos, interesantes, atractivos, vulgares o poco agraciados, gente común. Era difícil adivinar en sus semblantes los demonios que atormentaban a tantos, o las mieles de placeres que no costaban dinero o esfuerzos, esos que eran libros cerrados para tantos individuos.

En una vivienda cualquiera estaba la mujer que miraba a su hijo consumirse con una rabia que entendía pero no compartía, presintiéndolo dominado también por una pena mayor, más grave, algo tan grande que no se confiaba a ella, quien cada noche antes de dormir pedía al Dios que le enseñaron a amar de niña por él y sus hermanos. O la hermosa joven, cuyo corazón se encontraba dividido, no entendiendo cómo le pasó eso, pero enfrentándolo con una extraña determinación que la llevaría a playas muy lejanas, viéndose obligada a enfrentar a toda la gente que ama. Y está el joven, el moderno Romeo, quien un día descubre que su mayor ilusión, su más grande afecto nace de quien más debe odiar, de la persona a la que debía despreciar, sintiéndose atormentado por ello.

Pero ninguno de ellos podía hacer mucho por escapar a esas dudas, a esos temores, retos que estaban allí para probarlos. Eran prácticamente esclavos de lo que un día, quisieran o no, llegó a sus vidas cambiándolo todo, volviéndolo de cabeza. Quienes en verdad nunca han amado piensan que todo puede controlarse como quien evita comerse un pedazo de chocolate, porque aunque rico, puede ser peligroso por el azúcar o el peso, por lo tanto se le deja, se le abandona y se continúa. Pero eso no funcionaba para aquellos que sentían que sus vidas comenzaban y terminaban en una mirada ajena, en una sonrisa que despertaba alegría, ganas de gritar, de correr, de fundirse en un abrazo para sentirse sostenido, fundido. Amado. ¿Quién puede correr y escapar de su corazón?: únicamente un demente…
…..

La tarde muere sobre Caracas, haciéndose ya casi de noche, el crepúsculos parecía caer temprano ahora. María Montes, cincuentona no muy alta, algo abultada en la línea del ecuador, que empeoraba por la costumbre de colgar el koala ahí, mira con aprensión la larga escalinata que debía descender para llegar a la plaza baja. Los escalones recreaban un enorme y amplio semi circulo, pero el espacio entre ellos era estrecho; una mala pisada y terminaría rodando hasta la Baralt, avenida por donde parecía circular todos los carros y autobuses del mundo. Se detiene un momento porque le parece ver una chispa de color en el gris paisaje de abajo, de vida, que se desliza con paso grácil. Una muchacha venía por la plaza baja y comenzaba a subir.

Y no era que María Montes fuera fijándose por ahí en muchachas, pero esta era llamativa. Había en ella algo que era más que belleza, era… vitalidad. Era muy joven, lo notaba por los rasgos dulces y boniticos de su rostro, un algo como inocencia de niña que ya iría perdiendo pasado los veinti tantos. Era delgada, de busto llamativo, no grande pero vistoso, bien enfundado dentro de un suéter blanco que se amoldaba a su cuerpo. Sus piernas eran largas pero no flacas, como se notaba debajo del jeans rojo ajustado que usaba. Su cabello era negro, mucho, finito, corto, y sin embargo abundante y femenino. Lo que le confirma que era una belleza era lo que ocurría a su paso. Todos se volvían a mirarla. Los hombres la seguían, sus ojos bajaban a su trasero. A su paso, si dos tipos hablan, callan, y uno le hace señas al otro para que la mirara. Y lo hacen los muchachos, los hombres, los ancianos. Al paso de la muchacha las cabezas se volvían deseosas de darle una buena mirada al parachoques. Algunos siseaban y le decían cosas, pero la joven parecía no verlos, ni darse cuenta del efecto que produce. Debía ser lindo ser ella por un rato, se dice María Montes. Ella, aunque tuvo lo suyo (sus tetas marcaron su momento), jamás tuvo ese ángel, esa apariencia. Esa chica debía, forzosamente, ser muy feliz.

“Qué mugre de vida, quisiera estar muerta”, pensaba para sus adentros Victoria Mendoza, Vicky para todo el mundo, la hermosa joven, mientas contempla la larga subida de escaleras. Vicky no está contenta con su vida, no podía estarlo. Tenía juventud, belleza, ángel, encanto, pero mas importante, inteligencia, determinación y salud, y sin embargo nada de eso le brindaba cosuelo en esos momentos. Era infeliz, terriblemente infeliz. Se muerde el labio inferir viéndose increíblemente bella en ese instante, casi logrando que un joven que viene bajando trotando pelara un escalón ante tanto encanto, y cayera. Él le sonríe pero ella no repara en él. No puede. Su mente está lejos, en las tierras del dolor. Y dejaba leves huellas en sus facciones.

Su frente es despajada, totalmente lisa. Su rostro es delgado, de barbilla en punta, con un deje de firmeza. Sus pómulos redondos son altos, sus mejillas suaves, sin defectos. Su nariz es corta, algo levantada. Sus ojos marrones claros, eso que llamaban aguarapados, despiden luces a la mortecina luz que le daba de frente, cegándola un poco. Sus labios, enrojecidos de labial, son carnosos, pero no abundantes. Era, en síntesis, toda una monura de mujer, pero no era feliz.

No se le ocurre hacer semejante comparación, pero su estado de ánimos debía ser el mismo que tuvo Eva una vez expulsada del Edén, donde todo era bonito, bueno y barato, para pasarla canijas con Adán, y eso antes de que pariera con tanto dolor. Vicky no cae en tal paralelismo pero lo intuye. Ella lo tuvo todo, tan sólo cinco noches atrás gritaba y creía morir de dicha en su camita, en brazos del amor. Ahora no tenía nada; ruborizándose, reconoce que se portó mal, fue una chica muy loca y traviesa, pero no lo hizo por maldad, sino porque estaba, eso, loca… Loca de amor, y eso la llevó a comportarse así, como una demente. En esos días, tan sólo cinco días atrás, pero especialmente las noches, sobre su pequeña cama, gritó, mordió, sudó y arañó mientras era poseída, atravesada por mil placenteras sensaciones que la hacían gemir una y otra vez, mientras era saciada y satisfecha cada una de esas ocasiones.

Cada noche gritó de placer, de lujuria, pero también de amor. Coño, ella se había entregado con todo, ella no se había guardado nada, se entregó con pasión, de forma frontal, total y sin tapujos. ¡Se enamoró! Lo hizo todo, lo tocó, acarició, lamió y mordió todo. Hizo cosas que jamás les contaría a su madre y a su hermana que eran sus mejores amigas, no porque se arrepintiera, sino porque no sabría cómo contarlo sin parecer una obsesa, una maniática. Lo había tenido todo, había sido feliz, estaba en la cumbre, allí donde al elevar la mirada podía verse el Cielo de cerca… pero mentía. Y ella odiaba engañar, fingir, no pudo continuar aparentando que todo estaba bien. Quiso actuar correctamente y todo había estallado en su cara. Ahora se siente morir.

Y el hombre que la sigue unos pasos más atrás, tal vez lo haga. Aquel hombre la odia al punto de desear matarla… porque una vez la había amado demasiado y ella había jugado con sus sentimientos, como si de un imbécil se tratara. La joven sube, el hombre tras ella lo hace también, y a cada paso en pos de la mujer que tanto quiso, siente que todo va a estallar, y que todo terminará mal.
…..

Solitario en el patio de la casa paterna, Joaquín Garcés se ejercita, con un ritmo que parece suicida. En el estrecho lugar, semi techado, el joven levantó algo parecido al esqueleto de un jergón de cama, un rectángulo de listones metálicos de dos metros veinte de alto por metro y medio de ancho, asentado sobre una base en forma de ve invertida, que le brinda estabilidad. Joaquín tiene sus puños cerrados fieramente alrededor del tubo superior, alzando su cuerpo con la fuerza de sus brazos, con la presión de su cuerpo, doblando sus rodillas. Sube y baja mientras jadea y resopla como un fuete. Lleva casi cuarenta minutos en eso, pero no lo sabe, no lleva la cuenta de cuántas flexiones ha realizado, sabe que son bastante porque sufre, todo le duele, los músculos de brazos y tórax le arden, pero no se detiene. No puede. Debía continuar. Agotarse para no pensar. Castigarse.

