jueves, 29 de mayo de 2008

FRONTERAS DE BROKEBACK MOUNTAIN

Cuando se habla de Brokeback Mountain es frecuente oír de personas que la encontraron maravillosa, increíble, pero deprimente y que nunca más la verían. Pero hay otros que la han visto y han sufrido de una forma intensa, por cuestiones muy propias e íntimas, pero que regresan una y otra vez a verla, en la sala, ante la gran pantalla, porque era necesario, como si de una dura enseñanza se tratara. Cuántas veces hacemos cosas de las que después nos arrepentimos, pero que se explican porque simplemente no se soportaba más; y cuántas veces no debemos oír los reproches de aquellos que dicen que estuvo mal lo que hicimos, sin detenerse a preguntarse por qué lo haría, si él o ella no son así. De un episodio de esos, quiero hablar aquí.

De los grupos encontrados en la Web, leí un relato que me pareció hermoso (doloroso en ese momento en que tan sensible andaba; vaina, estaba mal), y que quiero reproducir aquí, más como una adaptación a la venezolana. El sitio correspondía al blog de un tal UNANGEL, lamentablemente no recuerdo bien toda la dirección, creo que es español. Aunque sí hay algo que puedo decir de él, ama esta película… y a Jack Twist. Es de ese relato, FRONTERA, y de varios comentarios de sus amigos, que quiero hablarles aquí. Espero que no se molesten conmigo. Es más como un tributo a un cierto Jack que conocimos.

FRONTERA


-Deja que te quite la tristeza, gringo; déjame quererte…


El hombre avanza lentamente por la calleja oscura arrastrando los pies, con la vista baja, terriblemente avergonzado de verse expuesto así a las miradas insolentes de los putos que lo observan recostados de las paredes en penumbras. El caminante no quiere estar allí, se siente mal con tan sólo recorrer la calleja, pero no puede evitarlo. No quiere estar solo. No ahora, no esa noche, porque sabe que cuando finalmente se detenga lo alcanzará en oleadas grandes el dolor del rechazo, del desamor, de la crueldad del ser a quien tanto ama. Y esa noche cree que no podría resistirlo. No solo. Así que camina, alzando fugazmente la mirada, indeciso en lo que busca, engañándose a sí mismo, porque sabe bien que quiere encontrar un destello de cabellos claros, o un rostro enjuto al que pareciera costarle sonreír, una cara como tallada en madera. En las sombras, en otras caras, busca el rostro de alguien que no está allí, que no está a su lado, pero que, tal vez, en la oscuridad pueda imaginar que si, ahuyentando la pena y la soledad.

-Desea compañía… señor... –surge una voz de la oscuridad, de pronto. Una voz joven, fuerte, falsamente solicita.

El muchacho, un mexicanito muy joven a decir verdad, de actitud desafiante y ofrecida, está recostado de un muro y se endereza para que el gringo admire su postura. El joven entiende que lo sorprendió apareciendo así. El hombre no lo había visto ya que caminaba con la cabeza baja y el sombrero muy calado sobre los ojos, como si no deseara realmente ver lo que hay a su alrededor. Pero el joven, sabiéndose bien parecido, comprende cuando gusta y repara en que cuando al fin lo detalla, una sonrisa leve de aceptación, y algo de azoro, aparece en ese rostro, una sonrisa jovial y amistosa que casi eclipsa con su intensidad las penumbras del rostro, mientras asintiente con la cabeza.

El joven no necesita más y comienza a caminar hacia un callejón rumbo a la pieza donde atiende sus negocios, con el hombre a su lado. El muchacho sonríe leve en las sombras, notando como otros putos le lanzan miradas de envidia. Sabía por qué: había enganchado al gringo bonito, y para los otros sólo quedaban los tipos gordos y groseros, siempre hediondos a borrachera, que se embriagaban antes de ir al callejón a atender otros asuntos. Él se había llevado el premio de la noche, el tipo joven de apariencia amable. Y eso infla su ego de muchacho, y sonríe con suficiencia… hasta que nota la distante y evaluadora mirada que el gringo bonito lanza en el camino que recorren, lleno de basura regada, o amontonada en bolsas y pipotes, que ofendían al olfato. Y eso no le gustó por alguna razón al muchacho.

Cuando llegan ante una ruinosa escalera que sube, el joven le indica con el pulgar que es por ahí. Y se estremece desconcertado, cuando el otro lo mira, con esos ojos azueles grandes que parecen iluminarlo todo. Es una mirada de hermandad, de reconocimiento, pero también había tristeza de un dolor viejo. Y por primera vez en mucho tiempo, el joven siente vergüenza de su vida, de su oficio, de lo que hace. Porque hay dos cosas que comprende rápidamente, que ese joven señor de rostro agradable, sonrisa hermosa y mirada limpia, cargaba su propia pena, un dolor que lo atormentaba y producía ese brillo febril de angustia en sus pupilas; y lo otro es que, aunque ese tipo andaba mal por algo, aún le alcanzaba la bondad para lamentarlo por el, para sentir algo como pena por el joven puto de dieciocho años que cada noche hacía mil veces el recorrido del callejón a las escaleras, del momento del contacto al del dinero arrojado, del fin del negocio al asco personal. En esa mirada le parece leer mil preguntas: ¿Qué lugar es este, muchacho? ¿Cómo has llegado hasta aquí, niño solitario? ¿Quién eres tú realmente, muchacho? Eso lo altera de forma violenta, pero aunque quiere rebelarse y molestarse con el gringo que lo cuestiona, hay tanta bondad, inocencia y tristeza en los ojos del otro que no puede sino sentir congoja. ¿Por qué tenía que mirarlo así, carajo, como si no fuera sólo un pedazo de carne barata? Eso no le gusta.

No lo entiende, ¿por qué le afecta tanto ese tipo? Él no era ningún marica. Él los usaba, se vendía, vendía su cuerpo, pero nada más. Los odiaba. Los despreciaba, sentía rabia cuando llegaban esos tipos bravucones sucios, que lo tocaban y lo usaban brutalmente, como si necesitaran mostrarse toscos y desdeñosos para estar con otro, con uno que se vendía. A él no le interesaba nada de eso. Les tenía asco, el acto entre hombres le parecía un pecado. Lo hacía por plata, y en cuanto tuviera suficiente se marcharía de allí con su novia de toda la vida, bien lejos de la jodida y maldita frontera que acababa con esperanzas e ilusiones como sus desiertos terminaban con los que soñaban con el Paraíso del otro lado. Era por ello que el joven siempre exhibía su plan de batalla a esas alturas del negocio, frente a las escaleras: pedirle al cliente algo de beber en el bar cercano. Y generalmente lo complacían, porque eran los sabrosotes, lo que tenían plata, o porque lo querían más agradecido. Bebían y bebían y él deseaba que se rascaran y durmieran, hasta la hora de quitarle sus honorarios. Pero allí, pisando el primer escalón, duda. Duda y lo mira, y el hombre le corresponde nuevamente con esa maldita sonrisa, abierta y franca, y el joven siente que las piernas le tiemblan un poco, porque se sorprende pensando en que un tipo así debía amar suave y bonito.

-Me llamo Jack… -dice sin saber a santo de qué, el hombre.

-El pago es por adelantado. –responde ronco el joven, pragmático, queriendo sonar rapaz y mezquino. Tiene que colocar barreras, alzar muros que lo protejan. Quiere dejar bien sentado que sólo son negocios.

Pero no es lo que siente, no es lo que desea expresar, porque mientras el tipo asiente suave, sin inmutarse, sin sorprenderse o desagradarse por sus palabras, el joven comente el error de mirar nuevamente esos ojos de frente. Y sí, había aceptación a lo que pedía. Pero también había tristeza, mucha, tal vez por sus palabras, u otras palabras que alguien le dirigiera ya. “¿Qué tienes, gringo guapo? ¿Por qué te ves tan triste? ¡Coño, no me veas así!”, no puede dejar de pensar el joven, asustándose. No, debe poner distancia entre esa mirada azul, azul cielo infinito, azul lago profundo, sin fin. Pero la mirada estaba allí, la de un tipo joven, Jack, que deseaba sumergirse en el deseo de la carne, pero también escapar de algo que lo tortura. Y el muchacho sabe que se pierde, que ya no entiende lo que siente o lo que hace. Ahora sólo piensa en tenerlo desnudo para él, al alcance de sus manos, quiere recorrer con sus dedos cada pedazo de la piel de ese otro hombre, quiere sofocarse bajo su peso, quiere bañarse con el sudor que brotará de sus poros, y con espanto, admite que haría lo que fuera, iría tras ese tipo a dónde le dijera, si pudiera borrar esa melancolía de sus ojos. Se siente tembloroso mientras suben a la pieza, embargado por la urgente necesidad de tener a ese otro carajo para sí.