Es un joven que tiene mucho en su haber, comenzando por eso, por su juventud, unos veintitrés años de edad. Es alto, mucho, más que sus hermanos, delgado pero fibroso, de bíceps más o menos desarrollados, de brazos fuertes. Su torso se dibuja bien, algo velludo. Su cintura es estrecha, su cabello negro es grueso aunque liso, sus ojos son oscuros, marrones pero sin luces, su boca es algo rellena, de labios que podrían ser llamativos si no fuera porque generalmente estaban oprimidos en una delgada línea de disgusto, mostrando la furia que dominaba su alma. Su cuerpo pasa un examen, como lo sabe él por las miradas que muchachas y mujeres, y uno que otro tipo por ahí, le han lanzado. No se cree bonitico como esos mariconcitos que participan en el Mister Puchungo, aunque de haberlo querido…

Pero esas vainas no le interesaban a Joaquín, le gustaba sentirse bien, y verse mejor por él, era joven, es decir le gustaba gustar, que lo notaran, pero no más allá de un límite de exhibición. Eso le parecían exhibicionismos idiotas. Y los tiempos no estaban como para andar con esas pendejadas. Como joven de clase media pobre que le había tocado ver el batallar de sus padres, amigos y vecinos, no era tolerante, ni con otros ni consigo mismo. Él sabía que pertenecía a la basta mayoría pobre de un país rico. A él le tocó ver morir a una hermanita de cinco años en un hospital donde no había anestesia, mientras los niños ricos compraban en dólares carros blindados para correr piques en la capital, sin importarles a quién se levaran por el medio. Suya era la rabia de la exclusión, de los sin nada, de ver temblar de hambre a una anciana en su rancho, y a otra comiendo perrarina, de ver a los niños competir con zamuros y perros en un botadero de basura por algo que era el desperdicio de otros. Suya era la rabia de ver a otros, una minoría, entregarse con burla a vicios y excesos mientras una basta mayoría sufría.

Él había nacido bajo la crisis, para él el Vienes Negro nada significaba, no podía saber que antes de ese día Venezuela parecía rica y sus ciudadanos estaban inmersos en una fiesta orgía de gastos. A él le tocó hacerse hombrecito cuando un presidente ladrón y felón, Carlos Andrés Pérez, que había endeudado y robado anteriormente a la República, llegaba nuevamente al poder, prometiendo repetir el festín de Baltasar, ilusionando a los crédulos. Él supo de la traición, del paquete; de las medidas económicas duras tenientes a conseguir nuevos créditos internacionales para que la reducida camarilla continuara viviendo bien. Él escuchó los cuentos de gente que enloqueció literalmente cando de la noche a la mañana se encontraron con que eran embargados sus apartamentos, carros y cuentas por intereses de mora, liberados alegremente por gente que tenía plata y a la que nada de eso afectaba o importaba; qué se jodieran todos esos idiotas, era lo que decían.

Escuchó, y sintió como un dolor propio, las historias sobre el Caracazo, que en verdad había comenzado en la vecina población de Guarenas, un veintisiete de febrero del ochenta y nueve, cuando una mujer con dos niños que iban al colegio fue insultada y vergajeada por un chofer de autobús en el terminal, porque no tenía para cubrir el nuevo aumento del pasaje. Aquel tipo no explicó que él era otro ciudadano víctima de planes económicos que no entendía ni fue consultado, simplemente la mandó a lavarse ese rabo, y llena de rabia (le contaron más tarde, y se preguntó cuánto de eso no sería invento y leyenda ya), esa mujer había abrazado a sus muchachos y preguntó a gritos que qué pasaba, si era que en Guarenas y no quedaban hombres con bolas que defendieran a una mujer.

Y la defendieron. Esa madruga, en Guarenas, de los gritos y empujones se pasó a los golpes, a destruir e incendiar unidades de transporte, y esa rabia pareció explotar rebasando al pueblo. La gente salió a las calles de Guarenas a saquear, quemar y destruir. Pronto todo el país estuvo envuelto en desordenes, el amor a Carlos Andrés había terminado. La Guardia Nacional salió a reprimir a los alzados. Se habló de cantidades increíbles de caídos, de muertos, desaparecidos, y de las fosas comunes. El orden se restableció pero la república se habría resquebrajado, un grupo supo de la salvaje represión contra un pueblo que debía someterse a privaciones mientras una pequeña elite política vivía sin vergüenza, exhibiendo groseramente lo robado frente a una poblada famélica, y una clase empresarial que sacaba sus ganancias de este suelo para tierra más serias, ‘más civilizadas’, decían al poner a buen resguardo el botín extraído del campamento minero donde nacieron y explotaron sin piedad, como solía decir el periodista Rafael Poletto.

Para un grupito era lo bueno, incluso la protección de las armas de la república, del soldado vuelto contra el pueblo para protegerlos, para una inmensa mayoría era la cola desesperante en una parada de jeeps donde aguardaban para subir a uno de los incontables cerros llenos de hacinamiento, marginalidad y en manos de delincuentes, a pasar una noche en zozobra oyendo disparos, rogándole a Dios no tener que necesitar salir esa noche por alguna emergencia médica, porque era aguantar hasta el otro día o arriesgarse a morir en las sombras de un callejón.

Un grupo lo tenía todo, una inmensa mayoría, nada. Eso lo aprendió pronto el joven Joaquín Garcés, y contra eso levantó su voz de protesta, prestó su cuerpo, su corazón; por ello daría su sangre y su vida. Era su credo, la razón de su existencia. Su odio. Y sin embargo, dejándose caer con un gemido largo, lleva rato castigándose, con cada músculo doliéndole, nada de eso ocupa su mente en estos momentos. Medio inclinado, enderezarse le duele, igual que bajar totalmente los brazos, se deja caer en el banco de cemento donde su madre separa las ropas de colores para su lavado. Brilla de un sudor cálido y oleoso que le quema un ojo, su boca casi resuella. No piensa en sus enemigos, ni en su tarea, su misión… Lo que lo tiene mal, aquello que lo lastima es recordar un dulce rostro al que desea ver por encima de todas las cosas, unos ojos que siempre lo miraban con impaciencia, casi acusándolo de algo (Joaquín había llegado a preguntarse qué había hecho en esta vida para que esos ojitos lo miraran así, con tanto rencor a veces), en una boca que no se cansaba de besar cuando estaban juntos, a la que ha cubierto infinidad de veces, sintiéndose derretido por dentro al hundir su lengua, saboreando de forma codiciosa, mientras endurece todo por fuera, apretándose contra ese cuerpo con el que ya soñaba por las noches.

Cierra los ojos sintiéndose morir, presa de una rabia infinita, no, más que eso, pesadumbre… porque aquella hermosa locura que le hace arder la sangre y las carnes, había terminado bruscamente, en medio de miradas de odio. No, tiene que reconocer con un infinito pesar, sintiéndose arrecho consigo mismo, no era odio lo último que brilló en su mirada. Bota aire, se endereza, le molesta sentirse así, impotente, maniatado, frágil; esa vaina no le gusta porque lo debilitaba, a él que era fuerte como un caballo, para halar y acarrear gente, y enfrentar a sus enemigos. Mira sus manos, eran grades y fuertes, las cierra y repara en sus nudillos, la mano derecha muestra claras señales de raspaduras. ¿Cómo pudo gritarle todo eso? ¿Cómo pudo mirarlo con tanto odio y gritarle que no era más que una maldita basura? Se estremece, aún ahora, al recordar todas esas palabras que lo lastimaron saliendo de esa boca que tanto le gustaba. Lo había visto todo rojo y levantó su mano con odio, con furia. Todo degeneró y golpeó y golpeó, sitiándose bien en ese momento, dejando salir lo que era, un hombre, coño, un macho que no podía ser ofendido así. Le hizo sentir bien derribar y hacer sangrar. Fue cuando ocurrió.