Pero el joven ya lleva muchas noches recorridas desde el callejón a su pieza y sabe cómo terminará todo. El atractivo gringo lo usará, se saciará en él y luego lo hará sentirse basura, y él suspiraría de alivio cuando lo viera salir por la puerta. Él sabía que una vez dentro del cuarto, Jack sería desagradable, lo degradaría haciéndole notar que no era nada, sólo carne de alquiler. Un cuerpo que estaba ahí para ser usado. Un cero a la izquierda de la humanidad. Nada. Y cuando el dinero cayera sobre la mesita, la cama o al piso, como algunos hacían, la mirada de horrible victoria que leería en esos ojos le diría sin palabras: ¿Esto es lo que vales? ¿Es esto lo que tengo que pagar para volver a hacer contigo lo que me de la gana? Coño, que vida tan mierda llevas, muchacho.

-¿Cómo le gusta, señor? ¿Arriba o…? –no puede evitar decir, con rencor, cuando la puerta se cierra a sus espaldas, mirando al otro hombre. Pero en aquel tipo, Jack, de sonrisa jovial y tímida, de ojos hermosos, de facciones agradables, sólo puede leer algo de vergüenza. Pero parecía más una vergüenza de sí mismo, que por el joven puto. Nota que hay deseo en aquel tipo, pero también angustia, como si le costara estar allí, como si lo que más deseara en este mundo era encontrarse en otro lugar y con otra persona, alguien a quien necesitaba tanto que aún allí, en esa pieza, frente a un puto, podía sentir cerca. Y el joven se estremece otra vez: “¿Qué pasa, gringo? Deja tu tristeza, coño. Deja que yo te borre esa pena del alma”.

-¿Sabes?, de momento no quiero hacer nada más como no sea echar un sueñito. Será algo rápido, te lo juro. No voy a robarte todo tu tiempo. –le sonríe entre apenado y suplicante, como si lo necesitara en verdad.- Quiero dormir… abrazado a alguien. Necesito hacerlo. Quiero que apagues la luz, nos metamos a la cama y que yo te abrace y…

El joven, intentado ser desdeñoso, se encoge de hombros. Y lo observa mientras se quita el sombrero, la camisa y las botas, para luego salir del pantalón. Lo mira hipnotizado. No era un tipo grande o musculoso, pero era un carajo fuerte, de cuerpo extraño, que parecía marfileño a la parpadeante luz del anuncio de neón al frente de la ventana. Era un cuerpo atractivo, y el joven se pregunta cuántos, y quiénes, más lo habrían visto haciendo eso, pareciéndole que era el sujeto más guapo del mundo. Era un tipo del que alguien podría enamorarse, se dice asustado, ignorando que una vez, hace algunos años, otro hombre joven lo había visto así, semidesnudo a la rojiza luz de una hoguera, esperándolo con anhelo, entregándosele con ternura. Ignora que ese otro también se había enamorado. El joven nota como el gringo va al camastro y se mete bajo las sábanas, sin preocuparse de lo estrecho que es, de lo delgado del colchón, del olor a rancio y sudor viejo que emanaba de él.

-¿Vienes? –pregunta al fin, Jack, desde la cama, esperándolo.

El joven lo hace a toda prisa, perdida su mirada en dos puntos azules que iluminan su camino. Se desviste con afán por entrar al lecho, preguntándose en qué momento perdió su objetividad y profesionalismo. Apaga la luz y se mete a la cama a su lado, y por un momento no ocurre nada más. Están allí, en la oscuridad, silenciosos y sin moverse. “¿Qué pasa, gringo, por que no te mueves? ¿No viniste a esto? ¿No querías mi cuerpo?”, se pregunta atormentado el joven, sintiéndose agitado, excitado y listo para actuar, costándole controlar la respiración para que ese otro tipo no sepa que lo desea. Finalmente se tiende hacia Jack y lo medio hala hasta que sus cuerpos chocan. Y Jack estaba calentito, vital. Los cuerpos se pegan, los brazos se enlazan y nada más. Por un momento, sabiéndose ya perdido por alguna razón, el joven recuerda el momento exacto en el cual, al ir por el callejón, deseó salir corriendo alejándose de ese hombre guapo, de sonrisa dulce y mirada hermosa. Escapando.

Yacen desnudos y no pasa nada. Transcurre un segundo, un minuto, una eternidad… y el hombre de mirada intensa cierra los ojos con fuerza, como para no ver lo que hace ni el lugar donde está. “Dios mío, que él nunca se entere, porque me moriré si veo el asco o el repudio en sus ojos. Que nunca se entere de lo que hago, Señor, porque no sabré explicarle que no lo hago porque esté caliente o lleno de rabia. Juro que no. Es que siento que me ahogo, que necesito aire, que necesito a alguien que me saque a flote y no me deje morir. No te engaño, Ennis, no te ensucio, soy yo quien lo sufrirá, porque soy quien traiciona lo que ama. Pero tenía que escapar del dolor, de ti y de esa carretera donde estabas con tus hijas. De esa carretera donde fui a buscarte sintiendo que se me iba a reventar el corazón de esperanza, de alegría y de amor cuando supe que te habías divorciado al fin. Pensando… no sé qué pensé. Que tal vez me dirías: ahora estaremos juntos, quédate conmigo, te necesito, Jack… Pero sólo encontré tu crueldad. Huí a este lugar porque necesito sentir que alguien me quiere, aunque sea fingido. Lo hago porque necesito sobrevivir hasta la próxima vez que te vea y hagas un gesto que indique que no quieres que me vaya. Entonces estaré otra vez a tus pies, adorándote, esperando que digas… lo que nunca dirás. Necesito sobrevivir hasta ese momento, y si hubiera estado solo está moche, sé que algo terrible habría pasado, y ya no habría esa próxima vez. Te lo juro Dios, te lo juro Ennis…”.

Silencio. Sólo hay silencio, pero el joven entiende que algo muy grave le ocurre al gringo. Lo siente en el sofoco de su respiración, que cae directamente sobre su cara, de lo juntos que están. Es por ello que cuando la primera gota ardiente y salada rueda por esa mejilla, ensombrecida por una rala barba que parece jamás desaparecerá del todo, ésta cae sobre la comisura de los labios del joven puto que se estremece, sintiéndose mareado, asustado y maravillado. Con la punta de la lengua, amparado en las penumbras, la recoge y la toma, encontrándola parecida al agua de mar.

-¿Está bien, señor?

Jack no responde, sólo abre los ojos cuajados de lágrimas y rueda, hasta que su barbilla y mejilla izquierda caen sobre el pecho del joven, donde se tensa y tiene que contener un sollozo feo que le sale del alma, estremeciéndolo todo. Es un sollozo ahogado, silencioso. No hay gemidos ni batuqueos, porque es el llanto de un hombre duro, de uno que siempre oyó que los hombres no lloran, y muchos menos por otro carajo. No, no estaba bien el gringo guapo. ¿Cómo estarlo si no yacía junto a la persona que más amaba en la vida, y que lo había rechazado una vez más, con sus desplantes, como si se burlara de sus sentimientos? ¿Cómo iba a estar bien si le costaba respirar o pensar, o contener esa tristeza que lo estaba matando, esa tristeza que lo quemaba de tanto extrañar al otro, una tristeza que le dolía tanto? No, no podía estar bien, y no lo estaría hasta que volviera a estar así junto a él, sintiendo su corazón latir contra el suyo, su piel contra su piel, sus brazos rodeándolo, haciéndole creer que nunca nada malo podría sucederles mientras estuvieran juntos. No, él solo volvería a estar bien hasta que un beso de amor, de Ennis, lo elevara otra vez hasta las cumbres del Cielo. No, no estaba bien en esos momentos y por eso se abraza al puto, escondiendo la cara en su pecho, conteniendo el llanto por otro hombre, en la viva imagen del débil marica, como lo acusaría su padre si supiera.