Cuando golpeó vio la sorpresa brillar en esos ojos, luego la rabia y las ganas de defenderse, pero con los nuevos puñetazos encontró odio… y finalmente miedo. El miedo brilló en esos ojos. ¡Le tuvo miedo! Y eso le provoca un estremecimiento de dolor, ¿cómo pudo imaginar que…? Dios, él jamás le haría daño, ¿acaso no lo entendía? ¿No sabía lo que sentía? Se dejó llevar por su mal genio, por su rabia, por el rencor de oírle decir todas esas vainas (“Eres una maldita basura”, todavía escuchaba las palabras flotar en el aire). Lanzando un furioso maldita sea se pasa los dedos por el corto cabello algo alzado por naturaleza. Siente que quiere morirse, gritar, emprenderla a patadas contra el banco para dejar salir ese dolor, esa frustración que ni casi una hora de atormentarse con flexiones ha logrado curar. Abre los ojos y jadea, sintiéndose infinitamente triste.

-Maldita basurita, ¿por qué me tratas así? ¿No sabes que me gustas, que me gustas mucho? ¿Por qué me lastimas de esta manera, Adrián? –susurra plañidero, y decir el nombre del otro lo llena de una cálida oleada de rabiosa ternura, de insatisfecha ira, como lo era todo en su vida.

-¿Joaquín, mijo…? -escucha la queda voz.

La sorpresa casi lo hace saltar y gemir, levantando los ojos y enfrentando la mirada inquieta de su madre. El corazón del joven palpita salvajemente; su vida, esa vida que ocultaba del sol, del cielo, de la vista de todos, era su secreto. ¿Lo habrá escuchado su mamá llamarlo?
…..

Vicky llega a lo alto de las escalinatas, indiferente a la gente a su alrededor, pero diciéndose íntimamente que ningún cardiaco podría subir por ahí. ¿Quién proyectaba plazas así? De reojo repara en la estatua ecuestre de Simón Bolívar, y no puede evitar una melancólica sonrisa recordando a un buen amigo hablando del prócer:

-Simón Bolívar demuestra que los muertos no salen un carajo, si no ya habría estrangulado al maricón ese que no se cansa de cagarse en su memoria.

Palabras textuales. Su sonrisa, trémula, muy tristona, se ensancha un poco, era increíble que un ex profesor de bachillerato hablara siempre así sin medirse de en dónde lo hacía o qué decía. Aunque siempre había oído que la gente más lenguaraz eran precisamente los maestros, seguramente una de esa ligerezas que todo el mundo repetía. Tan distraída va pensando en ello que cuando la figura sale de detrás del pedestal, encarándola, casi chocan. La joven deja escapar un leve gemido ahogado, de profunda sorpresa, pero había más, como dolor.

Frente a ella se encuentra un tipo joven, tal vez de unos veinticinco años de edad, no muy alto a decir verdad, sacándole únicamente una cabeza a la joven. Es de rostro delgado, de barbilla cuadrada, piel blanca algo amarillenta, ese tono cobrizo que tiene en este país aún el hijo del más europeo. Su cabello es increíblemente negro, como sus ojos no muy grandes, y lo lleva echado hacia atrás a fuerza de gelatina. Su frente parece despejada, algo ancha, la nariz es recta. Y en conjunto, se ve bien, porque una fuerza interna, nerviosa y vital, parece hervir en su interior. En sus ojos era posible mirar hacia una habitación llena de vida, que también podía cerrarse. En esos momentos parecían arder, allí, de pie, con las manos en los bolsillos de su pantalón, uno azul oscuro como el saco que le da un aire de empleado bancario incluso por la corbata, que parecen baratones. En esa mirada había dolor, pero también resentimiento y ella lo entendió con un estremecimiento de profundo pesar. Cuánto podían lastimar aquellos a los que se amaba. De las pocas cosas o personas que podían herirla horriblemente, aquel joven era uno.

-Hola, Victoria. –dice él, con una voz baja y controlada que luchaba por salir de su boca. Ella lo mira alarmada, dando un paso atrás.

-Armando… -susurra, casi sonriendo, con los ojos empañados; dolida por la rabia y acusación que lee en esos ojos, pero contenta de verlo, de tenerlo ahí y mirar su carita de hombre enamorado a pesar de todo. Con medio paso más, atrás, choca de alguien. Se vuelve y ahora si deja salir un chillido casi involuntario.

-Hola, nena…

La joven con ojos muy abiertos mira a la persona que subió detrás de ella por las escaleras. Es un mocetón casi de la edad del otro, terminándose allí todo parecido. Este era alto, fornido, cargado de hombros, bíceps y muslos. Su cabello es claroso, tipo bachacón. Sus ojos son amarillentos, y la mortecina luz de la tarde parece hacerlos luminosos y abiertos. Y era más abierto. Él estaba molesto, odiaba estar allí y eso se leía fácilmente, sin dobleces, sin matices profundos. Un viejo y desgastado jeans, casi obscenamente ajustado sobre caderas y nalgas, así como la franelita roja y una chaqueta que ni de lejos, y en lo oscuro, podría confundirse con cuero, denuncian una posición algo más precaria. Es un tipo que resulta increíblemente llamativo para el sexo femenino, hay algo armonioso en su rostro, en su manera de hablar y de reír, aunque sólo dijera imbecilidades (como pensaba el otro con rencor y algo de envidia). Su cuerpo parece haber sido hecho a propósito para atraer miradas sobre sí.

-Enrique… -jadea ella, desfallecida, con su pecho agitado, subiendo y bajando rápidamente, casi con esfuerzo. La joven sabe que enfrenta un delicado momento en su vida, algo que puede resultar definitivo; se le dijo que así sería pero ni así lo creyó del todo.- Enrique… -repite ella mirándolo cálida, llena de amor, de dudas, sufriendo; y repara en que él responde, como aflojándose un poco, como mirándola con menos rabia, era eso lo que brillaba en sus ojos. El buen Enrique… piensa con amor la fémina.

-Vicky…

-¿Qué haces aquí? –se controla la joven, mirándolo fijamente antes de volverse y encarar a Armando.- ¿Qué hacen aquí… juntos?

-¿Hay algo malo en que nos encontremos, Victoria? Pensé que eso era lo que deseabas, ¿no? –replica este tragando saliva, mirándola de forma atormentada, furioso. Es vergüenza, humillación y dolor lo que arde en su alma, se siente… traicionado, traicionado por ella, su chica, la mujer a la que ha llegado a amar tanto sin darse cuenta de cuándo sucedió. ¡Ella lo había traicionado con ese tipo!

-Armando, por favor… -la joven no le ruega que se modere, no le pide que no le hable así; ella desea que deje ese pesar, ese dolor que parece quemarlo porque sabe que eso lo hace infeliz, y que sufre, y eso la lastima más que cualquier cosa que pueda decir.- No me gusta verte así…

-¿Y cómo se supone que debo estar cuando me entero que la mujer a la que quiero no sólo ha estado engañándome, que un día me sale con el cuento de que ama a otro sujeto, un gorilita que…?

-Ten cuidado con tu boca, pana, o te la borro frotándote esa fea carota contra el piso. –gruñe Enrique, belicoso, viéndose peligroso, alzando una mano.- ¡Y no le hables así a mi novia! –casi gruñe. Armando lo mira furioso.

-¿Es que acaso no has entendido todavía lo que pasa? ¿Lo que quiere Vicky? –se desespera al ver al otro como extraviado. Clava sus ojos furiosos en ella, que se revuelve inquieta, bajando la mirada.- ¿Cómo puedo aceptar que la mujer a la que quiero, ama también a otro hombre, y que acepte que tú quieres que yo te comparta con él? –casi grita en el colmo de las desesperaciones. Ella bota aire, levanta la mirada y lo encara, hermosa, decidida, pequeña pero fuerte.

-Me han estado compartiendo durante semanas…

CONTINUARÁ…

Julio César.

lunes, 23 de junio de 2008

LO COTIDIANO

-Bueno, compadre, ¿por qué me mira con esa fijeza y esa boca abierta? ¿No me había visto sin camisa antes?

Julio César.

LA NOCHE DE SOBELLA

El día quince de agosto de dos mil cinco, el país se había ilusionado con la esperanza de salir del desastroso gobierno de Hugo Chávez. La gente ya estaba cansada de años de prédica estéril, de decir una cosa, atacando, descalificando, crítico y duro, mientras se hacía otra totalmente distinta, de forma completamente descarada. La entrega del país por pedazos; la deliberada destrucción de la mayor empresa, la única que sostiene a todos, PDVSA, pensándose en un remate final al mejor postor; las persecuciones políticas; los juicios amañados; los asesinatos; las agresiones; el maltrato de conciudadanos a manos de cubanos; el odio mondo y lirondo que el Líder exhalaba y sus complejos de inferioridad, habían rebasado el plato. La gente quería salir pacíficamente de ese problema.