El joven siente como ese carajo lo abraza con más fuerzas, como se estremece todo, en un llanto sin sonido, como lo baña con sus lágrimas, y él también siente ganas de llorar. No puede hacer nada más que bajar la barbillas y apoyarla en la negra cabellera del tipo, de ese tipo que iba volviéndosele demasiado importante ya. Se quedan silenciosos y quietos, pero por alguna razón ajena, el muchacho ahora más que nunca es conciente de la horrible pieza donde está, sin cristales en la ventana, de la cama vieja que cruje y hiede, de la luz de neón barato que los iluminas. Todo era horrible en esa pieza menos aquel tipo cálido que lloraba de amor. Porque el joven no se engaña. Aquel tipo estaba sufriendo, sufriendo mucho, porque había amado demasiado. Y siente dolor, un dolor que no entiende hasta que no lo reconoce como odio y celos. Odia al otro tipo que no está allí de cuerpo más sí en espíritu, porque tiene que ser otro tipo, quien lastimó al gringo. Lo odia terriblemente. Y celos porque le da rabia que el gringo llore y sufra por él. “No llores gringo. Deja de llorar. Deja de sufrir. Deja que yo te ame. Deja que yo te quite ese dolor. Déjame, gringo, y haré que olvides y que tengas paz. Déjame, y te borro toda esa tristeza del alma. No sufras por quien no se lo merece. ¿Quién podría no quererte, gringo? Sólo un maldito, sólo alguien que ya está maldito. No sufras por él, gringo. No llores más”.

“¿Dónde estás ahora?”, cruza por la mente del otro hombre.
El calor sofoca dentro de la habitación y comienzan a sudar sin haberse movido. Y el hombre sigue quieto, con el rostro pegado al pecho del joven. Y el otro no aguanta más. “Deja de llorar, maldita sea. Mírame. Vuelve conmigo a esta cama. Deja de vagar por esos corredores de dolor, gringo”, se dice con celos e impotencia. Quería que ese tipo dejara de sentirse mal para verle otra sonrisa tonta y bella, quería verse en su mirada otra vez, en esos ojos azules grandes y expresivos, que debían saber como decir, sin palabras, te amo. Se estremece asustado, sorprendido y gozoso de lo que padece en esos momentos. Poco antes esa noche había considerado no salir hasta después de las once, y de ser así no habría conocido al gringo, y no sabe si hubiera sido mejor o no; pero ahora estaba feliz. Asustadamente feliz de haber ido y encontrarlo, y tenerlo allí. Deseaba, como no había querido otra cosa en la vida, consolarlo, tomarse todas sus lágrimas y verlo sonreír otra vez. Está totalmente seducido por ese hombre al que intuye fuerte, apasionado y entregado. También entiende que Jack no está allí buscando un rato de solaz, de sexo, de carne contra carne. No está ahí escapando por calentorro o por vengarse de nadie. Ese tipo había llegado buscando algo que pareciera ternura de lejos. Amor, aunque no fuera real. Y él iba a dárselo si podía apartar de sí la tristeza y rabia que iban invadiéndolo mientras el otro lloraba. Es en ese momento cuando el hombre levanta el rostro, se pasa una mano por los ojos, apartando lo que puede y le sonríe otra vez, pidiéndole perdón, como avergonzado de su extrema mariconería, pero agradecido también. Y el joven siente que el mundo se pone azul, que su vida ahora tenía el azul también. El azul de esa mirada que era capaz de hechizar, enamorar, y de robar la paz.

-Gracias… -susurra en su mal español, y el joven se asusta por un momento.

-Ah, no, gringo. Nada de eso. –casi le reclama, presintiendo una despedida en el aire. Le toma el rostro entre las manos y, desde su propio punto de vista hasta hace media hora, hace algo terrible y monstruoso: su boca busca y atrapa la del lloroso gringo, que aún tiembla un poco.

Lo besa y piensa que ya nada más importa. Y cuando la lengua del otro responde, tímidamente, siente que alcanza la gloria. Y tal vez así sea realmente. Por un rato el mundo ha dejado de existir. Algo había acabado, algo comenzaba. El joven se revuelve contra ese hombre y nada más ocupa su mente. Es comprensible. Es muy joven, y por eso podía desear con tanta locura a ese otro tipo, queriendo tenerlo para si. Es tan joven que podía brindar cariño y ternura todavía, porque su corazón aún no era una cáscara vacía ni una piedra tirada en el camino. Y es tan joven que podía darse el lujo de ser egoísta, terriblemente egoísta, y pensar que sólo ellos dos contaban en esos momentos. Ni por un segundo cruza por su mente que alguien más podría estar sufriendo en ese instante, una tercera persona.

No sabe que aún a esas horas, un hombre delgado de cabellos claros, de rostro enjuto como tallado en madera, mira con pesar infinito hacia una larga y oscura carretera que parecía alejar algo de su vida. Ese hombre no puede olvidar que nuevamente ha dejado escapar a la persona que más ama en el mundo aunque nunca ha podido decírselo. Y que sufre al recordar la última mirada, dolida y algo llorosa ya, de esos ojos azules que se alejaban defraudados una vez más, reclamándole sin palabras, con un dolor muy vivo, preguntándole sin voz: ¿cómo puedes lastimarme tanto? Le duele, le duele saber que los dos meses que faltan para verse nuevamente son largos, y que esos días de tenerlo a su lado escaparán como agua entre sus dedos, de prisa, sin piedad, mientras él, rumiando malhumorado, deseará que duren una eternidad. Incluso le duele saber que dentro de dos meses no encontrará odio, rencor o resentimientos en esos enormes ojos, sino que verá otra vez el amor brillar en ellos, el perdón, la comprensión y el secreto deseo, y esperanza, de oírle decir: te extrañé mucho, Jack.

Ennis desea que el tiempo vuele para sentir nuevamente el calor de su Jack, su cuerpo; para perderse en sus ojos, abrazándolo y besándolo, gritándole con todo su ser lo que la necia boca se negaba a transmitir, que no puede seguir adelante sin él. Y siente rabia y dolor, porque sabe que en cuanto estén juntos otra vez, ya estarán despidiéndose nuevamente. Siente rabia contra el mundo que lo aleja de su amor. Odia su miedo a la burla, al escarnio, al que dirán, que le hizo ser cruel con Jack cuando aquella camioneta pasaba por la carretera y él temió que otros los vieran e imaginaran algo raro. Odia y maldice al padre que lo llevó a ver a ese muerto en una zanja. Maldice el que no se pueda retroceder el reloj y volver a ser el muchacho que no hablaba, tímido, y conocer nuevamente a ese alegre y bonito tipo que lo mareaba, lo enloquecía y que una noche le entregó su amor, sin palabras, sin esperar nada, sólo porque lo deseaba; Dios, cómo deseaba regresar a ese año, a esa montaña, cuando fue realmente feliz.

La noche es oscura, pero sus miedos son más negros. ¿Y sí no volvía? ¿Y sí se cansaba de ser defraudado una y otra vez? ¿Y sí una tarde llegaba al punto de reunión y Jack jamás aparecía? La piel se le eriza feamente sólo de imaginarlo. Él podía resolver eso fácilmente, ¿y sí le decía que si, que se fueran juntos y así pudieran dormir cada noche abrazados, en una cama grande, y despertar y besarse, y amarse sin miedo a ser vistos o juzgados al salir de un lugar? ¿Y sí…? Pero sabe que no lo hará, nunca podría. Y su mirada se cuaja de lágrimas, que ruedan con esfuerzo por sus mejillas, silenciosas. Son lágrimas amargas, que lo queman, porque no tienen consuelo. Llora porque nadie está ahí, porque nadie puede presenciar su debilidad, su amor, su angustia. Tampoco hay nadie allí que lo toque, lo conforte o le diga que todo pasará. No hay nadie que le tenga piedad, piedad que ni él mismo se permite para sí o para el hombre que ama. No hay un joven puto que se encandile con él, ni una ex mujer que sólo lo miraría con asco si le contara, ni unas hijas pequeñas. Está solo, y mientras mira hacia la carretera, se pregunta: “¿Dónde estarás ahora?”, y las lágrimas bajan, pocas, saladas, con desconsuelo. Para él no hay nadie que pregunte: ¿está bien, señor...?

Julio César.

LA LOCURA DE LA ERA

La humanidad parece moverse por modas periódicas, como cuando los negros usaban afros y ahora andan calvos. No cosas inocentes como la de modelos anoréxicas que deprimen a todo el mundo por lo flacas y huesudas o por ser tan distintas a las gorditas, porque la moda es ser esquelética. No, hablo de las modas serias, desde las ideológicas a las económicas. Para cada década hay una, por un lado, una panacea, algo que resolverá todo los padecimientos, que traerá empleos, casas, dinero, comida y cinturas esbeltas a los obesos. Pero también están las otras, las graves y terribles de las que nos salvamos de chiripa. Siempre hay un peligro latente, amenazante, real, como un monstruo debajo la cama, que intentamos no ver, no pensar en él, pero siempre ahí a la hora de dormir. Peligro del que salimos sin saber muy bien cómo. Pero jamás podemos respirar tranquilos, primero porque después de vivir en el temor por la crisis pasada (ni cuenta nos damos cuando deja de existir, sí es que desaparece), ya esta es substituida por otra. La mala, la que, ahora sí, en verdad va a terminar con todos.

Durante los setenta, lo más lejos que me lleva la memoria y eso forzándola (créanme), la moda eran las declaraciones sensacionalistas, alarmantes y aterradoras de gente preparada, que uno suponía que sí sabían de lo que hablaban. Y tal vez era verdad. No, de cierto sabemos ahora que era verdad, pero ¿por qué no se cumplieron sus aterradores augurios? (gracias a Dios). A esos pájaros de mal agüero se les llamó: LOS PROFETAS DEL DESASTRE (nada que ver con un presidente venezolano que más o menos por esos tiempos también ejercía su magia, transformar los reales en deuda pública, el doctor Luis Herrera Campin). Por esos días se dijo que el alarmante aumento de la población mundial, unido a la escasez de alimentos, traerían horribles hambrunas (en parte se cumplió), que un kilo de granos llegaría a costar más que una tonelada de oro, y sería más escaso. Que habría guerras por comida, que masas enteras caerían muriendo de inanición y una gran cantidad de pestes como consecuencia de la desnutrición azotarían al resto. Pero eso no era todo, aducían que como subproducto de todo ese crecimiento demográfico, vendría el más completo abuso al medio ambiente, que los desechos de basura oliente (nunca mejor dicho) y moliente serían montañas y montañas; que se agotarían los recursos naturales y habría envenenamiento por subproductos químicos.

Eran los lejanos setenta, pero ya se hablaba del aumento de la temperatura como resultando del incremento de los gases de invernaderos, los cuales dejaban que los rayos del sol llegaran a la tierra, pero no dejaban escapar el calor resultante al espacio ya que los atajaban; gases que causarían cientos de miles de víctimas por problemas respiratorios. Ese calentamiento incrementaría el deshielo de los polos aumentando el nivel de los mares, obligando a comunidades enteras a escapar y desplazarse de un lugar a otro. Y mientras tanto, los enemigos del ozono, los fluorocarbonados, lanzados alegremente por gobiernos, industrias y gente común a la atmósfera, terminarían hiriéndolo de muerte, acabando con el escudo natural del planeta, ese que nos protege de la terrible radiación infrarroja proveniente del sol, amén de otros rayos locos que andan por ahí viendo a quien le caen. El panorama pintado por los profetas no podía ser más desolador y deprimente. O moríamos de hambre, o nos ahogaban las olas cuando los mares comenzaran a subir. Y aún aquellos que lograran sacar la cabeza del agua se encontrarían con que terminarían achicharrados por los rayos cósmicos; fuera de que había que tener en cuenta que si no había comida, tampoco habría fuerzas para nadar en ese océano de calamidades. ¡Todo un desastre!

De esa época hubo una película de ficción que fue alarmante, y un fiel reflejo de los temores de toda aquella era: CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE. Todo queda dicho en ese título. Un mundo gris, agobiante, de privilegios increíbles para algunos, comer una lata de dulce, y lo apretado, deprimente y feo de los otros. Un mundo agotado, acabado, sin esperanzas de escapar a ninguna parte. Y al final, el gran descubrimiento: agotados los suelos cultivables y los mares, aún el plantan, sólo podía hacerse comida con personas: el famoso soylent verde. ¿Qué otra cosa podía hacerse? Nada, una vez en la ratonera no queda sino patalear para sobrevivir, y existir otro triste día en la trampa. Sin embargo, de alguna manera la humanidad sobrevivió a pesar de todo (y hay quiénes con aires muy convencido y doctos dudan de que exista Dios), ya que a ningún país le importó un pito semejantes anuncios. Ya en esa década los políticos no eran más que simples empleados de los grandes negocios, desde Estados Unidos a la extinta Unión Soviética, y éstos ya tenían listas sus bases en la luna para escapar del planeta moribundo, con las maletas llenas de plata. Porque dichas instalaciones fuera del planeta deben tenerlas, ya de que otro modo no se explica tanta imbecilidad en hombres de negocios o los voceros oficiales de superpotencias. Ya deben tener un refugio para que los hijos, nietos, y los nietos de estos, existan fuera del mundo que mataron. ¡Es lo lógico, ¿no?!

Y eso que en los setenta no estuvo tan de moda (ah, ¡las modas!) el estudio que hablaba del peligro del deshielo del polo que arrojaría toneladas y toneladas de de litros de agua dulce al mar, variando la salinidad y por lo tanto las corrientes marinas, creando un posible enfriamiento cuando las corrientes no pudieran llevar agua caliente del ecuador a las zonas ubicadas en los trópicos, variando la temperatura, enfriándola. Tal vez en la película El Días Después de Mañana (ah, que bien lo hizo Jake Gyllenhaal), se halla exagerado, pero muchos geo paleontólogos suponen que esa pudo ser la causa de las eras glaciares que acabaron con tantas especies en este mundo. En fin, peligros por todos lados; cuesta entender cómo no hemos desaparecido ya.

Julio César.

DE RESORT

-Apúrate que debo volver al canal. –jadeó como una gatita.

No sé si son ideas mías, pero esta bella chica me recuerda a esa narradora de noticias televisivas, la de CNN en español. ¿Será?
......

-Hummm… por favor, ponme más bronceador, panita…

Julio César.

DALAI LAMA, TERRORISTA…

Ahora sí que se subió la gata a la batea. Ante el negoción que resultan las olimpiadas, y el dineral invertido ya individualmente por cada país, nociones como dignidad de los pueblos, soberanía, libertad o derechos humanos tienen que ser condenados y callados. Mientras los juegos se realizan que no protesten esos tibetanos del carrizo, que esperen que no vayamos y comienzan con su vaina otra vez; palabras más, palabras menos ha dicho el Comité Olímpico Internacional. Así, sin penas, sin vergüenzas, las cifras son demasiado altas para detenerse en detalles como las apariencias. Así China está facultada para continuar con su política de pasar los tanques sobre quién sea sin que sean molestados, importunados o sancionados. ¿Quién osará meterse con el gigante asiático cuyo mercado le hace agua la boca a tanta gente, desde Bush y los congresistas demócratas a Hugo Chávez? Nadie. Nadie es tan loco. Que ahora los tanques sean propagandísticos, es lo de menos.