El resultado es conocido ya de todo el mundo, de forma sorpresiva, que nadie creyó, el presidente Hugo Chávez fue declarado vencedor de la prueba electoral por un Consejo Nacional Electoral nombrado para eso, con un trío de curiosos personajes que debían representar a las mayorías ciudadanas, donde uno de ellos, Oscar Battaglini, se declaraba chavista de uña en rabo de propia voz; otro, Francisco Carrasquero, se llamaba imparcial y poco después era nombrado magistrado del Tribunal Supremo de Justicia, por el Gobierno; y el otro, Jorge Rodríguez, terminó como Vicepresidente de la República. Y aunque este trío, que conformaba la mayoría y desidia todo lo que se hacía o no dentro del organismo, y controlaba todo lo relacionado con el referéndum, fueron denunciados, ni el Centro Carter, la OEA o el llamado Grupo de Amigos de Chávez, los objetó jamás. Ni siquiera después de que consiguieron sus nuevos cargos, algún miembro de estas organizaciones hizo un señalamiento.

De ese día infausto, recuerdo claramente el valor de dos mujeres singulares. En un país de mujeres corajudas (cuando se escriba la historia de estos tiempos las féminas alcanzarán alturas épicas), dos dieron la tonada del triste día dieciséis: Marta Colomina y Sobella Mejías. Cada una, dentro de su campo, libró la gran batalla de resistencia, fueron oídas por muy pocos. Pocos intentaron hacer algo. La mayoría guardó silencio y las dejó a su suerte.

El Gobierno intentó por todos los medios evitar el referéndum. Lo primero que hizo fue desestimar y desconocer el primer intento realizado para recolectar las firmas para hacer la petitoria. No habiendo separación de poderes, la ciudadanía no tuvo a quién ocurrir ante tal pretensión. Se hizo una segunda recolección de rúbricas, pero entonces salieron con el cuento de que la gente no había escrito por sí misma en los cuadernos donde se tomaban los datos, dándose a la recolección, el mismo día del hecho, la denominación de mega fraude. Así lo llamó el Presidente en persona, y el resto de los acólitos repitió como loro. Se dijo de las firmas planas que eran inaceptables. Y al cometer un magistrado del Tribunal Supremo de Justina, de la Sala Electoral, Alberto Martini Urdaneta, honesto y valiente, el delito de decir que esas firmas sí eran validas para pedir un revocatorio, la jauría se le lanzó encima. Se le desobedeció y se le separó del cargo, sin que las fuerzas de oposición hicieran un amago siquiera de apoyarlo; mientras Brasil, Argentina, la OEA y España gritaban a coro: así, así, así es que se gobierna.

Lo curioso fue que para varios de los llamados diputados de la oposición, cuando se recolectaron firmas para sacarlos de la Asamblea Nacional, se notó que estas eran ‘planas’; sin embargo esto sí ya no era un problema ni era una irregularidad en este caso, como Carlos Escarrá no se cansaba de repetir, el otrora hombre de leyes, envilecido ahora por las mieles del poder. No, las firmas planas sólo eran ilegales cuando estaban en contra del Gobierno. Nuevamente Brasil, Chile y Argentina admiraron el tino democrático y legalista del Régimen: lo bueno para mí, lo malo para ti.

Cuando al Gobierno no le quedó más remedio que aceptar que se recolectaron las firmas, rebajando el número de ellas para hacer creer al tonto, imagina uno que en España o en la redacción del The New York Tames que no era tanta la gente que odiaba al Líder, se blindó el tinglado del Consejo Nacional Electoral. De los cinco rectores que debían dirigir y controlar los comicios, que se suponía debían ser elegidos por la sociedad civil, y aunque la gente gritó que todo quedaba en manos de una mayoría gubernamental (Carrasquero, Battaglini y Rodríguez), dejando a sólo dos para la ‘oposición’ (Ezequiel Zamora y Sobella Mejías), estos últimos quedaron completamente alejados de toda dirección de control. El Centro Carter, César Gaviria, Brasil, Argentina y Estados Unidos se aprestaron a avalar tal situación.

Comenzaron las denuncias de que se cedulaban dos y tres veces a las mismas personas, que se nacionalizaba a gente sin los requisitos, y que el fiscal de cedulación, que siempre era representante de la oposición para equilibrar a la dirección de identificación, en este caso pertenecía al partido de Gobierno. Se dijo que los equipos traídos para el voto computarizado eran poco fiable, primero porque sólo el Gobierno tenía acceso a los programas y al control de las máquinas; segundo, porque había sido demostrado que era posible saber por quién votó cada persona en pruebas en vivo; y por último que los resultados podían ser modificados con tan sólo iniciar un programa oculto. Eso se gritó en muchos programas de televisión, en la radio y en la prensa. Marta Colomina, Patricia Poleo, Nelson Bocaranda y otros lo manejaron casi como tribuna abierta y diaria, con expertos que alertaban del problema, aunque los llamados líderes de la oposición daban toda clase de garantías de que era imposible hacer trampas con el sistema, y que las elecciones estaban blindadas contra el fraude. Fue más la acción de esta gente, que la propaganda electoral, la que hizo creer a la ciudadanía que de esta forma se podía salir del problema en el que se metió Venezuela botando por un hombre que juró convertir a su país en otra cárcel como Cuba.

Con estos políticos llamados de la oposición pasaba algo muy extraño, mientras todo el mundo veía peligros y sombras de fraude, incluida la excelente gente del grupo SÚMATE (odiados por Gobierno y oposición, por eficientes), ellos auguraban un final feliz, con un presidente Chávez reconociendo su derrota y marchándose dignamente (ja), como si del viejo Raúl Leoni, el gran demócrata que dijo que si perdían por un sólo voto entregaban el coroto, se tratara. Por mucho tiempo estos señores gritaron que este era un Gobierno autoritario, tramposo y delictivo con tendencia dictatorial, pero en el fondo no lo creían. El peligro que el hombre y la mujer común percibían en cada acto del Régimen, era algo desconocido para ellos, demostrando que eran una generación de políticos incapaces de enfrentar, dirigir u organizar nada. Ya no digamos de ‘cobrar’ un resultado electoral; el problema estuvo en que hicieron creer que si podían. Estafa, creo que le llaman a eso.

Los grupos de vigilancia ciudadana denunciaban que se cedulaba muchas veces a los mismos grupos pregobierno, que se negaban las auditorias al registro electoral, y mucho menos se permitía su publicación (¿cómo explicar tantos inscritos sin dirección fija?), que se procedía al negoción de las máquinas, que tampoco fueron auditadas, a no ser por aquellas que escogieron los rectores electorales puestos ahí por el Gobierno. Sin embargo, el Centro Carter, la OEA y los observadores internacionales no vieron en ello ninguna irregularidad. Según ellos, eso siempre se hacía así, aunque meses después se asistió a la escena más dantesca en los últimos tiempos, cuando Jimmy Carter, mostrándose como el cínico sin escrúpulos que es, denunciaba y se oponía tajantemente al uso de máquinas electorales en Estados Unidos, ya que eran susceptibles de ser alteradas y sus resultados eran poco confiables. ¿Alguien le preguntó por qué se negaba allá a lo que aquí favoreció? No, las respuestas podrían ser muy bochornosas para el gran país que un día lo hizo presidente.

¿Hace falta hablar de ese día quince de agosto? Fue soleado, las colas fueron largas y con muy poca movilidad, parecía algo hecho a propósito para desanimar a los votantes, pero la gente aguantaba. Cosas curiosas se sucedieron sin parar, la gente, frente a la Guardia Nacional, hablaba de forma clara y alta que ya era hora de buscar un cambio y dejar la peleadora. Cuando alguien miraba a un conocido dentro de la cola le gritaba: ¿vas a votar? Este respondía: claro que ‘sí’, en clara alusión a su preferencia. Algo extraño, ya que el venezolano siempre había mantenido cierto respeto a la no propaganda en esas colas. Mientras caía la tarde comenzaron a llegar los resultados a pie de urna, tanto de los partidos políticos como de los observadores internacionales, también los que dejaban filtrar los testigos de mesa. Todos los esperaban con ansiedad.