Del desastre de represión, violencia y muertos en el Tíbet, el culpable ha aparecido. No, no es China (qué ingenuidad esperarlo), quien mantiene sojuzgado un territorio ajeno, y el cual no debe soltar en opinión de la Asamblea Nacional venezolana aunque a esta le parece que, quiera o no, Puerto Rico debe separarse de Estados Unidos. Repito, la culpa no es de China y su monstruoso sistema de vida, sino de ese peligrosísimo agitador internacional, con tropas, armas, dinero, satélites en órbita, ese genio criminal semejante al Doctor No… el Dalai Lama. Y a la campaña se prestan desde el Comité Olímpico Internacional, a buena parte de la prensa. Aún aquí, en Venezuela, patéticos comentarios al respecto se han dejado oír: que no se debe mezclar una cosa con la otra, que China brille en sus juegos y luego revuelque a es gente cuando nos vayamos; repito, palabras casi textuales. Cómo me gustaría que a todos esos sátrapas de la llamada prensa de izquierda los encerraran en ese infierno que es el pueblo de Linfen para que conocieran en carne propia lo que es el horror, aunque esos vividores que chulearon de la Unión Soviética en Francia, Italia y España para atacar salvajemente a los perseguidos de ese régimen, siempre se las arreglan para quedar de pie.

La campaña tendenciosa ha sido tan desaforada que el Dalai Lama ha tenido que salir a decir que él no dijo nada contra los juegos, ni fomenta disturbios en el Tíbet, casi reculando de forma patética ante una oportunidad histórica como esta. A mí este señor y su filosofía me parecen algo… absurdas, nunca he creído en un pacifismo a troche y moche, si uno ve que alguien viene a matar al que está a tu lado y no alzas tu mano para impedirlo, al menos para intentarlo, eres tan culpable como el asesino, tanta paz parece cobardía individual. Pero ahora debo, porque de conciencia es, estar del lado de este señor, de esta gente. Ver a mujeres golpeadas, sangrado, pateadas, a monjes chorreando sangre por sus rostro, en batolas, mientras gritan y corren de un esbirro que los persiguen macanas en mano, es algo que hace revolver la bilis. Las palabras se repiten siempre en estos casos: si se pudiera, si se pudiera hacer algo contra esos animales…

Sin embargo, algo de dignidad queda a pesar de la campaña mediática de la Izquierda, del gobierno norteamericanos y los demócratas que entorpecen tratados con Colombia pero aplauden el de China, el Comité Olímpico Internacional (esa gentuza), Hugo Chávez y otros; en Francia la gente gritó y se arrojó contra esa representación de la vergüenza; en Estados Unidos se les atacó también; en Buenos Aires se gritó y se les persiguió, y en muchos territorios han tenido que pasar agachados, cubiertos, escondidos como los delincuentes. Todavía queda sangre en las venas, todavía hay gente que siente como suyo el dolor de otros, de gente a la que no ha visto pero a las que sabe cautivas, sometidas, humilladas y agredidas. Secuestradas en su propio país.

Esperemos no ver mañana al Dalai Lama encadenado, con CNN gritando que al fin detuvieron al peligroso hampón, llevado como un animal por tropas norteamericanas y entregado a China para ser juzgado por ‘criminal’. Esperemos, aunque a estas alturas nada debería sorprender ya…

Julio César.

lunes, 26 de mayo de 2008

CONFESIONES

-¿Qué si me divierto trabajando aquí? ¡Ni se imaginan! Uno se ejercita y ayuda a otros, tíos y nenas que te miran con adoración por todo lo que haces por ellos. Después viene uno o una y me dice, bajito, que admira mi cuerpo y que les encanta. Generalmente me toman por un hombro mientras hablamos y terminamos en algún lugarcito discreto, y siempre me piden que les enseñe lo que no han visto todavía. –se encoge de hombros.- Y lo hago. Y vaya que adoran mirarme, prácticamente caen de rodillas. Y ahí sí que comienza lo bueno…

Julio César.

viernes, 23 de mayo de 2008

VAMOS, POR FAVOR.

Sol, mar y belleza…

-Vamos…

-¿Para qué? Estoy bien aquí. –le sonríe de forma algo torturante; le agradaba mirarle ese expresión intensa, esa resolución dura, cuando deseaba algo intensamente, y por eso lo provocaba.

-Deja la pereza y mueve el culo de esa tabla. Entremos a refrescarnos y buscar una cerveza.

-Podemos tomarla en la orilla, o entrar bajo el paraguas. No hay que ir a la casa para eso.

-Pero no podemos quitarnos esta ropa mojada, y ya quiero quitarme todo. –le responde, mirándolo fijamente.

El otro sonríe, eso era cierto. Sería grato despojarse de toda esa arena, agua salada y…
……

Se veían bien juntos, ¿verdad? Es una pena, realmente una pena. Por cierto, ¿quién habrá realizado este montaje? Se ve muy real.

Julio César.

CELULARES Y REVOLUCIÓN

En el periódico EL NUEVO PAÍS, venezolano, chiquito, tratando sobre análisis y política, siempre se encuentra algo interesante. Siempre hay un tema, un artículo, una columna que parece ligera y hasta irreverente, pero que encierra dentro de sí una realidad hasta patética. Hace poco leí una de esas columnas, más optimista, de Eduardo Riveros, señor que firmaba hasta hace pocos sus articulo como TERCERA EDAD, ahora lo hace como LA ARRECHERA COTIDIANA. Y de eso los venezolanos tenemos bastante. Quiero reproducir aquí dicha columna, con su permiso. Es totalmente de su autoría, ¿okay?:
……

Olvídense de Miami o Panamá; con perdón de Rubén Blades. El futuro está en Cuba. Allí es donde se debe invertir en comprar propiedades, terrenos. Así sea un edificio arruinado o un rancho. Los cambios ya no los para nadie. Raúl, con visión o ignorancia le dio apertura a la telefonía celular y, ahí mismo, con perdón de la expresión: se jodió. Una vez que los cubanos accedieron a esos adminículos no hay vuelta atrás. Idiotiza, anula la familia, amistades, todo. Incluso crea un nuevo vocabulario, algo de Morse o Braille, en el que se comunican los muchachos.

Si antaño el peligro lo encarnaban las grandes empresas petroleras, ahora ese conflicto, desgracia, lo simbolizan las telefónicas. Con todos sus atractivos. Las conversaciones a larga distancia, los mensajitos, escuchar música, ver videos, sacar fotos. ¿Acaso no se hacen ya, a las niñas en los colegios, tomas pornográficas? pero la basura no termina allí. El perjuicio mayor es el que se le estafa a la convivencia. ¿Quién, hoy día, conversa? Nadie. Hasta en los moteles, otrora lugares sagrados, ya no se escuchan los jadeos, suspiros, alabanzas, gemidos de satisfacción. Lo que se oye es la melodía, pito, entrada que, cada quien, tenga en su celular. En los restaurantes, igual. Cada quien habla por su lado; se acabaron las miradas, el tocarse las manos, los brindis románticos.

¿Qué joven cubano va a estar, ahora, soportando las estupideces de Fidel si, mientras, puede mandarle recados a su novia? ¿Dónde encontrar un hogar cubano que, repito, se cale las majaderías de Fidel, si, entre tanto, puede hablar con su gente en la Florida o Madrid? Y como si no fuera suficiente, Raúl aprobó que los cubanos pudieran usar los hoteles cubanos, bañarse en las playas cubanas, ver series norteamericanas. ¡Cosa más grande! Comprar, libremente, electrodomésticos, alquilar carros, hasta adquirir DVD. Algunos jalabolas sostienen que es el Ceratosauros de Fidel el que propicia estas transformaciones. Mentira, no hace una semana que el asesino escribió criticando la llegada de estas innovaciones a la isla. Lo que ocurre es que Raúl, o tiene mayor visión o es más inteligente de lo que se pensaba. El caso es que, lo dicho, trate de comprar, así sea por allá lejos, algo de tierras en cuba. Ahí está el porvenir.
……

Por el tono notarán varias cosas: que es un señor mayor, y es un ‘opositor’ como dicen aquí. Estoy entre quienes sostienen que Venezuela es una tierra de barraganato. Las mujeres de los presidentes pasados tuvieron demasiada influencia en las políticas de estos. Y Chávez quedó, para desgracia de mi país, bajo el influjo de un mal amor, una pasión tortuosa y enferma. A quien quiso entregarle todo. De lo cual se desprende que buena parte de todo lo malo que aquí ha ocurrido, incluso la inmolación de un hombre que encarnó la esperanza de un cambio, que comenzó a gobernar con los buenos deseos de la iglesia, los empresarios, los medios de comunicación e incluso de buena parte de los tenaces y terribles periodistas con los que contamos, fuera de un mar de dólares producto de un prolongado alza de precios petroleros, lo botó todo, dejando a Venezuela arruinada físicamente, desmoralizada, endeudada hasta lo inconcebible. Nada más hoy se supo que la deuda de PDVSA, que hasta ayer daba ganancias, llega a los 17 mil millones de dólares.

Me alegra saber que vientos de cambios soplan para los cubanos. Intento no ilusionarme pero este señor, Raúl Castro, parece más decente, o más centrado. Bueno, basta con que no sea un sádico asesino como el hermano para que se note la diferencia. Muchos dicen que hace muy poco por cambiar el modelo antillano, tampoco puede desbaratar un sistema que lleva más de cuarenta años, hay muchos que saben que no tienen para dónde agarrar si comienzan a perseguirlos por sus crímenes, y Raúl debe cuidarse de ellos. Por otro lado, me alegra saber que la esperada muerte de Fidel aún se retrasará un poco (la fiesta deberá esperar). Verlo cascado, ojeroso, tembloroso, oliendo a… eso que sale por la manguerita que lleva en su barriga, me gusta. Que viva, que su mente continúe funcionando en ese cuerpo decadente y ruin, que se note y sepa acabado. Que mire como todo el reino de muerte que edificó; cae, espero que le alcance la vida para oír a los primeros cubanos, en cualquier plaza, maldecir a gritos su nombre y sus crímenes.

Por cierto, contra los celulares sólo tengo que muchos chóferes insisten en conducir y usarlos al mismo tiempo, y está comprobado que hay quienes no pueden hacer dos cosas al mismo tiempo y deben detenerse para tomar aire y respirar.

Julio César.

martes, 20 de mayo de 2008

EL PERCANCE

Yo lo habría hecho también… como broma, claro.

-Pero ¿qué fue lo que te pasó, Ricardo? –la voz de Susana sonaba agitada.

-Cónchale, amiga, eso fue increíble, casi me muero de la impresión. Ahí estaba yo, de bolsa, paseándome por los new yores, más perdido que el hijo de Limber, cuando llegué a esa cancha deportiva. Y de lejitos veo a este tipo que por alguna razón se veía llamativo; no sabía por qué. Pero cuando se vuelve, con su gorrita, su sonrisota, su bermudas bajito en la cintura, sin camisa, lo reconocí… ¡era él! –gime casi histérico. Ella lo mira con la boca abierta, casi jadeante, moviendo la cabeza indicándole que continúe.- Lo llamé, creo que soné todo maricón, grité y salté para llamar su atención. Hice tanto escándalo que me miró, y sonrió más, como un angelote lindo. Dio unos pasos hacia mí. Creo que venía a saludarme, imagínate cómo me vería yo de todo atolondrado que se decidió a calmarme. Fue cuando pasó… -la voz se estrangula.

-Sí, sí, cuéntame… -casi grita ella.

-Cuando se descuidó, mirándome, ese amigo que siempre anda tras él, el muy maldito… -suena celoso y resentido.- …juguetonamente le haló el bermudas… ¡bajándoselo!

-¿Qué…? ¡Dios…! ¿Y qué hiciste, qué viste?

-Ay, chica, cuando desperté iba camino a un hospital… -gime terriblemente apesadumbrado.- ¡Me había desmayado! Cuando logré saltar de la ambulancia en plena marcha, casi provocando un choque masivo, y regresé… ¡ya se había ido! –jadea, mientras Susana le palmea la espalda, compadeciéndolo. ¡Qué tragedia!

Julio César.

sábado, 17 de mayo de 2008

YO, JULIO CÉSAR…

…en toda mi gloria.

Saludos a todos. Comienzo diciendo que este no es un espacio apto para menores de edad ni gente que se ofenda fácilmente, manejo cierto tipo de visión que puede resultar incómoda a muchos. También confieso que estos temas llevo tiempo tratándolos ya en otros blogs, y no se crean, con cierto éxito, en casi un año he recibido siete comentarios… no el mismo día, claro (colapsaría). El caso es que cometí dos errores desde el principio llevado por las metas que me trace desde el inicio, ¿qué quería con estas páginas?

Siempre he deseado escribir algo. Un libro, una novela completa, pero no he tenido suerte con la publicación, así que aquí dejaré conocer algo de mi trabajo para ver si les gusta, lo encuentran interesante o aún posibilidades.

En segundo lugar deseo hablar de la cintas cinematográfica más maravillosa que se ha hecho en los últimos tiempos, desde LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ. BROKEBACK MOUNTAIN se ha convertido en una obsesión para mí y no deseo que muera nunca. Nada me había gustado tanto desde XENA, Princesa Guerrera (ah, qué mujer).

Por ultimo, quiero hablar de cosas conocidas y sufridas por mí, de mi país, Venezuela. Deseo hablar, delatar, atacar y clavarles el diente a mis enemigos. Y lo hago sin piedad, de forma reiterada (de mis otras paginas siempre se quejan mis conocidos de que meto mucho de eso), no puedo evitarlo.

Con esos tres elementos en mente, cometí el primer error en el otro blog, lo hice… excesivamente crudo, totalmente grosero, obsceno y pornográfico, utilizando los temas de unos cuentitos cortos que escribí hace añales y que sí gustaron, me pagaron y publicaron (créanme, es vulgar, no se molesten en buscarlo). Lo hice para llamar la atención, que la gente entrara por el morbo y medio leyera lo otro. El problema está en que no conté con que muchas de mis amigas querían leer pero encontraban chocante después de leer algo sobre los vaqueros, toparse con los otros relatos (e imágenes). Y tuve problemas con el cupo de imágenes en otro, por lo que cerró. No quiero cometer esas mismas equivocaciones ahora.

Muchas de las cosas que relato aquí, muchísimo, lo escribí hace tiempo ya, pero deseo presentárselos. Tampoco quiero despegarme tanto del tinte ‘sensual’ que quise imprimirle a aquel, me dio buenos resultados por otros lados (y aquí sí no hay segundas intenciones). Espero que lo encuentren interesante.

Julio César.

REGRESO A BROKEBACK MOUNTAIN

¿Puede dudarse que sea amor?

Digo REGRESO, pero en verdad temo que nunca hemos dejado del todo tan árido lugar. Y lo de árido viene dado por los dolores del alma como dirían personas más sensibles, o cursis, que yo. Ya ha pasado tiempo, demasiado rápido diría yo, desde que Brokeback Mountain (El Secreto de la Montaña) se exhibió como un estreno polémico, pero es hasta ahora que nosotros podemos hablar, así que se la van a tener que calar, ¿okay?

Cuando fui a verla con un grupo de colegas de trabajo (de vez en cuando salimos a comer o tomar algo para pasar un buen rato, cosa que no es extraña, a veces se pasa más tiempo con ellos que con la misma familia), me resistí a ir. Me hacía el duro sobre el ir a ver a los dos maricones esos, como creo que hizo y dijo todo hombre venezolano de la boca para afuera, aunque deseara mucho ver la película. No estamos tan lejos en el tiempo del Wyoming del sesenta y tres, y cada uno tiene que guardar ciertas apariencias, sobretodo con las amigas. Pero a decir verdad, deseaba ir. Siendo sinceros, la promoción del romance homosexual entre dos vaqueros era lo suficientemente escandalosa como para resultar atractiva. Fui. La vi… y me molesté mucho.

Me sentí desconcertado al ver a tanta gente afectada, incluidos hombres que iban con sus mujeres, aunque intentaban parecer duros, pero era fácil verles… esa angustia extraña en los ojos, al terminar la función. Alicia, una querida amiga, lloraba todavía mientras nos íbamos. Yo no lloré, ni me sentí conmovido. Estaba como seco, paralizado al respecto. Lo que tenía era una madre de arrechera que ni yo mismo entendía. No me conmovía la tristeza y desesperación de esos dos hombres enamorados que no habían podido vivir a plenitud su amor, como decía Carmencita, o el gran amor que transcendió el tiempo y los deseos mismos de esos hombres por escapar a lo que sentían, como decía Fátima; yo sólo sentía ese mal gusto de boca, jurándome a mí mismo que iba a convertirme en el peor detractor de la cinta. Y así lo dije poco después al grupo, ganándome miradas de rabia de todos, y hasta el mote de odioso aunque ya en el pasado mucha gente me había acusado de sentimental, con todo y lo feo que eso suena.