La Casa del Partido del Gobierno lucía solitaria en horas de la tarde; y una alocución del Vicepresidente de la época, José Vicente Rangel, más bien sonaba a despedida. Un aire triunfalista comenzó a manifestarse dentro de la oposición. Pero el Consejo Nacional Electoral nada soltaba, dejando correr las horas, negándose a cerrar las mesas de votación aún pasada las ocho de la noche. Las horas pasaban y pasaban y los benditos primeros resultados nada que se anunciaban. La gente, pasada las doce de la noche, se retiró a dormir, sintiéndose aliviado no sólo del resultado que veladamente ya manejaban las televisoras, los comandos de campaña de los partidos y aún la prensa internacional, sino que parecía que todo transcurriría con tranquilidad, sin necesidad de llegarse a una guerra interna.

Sin embargo una voz de alarma estalló con toda crudeza a tempranas horas de la madrugada, cuando dos de los rectores principales, aquellos asociados a la oposición, aparecieron frente a las cámaras de televisión. Quienes aún se mantenían pendientes de las noticias, se inquietaron ante la vista de esos dos, que se notaban agotados, furiosos e impotentes. Eran ellos un Ezequiel Zamora de mirada mortecina, cansado, como hastiado de tratar con este país; y a su lado, Sobella Mejías, esa mujer de porte sencillo, de doñita de casa de clase media alta. Fue ella quien llevó la voz cantante, la que estaba ahí y la destinada en ese momento para dar el grito de alerta. Con rostro desencajado, ojos muy abiertos, asustada, mirando hacia los rincones como si temiera que en cualquier momento apareciera la Policía Política, la DISIP, que la arrastraría fuera de foco hacia un calabozo, habló. La mujer con voz tartajeante, de miedo, de verse de pronto impulsada a un papel protagónico que tal vez no había deseado, pero sintiendo eso que llaman la voz de la conciencia y la llamada de la historia, denunció lo increíble.

Mientras los cómputos iban llegando a la sede principal de CNE, un grupo de técnicos relacionados todos con el Gobierno, con otro grupo de técnicos cubanos, se habían encerrado en la Sala de Totalización, de donde ella, a pesar de ser una rectora principal, fue sacada con malas caras y tratos por la Guardia Nacional, y se le impidió la entrada al otro rector cuando éste quiso protestar por esa arbitrariedad. Los llamados observadores del Centro Carter, de la OEA, y de países cómplices como Argentina, España y Brasil, también fueron retirados y no se les permitió la entrada nuevamente. Todo eso fue denunciado por esa mujer que abría desmesuradamente los ojos: que las actas electrónicas, los resultados, estaban llegando y se hacían manipulaciones a espaldas del país y de los observadores, de las que ellos (ella y Ezequiel) nada sabían. Ella llamaba al pueblo de Venezuela para alertarlos, no sabía qué estaba pasando con las actas y los resultados computarizados, ni lo que podría ocurrir con ellos en esa encerrona. No lo dijo con todas las letras, pero estaba implícito: ¡los habían sacado de allí para invertir los resultados! ¡Para hacer trampa! Un fraude mondo y lirondo, donde ellos sacaban sus propias cuentas y, oh, sorpresa, les daban como querían. Pero ella no pensaba permitírselos. Lo gritó, lo denunció, lo otro sería la salida a las calles de la población, capitaneados por los políticos. Que se armara la ucraniana, pensó la mujer para sus adentros, y que Dios cuidara de todo el mundo, pero eso no podía quedarse así. Seguramente también contaba con la colaboración de los llamaos observadores, que habían constatado en vivo las irregularidades (¡qué inocencia!).

Menos de dos horas después, con su cara muy lavada, el señor Carrasquero repetía unos resultados que en horas de la tarde ya los canales estatales habían repartido en varios medios de comunicación a nivel mundial, coincidiendo a la maravilla los números, cosa de pitonisos. Lo que vino después fue la estupefacción. El país quedó silencioso, en shock. La oposición no entendía qué había pasado, los seguidores del Gobierno tampoco salieron a celebrar esa madrugada del dieciséis, así como todo ese día. Nadie podía creerlo. Y en medio de ese silencio de depresión, de engaño, de muchas lágrimas de frustración, una voz se levantó con furia, con amargura, decidida, resuelta y valiente, doña Marta Colomina, quien desde su programa mañanero en ese que otrora fue un canal libre, TELEVEN, llamó fraude al fraude, mientras otros intentaban recular o suavizar los términos. Lo dijo con rabia, con voz dura, tanto que muchos de sus invitados parecían algo temerosos. Ella y el fallecido Jorge Olavarría, un hombre que había defendido y encumbrado a Chávez, repudiándolo al saberlo un demente peligroso para la salud de la patria, hablaron con toda la hiel del desencanto esa mañana.

De ese infausto dieciséis de agosto, se levantaron voces discretas como la de Mari Pili Hernández, una periodista radial defensora del Régimen, quien pidió ponderación en los comentarios y que dejara de hablarse de fraude, ya que eso dividiría más al país y creaba un caldo peligroso para la paz. José Vicente Rangel, Vicepresidente para el momento, llamaba a la calma, que la vida republicana continuaría. Del resto, los políticos brillaron por su ausencia, tanto los del Gobierno como los de la mal llamada oposición, gerentes para tiendas, pero no para administrar tiempos duros y de batalla. Y comenzaron los relatos de leyendas. Unos decía que César Gaviria, Secretario General de la OEA para el momento, furioso, amenazaba con irse del país sin reconocer los resultados ante la evidencia del secreteo en la Sala de Totalización, donde sólo el Gobierno estuvo presente para sumar los cómputos.

Era mentira, tal dignidad y resolución jamás existió. Para esos momentos Estados Unidos, embarcados en otro atolladero bélico en el Golfo, necesitaba lo que aún creía el suministro confiable de combustible desde Venezuela, y lo que menos deseaba era una guerra civil, como si esa fuera desición suya. Pero podían permitirse tal altanería, ya que es como dice el periodista Rafael Poleo, el imperio sí existe y es bien maluco. Otra leyenda hablaba de un joven técnico que salió corriendo de la Sala de Totalización y le dijo a un grupo de observadores que estaban invirtiendo el resultado del referéndum, siendo detenido inmediatamente por la Policía Política. La especie jamás pudo ser verificada. Lo cierto es que las cifras finales fueron, pero de orden contrario, las que todos los resultados a pie de urna daban en horas de la tarde el día anterior, dando como triunfador al “sí, si queremos salir del Presidente”.

Un grupo de espontáneos, llenos de rabia y desesperación, de impotencia, se reunió rápidamente en la plaza Altamira, a protestar contra el fraude. Es de justicia reconocer el valor de algunos políticos, casi todos del Comando de la Resistencia, al que pertenecen Antonio Ledesma, Oscar Pérez, y hasta el momento de su huida forzada del país, Patricia Poleo. Allí, respondiendo a la máxima de que muerto el perro se acaba la rabia, frente a las cámaras de televisión, un hombre bajó de una motocicleta y disparó contra los manifestantes, matando a la señora Ron (no Lina Ron). El Gobierno, más tarde, hizo lo imposible por decir que la culpa era de los reunidos, que había que enjuiciar al Comando de la Resistencia, como fue culpa de los marchantes del once de abril del dos mil dos, el morir por marchar. Por el asesino se hizo de todo para salvarlo, y ese juicio aún no termina. Sabe el Gobierno que cuenta con sus ‘documentalistas’ que luego saldrían a contar la ‘verdad’ en universidades idiotas y países creyentes de pendejadas, pero sobretodo con la complicidad de los que sí fueron informados de forma concreta y veraz, como el señor Lula da Silva, Ernesto Kirchner, la señora Bachelet y Rodríguez Zapatero.

De ese desastre electoral, del hecho de la totalización de los resultados en forma muy privada, presente únicamente los afectos al Régimen, y que luego uno de los rectores saliera para el Tribunal Supremo y otro a la Vicepresidencia de la República, nadie ha dado explicaciones. Ni Brasil o Argentina, ni Chile o España; se conformaron con hacer pensar que creían en aquella payasada, aliviados de que solamente mataran a una o dos personas en todo el territorio y ya. Para Lula y Kirchner, ahí radicaba el éxito. A Marta Colomina se la cobraron y salió de TELEVEN, casi condenándolo con su ida. A Sobella Mejías se le trató mejor, incluso se dijo que se le propuso, al salir dos de los rectores, el que fuera presidenta del CNE. Ella continuó allí, preparándose para las siguientes elecciones, las de gobernadores y alcaldes, que la oposición corrió a aceptar cuando Chávez lo ordenó. Él quería elecciones y había que complacerlo, aunque los resultados ya se sabían y que Marta Colomina se halaba los cabellos intentando explicárselos a la oposición. Era obvio que la maquinaria del fraude no iba a detenerse después de los buenos resultados obtenidos, la clara cobardía e incompetencia de la oposición y la carbronería internacional. Todos sabían que se perderían estados en manos de la oposición, como Miranda, Lara y Carabobo. Sólo Enrique Mendoza, Eduardo Lapi y Salas Feo, sus gobernadores para el momento, lo ignoraban.

Mientras se preparaban estas contiendas, mucha gente, incluido mi apreciado señor Rafael Poleo, criticó a Sobella Mejías por no hacer más para detener a esta gente. Todos la notaban tibia y callada. Pero para ese momento ya Ezequiel Zamora se había retirado y la correlación de fuerzas era de cuatro oficialista contra ella… Y seamos sinceros, ¿qué ganas de hacer nada podía tener esa señora? Esta mujer, una rectora principal, había sido agredida por la Guardia Nacional el ocho de febrero del 2005, siendo vapuleada e insultada, conociendo en propia carne de los atropellos, abusos y violencia del Régimen. Se dijo que se investigaría el hecho pero nada se hizo. Y sin embargo, esa madrugada del día siguiente al fraude, logró sacar fuerzas de flaquezas, y a pesar del temor, con alarma pero resuelta, dio la voz de alerta: hacen trampa, no me dejan ver qué hacen con los resultados, hay que pararlos, salgan todos a la calle. Eso dijo con tartajeos, sabiendo que el Régimen ahora podría ser aún más violento; pero con ese valor curioso de las mujeres, que no piensan en el poder inmediato, como los hombres, sino que sacan rápidas cuentas sobre la vida y bienestar de hijos, sobrinos, ahijados y nietos. Pero nadie salió, los políticos de oposición se mimetizaron con sus camas, escondiéndose. Ella debió verlo, con rabia, seguramente con algo de llanto en sus ojos, esa mañana del día dieciséis, y debió pensar: ah, ¿no harán nada?, jódanse. Ella hizo su parte, el país falló.

Sobella Mejías está ahora jubilada, alejada de los abatares públicos. Posiblemente dedica más tiempo a su carrera, es abogado y Magíster en Ciencias Políticas, de larga y honorable trayectoria en las faenas electorales. Tal vez se dedica más al cuidado de su casa, de un jardín, o al cepillado de una perra. Ella merece estar bien, en paz, pero seguramente no lo está, porque es una mujer realista, cabal e inteligente, y debe temer por el futuro de Venezuela bajo la suela del dictador cubano, el sombrío anciano líder de un sanguinario régimen que sólo ha sembrado muerte, dolor y miseria por donde ha pasado. Pero Sobella Mejías debe tener claro en todo momento que ella cumplió con todo lo que pudo para impedir tal descalabro. Tal vez antes o después de eso no realizó nada digno de unas líneas en cualquier reseña, pero esa noche, la noche del fraude, del robo, del engaño en complicidad con gobiernos pro dictatoriales, hizo lo que pudo por salvar a su país, puso en juego todo aquello de los que tantos hombres adolecieron en ese momento, bolas, incluido el valor de hacer lo correcto, lo necesario, así eso significara ser agredida, arrestada y vejada en un calabozo de la tenebrosa DISIP.

Esta mujer de rostro ancho y anodino, se convirtió esa noche, la noche de su vida, la noche de Sobella, en otra de esas féminas cuyo retrato cuelga en una larga galería de valor, determinación y coraje. Su conciencia está tranquila, los demonios del arrepentimiento y la culpa no la perseguirán jamás. Ella puede mirar de frente a quien quiera, explicando sus acciones o no, estos hablan por ella. Hizo lo que debía y eso debería bastarle para brindarle tranquilidad hasta el final de sus días, pero casi estoy seguro de que no es así. Venezuela continúa en la oscurana, esa de la que habló un día Alí Primera: en mi tierra los hombres han tomado partido, unos por la vida, otros en contra de ellos mismos…

Julio César.

viernes, 20 de junio de 2008

TRADICIÓN AÉREA CON INFANTES

En Venezuela, una costumbre que jamás he entendido referente a los recién nacidos, es esa de guardar el ‘ombligo’, ese cachito que queda en el bebé cuando cortan el cordón umbilical. ¿Para qué? ¡Misterio! Debe ser para algo de la suerte o cosa así; es una tradición viejísima, y contra ellas no se puede. Aunque… resulta curioso, por decir lo menos, que ahora exista el guardado de dicho cordón, por lo menos aquí hay una empresa llamada CELULAS MADRES DE VENEZUELA que habla de preservarlas, para investigaciones posteriores y tiramientos médicos si hace falta. Extraño, ¿verdad?

Pero esta costumbre es una inocentada, o por lo menos no es tan escandalosamente inquietante como lo que ocurre en el pueblo de Musti, en Solapar, Maharashtra, en la India. Desde la mezquita local, a una altura de veinte metros, los recién nacidos son arrojados desde ahí, a manos de los devotos que lo reciben abajo con una enorme lona. Se supone que a ello están obligados las parejas devotas que han concebido un hijo después de tomar los votos, cosa que asegura larga vida, y vida saludable, a los infantes (si no pelan la lona). Se asegura que en quinientos años que lleva practicándose dicho ritual, jamás han tenido una pérdida. Por mi parte lo encuentro difícil de creer, la falta de bajas, no el ritual en sí.

La página donde leí sobre ello, perteneciente a un TioTaum (tiotaum.blog.com, quien muestra una graciosa imagen de sí), cuestiona el ritual con frases como: costumbre absurda y peligrosa que raya en lo cruel y que debería ser impedido por las autoridades. Personalmente creo que tiene razón, aunque siempre es difícil opinar sobre las costumbres y creencias de otras personas. Hay muchas que alarman. A mí me cuesta entender la circuncisión, y más horrible todavía es la mutilación del clítoris en las mujeres que se practica aún en algunas aldeas africanas (porque, según, no necesitan de ‘eso’). Y ni el que digan “así se ha hecho siempre”, me parece justificativo. Aunque respecto a la circuncisión hay quienes opinan que es mejor y más higiénico para los hombres. De lo que pasa en Musti, yo sólo puedo ver bebitos llorando. Y aquí volvemos a lo mismo, entonces ¿qué decir de las orejitas perforadas de las niñas a los días de nacer?

En fin, estoy muy de acuerdo con TioTaum respecto a esto. Alarma a cualquiera imaginar a esos bebitos rojos de presión, con sus boquitas abiertas en un largo grito ahogado, con sus ojitos abiertos al máximo, o cerrados por el esfuerzo de llorar, mientras caen desde esa altura, chocan de la tela y rebotando varias veces, totalmente aterrados. Pero eso ocurre. Seguramente a muchos les parecerá interesante de presenciar; por mi parte… paso sin ver.

Julio César.

DISCIPLINA NECESARIA

-No me interesa que vivas al lado, seas amigo de la casa o que estés en la universidad; te dije que no me filmaras con esa cámara. Ven acá que voy a montarte en mis piernas y a darte una tunda.

Julio César.

sábado, 14 de junio de 2008

…desde el MAR DEL NORTE… POESÍA

Miradas

A veces temo mirarte y que descubras mi corazón.

Ya no puedo dejar de mirarte…

Hay hombres que nunca partirán,
y se les ve en los ojos,
pues uno recuerda sus ojos
muchos años después de que han partido.

posted by Mar del Norte at 8:53 PM 9 comments
......