¿Por qué la odié tanto? Desde que leí en La Voz, el diario mirandino, que iban a realizar la película, un amor sobre vaqueros raros, donde Jake Gyllenhaal y Heath Ledger iban a protagonizarla, y que había problemas a la hora de grabar las escenas de amor, me picó el morbo por verla; pensé que tan sólo por esos momentos valía la pena calarse la peliculita; pensé que sería una basurita con algo de picante. Pero no, yo había salido tibio (de rabia) del cine más bien. Así que al reunirnos un poco más tarde para tomar algo, comencé el ataque feroz contra tan terrible film. Yo insistía en que la trama era muy traída por los pelos: ¿de dónde les salía a esos dos carajos el acostarse así de un momento a otro? ¿Estaban simplemente borrachos y calentorros? ¿Locura de la montaña? ¡Ahí me cayeron encima las mujeres!

Fátima me preguntó si no había notado la mirada que el tal Jack le lanzó a Ennis (vamos a usar los nombres) cuando llega frente a la oficina del tal Aguirre, y como medio esboza una sonrisa, sintiéndose alegremente sorprendido, y tal vez excitado ante la idea de encontrar a ese tipo apuesto allí. Qué si no había visto la forma en que Jack lo enfocaba con su espejo retrovisor mientras se afeitaba. Carmencita asentía, recordándome que cuando estaban en la montaña, y Jack se iba a caballo, Ennis lo seguía con la mirada por un rato; y que cuando Jack estaba cuidando las ovejas de noche, miraba hacia el valle, buscando la luz de la hoguera donde estaba el otro, sabiendo Dios en qué pensaba. Alicia me preguntó si no había visto la íntima escena donde Jack, congelado de preocupación, se quitaba el pañuelo y lo mojaba en agua para limpiarle la herida que el otro se hizo en la cabeza al caer del caballo por culpa del oso. Y hasta Ricardo me acotó que la forma en que el tal Ennis salía a buscar algo más que frijoles para que Jack comiera, ya que éste no quería más frijoles, indicaba que algo pasaba. ¡Ah, gente pa’detallista!

La verdad es que yo no había reparado en nada de eso. Y por ahí siguió la cosa. Se discutía que por intentar llevar dobles vidas habían lastimado a otras personas, a sus mujeres e hijos; otros aducían que lo hacían porque no querían ceder a lo que sentían, que luchaban contra lo que en verdad eran, que no había peor tortura y tragedia para una persona que odiarse y combatirse a sí misma, sin perdonarse, sin aceptarse. Algunos los acusaban de cobardía, otros decían que era gente que había sufrido mucho y que cuando les llegó el duro momento cuando el destino los obligó a enfrentar la encrucijada más importante de sus vidas, habían hecho una muy mala elección. Todo, todo en la película, había sido captado de forma distinta por todos. Y yo me admiré de todos esos matices y sutilezas, porque, personalmente, me pareció que la trama fue lineal y simple, que el tal Jack Twist había sido un tonto confiándose así a un tipo tan cobarde, pusilánime y mediocre como el tal Ennis del Mar. Y había sido eso, sobretodo, lo que me había molestado, el dolor de Jack.

Esa noche, en mi casa, me sentí desasosegado. Estaba molesto, irritado, y mientras me cambiaba de ropas, comía algo, encendía la televisión y miraba Globovisión, o me daba un baño, no podía concentrarme. Algo me molestaba, me llenaba de una desagradable sensación de insatisfacción. Nada me parecía bien, no podía sentirme tranquilo. La película volvía una y otra vez a mi cabeza, y su drama, su tristeza, me llenaba de una rabia amarga, como de frustración. Me preguntaba: y por qué no hicieron esto o aquello, y si se hubieran ido, y si… Y no pude dormir. Por primera vez en mi vida pasé una noche en vigilia por culpa de una película; dormía por raticos y creo que hasta soñaba con ella. Y al paso de los días, seguía así, incómodo, funcionaba pero como a dos niveles. Y coño, tuve que volverla a ver, aunque sabía que me exponía a más intranquilidad del ‘alma’; pero era una necesidad.

Y allí estaban todos esos detalles que Alicia, Carmen, Fátima, Ricardo y los otros me indicaron. Y noté otros. Y ya no era el morbo de verlos besándose, o ver nuevamente las escenas dentro de la carpa; ya no me parecía algo vulgar, o excitante como ver una porno. Eran dos carajos que se ahogaban con algo que sentían, que estaba allí y no lo habían dicho hasta que el tal Jack, más valiente o más loco, no pudo aguantarlo más y decidió actuar, desencadenando toda esa tormenta. Tormenta que terminaría amargamente, pero ¿cómo podían saberlo en ese momento? La vida es eso, o debería ser eso, arriesgarse por saber si eso que se quiere, que se sueña, que se anhela de una forma que te roba la calma, la paz, la vida o la felicidad si no lo tienes, se te da.

La segunda escena dentro de la carpa me pareció entonces algo más poético. No eran dos carajos que deseaban tirar para pasar la noche o un rato. Allí estaba el tal Ennis que gruñó que no era un marica y que eso no volvería a suceder y culpaba subconscientemente a Jack; pero que al llegar la noche, humilde, confuso, asustado ante lo que sentía, algo que iba contra lo que quería ser, va hacia la tienda porque su deseo o necesidad de ese otro sujeto era más grande que la suma de sus miedos. Y allí estaba el tal Jack. Y no parecía un marica vulgar esperando que otro tipo entrara para que le diera lo suyo. Era un hombre (que hasta se veía bonitico con esa luz rojiza) que esperaba al que ya sabía dueño de su vida, tal vez temeroso de que Ennis no fuera; pero esperándolo de todas maneras, con esperanza, porque ¿qué otra cosa puede hacer quien ya no es dueño de su destino sino que lo sabe en manos de otro?

Y cuando el otro entra, casi con la cara enterrada en la tierra, Jack se sienta, lo soba, lo besa, lo abraza (y vaya mirada que le lanzó, realmente parecía alguien que esperaba a su amante). Lo recibe sin exigencias, sin reclamos, sin rencores por lo que el otro le había dicho. Ese tipo era eso, el que se entrega, el que se disculpa, el que siempre estará dispuesto a esperar y a entender, quien al ser ofendido, callará y esperará, para luego ir hacia el otro que llora amargamente y acunarlo con amor, aunque Ennis intente golpearlo como en la escena de la despedida final. Jack era ese, el que amaba y esperaba por el otro, el que seguramente soñaba con el día en que le dijeran, que se yo: te amo, Jack…

Ya no era una trama morbosa o ridícula de dos maricos que se escondían para tirar de vez en cuando, por sinvergüenzas o sin oficios. Era una historia dura, terrible, la de Ennis, un tipo tosco, inexpresivo, luchando contra lo que siente, peleando contra su naturaleza, luchando para cambiar lo que desea, aislándose cada vez más de todo el mundo, intentando se duro (un macho), pero que jadea, vomita y golpea una pared cuando se separa de Jack la primera vez, tal vez porque le dolía mucho esa separación y no pudo decirlo, o no quería admitirlo, o por no haber besado por última vez a ese carajo de mirada triste y anhelante (y bonita) que se iba de su vida, sin saber si volverían a verse. Cuando se reencuentran, cuando se observa el nerviosismo de Ennis, su angustia ante la espera, y como corre hacia Jack abrazándolo, besándolo con rudeza, casi mordiéndolo, frotando su frente de él una y otra vez, sus acciones te dicen que eso era lo único que ese hombre siempre había querido en esta vida, a su Jack a su lado; pero ni cediendo aún en ese momento, ¡porque él es un hombre! Y los hombres duros ni bailan ni aman a otros carajos. Por su lado, Jack era… Jack. El amor que se da y dice acabemos con todo y vivamos lo nuestro, pero siendo siempre rechazada y alejada su generosa oferta.

¡Y así quedé atrapado en esa maldita película! Sólo podía pensar en eso. Para mí, esos tipos, Jack y Ennis, salieron de la pantalla como lo hacían los personajes en La Rosa Púrpura del Cairo, y se convirtieron en personas de carne y hueso. En gente que sentía y sufría. Eran, ahora, dos tipos que habían pasado por todo eso, que se habían amado muchísimo y lo habían perdido todo. Y eso me arrechaba otra vez, porque me parecía que yo los había visto padeciendo. Que yo los conocí; y sentía, cada vez que miraba la escena final, cuando Ennis tenía esos ojos cuajados de lágrimas, como un vacío maluco en… no sé dónde. Y me preguntaba qué podía haberse hecho para ayudarlos, para que encontraran la paz, para que Ennis entendiera que debía aceptar el regalo de Jack y ser feliz y hacer feliz a Jack.

Sí, me obsesioné. Y me pegó duro, no se imaginan cuánto. Como a muchos de mis conocidos. Y por culpa de ellos caí en blogs y páginas en la Web que sólo empeoraron la cosa; pero de eso hablaremos después. Sin embargo, antes de despedirme, quiero compartir una imagen que me persigue aún todavía: Ennis del Mar debe tener más de sesenta años ya, si sigue vivo y no se suicidó o algo así. Ya debe haber pactado con la soledad y la nostalgia. Pero estoy seguro, no sé por qué pero lo estoy, de que cada noche, antes de dormir, y aún en sus sueños, llama a su Jack… Y Jack aparece, mirándolo con afecto, con su sonrisa suave y hermosa, como era en esos días en la montaña, acostándose a su lado, acompañándolo para ayudarlo a sobrevivir otra noche; porque, como ya dije, Jack era eso, el que acudía, el que disculpaba y entendía, el que se entregaba. Era el que más amaba…

Julio César.

CORDIALES SALUDOS A TODOS

Sonríe y el día es menos malo…

Hola a todo aquel que lea esto y que aún sienta dentro de sí cierta chispa de ternura y cariño por la hermosa película Brokeback Mountain. Soy un venezolano fanático de cierta edad ya, dentro de tres años cumplo cuarenta, y es un número que me asusta un poco. Como leyeron más arriba, fui un día, hace ya casi dos años a ver una película y quedé muy impresionado con ella. Repetir todo lo que me dolió, conmovió (y hasta hizo llorar como idiota) sería redundante. Para mí fue toda una revelación, dulcemente deprimente por un lado, dolorosamente grata por otra.

Con el tiempo, cuando este pasa, comienzas a hacer balances de tu existencia, y aunque la mía ha sido buena, y me gusta, hay muchas cosas que a los dieciséis años quise hacer, que no las realicé. De forma general, no afectaron mi vida, pero en su conjunto, en sus detalles, me llenan de insatisfacciones, de sin sabores. En algún blog de opinión creo que ya he expresado esto, pero debo repetirlo aquí ahora que comienzo con esta página. De muchacho yo soñaba con ir a España y correr en la feria esa frente a los toros, o ir a lanzarle tomatazos a todo el mundo en aquella otra; deseaba pasear en góndola por Venecia, bien acompañado de alguien que me gustara en verdad; recorrer el estado de Israel, guía en mano, deteniéndome frente al Muro de los Lamentos o subiendo a El Calvario (seguro que los ojos se me hubieran empañado). Quería escribir un libro. Deseaba tener una casa grande, con mucho patio para sembrar árboles frutales, hacer parrilladas y tender una hamaca.

Repito, mi vida es buena, pero no hice nada de esto. Sí, viajé y conocí, pero no esos puntos. Intenté escribir, desde hace años, pero nadie se sintió motivado a publicarme nada, aunque decían que eran tramas divertidas, entretenidas o bien hiladas (lo único mío publicado fueron dos cuentos cortos de tintes pornográficos, qué sí gustaron mucho). Por eso cuando vi la película, me enterneció horriblemente Jack Twist, desesperado y atractivo, intentando por todos los medios de convencer al único carajo que había querido de verdad en su vida, de que escaparan juntos y vivieran felices en un punto perdido. Era todo lo que buscaba y esperaba de la vida, porque lo suyo sí era amor, no sólo ganas de carne como muchos criticaron después en los blogs, de ser así cualquiera le hubiera servido, pero durante toda su corta vida, sólo esperaba por Ennis. Verlo fracasar en alcanzar eso, me dolió de una forma personal y terrible.

El fracaso de Ennis fue mayor, y más deprimente. Viéndolo viejo y solo, recordando a Jack, lo que tuvo y perdido, pensando que tal vez pudo hacer las cosas distintas y haber sido un poco más feliz, llevar una vida más plena y llena, me dejó mal. En su rostro de ojos aguados de lágrima, de frustración, de arrepentimiento, seguramente pidiéndole al Cielo otra oportunidad para hacer las vainas distintas, me hizo darme cuenta que el tiempo pasa y que lo no se hace, no se dice o lo que se pretende dejar para después, pede volverse en nuestra contra. No se debe vivir bajo la premisa de que siempre hay tiempo para cambiar o rectificar, a veces no es posible sin tener que llegarse a lo dramático como la muerte de Jack, aunque ese motivo también hay que tenerlo en cuenta. Es por ello que cuando supe de estos blogs, y la oportunidad de crear uno, me decidí a escribir las cosas que pensaba. Aquí hablaremos de Brokeback Mountain, en otras páginas lo hago de otros temas, pero dejemos eso para más tarde.

Por cierto, ¿saben qué fue lo dolorosamente grato de la cinta?: el personaje de Jack Twist, claro. Me avergüenza un poco decirlo, pero desde el primer momento… creo que me enamoré de la idea de ese vaquero de ficción. Me pareció, y parece, que era un tipo lanzado, decidido, alegre, el eterno optimista que cree que si insiste y persevera, un día la felicidad se le dará como recompensa (pobrecito). Durante veinte años amó y fue amado, pero siempre esperó un poquito más, el: Jack, te amo. Si embargo, continuó allí, junto a la persona que quería. En mi caso personal, he conocido a muchas personas (bueno, no tantas como para llenar la página de un cuaderno) y aunque muchas significaron bastante, siempre sentí que nunca había querido de forma total, intensa y real como cantan en las baladas o declaman los poetas; y ver eso en esa película, la fuerza de ese amor, una fuerza de la naturaleza como decían, me hizo envidiarlos y cuestionarme que había algo importante que tampoco viví. Cuántas tonterías se pueden pensar en un momento dado, ¿verdad?

Pero hablemos de la cinta, mientras escribo esto, el cielo está nublado en Caracas, ha llovido toda la noche y eso afecta el ánimo. RCTV, el canal de televisión, sigue cerrado y el Presidente, mediante decretos amañados y triquiñuelas se dispone a cambiar la Constitución para eternizarse en el poder. No es un día bonito. Por eso quiero pensar en Jack Twist sonriendo, sonriendo como tanto hacía en esa película, como parece que hace siempre el joven que le dio vida, Jake Gyllenhaal, quien tendrá que perdonarme, pero para mí siempre será Jack, el hermoso Jack Twist.

Pobre Ennis del Mar, tan macho y cerrado como era, cayó bajo el embrujo de esos ojos grandes, de esa sonrisa bella, allí, a las puertas del trailer de Aguirre; pero ¿quién habría podido resistírsele? Lureen, mimada y rica, se prendó de él en una cantina y no paró hasta que fue suyo en el asiento posterior de ese carro; ¿y cómo no sí lo vio sonreír? Alma lo odiaba, pero porque no lo conocía, si se hubieran tratado, si él le hubiera sonreído, también ella lo habría adorado, comprendido a Ennis y deseándoles fueran felices. Dios, que sonrisa tan bonita… Casi tanto como su mirada. Y casi es injusto para con los demás.

Julio César.

LO HICISTE BIEN

Hace tiempo leí que el fútbol era uno de los últimos bastiones del machismo, ¿qué piensan? Seguramente es así y esto no es más que una simple caricia de emoción, o de ruda ternura (¿acaso un hombre no puede sentirla? Me refiero a la ternura, no la lengua, ¿eh?). No es como si uno le susurrara al otro: ahora no, espera a las duchas.

Julio César.