Que me disculpe Mar del Norte, pero necesitaba tener esta entrada aquí. Por dos motivos; porque es hermoso lo que dice... y últimamente no tengo mucho tiempo para escribir. No sé, y me admira, como hacen algunas personas para decir tanto con tan pocas palabras. Yo no puedo. Para mí este fue un momento clave en la película, cuando comienzan a hablar de lo que son, pero al mismo tiempo ya sentían eso que era tan grande y tumultoso que los ahogaba. Recordarán que después de esto, Jack tuvo que gritar y satar como un vaquero de comiquitas. Gritaba y se agitaba para intentar aligerar la carga emocional que lo atenazaba en ese momento: su gran amor por ese otro carajo. No debe ser sencillo para nadie, hombre o mujer, hetero o no, encarar un momento así: Dios, ¿me amará? ¿Sentirá lo mismo que yo? ¿Y si me dice que no? No, no es fácil, por eso es de admirar el valor de aquellos que saltan sobre sus dudas y miedos, y encaran su verdad, sea para probar la miel de la dicha en otros labios, o para lamer sus heridas cauterizadas en amargo llanto. Pero sabiendo a qué atenerse.

Julio César.

HUMMM… ¿SERÁ VERDAD?

Todo parece indicar que la presión ciudadana a veces (raramente, muy de vez en cuando) logra resultados. Este domingo, Chávez, en su programa (realmente fue el lunes, yo ni enfermo y amarrado a una cama miraría Alo Presidente) dio noticias increíbles por lo desaforado, dando la medida de lo que ocurre. Desde hace tiempo el Gobierno viene en una de rectificaciones de última hora, tan solapadas que uno ni cuenta se da, que resultan extrañas. Hace poco el Ministro de Educación, Adán Chávez, propuso un nuevo currículo educativo donde toda individualidad era eliminada, la educación religiosa era desterrada, y quedaba en manos del estado todo lo que estaba bien o mal (¡Dios!). Se dijo que era una maravilla y que se implementaría así saltaran sapos o ranas (es decir, democráticamente). Pero debieron rectificar porque maestros, representantes y estudiantes alzaron la voz, educadas, respetuosas, pero de forma brava, decidida, aunque se les acusaba de esto y aquello, o se les tildaba de todo desde lo que antes era el canal de estado (VTV) convertido en una cloaca ahora (hasta escatológicos se ponen en el aire). Luego llegó una medida populista destinada a rebajar el pasaje urbano. Creyeron comérsela, que la gente saldría a aplaudirlos, y que los choferes se la calarían porque no era bueno enfrentarse a un Gobierno como este que ya ha robado, confiscado y quitado muchas cosas. Los choferes se paralizaron, dos días, sólo dos días y amenazaron feo… si nos traicionas iremos contra ti. Y la rebaja debió ser eliminada, porque sólo hay algo más feo que un paro de transporte (aquí o en España) y es que la gente no saliera a dar vivas por la medida.

Como los canales de TV, tipo RCTV Internacional y GLOBOVISIÓN, viven pasando segmentos de declaraciones oficiales en el canal estatal, VENEZOLANA DE TELEVISION, donde ministros, militares y asambleístas quedaban como ignorantes y mentirosos (¿de dónde saldrían tantos… fenómenos?), al señor Izarra, el Ministro de Propaganda, se le ocurrió la genial idea de cobrar en millones de bolívares viejos el segundo (si, el segundo) de transmisiones que estos hicieran de la señal. Pronto el Gobierno revocó la medida porque cayó en cuanta de que si los canales privados no transmitían las noticias oficiales, que únicamente se declaran en el canal controlado porque allí nadie les pregunta aquello que no esté en el libreto, el pueblo no se enteraría de nada, ya que hasta los chavistas prefieren ver GLOBOVISIÓN donde sus problemas son sacados al aire (en VTV no), o ver RCTV, a calarse los canales controlados y entregados (es que son realmente malísimos). ¿Donde entonces se enterarían que el Presidente hará, mejorará o resolverá (siempre conjugando en futuro)? No, era un invento que salió mal, simplemente una halada de mecate más de un hombrecito poco talentoso pero retrechero, eso sí. Y bastante maltratado físicamente que anda Izarrita.

Pero lo de este domingo 8 de junio fue lo cumbre. Nada más el día sábado me reencontraba yo con mucha gente conocida en la marcha que protestaba por un año del cierre de RCTV, y la implementación de la ley GESTAPO, temiendo todos que semejante monstruosidad tomara cuerpo, y a otro día la revocan, o por lo menos su padre renegaba de ella (¡esa no es hija mía!). Por cierto, el sábado eso estaba lleno. Había tanta gente que me sorprendió. Esas leyes autoritarias asustaron a todo el mundo. Pero a pesar de eso ministros y asambleístas, con ese airecillo de quien cree que engaña a una pila de bobos, decían que eso no era así, que la gente deseaba esa ley. Pero ¿qué pasó el domingo? El mismo Chávez dijo que esas leyes eran una barbaridad y que él jamás las aprobaría, regañando a la gente involucrada en su redacción. Uno se alegra, pero no le cree nada. Él dijo, dos semanas antes, que llevaban dos años redactándola; ah, ¿nunca la había leído? (y no lo crean, puede ser, todo es posible en la dimensión absurda). Lo otro fue declarar que la guerrilla colombiana ya no tenía razón de ser, que debían dejar en libertad a sus rehenes y buscar nuevos caminos de lucha (política). La verdad es que uno no entiende como el cuello no se le fractura con semejantes volteretas. Debe estar hecho de goma.

Sí, parece que algo de sensatez se filtra a veces. Pero muy poca gente lo cree. Al parecer las encuestas que legaban a Miraflores, a las que ahora sí le pararon y no como en diciembre cuando se les dijo que la gente le cobraría el cierre de RCTV con el resultado de la aprobación o no a la reforma constitucional, y el Presidente no quiso arriesgarse a otra derrota, ya que esas medida ponían en peligro las elecciones de noviembre. ¿Quién iba a votar por semejante seres? También se dice que los militares, cansados ya de la tutela e injerencia cubana, no deseaban nuevas leyes confiscadoras y dijeron claramente que no. Como sea, Chávez, quien tiene la cara de piedra, dio esa sorpresa. Pero fue una dura e inquietante batalla. Mujeres como Rocío San Miguel, Cecilia Sosa, amén de todos los abogados de trayectoria en este país, dieron esa guerra, denunciando tantos entuertos. Fueron valientes. Periodistas como Roberto Giusti y Leopoldo Castillo (El Ciudadano), en GLOBOVISIÓN; Miguel Ángel Rodríguez y La Bicha en RCTV; y Marta Colomina en UNIÓN RADIO dieron la nota también, informando, con alarma, angustiados; acusados de mediáticos por aquellos que los sacaron del aire en muchos canales, o los persiguen en mil juicios, o controlan gran cantidad de medios… que nadie ve por falta de credibilidad.

Por ahora parece que se ganó una, pero con esta gente nunca se sabe. Aún quedan algunas reuniones en asambleas populares y de ciudadanos que se han articulado de forma asombrosa para informar, llamar la atención y vigilar. Todavía es pronto para sabe si todo quedará así. Por ahora no hay tiempo para mucho más.

Julio César.

¿QUIÉN NO AMA EL MAR?

¿Quién no baja a las playas para disfrutar y admirar sus bellezas? No es raro, en muchas playas, ver a chicos contemplativos, admirando con sensible excitación… esos atractivos naturales. Ah, sol, arena, agua y… amistades.

-Oye, Rubén, ven a ponerme bronceador, ¿no?

-¡¡¡Claro!!!

Julio César.

lunes, 9 de junio de 2008

ME DEJAS POR PRIMERA VEZ…

Vuelve, por favor. No me dejes solo.

Jack, inconforme con algo que no entiende o no expresa, se queja amargamente de las subidas con las ovejas al aprisco a pasar malas noches en lugar de quedarse en el campamento junto al fuego. Ennis se ofrece a vigilar…
……

Subes por primera vez a cuidar las ovejas y parte de mi paz se va contigo. Pensé que sería grato quedarme en el campamento, pero ahora entiendo que sólo lo sería si te quedaras a mi lado. No podré dormir, cómo si estaré pendiente de ti, soñando que regresa en medio de la noche, altivo, sonriendo, preguntándome si esperaba por ti, adivinándolo, antes de acaricia mi rostro, cayendo a mi lado y besándome.

Te vas y me siento culpable, con mis quejas te obligo a partir, y tú lo haces porque quieres que esté tranquilo, que el trato sea más justo para los dos… pero lo único que en verdad deseo en este mundo eres tú, estar junto a ti. Mis noches, cada noche, se llenan contigo; en mis fantasías vuelves una y otra vez y mi cuerpo es la guitarra que tocas a placer, que acaricias, que haces vibrar, tensar y estallar de vida, de alegría.

Me alejo por primera vez del campamento rumbo al aprisco y aunque lo nuevo me atrae y la noche es clara y hermosa, nada me satisface. Otra vez estamos separados. Subo con las ovejas y tú te quedas atrás. Dime, por favor, ¿es tu mirada ardiente lo que siento a mis espaldas, o son mis deseos de que me extrañes tanto como yo a ti? Te avergonzaste de quejarte, crees que me sacrifico, que será una tortura este viaje… pero tortura es estar junto a ti viéndote sonreír, oyéndote reír, y tener que apartar la vista, excitado y apenado de mis deseos, cuando lo único que quiero es mirarte, mirarte siempre y para siempre, a mi lado, junto a mí.

No podía seguir en el campamento porque de noche no duermo. Cuando cierro los ojos es a ti a quien veo, sentado en el aprisco, vigilante, atento, solitario, fumando, mirando a la noche en medio de la nada. Y en mis pensamientos deseaba subir, llegar sin hacer ruido y caer de sorpresa a tus espaldas. ¿Puedes creer tanta locura, mi querido amigo? Quería atraparte entre mis brazos, desde atrás, imaginando que si te resistías aún así te sometería, y hundiría mi nariz en tu cabello negro y sedoso, mis labios en tu cuello y te mordería y besaría, mientras todo mi cuerpo, caliente y duro se aferraría al tuyo; y en mis sueños respondes, te vuelves y mi mirada queda atrapada en tus labios suaves y rojos, en esos lunares y…

¿Estas pensando en mí? ¿Por qué me lo parece? Mi corazón late con fuerza, con angustia y esperanza. ¿Acaso estás pensando en mí, chico peón de hacienda? ¿Acaso me extrañas tanto como yo a ti?

¿Me estás llamando en verdad, muchacho de rodeo? ¿Es tu dulce voz pronunciando mi nombre la que trae el viento o son mis esperanzas? ¿Por qué me pareces que estás aquí, junto a mí, abrazándome con tu calor, con tu olor? Subo por primera vez y no sé si podré permanecer lejos de ti, esta noche te siento más cerca; me alejo pero creo que estás más unido a mí. Cómo deseo enterrar mis dedos en tu cabello, mi amigo, y atrapar tu aliento con mi boca, bajar mis manos por tu espalda y oírte gemir contra mí… Dios, ¿qué me pasa? ¿Qué es esto que tengo?

Regresa, por favor, regresa conmigo, y lo que quieras de mí te lo daré; lo que desees que sea, seré…
……

Sólo hay miradas que se siguen, silencios de tipos rudos que no conocen de ternuras ni de afectos, de muchachos que ya son hombres… y el acompasar de dos mentes en un mismo pensamiento, de dos cuerpos que se buscan sin darse cuenta, de dos corazones que laten a un único ritmo que llama al amor. Hay gente con suerte en este mundo.

Julio César.

ÉPALE…

Filosofando sobre nada en especial…

Hola, ¿qué tal? Aunque llevo muy poco tiempo escribiendo aquí, ha sido este un tiempo prolífero en entradas, aunque tal vez no en calidad (como en mi trabajo), como dicen. He escrito bastante. Mucho de algunas cosas como no se cansan de decirme quienes me conocen y únicamente me envían correos para quejarse de la parte más… seria del blog. Mucha política, dicen. ¿Y cómo no hacerlo? No se los he dicho pero soy bastante militante, y ahora debo marchar otra vez. Por culpa del Gobierno debo movilizarme. Ahora quieren imponer la llamada ley GESTAPO o la ley SAPO. El Gobierno sostiene que no hay nada malo en que una persona sea detenida sin una orden judicial, sin que esté un fiscal presente, sin mediar un motivo como no sea una sospecha o denuncia de que se está hablando ‘algo inconveniente a la seguridad’, o que una vivienda pueda ser allanada sin ningún otro formulismo como no sea una patada en la puerta, o las personas incomunicadas sin derecho a un abogado, o sin saber de qué se les acusa, y pendiente siempre de las pruebas que puedan aparecer después. Ni nada reprobable hay en una ley, calcada de los comandos de defensa de la revolución cubana, que obliga a los maestros a interrogar a los muchachos en las escuelas sobre qué hacen, dicen o piensan sus padres, o que estos interroguen sobre los maestros, amiguitos o las familias de los mismos. Dicen que lo usarán para bien. Pero muchos no les creemos y debemos movilizarnos una vez más. Esperamos que España, Chile y la OEA esta vez no los apoyen, de Brasil y Argentina no se espera mucho a este respecto, poderoso amigo es don dinero, y no todos tienen la flema británica.

Bueno, son problemas de nosotros, y de aquellos que deseen un régimen igual para ellos. Hablar sobre estas cosas fue uno de los tres objetivos que tuve en mente cuando comencé. Hablar mal, bien mal, de esta gente que nos desgobierna. Lo otro era saber si mis escritos podían parecer interesante, y hablar sobre Brokeback Mountain. He escrito mucho, pero todavía no sé si esto es de interés para alguien. De relatos de Brokeback recibí, en mi otro blog, una bonita y sentida reseña, un comentario intenso, donde se identificaba el autor (un amigo argentino, como le gusta la cinta es un amigo) con mucho de lo que sentía yo, el primero que recibí de cuatro en casi un año, eso me sostuvo en la tarea de escribir durante mucho tiempo.

¡Tiempo! A veces no se tiene. O no hay ánimos. Durante este tiempo he abarcado algunos caminos en este blog que no han prosperado. Hay cosas en las que me repetí, errorcitos que deben corregirse. En otro espacio, no en este, inicié algunos trabajos de historias propias (que no personales) como LUCHAS INTERNAS, RELATOS CONEXOS, ENCUENTRO EN EL INFINITO, y DIOSES Y DEMONIOS. No sabía cuando comencé que daría tanto trabajo llevarlas al mismo tiempo, es por ello que ENCUENTRO Y DIOSES, las paré por el momento… pero creo que nadie lo notó allí. Y es tan deprimente. Ahora quiero presentar y desarrollar aquí uno de esos trabajos, TRINITARIAS, aunque he andado algo errático en su publicación, aunque… no creo que muchas personas lean estas cosas, así que tampoco hay daño.

Bueno, mientras se me ocurra algo que escribir sobre Ennis y Jack, o encuentre algo hermoso escrito sobre ellos, seguiré aquí. Imagino que llegará el momento en que me fastidie, o ya no deseé abrir más esta entrada, ese día terminará todo. Últimamente he estado pensando en el último cuento, algo de realismo mágico, como las entradas que coloqué como Oz, o uno escrito por otro. Tengo uno en mente. Una belleza. Con él terminaré, en su momento. Ahora me gustaría expresar mi gratitud a este grupo Blogger.com, qué fácil es accesar un texto o subir una imagen, sin importar su tamaño; publicar una entrada es igualmente sencillo. No queda mejor mi plantilla porque no soy muy bueno con estos periquitos tecnológicos. Todo el que desee decir algo, debería utilizar este grupo e iniciar su propio blog. Todo el mundo tiene algo que decir, y siempre habrá al menos una persona que desee leerlo. Si lo hacen me avisan. Chao…

Julio César.

UNA DE OFERTA…

Armado para actuar…

Joven, saludable, ex marine, atlético, bien ‘plantado’… y se muda a tu residencia en la universidad. Una noche estudias, aburrido, llaman a tu puerta y allí está, recién bañadito, destacándose bajo la toalla, de mirada ardiente, voz ronca, baja y sensual, con el balón bajo el brazo.

-¿Quieres jugar conmigo? –te pregunta.

¿Qué le dirías? ¿Qué harías? ¿Te negarías? ¿Dirás que tienes que estudiar ecuaciones? ¿O caerás de rodillas, mirándolo con adoración y agradeciéndole al Cielo toda tu buena suerte… para hacer nuevos amigos?

Julio César.